sábado, 4 de diciembre de 2021

LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 24

 


Poco rato después, Pedro aparcaba el Cherokee delante de la casa. Los dos salieron del coche al mismo tiempo. Mariana Holt estaba de pie esperándolos.


—¡Oh, Paula! ¡Lo siento tanto!


—Dime qué ha pasado —gritó la joven.


—Estábamos jugando al escondite —musitó la mujer, sollozando.


—Continúa.


—Y encontramos a todos excepto a Olivia. No sabemos dónde puede haberse metido.


Pedro murmuró un juramento.


—Vamos —musitó—. Muéstrenos el lugar donde vieron a la niña por última vez. No hay tiempo que perder —miró al cielo—. Se espera otra tormenta de nieve esta noche y no creo que vaya a tardar mucho.


Paula siguió la mirada de él con sus ojos y el estómago se le contrajo. Pedro le cogió la mano. Habían recorrido la mitad del patio cuando, en la esquina de la casa, apareció una figura agitando los brazos.


—La he encontrado —gritó una mujer—. Se ha caído en un barranco.


Los tres adultos echaron a correr hacia ella.


—¿Dónde? —preguntó Paula.


—Por ahí.


—¡Oh, Dios mío!


Paula la apartó a un lado y siguió corriendo en la dirección indicada.


—Creo que está bien —dijo la mujer—, al menos, por lo que he podido ver.


—Démonos prisa —gritó Pedro, tomando el mando.


Oyeron a Paula antes de poder verla.


—Mami.


Aquel gemido lastimoso le dolió a Paula hasta el punto de creer que iba a desmayarse. Pero no lo hizo. Su hija la necesitaba y no podía fallarle.


La mujer que los guiaba se apartó y la joven y Pedro se arrodillaron en la parte superior del barranco y miraron hacia abajo. La niña estaba sentada en el fondo con las mejillas llenas de lágrimas.


—Mamá.


—Estoy aquí, cariño. ¿Te encuentras bien?


—Me he caído.


Paula hizo un esfuerzo por reprimir las lágrimas.


—Ya lo sé. Dile a mamá si estás herida.


—Mamá —volvió a gemir la niña.


Paula se volvió hacia Pedro.


—Hola, jovencita —dijo él, con voz segura.


Su tono de voz cortó los sollozos de Olivia. Tendió sus bracitos.


—Pepe, ven a sacarme.


—Ya voy, cariño. Tú agárrate fuerte, ¿vale?


Paula lo miró y vio la determinación en su cara. Estaba decidido a rescatar a Olivia y sabía que no podía impedírselo. Sin embargo, ella temía por los dos.


—Ten cuidado —suplicó, observando la pendiente. La capa superior de nieve se había convertido en hielo.


Pedro asintió y se agarró al arbusto más cercano. Empezó a bajar con cuidado. La joven lo miraba sin poder contener su ansiedad. ¿Y si se hacía daño?


El hombre no vaciló. Estaba ya a mitad de camino cuando su pierna herida cedió y cayó sobre ella.


Paula suprimió un grito.


Pedro lanzó un juramento al tiempo que intentaba recuperar el equilibrio.


—¿Te encuentras bien?


—Sí. Es la pierna mala —dijo.


Su rostro estaba gris y sus ojos parecían hundidos. No podía moverse. Se sentía frustrado por su propia insuficiencia.


Paula sintió una oleada de pánico, pero la ignoró.


—No te muevas. Ya voy.


Pedro volvió a maldecir.


La joven respiró hondo y luego recorrió el camino que había andado él. Cuando llegó hasta él, estaba tumbado en la nieve, con el rostro contraído por el dolor.


—Voy a buscar a Olivia y luego te ayudaré a ti.


El hombre movió la cabeza enfadado.


—Olvídate de mí. Cógela a ella.


Los minutos siguientes pasaron como en una niebla. A Paula le pareció que cada paso duraba una hora. Al final llegó hasta su hija.


—Oh, querida, querida —murmuró, abrazándola.


—Mamá —suspiró Olivia.


Paula lloró de alegría abrazando a su hija. Cuando pudo recuperar el control de sus emociones se puso en pie y miró hacia arriba. Mariana se había atado una cuerda a la cintura y, con la ayuda de la otra mujer, estaba ya a mitad del barranco.


Con su ayuda, Paula llevó a Olivia arriba y luego se concentró en ayudar a Pedro, que había conseguido ponerse en pie. Con los dientes apretados, se apoyó en la cuerda y consiguió subir también hasta arriba.


—Atiende a Olivia —dijo, apoyándose contra un árbol.


A pesar de lo impresionante de la caída, la niña no estaba gravemente herida. Sólo tenía unos rasguños en las mejillas y las piernas. Paula lloró de alivio y luego miró a su alrededor. Las mujeres se habían retirado para dejarlas solas.


¿Dónde estaba Pedro? Volvió la cabeza. El hombre se había apartado del árbol y estaba de pie mirando al vacío. A Paula se le contrajo el estómago. Nunca había visto tanta desesperación en un rostro humano. Deseaba consolarlo, decirle que no importaba que no hubiera podido rescatar a Olivia, que ella lo amaba igual. Pero el miedo a empeorar las cosas si decía algo la mantuvo callada.


—Mamá —dijo Olivia—. Bájame.


—Está bien —la joven se tragó las lágrimas.


—Mamá, por favor, no llores.


—No puedo evitarlo, cariño.


—¿Dónde está Pepe?


—Está allí, de pie.


La niña se volvió en la dirección indicada y lo miró durante largo rato. Como si intuyera que algo no iba bien, se acercó a él y lo miró.


—¿Te duele la pierna?


El hombre la miró.


—Un poco.


—¿Quieres que te la frote, Pepe?


Pedro sonrió.


—Me gustaría mucho.


—Te dolerá menos, te lo prometo.


Paula los observó con ojos llenos de lágrimas y el corazón henchido de amor por la niña y el hombre. Sin embargo, tenía miedo de moverse por miedo a empezar a llorar y no ser capaz de parar.





LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 23

 


—Oh, Paula, es la cosa más bonita que he visto nunca.


La joven sonreía con satisfacción mientras examinaba la delicada lámpara que sostenía un cliente.


—Tienes razón, Maxima. Es hermosa —se echó a reír—. Aunque esté mal que yo lo diga.


—Tienes derecho a hacerlo, créeme —Maxima la observó colocar la lámpara en una caja—. Espera a que la vea mi hermana de Seattle. Apuesto a que deseará comprar otra.


—Eso sería fantástico —replicó la joven.


—Gracias por todo y feliz Navidad.


—Feliz Navidad a ti también y tened cuidado en el viaje.


Cuando se quedó sola, respiró hondo y se quitó los zapatos. Le dolían mucho los pies. No debería haberse puesto aquellos zapatos de tacón, pero había sentido la necesidad de vestirse bien en un esfuerzo por animar su decaído espíritu.


¿Por qué no la llamaba él? ¿Cómo era posible que no supiera lo mucho que deseaba verlo? Le había dicho que no lamentaba que hubieran hecho el amor. Si aquello era cierto, ¿por qué no llamaba?


—Vaya, esto está muy tranquilo.


La joven salió de sus pensamientos y sonrió a Solange, que salía del taller de trabajo.


—Lo sé y resulta agradable.


Su amiga se echó a reír.


—Estás muy guapa. ¿Ocurre algo que yo no sepa?


—No.


—Hum.


Paula miró a su amiga.


—¿Qué significa ese «hum»?


—Bueno, Olivia ha dicho que tenía un nuevo amigo —sonrió—. Y supuse que, si es amigo de Olivia, también será amigo tuyo.


—Recuérdame que le ponga una mordaza a mi hija cuando vuelva de la fiesta.


—Así que no piensas revelarme ningún secreto, ¿eh?


—Así es.


Sonó el teléfono. Paula fue a cogerlo, escuchó un momento; luego se apretó el estómago y lanzó un gemido. Segundos después volvía a colocar el auricular en su sitio.


—Paula, ¿qué ocurre?


La joven tosió y, cuando pudo hablar, sus dientes castañeteaban descontroladamente.


—Se trata de Olivia.


—¿Qué le pasa? —insistió Solange.


—Ha desaparecido.


Su amiga frunció el ceño.


—¿Desaparecido? No comprendo.


Paula perdió la compostura.


—¡Oh, Dios! —gritó—. ¿Qué hago aquí parada? Tengo que irme.


Solange no hizo más preguntas.


—Cerraré la tienda e iré contigo.


¡Pedro! ¡Necesitaba a Pedro! Él la ayudaría. Él sabría lo que había que hacer.


—No, tú quédate aquí. Llamaré a Pedro.


La joven sintió los ojos de él sobre ella mientras la llevaba en su coche, pero siguió mirando al frente con la espalda rígida y las entrañas contraídas.


—Procura relajarte, ¿vale?


—No puedo —musitó.


El miedo la invadía por completo. Cuando Mariana, la anfitriona de la fiesta, le dijo que Olivia había desaparecido, pensó que alguien le estaba gastando una broma. Luego oyó los sollozos de Mariana y supo que iba en serio.


Después del secuestro, se había negado a dejar a la niña fuera de su vista. Sólo cuando llegaron a aquella ciudad pequeña, se sintió lo bastante segura para bajar algo la guardia. Ahora la pesadilla volvía a repetirse y no podía soportarlo. Multitud de imágenes y posibilidades llenaban su mente. Sin embargo, hizo un esfuerzo por pensar de un modo racional. Aquella desaparición no tenía nada que ver con su ex marido. Él había muerto y no podía volver a hacerles daño.


Quería gritar, pero respiró profundamente y miró a Pedro. Su presencia era lo único que le impedía derrumbarse. En cuanto le dijo que lo necesitaba, él respondió sin vacilar:


—Voy para allá.


Ella lo había esperado fuera de la tienda y saltó al coche en cuanto él lo detuvo. Sólo llevaban diez minutos viajando, pero a la joven le parecía una eternidad.


—Paula.


—¿Qué?


—Dime qué te ha dicho esa mujer.


—No hay mucho que decir. Lo único que ha dicho es que no podían encontrar a Olivia.


—¿Qué clase de fiesta era?


—Una fiesta de cumpleaños y de Navidad combinada. ¡Y pensar que he estado a punto de no dejarla ir!


—¿Por qué?


—Porque yo no podía ir con ella. Pero se echó a llorar cuando le dije que no podía ir y, como conozco a Mariana, cedí.


El hombre la miró con rabia.


—¿Cómo puede haberse perdido? ¿Dónde diablos estaban los adultos?


—No lo sé —repuso ella, temblando de miedo.


—Eh, tranquilízate. La encontraremos.


—¿Cómo puedes estar tan seguro? ¿Y si…?


—No adelantes acontecimientos. Ya veremos lo que ocurre cuando lleguemos allí. Todo irá bien.


Hablaba con tanta seguridad que ella deseaba creerlo. Necesitaba creerlo



LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 22

 

Pedro extendió el trozo de madera tallada en la mano y examinó su trabajo. Levantó la navaja y cortó un trozo minúsculo del pico del pájaro. Cuando hubo terminado, dejó la talla sobre su mesa de trabajo y flexionó la espalda. Los músculos le dolían. Llevaba trabajando desde por la mañana temprano y el pájaro era el tercer animal que terminaba en dos días.


Se mantenía ocupado para evitar pensar. Sin embargo, el trabajo no había expulsado la imagen de Paula de su cabeza.


Se repetía que estaba loco por haber bajado la guardia y haber hecho el amor con ella. Nada había cambiado; seguía sin tener nada que poder ofrecerle a Paula.


Sin embargo, deseaba verlas a Olivia y a ella. Habían pasado dos días desde que hicieran el amor y no había intentado ponerse en contacto con ella. Al principio intentó fingir que no había ocurrido, que no había sido tan estúpido. Después juró que no volvería a ocurrir.


Pero sabía que no era cierto. A pesar de sus intenciones, le gustara o no, su vida había adquirido un nuevo significado. Paula había llevado algo especial a su aburrida existencia.


Sin embargo, le asaltaban preguntas que no conseguía olvidar. ¿Podía arriesgarse a otra relación? ¿Lo amaba de verdad ella?


Se dejó caer sobre una silla de madera y apoyó la cabeza contra la pared. Con los ojos cerrados, intentaba olvidarla cuando sonó el timbre del teléfono de modo persistente. Incapaz de ignorarlo, se puso en pie y avanzó hacia la cabaña.



LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 21

 

Paula se despertó cerca del amanecer. Se movió lentamente y entonces recordó lo ocurrido. Movió la cabeza. Pedro estaba tumbado de lado, profundamente dormido. Lo miró y se preguntó qué significado tendría lo que había pasado entre ellos.


¿Sería sólo sexo? Decidió que sí. Ambos habían sido víctimas de sus cuerpos; dos personas solitarias que necesitaban alivio físico. Sería una tontería pretender que aquello podía ser otra cosa. Eso sólo conseguiría hacerla sufrir más.


Pero ya era demasiado tarde. Había hecho lo que se había prometido a sí misma que no ocurriría nunca. Se había enamorado de él como una loca. Su corazón le decía que aquello era el verdadero amor y que duraría para siempre. Aquel hombre, cuya soledad ocultaba un corazón amable y generoso, despertó emociones en su interior que nadie había despertado nunca. Y, desde luego, no su ex marido.


Pero eso no la hizo sentirse mejor. Todavía la esperaban el dolor y la desilusión.


El hombre se despertó de repente y se sentó en un lado de la cama. Ella observó su espalda musculosa y tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para no acerarse a besarlo.


Como si pudiera leer sus pensamientos, él se volvió hacia ella. Sus ojos estaban oscurecidos por la pasión.


—Si empiezo a tocarte de nuevo —dijo en un susurro—, no podré detenerme. Y no quiero que Olivia se despierte y…


—Lo sé.


—Yo no me arrepiento de lo ocurrido.


Ella bajó los ojos.


—Paula, mírame.


La joven obedeció y levantó la cabeza.


—Yo tampoco me arrepiento —dijo al fin.


Pedro se puso en pie y se acercó a la puerta.


—Te veré luego. ¿De acuerdo?


Paula se quedó rígida hasta que la puerta del dormitorio se cerró tras él. Entonces se dejó caer contra la almohada, apretó la sábana contra sus labios temblorosos y se echó a llorar.


LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 20

 


El hombre hizo una mueca y volvió a reunirse con ella en el sofá.


—No hay nada que decir.


—Todo el mundo tiene familia.


—Yo no. Mi madre me dejó cuando era demasiado joven para enterarme de nada. Mi padre, bueno, ¿quién sabe quién es? Mi madre desde luego, no.


Paula lo miró horrorizada.


—No es una historia bonita, ¿verdad?


—No, no lo es —repuso ella, compasiva.


—Pero aprendí del modo más duro a cambiar las cosas que pueden cambiarse y dejar estar las que no.


—¿Cómo te heriste la pierna?


El hombre se lo contó.


—Siento mucho lo de tu amigo.


—Sí. Yo también.


—Pero también hay una mujer en tu historia, ¿verdad?


—¿Cómo lo sabes? —musitó él, con voz ronca.


Paula se encogió de hombros.


—Intuición, creo.


—Cuando resulté herido, me dejó —se rió sin ganas—. La idea de estar atada a un tullido que no pudiera darle lo que deseaba la asustaba demasiado.


—No puedes juzgar a todas las mujeres por ella.


—¿No?


De pronto, pareció que no quedara nada por decir. Sus ojos se encontraron durante largo rato. La joven se ruborizó. Su modo de mirarla le provocaba un extraño dolor en su interior y se pasó la lengua por los labios resecos.


—Paula.


—¿Qué?


—No hagas eso —dijo él, con rudeza.


La mujer tragó saliva.


—¿El qué?


—Ya lo sabes.


—No, no lo sé.


—Tu lengua, el modo en que la pasas por tus labios.


—¡Oh!


Siguieron mirándose. Ninguno de los dos se movió ni dijo nada. El reloj antiguo de la pared dio la hora y el viento sonó contra las persianas. Ellos ni siquiera parpadearon.


—¿Paula?


A ella le latía el corazón con tanta fuerza y el dolor que sentía entre sus piernas era tan intenso, que no fue capaz de responder. Lo deseaba tanto que sufría por ello. Sin embargo, si se entregaba a aquel sentimiento, sabía lo que la esperaría y deseaba desesperadamente alejar la catástrofe, impedir que él la destruyera. Pero no podía. Lo único que podía hacer era mirarlo con ojos llenos de lágrimas y labios temblorosos.


Con un gemido, él se acercó a ella y la estrechó contra su pecho. Luego la besó posesivamente en los labios.


Ella le pasó las manos por el pelo y se apretó contra él. Él se apartó y la miró suplicante.


—Quiero más.


—Yo también.


—Te quiero entera.


Se pusieron en pie y se quitaron la ropa, echándola a un lado.


Pedro miró el cuerpo de ella y, por una vez, no había ni rastro de frialdad en sus ojos. El calor que emanaba de ellos parecía quemarle la piel a Paula, pero carecía de fuerza de voluntad para moverse. Ya no pensaba en las consecuencias; ya no le importaban. Sólo sabía que necesitaba poseerlo.


—Eres hermosa —susurró él—. Tus pechos son perfectos.


La joven se ruborizó y él sonrió y luego le tocó un pezón.


—¿Dónde? —preguntó él.


—Por ahí —musitó ella.


Sin apartar la vista de ella, Pedro la cogió de la mano y la condujo al dormitorio. Dejó la puerta abierta. La luz que entraba desde el cuarto de estar lo iluminaba de sobra.


Se sentó a los pies de la cama y la atrajo hacia él. Levantó la cabeza y separó las piernas para poder colocar el cuerpo de la joven entre ellas, dejando sus labios al nivel de sus senos. Se metió un pezón en la boca y se lo acarició con la lengua.


—¡Oh, Pedro! —susurró ella, estrechándose contra él.


Sólo después de que sus pechos brillaran por la humedad, le suplicó él:

—Tócame.


—¡Oh, sí!


Pasó su mano en torno al sexo de él y se lo acarició. El hombre gimió y sus ojos brillaron. Después de un rato, le cogió la mano.


—No puedo aguantar más.


Pero, en lugar de moverse para poder penetrarla, le acarició el pubis con la mano, presionándolo ligeramente.


Paula se movió bajo su mano y no tardó en perder el sentido de la realidad. Empezó a gritar, pero él le tapó la boca con la suya.


Al final, la apartó y cayó sobre la cama, colocándola sobre él.


—Eres como una flor suave y fragante —musitó.


Paula se movió un poco para colocarse mejor. El hombre se puso tenso y luego gimió y le apretó las nalgas mientras la penetraba. Con un grito, ella le acarició el cuello y guió su boca hasta uno de sus pezones.


Levantó las caderas y respondió a los movimientos de él en su interior con una ansiedad idéntica a la del hombre. Sólo después de que se apagaran sus gritos, volvieron ambos a respirar con normalidad.




LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 19

 


Se hizo un silencio.


—Siéntate, por favor —dijo al fin Pedro—. El cacao puede esperar.


Paula se dejó caer sobre el sofá. Los ojos del hombre pedían una explicación que no le apetecía dar. Odiaba resucitar viejas heridas. Sin embargo, por alguna extraña razón, sabía que se lo contaría. Era como si él tuviera derecho a conocer sus secretos más oscuros y profundos.


—¿Cómo murió?


—En la cárcel… en un motín.


El hombre musitó un juramento. Paula sintió que estaba a punto de llorar y se volvió. No quería que él viera sus lágrimas.


—Si no quieres hablar de ello…


La joven intentó sonreír, pero le tembló la barbilla.


Pedro volvió a maldecir.


—A veces parezco un estúpido insensible.


Ninguno de los dos dijo nada durante un rato.


—Mira, creo que debo irme —musitó él, al fin.


—Hubo un motín en la cárcel y Daniel creo que se metió entre dos bandas y lo apuñalaron —dijo ella, de un tirón. Se puso en pie—. Ahora mismo vuelvo. Voy a ver si duerme Olivia y a buscar más cacao.


Una vez en la cocina, se apoyó contra el mostrador. Tenía las manos heladas. Sin saber cómo, preparó el cacao, puso las dos tazas en una bandeja y entró en la sala de estar.


Pedro cogió una de las tazas e hizo una ligera inclinación con la cabeza en señal de gracias. Ambos bebieron el líquido caliente sin decir nada.


—¿Lo sabe Olivia? —preguntó él, al fin.


Paula se inclinó para dejar su taza sobre la mesa.


—Ella sólo sabe que está en el cielo.


—Pero no cómo murió.


—Es demasiado joven para comprender algo así.


—¿Lo amabas?


La joven lo miró un momento.


—Eso creía. Pero luego empezó a tener problemas en el trabajo y cambió mucho.


—¿Alguna vez maltrató a Olivia?


Su tono de voz era más bajo y parecía forzado, como si le hubiera costado trabajo formular aquella pregunta. La joven se dio cuenta de que quería a Olivia y aquello le dio fuerzas para continuar.


—No, ni siquiera cuando la sacó del estado después del divorcio.


—¿Quieres decir que la secuestró?


—Sí —repuso ella.


Luego le contó cómo había contratado a un detective para encontrarlos. Cuando terminó, él estaba muy serio.


—Sé que no se debe hablar mal de los muertos, pero quizá recibió exactamente lo que se merecía.


—Bueno, desde luego, yo sí creí que se merecía la cárcel, pero lo otro… —se interrumpió con un escalofrío—. Cuando me dijeron que había muerto, se me partió el corazón.


Vio que Pedro apretaba la mandíbula, pero continuó hablando.


—No porque lo amara todavía, sino porque era una lástima. Tenía un gran potencial. Fuera como fuera, tuve la oportunidad de volver a empezar y la aproveché —sonrió entre sus lágrimas—. Y, como suele decirse, el resto es historia.


—¿Y ahora tienes todo lo que quieres?


—Casi —repuso ella, contemplando pensativa las llamas—. Cuando haya pagado la librería, tal vez pueda decir eso.


—Eso es importante para ti, ¿eh?


—Sí, porque significa raíces y estabilidad para Olivia y para mí. Y eso es lo más importante. Especialmente después de nuestra tragedia. Aunque espero que a la niña no le quede ninguna cicatriz.


Pedro no respondió. En lugar de eso, terminó su taza de cacao de dos tragos.


—¿Y qué hay de ti? —preguntó Paula, cuando él dejó su taza sobre la mesa—. ¿Qué es lo que quieres tú?


—Volver a mi trabajo —respondió él, tenso.


—¿Tienes miedo de que eso no ocurra?


—Mucho. No se puede combatir un fuego con una pierna mala.


—¿Qué es lo que dicen los médicos?


El hombre hizo una mueca.


—No saben nada.


—Pero algo deben decir —insistió ella.


—Sí, que le dé tiempo. Que es cuestión de tiempo.


Se levantó de repente y se acercó hasta la chimenea. Paula ardía en deseos de saber qué era lo que le había hecho apartarse de la raza humana. Estaba segura de que su herida no había sido la única razón.


—Bueno… —dijo, quitándose las zapatillas y sentándose sobre sus pies.


Pedro frunció el ceño.


—Bueno, ¿qué?


La joven sonrió débilmente.


—Ahora te toca a ti hablar, airear los esqueletos de familia.


LA MAGIA DE LA NAVIDAD: CAPÍTULO 18

 


Quince minutos después, el hombre volvía a entrar en la sala de estar. Paula lo observó acercarse y sentarse sobre el sofá.


—¿Ya se ha dormido?


—Sí. Después de la primera página.


La joven sonrió.


—Ha sido un día emocionante para ella. Para mí también. No sé tú, pero yo estoy agotada.


Pedro fingió sorprenderse.


—¿Tú? ¿La trabajadora nata? No me lo creo.


—Pues créetelo. No es fácil seguirle el paso a Olivia.


—No. Es como un cartucho de dinamita.


La joven lo miró a los ojos.


—Quiero darte las gracias por lo de esta tarde. Has hecho que esta Navidad sea algo muy especial para Olivia y te lo agradezco.


—¿Y qué me dices de ti?


—¿De mí?


—¿He hecho que sea especial para ti también? —preguntó con voz ronca.


—Sí —repuso ella, con voz suave.


—No recuerdo haber tenido nunca un árbol de Navidad. Y mucho menos regalos debajo.


Aunque su voz era bastante natural, había algo doloroso en el tono que le rompía el corazón a Paula. Se lo imaginó a la edad de Olivia, sin padres y sin amor, y tuvo que hacer un esfuerzo por contener las lágrimas.


—Quizá esta Navidad sea diferente —dijo con una sonrisa.


—¿Eso crees? —preguntó él, con la mirada fija en los labios de ella.


Paula se puso en pie y avanzó hacia la cocina.


—Traeré más cacao.


—¿Dónde está el padre de Olivia?


La joven se detuvo y se volvió hacia él.


—Estuvo… en la cárcel.


—¿Estuvo? ¿Dónde está ahora?


—Muerto.