lunes, 10 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 1




<Estoy embarazada>


Pedro oía mentalmente la voz de Paula, diciéndole lo que él no deseaba oír. Había estado tan convencido de que el primer intento no tendría éxito, que pensaba que el destino no podía ser tan cruel.


Al llegar a la funeraria, la noche anterior, se había acercado
directamente a la viuda de su mejor amigo, y ella le había tomado la mano, apretándosela con fuerza.


—Te agradezco que hayas venido, Pedro —dijo con voz trémula—. Leonel te quería como a un hermano.


Pedro sintió una oleada de dolor cortante como un cuchillo. Pero no titubeó. Mientras sostenía firmemente la mano de Paula, deseó poder decirle algo que mitigara su angustia. 


Pero no había palabras capaces de reconfortar a una mujer que acababa de perder a su marido.


—Leonel era el mejor hombre que he conocido—dijo—.Hubiera hecho cualquier cosa por él.


—Sí, lo sé.


Sus miradas se encontraron, intercambiando un mensaje silencioso sobre el secreto que ambos guardaban en lo más recóndito de sus corazones. Los dos habían querido mucho a Leonel. Los dos habían deseado darle aquello que tanto anhelaba y que no podía tener.


Paula condujo a Pedro a un rincón aparte, se acercó a él y le susurró al oído:
—Estoy embarazada. Lo supimos hace un par de días. Leonel intentó llamarte varias veces.


Pedro notó que sus músculos se petrificaban, y el corazón empezó a latirle desbocadamente. Su mente gritó: «No ¡Mil veces no! ¡No ahora!». Precisamente cuando Leonel no estaría para cuidar de Paula y del niño.


—Estaba fuera, en viaje de negocios.


Antes de que pudiera hacer más comentarios, el alcalde de Crooked Oak le puso la mano en el hombro.


—Una verdadera lástima. No existía ningún hombre mejor que Leonel.Todos lo echaremos de menos


Mientras Pedro permanecía con los familiares y amigos de Leonel en el cementerio, el viento de octubre azotaba los árboles cercanos, agitando las ramas medio desnudas y desprendiendo el moribundo follaje. Las coloridas hojas otoñales volaban por el camposanto cual raudas aves. Un trueno retumbó a lo lejos. y una ligera llovizna humedeció el dosel bajo el cual los más cercanos al fallecido se habían congregado para presentarle sus últimos respetos.


Pedro se hallaba aturdido desde que Benjamin, su hermano, le telefoneó para comunicarle que Leonel Chaves había muerto, asesinado mientras cumplía con su deber como sheriff del condado de Marshall.


Pedro vivía fuera de Crooked Oak desde que se graduó en el instituto, pero había mantenido su gran amistad con Leonel. Incluso había sido su padrino de boda.


Y Paula. La dulce, callada y gentil Paula. Había pensado que era la mujer perfecta para Leonel. Ambos eran excelentes personas.Paula le había pedido que se sentara a su lado, pero Pedro declinó el ofrecimiento con la excusa de que debían ser las mujeres quienes ocuparan los asientos disponibles. Permaneció de pie frente a ella, al otro lado del ataúd de Leonel. Paula se hallaba sentada muy rígida, con la cara pálida y las manos fuertemente cerradas en la falda. ¡Dios santo, cómo debía de estar sufriendo!


Todos sus instintos impulsaban a Pedro a acudir junto a ella y estrecharla entre sus brazos. Con solarla Asegurarle que no estaba sola. Prometerle que él cuidaría de ella.


Pero, ¿cómo reaccionaría si la tocaba? Y, lo más importante, ¿cómo reaccionaría él mismo? Saber que estaba embarazada hacía que todos sus instintos protectores salieran a la superficie.


Pedro conocía a Paula Chaves desde siempre.


Había sido una de las mejores amigas de su hermana Teresa. Pero, en aquel entonces, sólo la había considerado una muchachita callada y tímida que siempre se quedaba mirándolo con sus grandes ojos azules. Más tarde, varios años después, tuvo ocasión de volver a verla en la boda de Teresa, y comprendió que la muchachita tímida se había convertido en una atractiva mujer. De no haber estado Paula
saliendo con Leonel, la habría invitado a salir mientras se hallaba de visita en Crooked Oak.


Volvió a verla en su boda con Leonel, y Pedro recordaba haber sentido envidia de su mejor amigo, aunque no deseara caer en la trampa del matrimonio. El reverendo puso fin al sepelio con una oración La lluvia arreciaba y el viento soplaba con más fuerza. Pedro observó cómo Teresa, su hermana ayudaba a Paula a levantarse, mientras Sofia, la esposa de Benjamin, la tapaba con un paraguas conforme se dirigían hacia la limusina del gobernador.


Pedro permaneció en el cementerio hasta que la multitud se dispersó.


Los empleados de la funeraria esperaron mientras él se acercaba al ataúd de Leonel y, colocando la mano sobre el frío y húmedo metal, hacía una silenciosa promesa.


«Te prometo que cuidaré de Paula y del niño.»


Cuando se dispuso a marcharse, notó la mano de alguien en el hombro. Al girarse vio a Benjamin, su hermano.


—¿Te encuentras bien? —preguntó éste.


—Sí.


Los dos caminaron juntos hacia el coche alquilado de Pedro. La lluvia los caló hasta los huesos.


—Iré contigo —dijo Benjamin—. Creo que la limusina de Peyton va llena.


Los hermanos se subieron en el Taurus y permanecieron sentados en silencio varios minutos, hasta que los coches que tenían delante empezaron a moverse.


—Nunca pensé que el sheriff de un condado pequeño como el nuestro acabara siendo asesinado —dijo Benjamin sacudiendo la cabeza.


—Tienes razón. Por estos contornos no abunda la delincuencia. Y Leonel no eran de los que buscan el peligro.


—Era tan buena persona...


—El mejor —Pedro notó un nudo de emoción en el pecho. 


Había querido a Leonel Chaves igual que a Benjamin y a Leonardo, como si fuera un hermano más. Habían sido amigos desde la escuela primaria. Pedro siempre había sido el jefe, el instigador, el que retaba a Leonel a que asumiera los riesgos con él.


—Ojala encuentren al hijo de perra que le disparó -dijo Benjamin—. ¡Maldito imbécil! Ese Carl Bates ha sido siempre un pedazo de escoria inútil.


—Bates no podrá ocultarse eternamente —repuso Pedro—.
Normalmente, los tipos como él acaban regresando a su casa en busca de ayuda. Puedes estar seguro. Al cabo de unos minutos, Pedro detuvo el Taurus junto a la casa de Paula, pero no paró el motor.


Benjamin se giró hacia él.


—¿A no piensas entrar? Paula esperará verte allí. La mitad del pueblo acudirá a la casa antes de que anochezca. Sé que para ella significará mucho que el mejor amigo de Leonel esté a su lado.


Pedro detuvo el motor.


—Tienes razón. Debo estar con Paula.



****


Paula sentía todo su cuerpo tan entumecido como sus emociones.


Teresa y Sofia le habían sugerido que se echara un rato, pero ella insistió en quedarse para recibir a las personas que acudieran a darle el pésame. Donna, que también era viuda, era la única de sus amigas que entendía exactamente por lo que estaba pasando. Lo que menos necesitaba en aquellos momentos era estar sola en el oscuro y silencioso dormitorio que había compartido con Leonel.


Paula lo vio en cuanto entró en la habitación. Alto, esbelto, con unos hombros anchísimos bajo la cazadora color café. 


Su cabello, negro azabache, estaba empapado, y un mechón le caía sobre la frente.


Pedro Alfonso.


El mejor y más antiguo amigo de su esposo. El hombre al que ella había amado locamente en secreto durante su adolescencia. El hombre con el que había fantaseado más de una vez mientras hacía el amor con Leonel.


Paula tembló, estremecida por una oleada de culpa. No tenía ningún derecho a pensar en Pedro de ese modo. Ningún derecho en absoluto.


Había amado a Leonel. ¿Y quién no? Leonel Chaves había sido el hombre más gentil, amable y cariñoso que había conocido. Y le había brindado una vida estable y segura como marido. Paula pasaba de los treinta años cuando se casaron. Y no era de esas mujeres que se arriesgaban en lo concerniente a los hombres.


Leonel había representado para ella la seguridad, la estabilidad.


Pedro Alfonso, en cambio, le parecía peligroso. Que en sus fantasías soñara con ser devorada y poseída por él no significaba que lo quisiera realmente en su vida.


Pedro se dirigía hacia ella, buscándola entre la multitud con sus ojos negros. Paula notó un hormigueo en el estómago. 


El corazón se le aceleró. Deseó gritarle que se marchara y no volviera nunca. No podría soportar tenerlo tan cerca. 


Temía demasiado apoyarse en él.


Anhelaba, más que nada, sentir sus fuertes brazos estrechándola, oírle prometer que cuidaría de ella y que todo iría bien. Pero nadie, ni siquiera Pedro, podía enmendar las cosas. Su vida, segura y estable, había quedado destrozada sin remedio. El futuro junto a Leonel se había desvanecido. 


Fuera como fuese, tendría que hallar fuerzas para criar a su hijo sola... El hijo que Leonel había deseado con tanta
desesperación.


En el instante en que Paula se llevó la mano al vientre, en un gesto protector, notó que Pedro la observaba más atentamente, trasladando la mirada de su rostro a su mano y viceversa. Aquella mirada la aterrorizó. Era protectora. Posesiva. Ansiosa.


—Ahí está Pedro —dijo Sofia, pasándole el brazo alrededor de la cintura—. Quizá pueda convencerte de que comas un poco y descanses.


—Ya te he dicho que estoy bien —replicó Paula.
Inclinándose, Sofia le murmuró al oído:
— ¿Sabe Pedro que estás embarazada?


Paula asintió solemnemente. Mordiéndose el labio inferior, trató de mantener la calma.


—Se lo dije anoche en la funeraria.


—Bien. Tiene que estar al tanto de la situación.


— ¿Qué situación? ¿Y a quién os referís? —preguntó Benjamin mientras se acercaba junto a Pedro.


Paula notó que las mejillas se le acaloraban y rezó por que nadie se diera cuenta.


Pedro —carraspeó para aclararse la garganta—. Pedro, debes saber que quizá te ofrezcan el puesto de Leonel. Varias personas ya han comentado que les gustaría que volvieras al pueblo y te encargaras de la investigación del asesinato de Leonel.


— ¿Quieren que yo sea sheriff? —inquirió Pedro.


—Sí —confirmó Benjamin—. Algunos comisarios me han dicho que quieren que finalices el período de servicio de Leonel para que, de paso, entregues a su asesino a la justicia.


—Pero no puedo...


—Si aceptas el nombramiento, podrás estar cerca para cuidar de Paula y del niño... —terció Sofia, y se interrumpió bruscamente al sentir un codazo de Paula en los riñones.


—No necesito que nadie cuide de mí —Paula se dio cuenta,
demasiado tarde, de que había alzado en exceso la voz. 


Varias personas volvieron la cabeza para mirarla. Temiendo que Pedro percibiera el miedo en sus ojos, ella retiró la mirada—. Lo siento, supongo que estoy agotada —dijo—. Quizá Sofia tenga razón. Debería echarme un rato —pasó junto a Pedro rápidamente, sin mirarlo. ¿Qué haría si se quedaba en Crooked Oak? No sería capaz de quedarse, ¿verdad? ¡No, no podía!


—Paula está trastornada —explicó Sofia a los presentes—. Todos ustedes saben cómo le ha afectado la pérdida de Leonel.


Los demás asintieron y no tardaron en volver a charlar entre ellos. El comisario Kelly alzó la mano y le hizo señas a Pedro para que se acercara a su grupo.


—Prepárate —comentó Benjamin—. Van a ofrecerte el puesto de Leonel.


—No puedo aceptar ese puesto No quiero ser sheriff del condado de Marshall.


—Pues tendrás que decírselo a ellos —Benjamin le dio una palmadita en la espalda—. Pero debo admitir que me extraña que no quieras volver al pueblo por un tiempo y solucionar lo de Leonel. Dejó un período de servicio inconcluso y una esposa embarazada que necesitará a alguien en quien apoyarse.


—No creía que estuvieras al corriente de su embarazo.


—Sofia me lo dijo esta mañana. ¿Y tú cómo lo sabes?


—Paula me lo contó ayer en la funeraria.


— ¿Ves? Te lo dijo porque sabe que va a necesitarte. Nos necesitará a todos en los meses venideros. Conociéndote, creí que considerarías un deber hacia Leonel detener a su asesino y cuidar de su mujer y su hijo.


—Le debo a Leonel la vida —admitió Pedro—. Pero no estoy seguro de que quedarme en Crooked Oak sea lo mejor para pagarle esa deuda.


Los dos hermanos se acercaron al comisario Dalton Kelly, que se hallaba acompañado de otros dos comisarios del condado. Dalton cortó un trozo de la tarta de manzana que estaba tomando y se lo llevó a la boca.


Rufus McGee estrechó la mano de Pedro.


—Celebro volver a verte, Pedro. Aunque lamento que sea en estas circunstancias.


Tras engullir la tarta con un sorbo de café solo, Dalton se limpió la boca con la mano y dijo:
— ¿Te ha hablado Benjamin de lo que queremos pedirte?


—Sí, acaba de comentármelo.


— ¿Y qué te parece, muchacho? —Rufus entornó los ojos y miró a Pedro directamente—. ¿Estás dispuesto a dejar por un tiempo el FBI y volver al pueblo para solucionar lo de Leonel? Te estaríamos francamente agradecidos si aceptaras.


— ¿Por qué yo? —Inquirió Pedro—. Creí que le ofreceríais el puesto a Richard Holman. Sé que Leonel confiaba plenamente en él.


—Richard es muy joven y no tiene suficiente experiencia —explicó Dalton—. Además, sólo sería un año, hasta las próximas elecciones.


—Todo el pueblo espera que regreses a casa —terció Rufus—. Quieren que seas tú quien capture a Carl Bates y lo ponga a disposición de la justicia. Y también esperan que cuides de Paula. Sí, sabemos que, en teoría, su delicado estado debería mantenerse en secreto, pero... —Rufus sonrió—. Leonel se sintió tan orgulloso cuando supo lo del embarazo, que se lo comentó a unos cuantos amigos. Y ya sabes cómo se propagan aquí las noticias.


Pedro sintió un doloroso nudo en el estómago.


—Necesitaré algo de tiempo para pensarlo —respondió—. Tendré que volver a Washington, y... No estoy seguro de que sea lo correcto, pero...


—Lo es, muchacho, lo es —aseguró Dalton—. Piensa en lo que hubiera hecho Leonel de haber muerto tú en cumplimiento del deber, dejando a tu asesino suelto y a una esposa embarazada. ¿No habría hecho cualquier cosa por ti?


¡Diablos!, se dijo Pedro. Estaba entre la espada y la pared. 


Todo el pueblo sabía de su amistad con Leonel. Más aún, todos sabían que, cuando eran adolescentes, Leonel le había salvado la vida. Habían ido a nadar al estanque de la vieja cantera, y Pedro sufrió un fuerte calambre. Se habría ahogado de no ser por la rápida intervención de Leonel. 


Aquel suceso había sellado su amistad para siempre.


Sí, haría cualquier cosa por Leonel. ¿Acaso un año de su vida era un sacrificio excesivo? Evidentemente, no.


Decidió que, cuando la gente se fuera, hablaría en privado con Paula.


La muerte de Leonel los había colocado en una situación incómoda, y lo que menos deseaba Pedro era complicarse la vida o causarle a Paula un dolor innecesario.




MI MAYOR REGALO: SINOPSIS




Pedro Alfonso había brindado a Paula Chaves y su esposo el mayor regalo: el hijo que ellos no podían tener por métodos naturales. Pero poco después de que Paula se quedara por fin embarazada mediante la fecundación in vitro, enviudó repentinamente. Y Pedro, el duro agente de la ley, se sentía en la obligación de ayudar a la bella esposa de su mejor amigo...


Pedro era el hombre al que Paula siempre había amado en secreto, el hombre que jamás sentaría la cabeza. Sin embargo, cuando el destino lo convirtió en el padre protector de su hijo, Paula comenzó a albergar sueños de felicidad eterna junto al atractivo sheriff...











domingo, 9 de abril de 2017

DESCUBRIENDO: CAPITULO FINAL




Aunque ya era casi verano en Italia, hacía fresco cuando Paula salió con Pedro a la terraza del Sorella para enseñarle su vista favorita de Monta Correnti.


—Ven aquí —le dijo él al verla temblar. La abrazó—. Deja que te dé calor.


Paula rió.


—Eso, siempre.


Se acurrucó contra él y miró hacia el mar de tejados de terracota, de hileras de olivos con las colinas de fondo.


—¿Qué te parece mi ciudad natal?


—Es increíble. Preciosa. No sé cómo pudiste marcharte de aquí.


—Porque sólo un paisaje no puede hacerte feliz.


Pedro le dio un beso en la mejilla.


—Eso no te lo voy a discutir.


Paula se giró y le sonrió. Luego levantó la mano para admirar, una vez más, el bonito zafiro verde de su anillo de compromiso.


—Estos últimos días han sido los más felices de mi vida.


—Y los más ajetreados.


—Sí —recordó las reuniones, las conferencias de prensa. Pero ya había pasado todo—. Me alegro de haber dimitido. Qué alivio. Aunque todavía no me he acostumbrado a la libertad.


—No creo que te arrepientas.


—Yo tampoco.


Pedro le dio otro abrazo y otro beso en los labios.


Cuando se separaron, Paula le preguntó:
—¿Qué te parece la sugerencia que ha hecho mi madre de celebrar nuestra boda en el palacio de Romano?


—¿A ti te gustaría?


—Tengo que admitir que parece sacado de un cuento de hadas. En el lago Adrina. No te asustes, pero creo que sería estupendo invitar a toda la familia, incluso a mis primos de Nueva York.


Pedro sonrió.


—Haré lo que sea siempre y cuando te cases conmigo.


—Podría ser la excusa perfecta para reunir a toda mi familia.


—En ese caso, decidido. Invitaremos a todo el mundo.


—¿Te has dado cuenta de que has impresionado a toda mi familia?


—Han sido muy amables conmigo.


—¿Amables? —Paula rió—. Te adoran, Pedro. Los has conquistado. En especial, a mi madre. E incluso a Isabella, y eso que está loca por Max.


Paula llamó esa misma noche a su prima para contarle sus últimos planes, pero a Isabella no pareció gustarle demasiado la idea de una recepción en el palacio.


Más tarde, en la cama de la habitación de invitados de la casa de Lisa, Paula se lo contó a Pedro.


—Tengo la sensación de que esta boda va a unir o a romper definitivamente a mi familia.


—No te preocupes más de la cuenta. Todo irá bien.


—¿Cómo puedes estar tan seguro?


—Porque estamos tan enamorados que vamos a contagiárselo a todos los demás.


Paula lo abrazó.


—Sería estupendo que tuvieses razón.


—La tengo —dijo Pedro, dándole un beso en los labios. El primer beso de la noche—. Espera y lo verás.


Fin