sábado, 14 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 33




Ahora que Paula era suya, que podía besarla y tenerla entre sus brazos, resultaba mucho más satisfactorio de lo que Pedro pudo haber imaginado. La tenía apretada contra su cuerpo y sentía el calor de su temperatura. El traje no ayudaba. Tenía la boca muy dulce, y deslizaba la lengua de un modo deliciosamente delicado. Pedro se iba volviendo más loco a cada segundo que pasaba. Paula estaba al menos parcialmente desnuda bajo el albornoz, había visto el glorioso montículo de sus senos cuando apareció por la puerta.


Le tiró del cinturón y dejó al descubierto el regalo más maravilloso que había tenido jamás. Le bajó la prenda por los hombros hasta que cayó al suelo. No llevaba braguitas. 


Perfecto.


Paula se rio, sus labios vibraron contra los suyos. Era increíblemente sexy.


Pedro, cariño, no hay tiempo. Se supone que tenemos que estar en la fiesta a las seis y media.


Los brazos de Paula no estaban solo metidos dentro de su chaqueta, había deslizado una mano por la cinturilla de sus calzoncillos. Aquello le hizo estar más decidido a poseerla en
cuerpo y alma.


–Es imposible que me digas que te casarás conmigo y que yo no te haga perder el sentido del tiempo y el espacio –le besó el cuello y aspiró su embriagadora fragancia.


–El pelo. El maquillaje.


–He visto el cabecero de tu cama. Es perfecto.


Ella se rio, pero la expresión de su rostro y el sonrojo de sus mejillas decían que le deseaba tanto como él a ella.


–Todavía debo pensar qué me voy a poner. Y tenemos veinte minutos. Como máximo.


–Funciono mejor bajo presión.


Paula bajó la mano y le tocó la parte delantera de los pantalones. Se mordió el labio.


–Ya lo veo.


Pedro le gimió al oído y le mordisqueó el lóbulo.


–O lo hacemos en el pasillo o me llevas al dormitorio.


Ella le tomó la mano y le guio por el pasillo. Le encantaba verla así, con sus femeninas curvas en movimiento apresurado. Y mejor todavía, mirar su hermoso trasero mientras retiraba la colcha. Paula se dio la vuelta. 


Sus senos desnudos le rozaron el pecho.


–Los pantalones. Todavía llevas puestos los pantalones –Paula le desabrochó el cinturón y los pantalones–. Ten cuidado. No hay tiempo para planchar.


Pedro sacó el preservativo que llevaba en el bolsillo, se lo dio a ella y se quitó los calzoncillos.


–¿Siempre llevas un preservativo en el bolsillo?


–He traído un anillo también, Suero de Leche.


Pedro contuvo el aliento cuando le sostuvo con sus delicados dedos y le puso el preservativo. La besó, saboreando su dulzura, y la tumbó sobre la cama. Se tumbó a su lado y le presionó los labios contra la clavícula antes de lamerle un pezón. Le abrió las piernas y movió los dedos en círculo en el centro de su cuerpo. Paula gimió de placer. 


Pedro bajó más la mano y la encontró más preparada de lo que esperaba.


–Hazme el amor, Pedro –murmuró ella–. Necesito sentirte.


No era solo la apretada agenda lo que le llevó a obedecer. El deseo que exudaba su voz alimentaba el flujo de sangre entre sus piernas.


Se acomodó entre sus muslos y la miró a los ojos mientras entraba en ella.


Estaba increíblemente caliente, su cuerpo respondió al suyo con sutiles escalofríos. Pedro forcejeó contra la oleada de placer que se apoderó de él.


Paula le rodeó con las piernas. Él quería tomarse su tiempo, pero no tenían mucho y ya había percibido que ella necesitaba más. Paula arqueó la espalda y alzó las caderas para recibirle. Ella ladeó la cabeza y cerró los ojos. 


Pedro la besó en el cuello y la penetró más profundamente. 


Sabía que su orgasmo estaba a punto de llegar.


Paula le clavó los dedos en la espalda y su respiración se volvió más agitada.


Tenía todo el cuerpo tirante como una goma estirada al límite. Los músculos internos le urgían a ir más deprisa. En cuanto ella se dejó ir, Pedro la siguió.


Sucumbió a las oleadas de placer que se apoderaron de él una y otra vez hasta que se fueron desvaneciendo poco a poco. Se tumbó al lado de Paula jadeando.


–Ha sido increíble, pero estoy deseando que acabe la gala y podamos tener toda la noche –afirmó.


–Y no olvides que mañana es domingo. No tenemos que vestirnos en todo el día si no queremos.


Pedro le pasó la mano por la nuca y la besó en la coronilla.


–Me encanta cómo funciona tu cerebro.


–A mí me encantas tú –Paula se apoyó en el codo y miró el reloj–. Odio tener que decir esto, pero tenemos que ponernos en marcha. El coche que viene a recogerme estará aquí en quince minutos –le dio un breve beso en los labios, se levantó de la cama y empezó a rebuscar en la ropa que había dejado sobre la silla.


Pedro agarró los calzoncillos del suelo, pensando en lo que había dicho.


El coche. Su limusina y su chófer todavía estaban abajo esperando.


Dejando a un lado las cuestiones prácticas, ir a la fiesta separados resultaba ridículo.


–No tienes sentido que vayas en otro coche.


Paula se puso un traje de seda negra mientras él se metía los pantalones y la camisa.


–Sí lo tiene. Los dos estaremos sin pareja esta noche, y cuando estés listo se lo contarás a tus padres –le dio la espalda–. ¿Puedes ayudarme con esto?


Pedro le subió la cremallera.


–Ni hablar. Vamos a ir a la fiesta juntos. Como pareja.


Paula se dio la vuelta y le miró con expresión aterrorizada.


–No, Pedro. Es una locura. Todo el mundo espera que esta noche te bajes de la limusina con Julia. Ya es bastante malo que ella no vaya a estar allí. Pero será diez veces más escandaloso si yo voy de tu brazo.


–No me importa –Pedro se abrochó la camisa–. No quiero esperar más. No lo haré. Te amo y tú me amas, y si al resto del mundo no les parece bien, peor para ellos.


Paula se puso unos zapatos negros de tacón. Le encantaban sus piernas.


Estaba deseando que llegara la noche para volver a sentirlas entrelazadas en su cuerpo.


–Es muy fácil para ti tener esa actitud caballeresca –afirmó ella poniéndose los pendientes–. Tu cabeza no va a ser la
primera que tu padre arranque. Será la mía.


–No voy a permitirle que haga nada semejante. Esto es cosa mía. Tú cumpliste tu parte del trato.


–Es muy amable por tu parte, pero tú no firmaste un contrato. Lo hice yo – Paula corrió al espejo que había sobre la cómoda y se atusó el peinado.


Luego empezó a sacar cosas de un bolsito negro.


Pedro se le acercó por detrás y la tomó de los hombros, estableciendo contacto visual con ella a través del espejo. 


Aquella era la primera vez que se miraban juntos como una pareja. Y él no necesitaba ver nada más.


–Ya basta de fingir y de preocuparse de lo que piensan los demás. Esta noche termina todo.




viernes, 13 de mayo de 2016

CENICIENTA: CAPITULO 32




Paula decidió que no tendría ninguna cita cuando salió de casa de Pedro. Por muy difícil que fuera a ser verle con Julia en la gala, llevar a Owen como chaleco salvavidas no le parecía bien. Así que se pasó por su apartamento, se disculpó profusamente y lo reconoció todo.


Dormía mal por las noches, la perseguían imágenes de Pedro del modo en que la había mirado cuando se probó
el traje, el tono algo posesivo que había utilizado, como si estuviera celoso.


Otros recuerdos entraban y salían de su mente: la casa de la montaña, el baile en Flaherty’s, la noche en la que por fin se había permitido el placer de disfrutar del hombre más sexy que había conocido en su vida.


Todavía podía sentir sus dulces labios en los suyos, recordar su cálido aroma, conjurar la sensación de seguridad que
experimentaba cuando la rodeaba con sus brazos. Saber que había dejado a Pedro atrás le provocaba un gran vacío,
un vacío ante el que la marcha de Josh parecía solo un rasguño.


Por la mañana, con falta de sueño y sintiéndose fatal, sabía que tenía que mantenerse ocupada en el día de la gala para no seguir dándole vueltas a lo que ya tenía claro: iba a echar muchísimo de menos a Pedro. Se probó veinte vestidos distintos, se puso una mascarilla, se dio un baño, se pintó las uñas de rojo rubí y pasó largo rato ocupándose del pelo y el maquillaje. Al menos tendría buen aspecto cuando dijera adiós.


Cuando había reducido la elección a dos vestidos, le entró un mensaje en el móvil. 


Lo agarró y lo miró. 


Gran error.


Sentía como si le faltara el aliento al mirar la foto del periódico en la que se veía a Julia saliendo del apartamento de Pedro a primera hora de la mañana. Así que eso era lo que tenía que hacer Pedro la noche anterior. Julia iba de camino a su casa.


Paula se dejó caer en la cama, todavía en albornoz. Se quedó mirando la foto y trató de entender el sentimiento que se estaba formando en su interior. La lógica le decía que debería estar triste, que aquello era otra señal del universo que indicaba que Pedro y ella no estaban hechos el uno para el otro. Pero no había melancolía. Ni siquiera estaba resentida.


Estaba enfadada, pero no con Pedrosino consigo misma. El hombre más increíble que había conocido, el único hombre con el que quería estar, estaba a punto de marcharse y ella se lo iba a permitir.


Pedro no quería estar con Julia y ella lo sabía. Aunque no se lo hubiera dicho, su corazón lo sabía.


En los momentos en que Paula había conseguido superar los obstáculos entre Pedro y ella, la química era más real de lo que nunca creyó posible. El resto del tiempo no había podido negar la atracción que sentía hacia él. Solo fingía que no estaba allí.


No podía seguir fingiendo. No podía dejarle ir. Eso implicaría rendirse a las circunstancias, y ella no era así. Era una luchadora. Sobrevivió a la marcha de Josh, aunque nunca luchó por él. No se lo merecía. Pero Pedro no era Josh.



Pedro era cariñoso y detallista.


Valoraba la fuerza de voluntad de Paula, quería verla triunfar. 


Y más que eso, podía prenderle fuego con una sola mirada, ningún otro hombre tenía aquel efecto en ella.


Valía la pena luchar por Pedro.


Lucharía por el hombre al que no podía dejar ir. Había llegado el momento de volver a escuchar a su corazón.


Le escribió un mensaje a Pedro:
«¿Podemos hablar antes de la fiesta? En persona. A solas».


El pulso le latía con fuerza. Todo lo que quería decir estaba en su interior.


Solo tenía que dejarlo salir. Pero, ¿sería demasiado tarde?


En cuanto mandó el mensaje le sonó el teléfono. Era Pedro.


–Vaya, qué rapidez –murmuró para sus adentros–. Hola, acabo de mandarte un mensaje.


–Acabo de verlo –contestó él–. Tiene gracia.


A ella le latió con fuerza el corazón.


–¿Gracia?


–El momento. Estoy en la puerta de tu edificio. ¿Puedes abrirme? El telefonillo no funciona.


¿En la puerta de su edificio? ¿Por qué? 


Paula sintió una oleada de pánico. Tenía el apartamento hecho un desastre y parecía que hubiera pasado un tornado por su habitación. Había vestidos y zapatos por todas partes.


–Ni siquiera me he vestido.


–No importa. Necesito hablar contigo.


Sin tiempo para arreglarse o vestirse, y mucho menos para pensar, Paula salió del dormitorio, pulsó el telefonillo, quitó la cadena y abrió la puerta.


Salió al pasillo y vio cómo Pedro subía por las escaleras. La dejó sin aliento. Era la tentación andante, con un traje impecable y la barba incipiente.


–¿Ocurre algo?


–Se puede decir que sí. Siento no haber llamado antes, pero me preocupaba que no me dejaras venir – Pedro estaba unos cuantos centímetros alejado–. Me encanta el vestido. No es lo que me imaginaba, pero se agradece el escote.


Paula se miró. Tenía el albornoz abierto un poco por delante. 


Se le subió la sangre a la cara y le invitó a entrar.


–¿Qué pasa? ¿Hay algún problema con lo de esta noche?


–Yo podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué querías hablar conmigo antes de la fiesta?


Ahora que estaba frente a él y su magnetismo le resultaba difícil empezar.


Pero sabía que tenía que hacerlo.


–Vi la foto en el periódico. No me importa que Julia pasara la noche en tu apartamento. No creo que quieras estar con ella.


Pedro asintió lentamente. La estaba matando con su silencio.


–Me alegro de que por fin me creas – dijo finalmente–. He venido a decirte que Julia no vendrá a la gala de esta
noche.


Un momento. ¿Estaban hablando de trabajo?


–¿Qué?


–No te asustes. Sé que has trabajado muy duro para esta fiesta, pero no puedo seguir fingiendo. Esa es la razón de las fotos en las que sale fuera de mi apartamento. Su agente de prensa está orquestando la ruptura a petición mía.
Tengo que poner fin a esto ahora. No solo por mi bien, sino por el tuyo también.


¿Le estaba diciendo simplemente que estaba harto de aquella farsa? ¿O había algo más?


–Yo he cancelado la cita con el médico. No me parecía bien llevarlo a la gala.


–¿Y eso por qué?


Paula contuvo el aliento. Pedro merecía saber cómo se sentía, la kilométrica lista de razones por las que le necesitaba.


–Porque estoy enamorada de ti. Y no quiero estar con ningún otro hombre ni aunque sea por un minuto. No quiero
verte marchar esta noche.


Paula salvó la distancia física que los separaba con unos cuantos pasos.


Sentir el ritmo de su respiración la calmaba, aunque no estaba segura de qué pensaba Pedro de lo que estaba diciendo. Tenía una expresión asombrada.


–Tú eres mi único pensamiento antes de acostarme. Eres en lo primero en lo que pienso cuando me despierto. Cuando me pasa algo durante el día, siento la necesidad de llamarte para contártelo. La única razón por la que no lo hago es por mi trabajo. Pero necesito algo más que mi carrera. Te necesito a ti.


Paula vio la primera señal de que tal vez estuviera en su mismo barco.


Pedro sonrió.


–¿De verdad?


–Sí. Y tú tenías razón. Dejé que lo que me ocurrió con mi ex me convirtiera en alguien que no se permite sentir. Ya no quiero ser esa persona. Me hace sentir desgraciada.


–Odio la idea de que no seas feliz – Pedro le tomó la mano y se la acarició con el pulgar–. Tenía que hablar contigo antes de la fiesta porque no quería que desaparecieras esta noche como Cenicienta. Tenía que ver tu cara cuando por fin te dijera que te amo. Pero te me has adelantado.


A Paula le dio un vuelco al corazón y se le aceleró el pulso.


–Lo siento. Es que te he hecho daño tantas veces que pensé que merecías la verdad.


Pedro le tomó la otra mano.


–Te amo y quiero estar contigo, pero necesito saber que estás aquí a largo plazo. No podría soportar que te entrara miedo y volvieras a salir corriendo.


Una lágrima le cayó por la mejilla a Paula. El hombre que siempre había tenido un enjambre de mujeres alrededor quería saber si ella era capaz de comprometerse.


–Solo salí huyendo porque me daba miedo lo mucho que iba a sufrir si no salía bien. Pero ya no tengo miedo


–Hablo en serio, Paula. A largo plazo –Pedro metió la mano en el bolsillo y sacó una cajita azul oscuro–. Quiero que seas mi esposa. Quiero pasar mi vida contigo.


Paula se llevó la mano a la boca.


Cuando abrió la cajita contuvo el aliento al ver un impresionante anillo de compromiso de platino de esmeralda y diamante. Casi le daba miedo tocarlo, temía que desapareciera. Solo se había atrevido a fantasear con vivir un momento así con Pedro. Nunca soñó con que pudiera llegar a hacerse realidad.


–Es precioso.


–¿Quieres probártelo?


Ella asintió vigorosamente.


Sacó el anillo de la cajita y se lo puso en el dedo. El diamante brilló como una constelación entera.


–Oh, Dios mío, Pedro. Me encanta.


–Pero no has contestado a mi pregunta. ¿Quieres casarte conmigo?


¿De verdad estaba ocurriendo todo aquello? Su futuro había dado un giro radical en cuestión de minutos.


–No quiero dejarte ir nunca. Nada deseo más que convertirme en tu esposa.


Pedro la atrajo hacia sí con gesto posesivo. Le tomó la cara entre las manos y le acarició la mandíbula con el pulgar, provocándole escalofríos por todo el cuerpo. Entonces la besó dulcemente. Paula le pasó las manos por el interior de la chaqueta, anhelando su calor y su contacto. Cada segundo que pasaba entre sus brazos iba dejando atrás la tristeza del año anterior. 


Pedro era suyo.