Paula se estiró y bostezó. Un momento después se dio cuenta de que estaba en la silla de la habitación del hospital. Miró hacia la cama en la que dormía Olivia. La joven había dormido parte de la noche en una cama mueble al lado de la de Olivia, pero le resultó tan incómoda que al final optó por el sofá, que resultó ser más incómodo aún.
Se dejó caer contra el respaldo. Su hija estaba bien y aquello era lo único que importaba. El doctor Moore se lo había asegurado después de examinarla atentamente.
—No tiene nada —le dijo a Paula con una sonrisa.
—Gracias a Dios —repuso ella, mirando a Pedro.
Pero él no la miraba a ella, sino al médico.
—¿No necesita puntos? —preguntó.
—No. Creo que bastará con la venda. Pero me gustaría que se quedara aquí esta noche en observación.
Paula abrió mucho los ojos.
—Pero yo creía que había dicho…
—Vamos, tranquilícese —dijo el médico—. He dicho que parece estar bien, pero quiero observarla.
—Me parece buena idea —intervino Pedro.
Paula sintió un escalofrío.
—Como quiera. Yo sólo deseo lo mejor para Olivia.
—Entonces vamos a pedir una habitación, ¿no? —preguntó Pedro, haciéndose una vez más con el control de la situación.
No mucho después, Olivia tenía una habitación. Paula y una enfermera la metieron en la cama mientras Pedro las miraba desde la puerta. Cuando se fue la enfermera y se quedaron a solas, ninguno de los dos supo qué decir.
—¿Qué haremos con mi coche? —pregunto ella al fin.
—No se preocupe. Yo me ocuparé de él.
Hubo otro silencio.
—Gracias de nuevo por todo —dijo ella, esforzándose por mirarlo.
—Tengo que irme —musitó él, con tono extraño.
Cuando se quedó sola, la joven llamó a Solange, quien le aseguró que no tenía que preocuparse por la tienda.
En aquel momento, apartó los pensamientos de la noche anterior y se acercó de puntillas a la cama. Después de inclinarse y besar a Olivia en la mejilla, decidió que podía dejar a su hija el tiempo suficiente para tomar una taza de café en el vestíbulo.
En cuanto traspasó el umbral, se detuvo en seco. Pedro estaba en un sillón, profundamente dormido.
La joven se acercó más a él. Cuando estaba a punto de tocarlo, se detuvo. Su pulso se aceleró. Aquel hombre era muy atractivo. Se riñó inmediatamente a sí misma. Aunque era impulsiva y confiada por naturaleza, después de sufrir tanto se había jurado aplacar aquel aspecto de su personalidad.
El amor, si volvía a experimentarlo, tendría que ser un proceso lento. Y, desde luego, no con un hombre tan amargado como aquél.
Miró sus manos y volvió a pensar en el modo en que acariciarían. Ruborizada, intentó alejarse, pero no pudo evitar mirarlo fijamente ni controlar el dolor que sintió en una parte profunda de su interior.
El hombre abrió los ojos.
—¿Paula?
Molesta por haber sido sorprendida de aquel modo, la joven abrió la boca, pero no se le ocurrió nada que decir.
Pedro se puso en pie sin apartar los ojos de ella. Una corriente poderosa pareció fluir entre los dos.
—¿Olivia está bien? —preguntó él, haciendo un esfuerzo por apartar la vista.
Paula se mordió el labio inferior.
—Sí, está bien. El médico ha dicho que le dará el alta en cualquier momento.
—Esperaré y las llevaré a casa.
La tensión en el coche era palpable. La joven observaba todos los movimientos de Pedro. Olivia, que iba sentada entre ambos, y estaba encantada con toda la atención recibida, no había dejado de hablar desde que salieran del hospital.
—Mamá, ¿tengo que irme a la cama cuando lleguemos a casa? —preguntó.
—No, si tú no quieres.
—No quiero. Quiero ir a casa con Pepe.
Paula no supo si echarse a reír o lanzar un grito al oír su modo de llamar a Pedro. Lo miró y lo vio sonreír. Dio un respingo. El cambio de sus facciones era increíble. Miró a su hija.
—Eh, ¿a qué viene hablar como un bebé así de pronto? —preguntó.
Olivia sonrió, pero volvió su atención a Pedro.
—¿Dónde está el perro?
—En mi casa —dijo él.
—¿Y qué hace?
—Bueno, no sé. Pero apuesto a que está fuera en el porche esperando que llegue a casa.
—¿Está enfadado conmigo?
—No. ¿Estás tú enfadada con él?
Olivia se quedó pensativa un momento.
—No —dijo al fin—. ¿Pero sabes una cosa?
—No —repuso el hombre—. Dímela.
Olivia se puso ambas manos en las caderas y miró fijamente a Pedro.
—Si vuelve a atacarme, le daré unos azotes en el culo.
—¡Olivia! —gritó Paula, escandalizada.
El hombre sonrió abiertamente y detuvo el coche al lado de la librería. En cuanto la joven abrió la puerta, Olivia corrió al interior, dejándolos a solas.
—Gracias de nuevo por todo.
—De nada.
—¿Quiere quedarse a desayunar?
El hombre apretó la mandíbula.
—No —dijo, cortante.
Paula sintió una oleada de rabia y habló sin pensar:
—Bueno, discúlpeme por pensar que era usted humano después de todo.
Vio que Pedro apretaba los labios con furia. Luego puso el coche en marcha y se alejó sin mirar atrás.