miércoles, 23 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 16





Angustiada como nunca, en ese estado entre el sueño y la vigilia, Paula abrió los ojos. Podía oír un ruido… el ventilador del techo, pensó. Pero se tapó la cara con la almohada, demasiado agotada como para levantarse.


Cuando el piloto de Pedro la llevó de vuelta a Corfú era medianoche, pero no había podido conciliar el sueño. Y estaba amaneciendo…


Le dolían los ojos de tanto llorar y tenía demasiadas cosas en la cabeza como para poder dormir.


El sonido de unos pasos masculinos en el dormitorio hizo que su corazón se acelerase. Y cuando apartó la almohada, dejó escapar un grito.


Pedro estaba allí, con la misma chaqueta blanca que había llevado en el restaurante. Llevaba un montón de paquetes en la mano y se quedó inmóvil, como transfigurado al verla en la cama.


—¿Qué haces aquí? ¿Y por qué sigues llevando el esmoquin? Parece como si hubieras estado levantado toda la noche.


—Llevo levantado toda la noche —sus ojos brillaban de deseo y Paula recordó entonces que estaba desnuda.


—Deja de mirarme así —colorada hasta la raíz del pelo intentó taparse con la colcha, pero estaba tumbada sobre ella y el proceso se convirtió en una pelea entre la colcha y ella.


—¡Ya está bien! —depositando los paquetes sobre una silla, Pedro tiró de la colcha y la cubrió con ella—. Theé mou, ¿lo haces a propósito?


—¿Qué hago a propósito?


Atormentarme —Pedro dio un paso atrás.


—¡No me culpes a mí! Se supone que no deberías estar aquí.


Demasiado tarde se dio cuenta de que el sonido que había escuchado no era un ventilador sino las aspas del helicóptero.


El trato era que yo te diría lo que pienso y he venido para decírtelo.


Eso fue antes de…


¿Vas a dejarme hablar o quieres que te haga callar como me gustaría hacerlo?


Paula sujetó la colcha sobre su barbilla.


—No quiero que me toques. Di lo que tengas que decir y luego márchate. Me voy mañana a las once. 


El dejó escapar un largo suspiro.


Anoche me acusaste de negar la existencia del niño, pero no es eso lo que estoy haciendo.


Si has venido con alguna excusa estás perdiendo el tiempo…


—Paula, tú sabes que soy un hombre muy reservado. No me resulta fácil contar lo que siento. Sé que nuestra relación está en un momento muy delicado… ¿de verdad crees que me arriesgaría a desestabilizarla anunciando a un montón de extraños que estás embarazada? ¿Eso es lo que querías
que hiciera?


Demasiado enfadada como para entender su punto de vista, Paula se sentó sobre la cama.


—Has estado negando la existencia de este niño desde el primer día. Sé que no lo quieres, sé que seguramente es lo peor que podría haberte pasado y fingir que no es así es engañarte a ti mismo. Esperas que la atracción que hay entre nosotros lo solucione todo, pero eso no va a pasar.


—No es eso lo que quiero. Y es cierto que descubrir que estabas embarazada fue una sorpresa para mí, no lo niego —la voz de Pedro se volvió ronca, su acento más pronunciado de lo normal—. Y seguramente no lo estoy haciendo bien, pero lo he intentado. Acepté que durmiéramos en habitaciones separadas porque una parte de mí entendía tus razones.


—Ah.


—Sí, ah —visiblemente tenso, Pedro se quitó la chaqueta y, después de dejarla sobre el respaldo de la silla, empezó a quitarse los gemelos—. Admito que la atracción que hay entre nosotros me ciega, pero sé que te hice mucho daño hace cuatro años y no quiero volver a hacértelo. Estoy intentando hacer lo que tú quieres y respetar las barreras que tú has establecido.


—Es muy injusto por tu parte volverte tan razonable de repente sólo porque estoy enfadada — murmuró Paula—. Y no pienses ni por un momento que esto cambia nada. Aunque te portes como una persona razonable, sé que en el fondo sigues queriendo creer que el niño no existe.


Tú dijiste que no querías estar conmigo sólo por el niño… que tenía que haber algo entre nosotros. Y yo estoy de acuerdo. Así que me he concentrado en «nosotros».


—No te entiendo.


Te he comprado regalos porque quería mimarte, pero si hubiera traído regalos para el niño habrías dicho que sólo estaba intentando comprarte porque estás embarazada.


Paula se apartó el pelo de la cara.


Tal vez —admitió—. ¿Estás diciendo que no soy razonable?


—No, no estoy diciendo eso. Pero estoy intentando hacerte ver que no puedo ganar. Haga lo que haga, tú vas a interpretarlo mal porque quieres hacerlo. No confías en mí y no te culpo. En estas circunstancias sería extraño que lo hicieras. Sé que debo ganarme tu confianza y estoy intentándolo.


—Estás dándole la vuelta a la situación para que me sienta mal. Y nada de eso explica por qué te has comportado como un cavernícola en el restaurante. No me gusta nada la violencia…


—Y a mí no me gusta que toquen a mi mujer.


—Eres muy posesivo.


Pedro se encogió de hombros.


Sí, lo soy. Es una acusación que no puedo negar. El día que sonría al verte flirtear con otro hombre será porque ya no hay nada entre nosotros. Pero pienso luchar por esta relación, agapí mu, aunque eso ofenda tus principios de no violencia.


Fascinada a su pesar por tal demostración de territorialidad masculina, Paula intentó contener los latidos de su corazón.


No estaba flirteando con otro hombre, ni siquiera disfrutaba de su compañía. Si quieres que te diga la verdad, era muy aburrido.


—Estabas riendo, nunca te había visto tan feliz.


—Me dijiste que era una reunión importante e intenté mostrarme simpática. Y me sentía feliz porque hasta que perdiste la cabeza pensé que todo estaba bien. Te mostrabas amable conmigo, decías «nuestra casa» y pensé que estábamos haciendo progresos…


¿Nuestra casa? —la interrumpió Pedro.


—Eso dijiste, «nuestra casa». Y me gustó mucho. 


Paula se mordió los labios, preguntándose si era posible que dos personas tan diferentes se entendieran.


—Parecía como si hablaras de una pareja —siguió—.De verdad pensé que las cosas iban bien, por eso me sentía feliz. Y cuando me siento feliz, sonrío.


Pedro la estudió, en silencio.


—Yo pensé que estabas contenta porque te gustaba Theo.


Estaba contenta por ti. Y espero que no se te suba a la cabeza porque no duró mucho. Intentaba ser amable por ti y…


—¿Por mí?


—Dijiste que era una reunión importante, así que hice un esfuerzo por ser amable con todos. Y todo iba bien hasta que metiste la pata… —Paula se tapó la cara con las manos al recordar su brusca salida del restaurante—. Pero ahora me siento fatal. Y todo es culpa tuya.


—Estoy totalmente de acuerdo.


Sorprendida, Paula apartó las manos de su cara.


—¿Estás de acuerdo?


Me porté de una manera muy poco sensata, es verdad Pedro tiró del lazo de su corbata y la dejó sobre la chaqueta—. Llevo despierto toda la noche, intentando encontrar la forma de convencerte de que sí te quiero, a ti y al niño.


—Entonces estarás cansado —murmuró ella, distraída al ver el vello oscuro de su torso—. Deberías acostarte.


—Dormir no está en mi lista de prioridades ahora mismo. Solucionar esto es más importante — dijo él, paseando por la habitación—. Sí pienso en el niño y para demostrártelo he decidido que era el momento de traer esto. Son cosas que he ido comprando durante estas semanas —añadió, señalando las cajas—. No sabía si debía enseñártelas, pero creo que ya no tiene sentido esperar.


—¿Qué has comprado? —preguntó Paula—. Si son joyas, vas a necesitar una novia más grande.


—No son joyas y nada es para ti. Son regalos para el niño.


Ella parpadeó, asombrada. ¿Había comprado regalos para el niño?


—Pero aún no estoy embarazada de nueve meses. No sabemos si es niño o niña…


Puedo devolverlos si quieres.


—No, no —dijo Paula. Había comprado regalos para el niño cuando ella creía que lo había apartado de sus pensamientos—. Ahora me siento, fatal.


—Yo no quiero que te sientas mal, sólo quería hacerte feliz. Pero parece que no es tan fácil.


—Ah, gracias, eso me hace sentir aún peor. ¿Qué has comprado?


—Abre las cajas —dijo él, dejando los paquetes sobre la cama.


—Voy a tener un niño, no sextillizos.


Fui de compras un par de veces mientras estaba en Atenas —incómodo, Pedro desabrochó otro botón de su camisa—. Es posible que me dejase llevar un poco.


Emocionada, y sintiéndose horriblemente culpable, Paula tomó el primer paquete, grande y blandito. Cuando rasgó el papel, encontró un enorme oso de peluche con un lazo rojo.


—Es precioso.


—Pensé que si lo compraba con un lazo azul te enfadarías por haber creído que era un niño y que si luego era una niña tendríamos que cambiarlo por uno rosa… así que el rojo me pareció mejor.


Paula nunca había pensado que comprar un oso de peluche pudiera ser tan complicado y menos para un hombre que tomaba decisiones millonarias todos los días.


—Es perfecto. Al niño o a la niña le encantará. 


Cuando abrió el segundo paquete encontró otro oso de peluche, idéntico al primero.


—Otro oso.


¿Qué quería, que el niño tuviera un oso de peluche para cada día de la semana?


—Estás pensando que me he vuelto loco.


—No, no estaba pensando eso.


Pedro le quitó el osó para mirarlo con una extraña expresión.


—Mi oso de peluche era la única constante en mi vida cuando era pequeño. Pasara lo que pasara, él siempre estaba allí. Pero un día lo perdí. Me lo dejé en un taxi cuando iba a casa de mi abuela y nunca volví a verlo. Para mí fue una tragedia —Pedro levantó la cabeza para mirarla a los ojos—. Cuéntaselo a la prensa y destrozarás mi reputación para siempre.


Paula sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas.


—Nunca se lo contaré a nadie. ¿Pero por qué no pudiste encontrarlo? Podrías haber llamado a la empresa de taxis.


A nadie le pareció importante. Sólo era un oso de peluche… por eso he comprado dos. Por si acaso nuestro hijo lo perdiera. Podemos guardar éste en un armario y si el niño perdiese el primero, lo sacaremos para que no lo eche de menos.


Paula no pudo evitar que las lágrimas rodaran por su rostro.


Muy bien, haremos eso.


¿Por qué lloras? ¿Qué he hecho?


—No has hecho nada, no te preocupes. Me encantan los osos, los dos.


¿Entonces?


No dejo de pensar en ti a los seis años, teniendo que elegir entre tu padre y tu madre.


¿Estás llorando por algo que me pasó hace veintiocho años?


Sí —Paula se pasó una mano por la cara, intentando controlarse—. Creo que estar embarazada me hace más emotiva de lo normal.


—Posiblemente —asintió Pedro, ofreciéndole un pañuelo—. Pensé que había metido la pata con los osos.


No, son preciosos. Y tener uno de repuesto es buena idea. Ahora me siento fatal por haberte acusado de negar la existencia del niño. Y perdona que llore, es que estoy cansada y me siento mal.


No tienes por qué. Sé que lo hago todo mal, pero lo estoy intentando, agapi mu.


Paula asintió con la cabeza.


—¿Qué más has comprado?


Abrió las cajas una por una, emocionada. Había más juguetes, ropa, libros de cuentos… cosas inapropiadas para un recién nacido, pero lo importante era la intención.


He pensado que debería aprender los dos idiomas —Pedro la observaba mientras abría las cajas—. Quiero que el niño sepa que es griego.


—O griega —le recordó ella, mirando los libros que el niño o niña no podría leer hasta que tuviera cuatro años por lo menos.


—Va a ser un niño, estoy seguro.


—Tú no puedes dictar el sexo del bebé, pero todo es muy bonito. De verdad.


—Me alegro de que te haya gustado —Pedro se levantó para dirigirse a la puerta—. Y ahora voy a darme una larga ducha fría porque, aunque en teoría estoy de acuerdo con los dormitorios separados, en la práctica es muy difícil de soportar. Te veré en la terraza para desayunar, cuando me
haya enfriado un poco.






UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 15





Pedro observaba a Paula charlando con el grupo de poderosos banqueros y empresarios con una mezcla de sentimientos. Llevarla con él había sido un movimiento estratégico por su parte para suavizar la que, en otras circunstancias, podría haber sido una reunión difícil y, por un lado, era un alivio que todo fuera bien. Pero no podía evitar una punzada de celos al ver que uno de los empresarios más jóvenes la hacía reír.


Había pasado mucho tiempo desde que vio a Paula tan relajada y tan feliz.


Era como si se hubiera encendido una luz dentro de ella, como si ya no llevase una carga sobre los hombros.


Estaban sentados en la terraza de uno de los mejores restaurantes de Atenas, separados de los demás clientes por enormes plantas.


Era un sitio perfecto.


Pero Pedro no se había sentido nunca tan nervioso.


No sólo empezaba a enfadarse al ver al joven empresario flirteando con Paula sino que aún temblaba de deseo porque ese tórrido encuentro en la habitación no había sido suficiente para saciar su apetito.


Cuando ella se inclinó hacia delante para tomar el vaso de agua, el escote del vestido rosa se abrió un poco y, convencido de que el otro hombre estaba disfrutando de la panorámica tanto como él, Pedro apretó el vaso que tenía en la mano.


Pero, sin darse cuenta del peligro al que se enfrentaba, su competidor siguió charlando con Paula.


Cuando Alfonso dijo que iba a venir con una mujer no esperaba a alguien como tú.


Pedro empezó a tamborilear sobre la mesa, sus pensamientos tan negros como una tormenta al ver que rozaba su brazo. Y Paula sonreía.


¿Estaba haciéndolo a propósito?


¿Estaba intentando despertar sus celos?


¿Qué te parece, Pedro? —era Takis quien hablaba, el mayor del grupo de banqueros—. ¿Crees que la expansión tendrá un efecto negativo en la cuenta de beneficios?


—Lo que creo es que si Theo no aparta los ojos de mi mujer en cinco segundos buscaré financiación en otro sitio.


El joven lo miró, perplejo.


—¿Cómo?


—Vuelve a tocarla y acabarás trabajando en la caja de un supermercado.


Paula lo miraba como si se hubiera vuelto loco.


Y tal vez así era, pensó Pedro, notando que sus nudillos se habían vuelto blancos. Nunca en su vida había perdido el control durante una reunión de trabajo. Pero no estaba dispuesto a dejar que otro hombre tocase a Paula.


Takis rompió el silencio con una risa forzada.


—No subestimes lo que haría un griego para defender a su mujer, ¿eh? Brindemos por el amor.


¿Debemos entender que la vuestra es una relación seria?


Pedro vio que Paula se ponía colorada.


—Es hora de sentar la cabeza —siguió Takis, encogiéndose de hombros, como si fuera un destino al que estaban abocados todos los hombres, quisieran o no—. Necesitarás hijos fuertes para llevar tu naviera. Paula no es griega, pero eso no importa. Es una mujer preciosa y estoy seguro de que te dará hijos fuertes y sanos.


Pedro volvió a sentir una ola de pánico. Hijos, más de uno. 


Muchos niños que dependerían de él.


Nervioso, tomó su copa de vino.


—Cuanto antes empecéis, mejor —Takis no parecía darse cuenta de su nerviosismo o del rictus de Paula—. Una esposa griega debe tener muchos hijos.


Preguntándose si Takis estaba haciéndolo a propósito, Pedro hizo una mueca. Anticipaba la reacción de ella ante un comentario tan sexista y decidió intervenir antes de que explotase.


—Esta discusión es un poco prematura.


Pero si esperaba gratitud se llevó una desilusión porque Paula lo miró a los ojos, tan pálida como la servilleta que tenía en la mano.


—¿Crees que la discusión es prematura? Pues yo creo que la hemos retrasado demasiado tiempo —replicó, levantándose—. Perdonen, tengo que ir al baño.


Los hombres se levantaron y Pedro, al ver los brillantes suelos del restaurante, decidió seguirla, por si acaso.


Un par de pasos tras ella, admirando sus piernas, se preguntó si podrían marcharse antes del postre…


—Será mejor que me tomes del brazo, el suelo es resbaladizo. Y no deberías haber contestado así. Ya sé que las opiniones de Takis son un poco anticuadas, pero…


—¿Que no debería haber contestado así? —lo interrumpió ella, volviéndose para fulminarlo con la mirada—. No cambiarás nunca, ¿verdad? Me estoy engañando a mí misma. Pensé que estabas acostumbrándote a la idea, pero la verdad es que sencillamente has querido olvidarte del asunto. Estás haciendo lo que se te da mejor: fingir que no ocurre nada.


—Eso no es verdad.


—Sí es verdad. Takis ha dicho que deberías tener hijos, pero según tú eso es prematuro. ¿Cuánto tiempo necesitas, Pedro?


—No tengo intención de hablar sobre mi vida privada con Takis Andropoulos.


—Deja de engañarte a ti mismo. Tú no quieres tener hijos. Y no te atrevas a decir que yo he metido la pata, has sido tú el que ha soltado esa barbaridad. Te has portado como un bruto, celoso y posesivo, fulminándome con la mirada porque charlaba con el hombre que tú has sentado a mi lado.



—Paula…


—No he terminado. Podría perdonarte todo eso porque sé que tienes una visión anticuada de la vida, pero nunca te perdonaré por negar la existencia de mi hijo.


Pedro miró alrededor, percatándose de que todos los clientes del restaurante estaban atentos a la conversación.


—Yo no he negado la existencia de nuestro hijo.


—¡Sí lo has hecho! Y no te atrevas a llamarlo «nuestro hijo». No lo has mencionado ni una sola vez en las últimas semanas. Me compras flores, joyas, cualquier cosa para que me acueste contigo, pero no piensas en el niño. Ni una sola vez.


No lo hacía para acostarme contigo. Si sólo me interesara eso, al menos te habría besado.


—Y yo habría caído rendida a tus pies. ¿Eso es lo que quieres decir? ¿Te crees un dios del sexo o algo parecido? Eres un arrogante y un egoísta…


—Paula, tienes que calmarte.


¡No me digas que me calme! —estaba temblando de rabia, los ojos brillantes en un rostro totalmente pálido—. Nuestra supuesta relación se ha terminado. Esto no es lo que yo quiero para mi hijo y no es lo que quiero para mí. Me voy a casa, no te molestes en seguirme —con manos temblorosas, se quitó el anillo y lo puso en su mano—. Se acabó. Quiero volver a Corfú esta misma noche… no quiero que durmamos bajo el mismo techo. Y volveré a Inglaterra por la mañana.


Después de decir eso se quitó los zapatos y se dirigió hacia la puerta del restaurante sin molestarse en mirar atrás.