A LAS ocho de la mañana del día siguiente, Pedro estaba en su despacho. En realidad, podría haber llegado mucho antes, pues no había pegado ojo en toda la noche. Se la había pasado viendo la enorme televisión que Marcia había insistido en que tenía que instalar en su habitación.
Intentó no recordar la pelea que habían tenido cuando Marcia había vuelto de cenar con los Alien... sola.
«Eso me pasa por dejar que mi ex mujer me arruine los planes», se dijo.
Frank Alien y su mujer eran muy amigos suyos y Marcia estaba muy interesada en que hablara con él, que era dueño de un canal de televisión, para que la convirtiera en presentadora.
Ya había hecho sus pinitos, pero quería hacer algo serio, tener un programa diario y borrar de una vez por todas su imagen frivola.
Pedro le había aconsejado que hiciera algún curso primero, pero Marcia le había contestado que había sido la modelo más famosa de la década y que tenía que ser por algo.
Se había tomado la ausencia de Pedro del restaurante como una falta de confianza en ella. Le había mandado un enorme ramo de rosas rojas, pero seguía furiosa.
Encontrarlo esperándola en su casa al volver, no la había tranquilizado. Marcia le había tirado las flores a la cara y le había dicho que se preocupaba más por su ex mujer y su bastarda que por ella.
Viendo que era imposible hacerla entrar en razón, Pedro había recogido las flores y se había ido. Había tirado el ramo en una papelera y no se había molestado en preguntarse si estaba enfadado con ella o consigo mismo.
Mientras miraba la pantalla del ordenador, deseó que la noche anterior no hubiera tenido lugar jamás. No solo por la pelea con Marcia. No era la primera vez ni la última que discutían. De hecho, las discusiones eran una constante en su relación.
No, no solo había sido por eso, sino porque había visto que la hija de Paula tenía un carácter y una personalidad. Hasta entonces, no había hablado demasiado con ella.
Al principio, lo había tratado mal, pero tras jugar al Black Knights se había mostrado casi simpática con él. Incluso se había reído.
Por eso se había sentido tan mal con lo que había pasado luego. Maldición. No había querido hacerle daño. ¿Qué culpa tenía él de que Paula no le hubiera contado la verdad a la niña? Aun así, se sentía culpable.
Por eso no había ido al restaurante. Después de ver a Emilia así, no se sentía con fuerzas para estar con nadie. Ni siquiera con Marcia.
Estaba tan absorto en sus pensamientos, que no se dio cuenta de que alguien había entrado en su despacho. Al sentir una mano en el hombro, se giró con violencia.
Santiago Harper, su mano derecha, sonrió burlón.
-Eh, la puerta estaba abierta, no quería asustarte. Has llegado muy pronto. ¿No podías dormir o qué?
-Más o menos -contestó Pedro-. Perdona la reacción, pero es que estaba en las nubes.
-¿Quieres un café?
-Sí -contestó Pedro levantándose y siguiendo a su amigo hasta su despacho.
Ya con el café en la mano, recordó el soluble que Emilia le había preparado el día anterior y se enfadó con Paula por haberle dicho a la niña que no podían comprar café de verdad.
No era cierto. No podía ser cierto. Él le pasaba una buena pensión. ¿Qué estaba haciendo Paula con el dinero?
-Hola, hola, aquí la Tierra -bromeó Santiago-. ¿Estabas otra vez en las nubes?
-Perdona -murmuró Pedro-. Es que no he dormido bien. ¿Qué me estabas diciendo?
-Te estaba preguntando si te lo pasaste bien ayer en L'Aiguille -contestó Santiago-. Es obvio que no has dormido, pero no sé si eso es bueno o malo.
-Malo -gruñó Pedro dejando la taza sobre la mesa-. No fui a cenar y Marcia se enfadó.
-No me lo puedo creer. ¿Qué te pasó? ¿No habías quedado con los Alien?
-Sí, pero fue Marcia sola -contestó Pedro.
-No te entiendo.
-Ella tampoco -suspiró Pedro-. Es una larga historia.
-¿No habías quedado en ir a ver a Paula ayer? Ya entiendo. A Marcia no le hizo gracia y os peleasteis.
-Algo así.
-Pero... -se interrumpió al ver la cara de Pedro-. ¿Qué tal está Paula? ¿Y su hija? ¿Cómo se llama? ¿Emma?
-Emilia -contestó Pedro-. Están bien, gracias.
Santiago cambió de tema al comprender que a Pedro no le apetecía hablar de aquello.
-Ya tengo los bocetos para el Merlin's Mountain -dijo mostrándole unas hojas.
Pedro sintió un tremendo alivio. Hablar de trabajo era mucho mejor que hablar de Paula. Nunca le había resultado fácil hacerlo y, después de lo de la noche anterior, menos aún.
A media mañana, sonó el móvil y vio el número de Marcia en la pantalla. Estaba en una reunión, así que si no quería no tenía por qué contestar, pero se disculpó y se acercó al ventanal para hablar.
-Pedro -dijo Marcia mucho más amable que la noche anterior.
-Marcy -contestó él.
-Qué formal, cariño -dijo Marcia, dulce como la miel-. Me podrías haber llamado, ¿no? Después de lo de anoche, apenas he dormido.
Pedro estuvo a punto de decirle que él tampoco, pero no quería darle aquella satisfacción.
-He estado muy ocupado.
Marcia se quedó callada unos segundos.
-Espero que no estés esperando que te pida perdón. No fue culpa mía lo que pasó ayer. Lo que hiciste no tiene nombre. Me dejaste plantada.
Pedro suspiró exasperado. No estaba de humor para aguantar una escenita de su novia.
-Sabías que quería que hablaras con Frank para que me diera un programa -sollozó-. Yo no pude hablar de ello porque apenas los conozco. Al fin y al cabo, son tus amigos, no los míos —añadió. Al ver que Pedro no decía nada, continuó-: Y ella es una esnob. Cuando le conté en lo que había trabajado estos cinco años, me miró como si fuera una prostituta. ¡La muy...! De verdad, la gente como ella me pone enferma. ¿No saben en qué siglo vivimos? No sé cómo no le metí la cara en la mousse de salmón.
Pedro sonrió al imaginarse la escena. Virginia Alien era una lady y se imaginaba su horror al enterarse de que Marcia era modelo. Para ella, las modelos debían de ser como las cortesanas de otros tiempos.
-Eso me habría gustado verlo -dijo divertido haciendo reír a Marcia.
-¿Comemos juntos? Tenía una botella de champán en el frigorífico para ayer, pero podemos inventarnos algo para bebérnosla hoy. Es Louis Roederer, tu preferido. ¿Qué me dices?
Era tentador, pero Pedro tuvo que rechazar la invitación.
-No puedo. Tengo una comida de negocios y esta tarde me tengo que ir a Bruselas para una reunión con los distribuidores europeos. No creo que llegue antes de medianoche.
-¿Quieres que vaya contigo? Tengo el día libre.
-No me parece buena idea -contestó Pedro-. ¿Crees que podría trabajar contigo cerca? No, Marcia, creo que será mejor que guardes la botella para otro día.
-Eso será si no encuentro a otro con el que bebérmela.
Pedro suspiró cansado.
-Haz lo que quieras.
-¿Así que no nos vamos a ver hasta el sábado?
-Eso parece.
-Muy bien -dijo Marcia colgando.
Pedro se giró y volvió a la reunión.
-Perdón. Un asunto sin importancia -dijo al sentarse.
****
Paula estuvo tentada de decirle a su hija que no fuera al colegio aquella mañana. La niña no había dormido bien y, por lo tanto, ella tampoco.
Sin embargo, tenía muchas casas que visitar y muchos clientes que atender. No podía pedir otro día libre. Su jefe ya le había dado unos cuantos para cuidar a su madre.
Además, tenía la sensación de que Emilia estaría más distraída en el colegio. Quería que su hija olvidara cuanto antes el desagradable episodio de la noche anterior.
Solo era una niña. Pedro no debería haber pagado su frustración con ella.
Pero, ¿qué esperaba? Sabía que, tarde o temprano, alguien le diría a Emilia que Pedro no era su padre. Su madre, sin ir más lejos, había amenazado varias veces con hacerlo, pero Paula le había rogado que no lo hiciera hasta que la niña tuviera edad suficiente para entender lo ocurrido.
Y así habían vivido bastante bien hasta que lady Elena había enfermado. Entonces, los ingresos de Paula se habían visto bastante mermados por los gastos de su hospitalización y de sus medicamentos.
El médico le había advertido que su madre no podía esperar la lista de espera de los hospitales públicos, así que todo se había llevado a cabo en uno privado.
Paula había tenido que vender su coche y las pocas joyas que tenía, además de cortar los gastos al mínimo para poder pagar el crédito que había pedido hipotecando la casa.
Sabía que podría habérselo pedido a Pedro, pero no había querido precipitar una escena como la que había tenido lugar la noche anterior.
Hacía años que no se veían. Solo hablaban por teléfono de vez en cuando, así que Paula había creído que iba a tener tiempo de que su hija creciera para explicarle por qué su padre no vivía con ellas.
Claro que eso había sido antes de que Marcia Duncan apareciera. Era joven, guapa y quería un marido.
Su marido.
-¿Es verdad que no soy su hija? -preguntó Emilia de repente.
-No -contestó mirando a la niña-. Eres su hija -le aseguró-. Ya te lo dije anoche, eres su hija. Da igual lo que diga... papá. Eres su hija, nuestra hija y te quiero mucho.
-Pues él, no -se lamentó la niña-. ¿Por qué no nos cree?
-Porque... no me perdona una cosa que hice antes de que tú nacieras -confesó Paula.
-¿Qué hiciste?
-Eso ahora no importa -contestó dejando la taza del desayuno en el fregadero-. Cómete los cereales-. Nos vamos en diez minutos. Voy a llamar al hospital.
-¿Cuánto tiempo va a estar la abuela ingresada? -preguntó Emilia ignorando el desayuno.
-No lo sé -contestó Paula con un nudo en la garganta
Aunque no siempre se habían llevado bien, era la única familia que tenía además de Emilia. Si le pasara algo, no podría soportarlo.
-¿Se va a morir?
-¡Claro que no! -exclamó intentando ocultar el pánico que le daba solo pensarlo-. Si quieres, vamos esta tarde a verla. Ahora, comete los cereales.
No estaba lloviendo, así que fueron andando hasta el Lady Stafford School. Tras dejar a Emilia en el colegio, Paula se fue a trabajar algo preocupada porque la niña estaba muy triste, pero no había más remedio que seguir adelante.
Emilia escogió también aquel momento para aparecer en el salón. Debía de haber oído a su madre y había ido a recibirla.
-Papá y yo hemos estado jugando al ordenador -exclamó la niña sin que a Pedro le diera tiempo de tapar el auricular.
-¿Papá? -le espetó Marcia-. ¿Qué pasa, Pedro? Me habías dicho que no eras el padre de esa mocosa.
-Y no lo soy -contestó.
Paula ya estaba en el salón y lo miraba con Maldad.
-Hola -lo saludó con educación—. Muchas gracias por quedarte con Emilia.
Pedro se mordió la lengua.
-¿Está Paula? -preguntó Marcia-. Pedro...
-Te tengo que dejar -la interrumpió dándose cuenta de que se estaba metiendo en un buen lío-. Vete en taxi al hotel. Nos vemos allí.
-Pedro...
-Hazlo -le gritó arrepintiéndose al instante.
Marcia había colgado sin despedirse.
-Perdona si te he fastidiado alguna cena -se disculpó Paula-. Me he dado toda la prisa que he podido, pero mi madre no se encuentra bien.
-Lo siento.
Paula frunció el ceño ante su respuesta.
-Sí, bueno, no es problema tuyo -dijo sabiendo que lo había dicho por educación-. Espero que te hayas portado bien -añadió mirando a su hija.
-No soy una niña pequeña, mamá -protestó Emilia-. Papá y yo hemos estado jugando al ordenador. ¿Sabías que es el dueño de Dreambox?
-Sí -contestó Paula-. Es muy listo -añadió quitándose el abrigo y la bufanda-. ¿Me preparas un té, Emi? Nosotros tenemos que hablar.
-No me apetece...
-¡Emi!
-Sí, ya voy.
Una vez a solas, Pedro se fijó en lo delgada que estaba. Se le notaban los huesos de los hombros bajo la blusa color crema.
Aun así, estaba guapísima con el pelo negro recogido en un moño bajo. Tenía la piel tan blanca, que parecía una virgen, pero Pedro sabía que no lo era.
-¿Me estás ocultando algo? -le preguntó recordando los comentarios de Emilia.
Paula colgó el abrigo.
-No sé de qué me hablas -contestó sin mirarlo a los ojos-. Siento mucho haberte hecho esperar, pero mi madre me llamó y...
-Y no podías defraudarla -concluyó Pedro-. Dime algo que no sepa.
-No lo entiendes -dijo Paula-. Está muy mal desde que... bueno, desde hace unos meses.
-¿Desde que la operaron? Me lo ha dicho Emilia.
-Entiendo... Supongo que sabrás que poner un bypass a una persona de su edad no es fácil... ..
-Sí, ¿por qué no te sientas? Pareces cansada.
-Gracias.
Lo cierto era que Paula estaba cansada, más bien agotada, desde hacía meses. Desde que se había enterado de que su marido estaba saliendo con Marcia Duncan.
Pedro había tenido muchas relaciones en aquellos meses e Paula había sufrido por todas y cada una de ellas, pero aquello era diferente.
Llevaba mucho tiempo con ella y, para colmo, Marcia iba diciendo por ahí que se iban a casar.
¡Pero si Pedro seguía casado con ella!
Tomó aire, entró en el salón y se sentó en el sofá. Cuando Pedro se sentó enfrente, forzó una sonrisa educada.
Pero no era fácil.
«Nada fácil», pensó enfadada.
No era fácil tener sentado enfrente al hombre por el que un día había estado dispuesta a dar la vida y le molestaba sobremanera que él fuera capaz de comportarse como si nunca hubieran sido más que unos desconocidos.
Pedro parecía muy relajado y aquello la molestaba:
Iba vestido de manera informal, cosa que siempre había molestado a su madre, con una camiseta de algodón negra que marcaba sus hombros y sus abdominales, pantalones de sport y botas. ; «No es guapo», se dijo aun sabiendo que su piel oscura, pelo rubio y ojos verdes, herencia de sus ancestros irlandeses, poseían un gran atractivo.
-¿Has tenido que esperar mucho? -le preguntó.
-¿Tú qué crees? Habíamos quedado a las cinco, ¿no?
Paula suspiró.
-Esto parece una reunión de trabajo -apuntó ella secándose el sudor de las palmas de las manos en la falda.
-Supongo que sabrás a lo que he venido -dijo Pedro a modo de respuesta.
-No -mintió Paula decidida a no ponérselo fácil-. ¿No será porque finalmente estás dispuesto a reconocer que tienes una hija?
-¡No! -contestó Pedro-. Ya hablamos de eso hace tiempo y no pienso dejar que me vuelvas con lo mismo. He venido porque ya va siendo hora de que pongamos fin a...
-Mamá, ¿qué hacemos de cena?
Paula no sabía si su hija los había interrumpido adrede o por casualidad, pero lo cierto era que había conseguido sacar a Pedro de quicio.
-¿El té ya está? -le preguntó oyendo maldecir a su marido-. Ya decidiremos lo que cenamos luego.
-¿Papá se va a quedar a-cenar?
-Lo dudo -sonrió Paula-. Prepara el té, cariño. Cuando lo hayas hecho, llena la bañera.
-¿Tengo que hacerlo?
-Haz lo que te dice tu madre -intervino Pedro.
-No me digas lo que tengo que hacer, mujeriego -le espetó la niña furiosa.
Paula se quedó tan de piedra como Pedro.
-¿Cómo te atreves a llamarme algo así? -contestó Pedro encolerizado-. Te lo habrá dicho tu abuela, claro.
-No, lo. he oído en el colegio -contestó Emilia-. Eso es lo que dicen las mayores de ti, que tienes muchas novias y que no te preocupas en absoluto de mamá ni de mí.
Paula no sabía qué hacer.
-Le debes una disculpa a tu padre -dijo por fin.
-Me importa muy poco lo que la gente diga de mí -apuntó Pedro.
Por su tono, Paula se dio cuenta de que no era del todo cierto.
-Tu madre sabe que jamás permitiría que mi comportamiento os hiciera daño.
-Pues nos lo hace -sollozó Emilia-. ¿Por qué no podemos ser una familia normal? ¿Por qué no vives con nosotras como los demás padres?
-Emilia...
Paula quería parar aquello como fuera, pero Pedro se le adelantó.
-Porque no soy tu padre -le espetó.
Paula vio cómo la niña palidecía y las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
-Claro que lo eres -protestó-. Mamá me ha dicho que eres mi padre y mamá no miente.
-Yo, tampoco -dijo Pedro levantándose-. Por Dios, Emilia...
-No quiero oírte -dijo Emilia tapándose los oídos-. Soy tu hija y lo sabes.
Paula se levantó y abrazó a su hija.
-Mamá, díselo. Dile que es mi padre. Tiene que creerte. Sobre todo, hoy.
-¿Por qué sobre todo hoy?
-Porque cuando estábamos jugando al ordenador has dicho que era igual que tú, que jugaba para ganar -contestó la niña llorando.
Cuarenta minutos después, Paula volvió al salón y se encontró a Pedro paseándose arriba y abajo como un león enjaulado.
A juzgar por su cara, había estado luchando contra sus propios demonios.
-¿Cómo está? -preguntó al verla entrar.
-¿Tú qué crees?... La he metido en la cama porque estaba agotada. Me sorprende que no te hayas ido.
-¿Cómo me iba a ir?
-Ah, claro, no habíamos terminado nuestra conversación, ¿verdad?
-No me he quedado por eso -protestó Pedro.
-¿Ah, no? -dijo Paula cansada-. No me puedo creer que sean las ocho y media -añadió mirando el reloj.
-Y no te has tomado ni la taza de té -remarcó Pedro-. ¿Quieres que prepare algo para los dos?
-Ya voy yo -contestó Paula, decidida a no dejar que Pedro se creyera en el deber de cuidar de ella-. Supongo que querrás beber algo. Solo hay jerez.
-¿No hay cerveza?
-No me gusta la cerveza -contestó Paula-y, además, no podemos permi...
Pedro la miró con recelo, pero no dijo nada.
-¿Y un refresco? ¿No hay algo por ahí de Emilia?
-Coca-Cola light.
Pedro la siguió a la cocina mientras Paula pensaba en lo guapo que estaba y en lo injusto que era que aquel hombre siguiera teniendo aquel efecto en ella.
Era peligroso pensar en ello, así que le sirvió el refresco y se quedó mirando cómo se lo bebía directamente de la lata.
Se fijó en que estaba más moreno que de costumbre y recordó que había leído en alguna revista que la ex modelo Marcia Duncan había sido vista de vacaciones en las Seychelles con su novio, el millonario Pedro Alfonso.
No lo habría visto si no hubiera sido porque su madre se lo había guardado. A veces, se preguntaba si lo hacía por su bien o para dejar claro que había tenido razón oponiéndose desde el principio a su relación.
-Gracias.
Pedro había terminado la lata y la estaba tirando a la basura.
-¿Quieres otra? -le preguntó Paula intentando concentrarse en la conversación.
-No, gracias -contestó Pedro observando mientras ella se servía un té con leche-. Creo que debería pedirte perdón.
Paula intentó que no se le notara la sorpresa que aquellas palabras habían producido en ella.
-Si lo dices de verdad... -contestó yendo al salón y sentándose.
-Lo digo de verdad, pero maldita sea, Pau, creí que lo sabía -dijo Pedro sentándose a su lado.
-¿Que sabía qué? -preguntó Paula sabiendo muy bien a qué se refería su marido.
-Que no soy su padre -contestó Pedro irritado.
-Sí lo eres -repitió Paula por enésima vez en su vida-. Lo que pasa es que no quieres creerlo.
-Exacto -contestó enfadado-. Por Dios,Paula, ¿cuánto tiempo más vas a seguir con esa... esa invención?
Paula dejó la taza sobre la mesa.
-Todo el que sea necesario -contestó sorprendida de su propio autocontrol-. ¿Para qué querías verme?
Pedro la miró fijamente.
-¿Te parece justo para Emilia darle falsas esperanzas? -le preguntó a su vez.
Paula suspiró.
-¿Lo dices porque te niegas a reconocer que eres su padre?
-¡No lo soy!
-Sí lo eres.
-¿Cómo puedes decir eso si estabas liada con Pablo Mallory?
-No estaba liada con él -protestó Paula con voz temblorosa.
-Pero si te acostaste con él.
-Solo estaba en la cama con él y no voluntariamente.
-Ya claro. ¿Me estás diciendo que te iba a violar?
-Estaba borracha y no me acuerdo de nada.
Pedro maldijo y se levantó para pasearse por el salón.
-Era amigo mío -dijo entre dientes.
-Ya lo sé. Ese es el problema, ¿verdad? No te podías creer que tu amigo hubiera hecho algo tan despreciable. Por eso, decidiste que Emilia era hija suya y no tuya.
-No quiero hablar de ello.
-No me extraña.
-¡Por Dios, Pau, por una vez di la verdad! -exclamó Pedro poniéndose frente a ella-. Llevábamos casados tres años y no te habías quedado embarazada. ¿Pretendes que me crea que, de repente, te quedaste?
-Pero si tomábamos precauciones para no tener hijos -le recordó Paula.
-Pero a veces hay accidentes, ¿no me dijiste eso?
-Por supuesto. ¿Cuál es tu conclusión? ¿Me estás diciendo que Pablo era tan macho que una noche le bastó para dejarme embarazada?
-¿Quién me dice que solo fue una noche? Solo tengo tu palabra.
Paula se levantó enfadada. Claro que tenía solo su palabra.
Pablo no iba a admitir jamás lo que había hecho.
-En cualquier caso, tu embarazo no hizo sino añadir sal a la herida -dijo Pedro con amargura-. ¿Cómo pudiste hacerlo, Pau? ¿Cómo pudiste liarte con mi mejor amigo? Pablo y yo éramos amigos desde la universidad.
Paula clavó las uñas en el respaldo de una silla y luchó para controlarse.
-Pablo jamás fue tu amigo, Pedro -le aclaró-. Estaba celoso de lo nuestro y habría hecho lo que fuera para separarnos.
-Eso no es cierto y lo sabes -protestó Pedro-.No sé por qué te empeñas en repetir siempre las mismas mentiras.
-No son mentiras y lo repito porque supongo que tengo la esperanza de que algún día te des cuenta de que te digo la verdad, de que te plantees por lo menos que Emilia podría ser tu hija.
-No lo es. No se parece nada a mí.
-No se parece a Pablo tampoco -contestó Paula desesperada-. Por Dios, Pedro, ¿te he mentido alguna vez?
-Sí, cuando me dijiste que no te habías acostado con él. Estuviste a punto de convencerme.
-Porque es verdad.
-¿Te atreves a negarme que estabais en la cama cuando os encontré?
-No, pero era él el que estaba intentando acostarse conmigo.
-¿Por qué te empeñas en seguir diciendo que nunca te acostaste con él?
-Porque no creo, no lo recuerdo... En todo caso, tenía miedo.
-¿De mí?
-De lo que pasaría si creyeras que te había sido infiel -contestó con tristeza-. Sabía cómo ibas a reaccionar.
-Y no te equivocaste -le aseguró Pedro-. Incluso me dijiste que él no te gustaba.
-Porque no me gustaba.
Paula sabía que estaba librando una batalla perdida. Así llevaban once años y no había nada que hacer.
-Es tarde -dijo él de repente-. Pareces agotada, así que será mejor que me vaya.
-Pero no hemos hablado.
-No, pero ya volveré otro día -contestó Pedro-. Cuando tenga más tiempo y tú no estés tan cansada.
-Se me había olvidado lo halagador que puedes ser.
-Tú no necesitas mis halagos -dijo Pedro poniéndose la cazadora—. Eres guapa y lo sabes. Siempre lo has sabido, como yo sabía que no tardarías en buscarte a alguien que te alegrara la vida una vez casada.