jueves, 29 de octubre de 2015

MI FANTASIA: CAPITULO 12





A Paula le extrañó encontrar la mesa preparada en el comedor formal, y no en el de la cocina, pero la sorpresa fue mayúscula al ver a Pedro sentado en un extremo de la mesa rectangular, con una inmaculada camisa blanca. La primera vez que se presentaba a cenar.


Cuando Paula observó que sólo había dos cubiertos, preguntó:
-¿No cena Eloisa con nosotros?


-Ya ha cenado -le informó él-. Se está preparando para salir de viaje.


Una sorpresa más entre varias, que a Paula no le hizo demasiada gracia.


-¿Dónde va?


-¿Por qué no se lo preguntas tú misma?


Paula encontró a Eloisa en la cocina metiendo unos recipientes de plástico en la nevera.


-No sabía que se iba -dijo Paula.


-Voy a Shreveport a ver a mi hermano y a mis sobrinos. Sólo estaré fuera una semana o dos.


¿Una semana o dos? Paula hizo un esfuerzo para no retorcer las manos a causa de un nerviosismo que no podía controlar.


-He dejado comidas preparadas en la nevera. Sólo tiene que calentarlas. Y asegúrese de que come -añadió, refiriéndose a Pedro-. Ha adelgazado mucho. Está muy flaco.


Era cierto que Pedro estaba delgado, pero nadie podía acusarle de flaco. Paula lo había visto desnudo y sabía que tenía un cuerpo perfecto.


-Lo intentaré, pero no creo que me haga mucho caso.


-Sólo le pido que lo intente -dijo Eloisa, dándole una palmadita en la muñeca-. Acompáñeme a la puerta, por favor.


Cruzaron el comedor, donde Pedro seguía sentado, y después salieron al vestíbulo. En la puerta principal, Eloisa se volvió a mirar a Paula con preocupación.


-Recuerde lo que le dije. Manténgase firme con Pedro y no se deje manipular por él.


-No se preocupe por eso, nunca hago nada que no quiero.


Al menos era la decisión que había tomado para su nueva vida.


-Y no debe preocuparse. Pedro nunca le haría daño.


-Eso es tranquilizador.


Eloisa desvió la mirada.


-¿Qué es lo que no me está contando, Eloisa?


-Pedro es un hombre muy persuasivo, pero nadie conoce al verdadero hombre que hay detrás de esa fachada de hierro. Proteja su corazón.


-Créame, Eloisa -dijo Paula con una carcajada que no tenía nada de divertida-, enamorarme es lo último que deseo. Digamos que en ese terreno estoy curada de espanto.


-Enamorarse no es siempre negativo -le aseguró la mujer, y la estudió pensativa durante un momento antes de continuar-: Pero ahora que lo pienso, usted podría ser.


-¿Podría ser qué?


-La mujer que le salve de su aislamiento y su soledad. La mujer que le salve de sí mismo.


Tras un breve abrazo, Eloisa salió por la puerta dejando a Paula con unas afirmaciones que necesitaba analizar.


Desde el principio Paula reconoció que ella sólo sería para Pedro una conquista más, pero al pensarlo mejor se dijo que ella también podía conquistarlo a él. Aquélla era su
oportunidad de vivir la aventura de su vida, la ocasión de explorar todas las posibilidades que la pasión y el sexo ofrecían con él, empezando desde esa misma noche. Quería saberlo de primera mano. Quería saber cómo era tener a un hombre totalmente entregado a satisfacer todos sus deseos y necesidades, como sabía que Pedro haría.


Con energías renovadas volvió al comedor y se sentó frente a Pedro, que todavía no había empezado a cenar.


-¿Has tenido una agradable conversación de despedida con Eloisa? -preguntó burlón él.


-No ha sido una conversación exactamente -dijo Paula-. Le he dicho que lo pase bien y ella me ha dicho que te obligue a comer -desdobló la servilleta y se la puso en el regazo-
. Así que come, no quiero que me despida si vuelve y te ve en los huesos.


-No estaré en los huesos. De hecho, en los últimos días he notado un notable aumento de mis apetitos.


Paula se concentró en comer, sin querer pensar demasiado en que los suyos también habían aumentado considerablemente. Y no precisamente de comida.


Cuando terminaron de comer, Pedro se levantó y recogió los dos platos, el suyo vacío, el de Paula apenas sin tocar.


-Vuelvo ahora mismo. No te muevas.


Poco después regresó con una botella abierta de vino tinto. Se acercó a ella, sirvió las copas que traía y le dejó una delante.


-No suelo beber, pero supongo que una copa me sentará bien -dijo ella.


O dos o tres, pensó nerviosa, aunque no necesitaba emborracharse para disfrutar de las atenciones de Pedro. Él era bastante embriagador.


Para su sorpresa, Pedro volvió a sentarse en el extremo opuesto de la mesa y bebió un largo trago de vino antes de preguntar:
-¿Cómo eras de niña?


Paula no lo esperaba en absoluto.


-Supongo que era una niña seria. Buena estudiante, bastante introvertida.


Y diferente, algo de lo que se dio cuenta siendo muy joven, gracias al «don».


-Interesante. Te imaginaba más bien como una joven alocada.


-No -rió Paula, pensando que ella nunca había salido del cascarón-. Ésa era mi hermana. Un auténtico demonio y un continuo quebradero de cabeza para mis padres. A ella había que mantenerla a raya -recordó.


El comentario pareció despertar el interés de Pedro.


-¿Te llevas bien con ella?


-Como uña y carne. Está en Georgia, a punto de dar a luz a su primer hijo. ¿Y tú, tienes hermanos?


Pedro apuró la copa de vino y la dejó sobre la mesa con más fuerza de la necesaria.


-No.


A juzgar por la expresión de su cara, Paula pensó que le resultaba un tema doloroso y cambió de conversación.


-¿Cómo eras de niño?


-Un torbellino -dijo él con una traviesa sonrisa.


-¿Por qué será que no me sorprende?


Pedro trazó el borde de la copa con el dedo.


-No fui un gran estudiante, aunque conseguí sacar el Master en Administración de Empresas de la Universidad de Notre Dame.


-Yo me licencié en la Universidad de Georgia, pero no continué con los estudios de posgrado, aunque quería. Cometí el error de casarme -dijo con gesto de resignación al
recordarlo.


-Con Ricardo el imbécil.


-Sí, con Ricardo el imbécil -repitió ella, haciendo girar la copa y mirando el remolino que formaba el líquido burdeos en su interior.


Oyó el ruido de una silla al arrastrarse por el suelo y después los pasos sobre él. A su lado, Pedro la apartó de la mesa y la volvió en la silla hacia él. Después colocó otra silla delante de ella y se sentó.


-Me gusta la ropa que llevas -dijo, apoyando las manos en los muslos femeninos.


-Gracias.


Paula había elegido la blusa de seda roja sin mangas y la falda negra a medio muslo para él.


El subió los dedos por la piel desnuda hasta el dobladillo.


-¿Has pensado en lo que te he propuesto antes?


-No he pensado en otra cosa -reconoció ella, incapaz de fingir lo contrario.


-Necesito pensarlo un poco más -dijo ella, incapaz de pensar con las manos masculinas en su piel-. Lo haré mientras recojo la cocina.


-La cocina puede esperar.


-Necesito hacer algo mientras pienso.


Él esbozó una sonrisa como si tuviera una sugerencia más interesante sobre en qué podía ocuparse mientras lo pensaba.


-Deja las puertas de la terraza de tu dormitorio abiertas. Yo iré a tu habitación -dijo él.


Le rozó los labios con los suyos y se incorporó.


-En ese caso, te veo luego, supongo -dijo ella, aceptando sin titubear.


Era evidente que no necesitaba pensarlo mucho.


-No te desvistas. Quédate con esa ropa.


-¿Algo más?


-De momento no.


Veinte minutos después, Paula entraba en el dormitorio en penumbra, buscaba a tientas la lámpara de la cómoda y la encendía. Se quitó las sandalias, y descalza fue a abrir las
puertas de la terraza, a sabiendas de que lo que iba a hacer era arriesgado, pero un riesgo que quería correr.


Abrió las ventanas de par en par, dejando que entrara la brisa caliente y húmeda de la noche. Sin saber qué hacer, apagó la luz, y se sentó en el sillón orejero a esperar.


Y esperó.


Y cuando creyó que Pedro había decidido cambiar de opinión, éste apareció en las puertas abiertas y entró en la habitación como un ser etéreo.


Sorprendiéndola, fue hasta la cómoda y encendió la misma lámpara que ella había apagado poco antes. No siempre prefería la oscuridad. Todavía llevaba los pantalones, pero se había quitado la camisa, y Paula lo vio acariciar con la mano el medallón de oro que colgaba de su cuello. Después se pasó lentamente la palma por el pecho y el vientre. Por un momento, Paula pensó que iba a quitarse los pantalones, pero en lugar de eso fue hacia ella.


-Creía que no vendrías -dijo ella, tratando de mantener una actitud relajada a pesar de los acelerados latidos de su corazón.


Pedro apoyó ambas manos en los brazos del sillón y se inclinó hacia ella.


-Siempre cumplo mis promesas -dijo, y sujetándola de una mano la hizo levantarse y la pegó a él.


Paula apoyó las palmas en su pecho, con intención de explorar, pero él le sujetó las muñecas y dejó los brazos colgando a los costados.


-Yo lo haré todo -dijo él, en tono profundamente grave.


-¿Significa que me quieres sumisa?


-Sí.


Nada nuevo en eso. Era la misma actitud que había tenido con Ricardo, aunque en su caso no le había interesado lo bastante como para participar activamente.


-Normalmente prefiero lo no convencional, pero me temo que esta noche tendré que hacer algunas concesiones.


Ella sentía una gran curiosidad, junto con cierto nerviosismo, ante las posibilidades.


-¿Qué consideras no convencional?


-Cualquier lugar menos la cama -dijo él-. Pero cuando haya empezado, quizá no tengas fuerzas para mantenerte de pie.


No hacía falta esperar tanto, pensó ella. Ya casi se le doblaban las rodillas sólo de imaginar lo que se avecinaba.


Pedro le volvió las palmas de la mano hacia arriba y besó cada muñeca sin dejar de mirarla a los ojos.


-Tranquilízate -dijo él, como si adivinara su preocupación-. De ti depende decirme que pare o siga -se llevó la mano femenina a la mandíbula y se la acarició con los nudillos-.
Aunque me pedirás más que siga que me detenga. Sí más que no -le aseguró.


«Poder absoluto, pensó ella».


-Primero necesito que te relajes -dijo, tomándola de la mano y llevándola a las puertas abiertas. Allí se colocó detrás de ella-. Las marismas hierven de vida por la noche. Los
animales, al contrario que los humanos, no luchan contra la fuerza de la naturaleza. Sólo siguen sus impulsos naturales.
Pedro la besó castamente antes de apartarse, pero ella le buscó la boca. Él se apartó dos veces más, y las dos veces ella lo buscó. Por fin, él intensificó el beso y exploró su boca
con la lengua.


Tan absorta estaba en el placer, que no se dio cuenta de que Pedro le había desabrochado la blusa hasta que sintió la brisa de la noche en el torso casi desnudo.


-¿Estás relajada?


-Más o menos.


-Bien.


Cuando él rodeó el pezón a través del fino encaje del sujetador, Paula sintió que su cuerpo estaba a punto de licuarse, y casi no se atrevió a imaginar su reacción cuando él finalmente la acariciara sin ningún obstáculo.


Pedro deslizó la mano por el abdomen y la cintura, como había hecho antes en la cabaña.


-¿Paro o sigo? -en el momento en que ella titubeó ligeramente, él le dijo-: No pienses demasiado, Paula. Escucha a tu cuerpo, no a tu mente.


-Sigue -dijo con la respiración entrecortada, que se detuvo por completo cuando Pedro le levantó la falda y apoyó la palma de la mano por encima de la braga, presionando
ligeramente-. Sin duda necesitamos una cama -dijo al sentir el ligero desfallecimiento de Paula.


La llevó de nuevo a la cama y la sentó al borde del colchón. 


Después abrió las ventanas que flanqueaban las puertas de la terraza y puso en marcha el ventilador del techo. Por
fin volvió junto a la cama.


-Quítate la blusa y el sujetador -le ordenó.


Paula se quitó la blusa, pero cuando intentó desabrochar el sujetador, le temblaban las manos y fue incapaz. Pedro se arrodilló delante de ella, le retiró las manos y
suavemente soltó el broche de la prenda, poniendo de manifiesto que no era la primera vez que lo hacía. Cuando se inclinó hacia ella y le acarició el pezón con la punta de la
lengua, Paula experimentó una intensa ráfaga de placer y sintió una cálida humedad entre las piernas.


Pedro se levantó, la puso en pie, y después de quitarle la falda, apartó la colcha de la cama.


-Túmbate boca arriba.


-¿Y tú? -preguntó ella, que ya estaba prácticamente desnuda y vio que él continuaba vestido-. ¿No te vas a desnudar?


-Ahora lo importante eres tú.


Era la primera vez en su vida que le ocurría algo así, y Paula decidió no discutir, aunque en cierto modo la decepcionó. 


Claro que la decepción no duró mucho rato.


Después de mirarla durante un largo momento de pie junto a la cama, Pedro se sentó a su lado y apoyó las palmas de las manos a ambos lados del cuerpo femenino.


-Quiero que me mires cuando te acaricio -dijo él.


-Yo quiero cerrar los ojos para concentrarme.


Era cierto, aunque sólo parcialmente. Paula quería mantener la distancia emocional y tratar la situación como una experiencia visceral.


-Si te sientes incómoda, de acuerdo -dijo él-. Al menos por ahora.


Paula cerró los ojos cuando él la besó de nuevo, y cuando le tomó el pezón en la boca, absorbió las sensaciones, saboreando cada caricia de la lengua y de los labios. 


Entonces ocurrió algo inesperado y fascinante: además de sentir lo que Pedro le hacía, podía verlo a través de la mística canalización de sus mentes, ahora conectadas. Vio las manos descender por su cuerpo a la vez que sentía el roce de las palmas endurecidas. También vio y sintió la línea que él trazó desde su pelvis a la cadera antes de doblarle las rodillas.


Durante una eternidad la acarició con manos delicadas, de los brazos a los pies, sin dejar un centímetro de piel sin tocar. Después de otro beso, usó la lengua y los labios para
seguir el sendero que había recorrido con las manos, y cada punto explorado se sensibilizaba hasta extremos que ella nunca había imaginado.


Cuando él succionó un trozo de piel entre los muslos, Paula se sintió al borde mismo del orgasmo, y cuando él arrugó la cinta elástica de las bragas notó otra oleada caliente y húmeda de placer entre las piernas.


Pero en lugar de bajarle las bragas,Pedro se detuvo y le susurró:
-Aguanta todo lo que puedas antes de alcanzar el orgasmo.


Paula abrió los ojos y lo miró a la cara.


-No creo que pueda.


-En ese caso -dijo él-, me veré obligado a provocarte otro.


Aquello tenía que ser un sueño. Paula nunca había conocido a ningún hombre tan empeñado en darle placer.


Pedro deslizó la prenda de encaje por las piernas y se la quitó. Paula volvió a cerrar los ojos y vio lo mismo que él cuando le separó las piernas. Ahora estaba totalmente
expuesta a él y más vulnerable que nunca, pero cualquier preocupación se desvaneció cuando él separó la carne, la recorrió con la punta de un dedo y después dos, acariciándola por dentro y por fuera.


Paula sabía que no iba a poder aguantar mucho más, y las primeras contracciones la hicieron agarrarse con fuerza a las sábanas. Apretó los dientes y trató de mantener el control, pero el orgasmo se apoderó de ella y sacudió todo su cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y notó un gemido a punto de escapar de su garganta, pero Pedro absorbió el
sonido cerrándole la boca con la suya.


Cuando él interrumpió el beso, Paula abrió los ojos y lo encontró mirándola.


-Ahora estoy relajada -dijo ella, poniéndose el brazo sobre la frente empapada en sudor.


Él soltó una risa grave.


-Eres casi demasiado apasionada -murmuró él-. Pero voy a hacértelo otra vez.


-Pedro, no...


«No podré soportarlo».


Pero Pedro ya estaba acariciándola tan ardientemente como antes.


-Quiero acariciarte con la boca -dijo, deslizando un dedo en su interior-, pero lo dejaré para cuando estés preparada.


Si la acariciaba con la boca, Paula estaba segura de que se disolvería en el colchón.


En cuestión de momentos, la tenía de nuevo al borde mismo del placer, lista para estallar de nuevo.


-Voy a hacerte gritar -dijo él.


Cuando alcanzó el orgasmo, Paula gritó precisamente, sino que dejó escapar un gruñido largo y casi lastimero que ella apenas podía creer que pudiera surgir de su garganta. 


Jadeando y tratando de recuperar el aliento,Paula sintió los brazos de Pedro rodeándola y, mientras, sus labios la calmaban con besos tiernos en las mejillas y en los
labios.


-¿Dónde has aprendido a hacer eso? -preguntó ella por fin.


Pedro le apartó un mechón de pelo de la frente y la besó.


-He estudiado sexo tántrico. Desde entonces he hecho algunas modificaciones y he practicado.


-Con muchas personas -sugirió ella, sintiendo una inesperada punzada de celos.


-No, sólo unas pocas elegidas.


Eso en parte la alivió.


-¿Debo sentirme halagada?


-Sí, soy muy selectivo. Y siempre empiezo con el propósito de dar placer a la mujer.Contigo sólo he arañado la superficie.


-No sé cuánto más puedo soportar.


-Claro que puedes -dijo él, incorporándose y apoyándose en un codo mientras con la otra mano le acariciaba el pecho-. Pero ahora necesitas dormir.


Paula se quedó con la boca abierta cuando Pedro se levantó y se dirigió hacia la puerta.


-Un momento. ¿Esto es todo?


Él se volvió a mirarla.


-¿No ha sido suficiente?


-Bueno, creía que íbamos a... -no sabía muy bien cómo decirlo.


Él se apoyó de espaldas contra la puerta.


-Cualquiera puede montarse y terminar en unos minutos, Paula. Pero no todo el mundo se toma el tiempo necesario para conocer el cuerpo de su amante. Yo quiero conocer el
tuyo antes de penetrarte. Y sólo acabó de empezar.


Después salió de la habitación y cerró la puerta.


Pedro Alfonso era un sibarita del sexo empeñado en demostrarle lo genial que era. Y ella continuaría prestándose gustosa a ello, siempre y cuando él terminara por entregarse
por completo también a ella.






MI FANTASIA: CAPITULO 11




-¿Me has llamado?


Pedro se giró en el sillón del ordenador y encontró a Eloisa delante del escritorio.


-Sí. He hablado con tu hermano y te espera esta noche. Le he dicho que vas a pasar unos días en su casa -le anunció sin darle opción a protestar-. Un coche te llevará al
aeropuerto, y allí te espera el avión. Puedes irte después de cenar.


-Pero...


-Sin peros, Eloisa. Hace tiempo que no ves a tu familia, así que quiero que te tomes una semana de descanso y no te preocupes por dejarme aquí solo.


Eloisa lo miró entre sarcástica y divertida.


-No estarás solo. Está Paula -le recordó ella innecesariamente.


-Correcto -dijo él lacónicamente.


-Entonces supongo que os entendéis bien.


Demasiado bien, y él pensaba llegar a entenderla mucho mejor aquella noche y las noches sucesivas.


-Sé lo que estás tramando -dijo Eloisa, llevándose las manos a las caderas-. Vas a utilizar tu encanto para seducirla y después ahuyentarla.


-Eso es asunto mío. No te preocupes por eso.


-Me preocupa, Pedro. Paula es una buena mujer, y si no tienes cuidado será otra de tus víctimas.


Pedro se dio cuenta de que Eloisa se arrepintió del comentario en cuanto salió de su boca.


-No le obligaré a hacer nada que no quiera.


-No tienes que obligarla -dijo Eloisa-. Sólo tienes que mirarla para que haga todo lo que tú le pidas. Es vulnerable.


-Es más dura de lo que crees.


Más de lo que él había pensado al principio, y eso le gustaba.


-Ve a hacer las maletas. Y no vuelvas al menos en una semana. O mejor dos.


Eloisa alzó las manos en ademán de rendición.


-Bien -accedió por fin, consciente de que de nada le serviría plantar batalla.


Además, tenía muchas ganas de ver a sus sobrinos. Hacía tiempo que no los visitaba y seguramente ya no la reconocerían, pensó mientras se dirigía a su habitación.


Ahora el plan estaba en marcha. Pedro sólo tenía que preparar el escenario, empezando con la cena. Y después de la cena, pensaba tener a Paula totalmente ocupada durante una hora, o más.