jueves, 2 de mayo de 2019
AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 37
Mathilde resultó ser tan protectora como una madre. Aunque la manera de decirle lo que tenía que hacer era poco sutil, lo hacía con buena intención, por lo que Paula, que se iba encontrando cada vez más cansada y más gorda, obedecía sin rechistar.
Durante las siguientes semanas, Pedro siguió tan atento como siempre, pero no había vuelto a hacer comentarios íntimos. Sólo se comportaba de modo cortés y considerado. Paula se sentía herida, ya que la distancia entre ellos se iba haciendo cada vez más grande semana tras semana. Aunque sabía que eso era lo mejor, se sentía destrozada.
—He preparado la habitación para la enfermera —dijo Mathilde mientras trabajaba en la cocina, que era el centro de la casa—. La casa estará llena cuando llegue su madre la semana que viene. ¿Dormirá Monsieur en su habitación cuando ella llegue?
—Supongo que nos las arreglaremos —dijo Paula con tristeza.
No se podía imaginar que Pedro quisiese dormir en la habitación con ella y con el bebé, compartiendo con ellos las noches de insomnio y todo lo demás. Ya se imaginaba los comentarios de su madre. ¡Con Mathilde tenía suficiente! Con las recién llegadas, Pedro no tendría que estar tan pendiente de ella, pensó Paula con amargura.
Aquella mañana, Paula se sentía rara. Algo era diferente. Se había pasado una hora entera dando vueltas en el vestidor, que Pedro había convertido en el cuarto del bebé. ¡Se había tomado tantas molestias en dejarlo perfecto para el niño! Pero no era eso lo que ella deseaba. Necesitaba sentirse querida, necesitada. En dos semanas, la habitación estaría ocupada, se decía constantemente, pero aun así, le parecía imposible.
—Creo que Monsieur Pedro llevó a cenar a madeimoselle Jazmin a Les Haronéeles anoche —dijo Mathilde con un bufido de desaprobación.
—Era su cumpleaños, Mathilde —respondió Paula con una sonrisa con la que quiso indicar que no le importaba—. Yo estaba demasiado cansada.
Pedro no había insistido. Incluso pareció aliviado de que Paula no los acompañara.
—No volvió hasta muy tarde.
— ¿De verdad? No lo oí llegar —mintió. Se había quedado despierta hasta altas horas de la mañana, esperando oír el ruido de los pasos de Pedro. Por la mañana, todavía llevaba puesta la ropa del día anterior y evitó cruzar la mirada con la de ella. ¡Y ella sabía por qué!
—Si el señor compartiese la cama con usted, sí se habría dado cuenta.
—¡Mathilda! —exclamo Paula, sonrojándose.
Cuando el ama de llaves salió de la cocina, murmurando en su idioma.
Paula dio un suspiro de alivio. Pedro cada vez pasaba menos tiempo en la casa e incluso, algunas veces, le parecía que no soportaba su compañía. Aunque si Paula se miraba en el espejo y comparaba su figura con la de Jazmin,
entendía por qué.
—Madame.
Paula se puso en pie torpemente. La mujer insistió.
— ¿Qué pasa?
—Gabriel ha venido para llevarme al mercado, pero Monsieur no ha vuelto todavía.
—No importa —respondió Paula. Pero frunció el ceño al recordar que Pedro había prometido volver antes de que el sobrino de Mathilde viniese a buscarla para hacer la compra—. No tardará mucho.
—Pero Monsieur se enfadará conmigo si la dejo sola. Además, el teléfono todavía está estropeado.
— ¿Que Monsieur se enfadará? —Preguntó Paula—. No te preocupes, serán sólo unos minutos —insistió Paula con firmeza, harta de que Pedro dijera lo que podía hacer, cuándo y por cuánto tiempo.
— ¿Está segura? Bien.
Al ver que el ama de llaves se marchaba, sintió que había ganado una pequeña batalla en su lucha por gobernar su vida. Había tenido tan pocos momentos de soledad que se sintió aliviada de tener la casa para ella sola. Se dirigió al cuarto de bebé y se puso a examinar las pequeñas prendas. ¿Qué iba a hacer cuando el niño naciera? Le resultaba imposible imaginárselo.
No se podía quedar con un hombre que necesitaba a otras mujeres para satisfacer sus deseos, y mucho menos, cuando estaba enamorada de él.
AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 36
Paula palideció al reconocer que tenía razón y se apoyó en la mesa. Le temblaban las rodillas con aquellas palabras. Si él la amara o si ella no lo amara a él, las palabras serían solamente los comentarios celosos que en realidad eran.
Pero no era así, y cada uno de aquellos dardos envenenados dio en el blanco.
La puerta se abrió de par en par cuando regresaron los dos hombres. Gaston se apoyó en ella para cerrarla.
—Recoge tu abrigo, Jazmin —dijo, jadeando—. Quiero volver a casa antes de que un árbol bloquee la carretera. Hace una noche espantosa.
— ¿No nos podríamos quedar aquí?
Paula casi no oyó la discusión que tuvieron los hermanos, ya que no podía quitar los ojos de la pequeña brecha que tenía Pedro en la mejilla. Se sintió destrozada sólo con pensar que podría haber resultado herido, o algo peor.
Pensó en cuánto lo necesitaba y de cómo sentía que su vida estaba inexorablemente unida a la de él. «No se lo puedo decir, nunca», pensó.
Incluso si Jazmin no era la elegida, algún día vendría una mujer a la que él realmente amara y, entonces, ¿qué sería de ella? ¡No podría soportar quedarse sola y ver cómo su hijo se marchaba durante días con él y su compañera!
—¡Estás herido! —gritó Jazmin.
—No es nada, Jazmin —dijo Pedro con un tono de irritación en la voz.
Paula al fin pudo respirar y apartar los ojos de los de él.
—Deberías curarte eso. Jazmin tiene razón —dijo con severidad, intentando mantenerse tranquila.
—¡Yo lo haré! —exclamó Jazmin.
Pero Pedro la agarró de las manos y la llevó hasta donde estaba Gaston.
—Haz lo que dice tu hermano —replicó con un tono de voz que indicaba claramente que se le estaba acabando la paciencia—. Se ha caído un árbol en el granero y lo hemos arreglado como hemos podido. Sería una estupidez quedarse por aquí.
Tenía tanta autoridad en la voz, que Paula no se sorprendió cuando los dos se marcharon.
Cuando Pedro cerró la puerta. Paula todavía estaba apoyada en la mesa.
—Esta enamorada de ti.
—Ella cree que lo está —la corrigió Pedro mientras se tocaba el corte de la mejilla.
—¿Tiene razones para creerlo?
—¿Qué es esto, Paula? ¿Un interrogatorio? —preguntó, entornando los ojos—. ¿Te importaría si fuésemos amantes?
Paula sabía que estaba esperando una respuesta, pero permaneció quieta como una estatua.
—Me da igual quién sea tu amante —le dijo, mintiéndole más fácilmente de lo que había esperado—. Especialmente si eso supone que no me vas a presionar más.
—¿Cuándo te he presionado yo para que seas mi amante? —preguntó Pedro, sin ninguna emoción en la voz—. Espero que no estarás insinuando que te obligué a acostarte conmigo.
—Nos hicimos amantes por una peculiar conjunción de acontecimientos. Nada más —replicó Paula.
—Entonces, ¿no crees en la diosa Venganza, Paula?
—Creo que, si existe, debe de tener un extraño sentido del humor — respondió Paula con amargura—. ¿Te ayudo a recoger los platos?
—Vete a la cama —dijo Pedro con la voz cansada—. No te torturaré con mi presencia esta noche, por si acaso es eso lo que te está molestando.
Aunque estaba agotada, Paula no pudo dormir. Estuvo tumbada en la cama, despierta, escuchando todos los crujidos del viejo caserón.
Pedro cumplió su palabra y ni siquiera subió a su habitación.
miércoles, 1 de mayo de 2019
AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 35
Exactamente quince minutos más tarde, Paula llegó a la puerta de la cocina, intentando recomponer sus sentimientos. Los amplios pantalones de seda tenían una cinturilla flexible que se podía adaptar a la forma abultada de su abdomen, y encima de la camisa de seda verde llevaba un chaleco largo. Se había puesto una ligera capa de maquillaje para ocultar que antes había estado llorando. Todavía se sentía avergonzada por haberse comportado de aquella manera. Pedro podría ser el padre de su hijo, pero Paula no podía esperar lealtad por su parte.
Estaba a punto de entrar en el salón cuando oyó unas palabras que la hirieron profundamente.
—¿Cómo sabe que el niño es suyo? Ya conoces a Pedro y su sentido del deber. Probablemente es sólo una oportunista.
—¡Jazmin! —susurró alguien—. Espero que no vayas a mencionar eso delante de Pedro.
—Tal vez alguien debería.
—Pedro es muy capaz de controlar sus propios asuntos.
—¿He oído que alguien me llamaba?
Paula sintió una ráfaga de aire frío y oyó que se cerraba una puerta. Se dio cuenta de que la temblaban las piernas. «No puedo hacerlo», se dijo.
Entonces el orgullo vino en su ayuda. ¿Por qué debería ella dejar que la otra mujer la desplazara? Con un brillo fiero en los ojos, se echó el pelo hacia atrás y entró en la habitación.
Jazmin y un hombre que seguramente era Gaston estaban sentados en un sofá cubierto con una estera de colores brillantes. Tan sólo los miró un momento, ya que volvió los ojos automáticamente a Pedro, que estaba poniendo leña en el fogón. Él se irguió cuando ella entró en la habitación y la miró fijamente.
Paula se dio cuenta de que todo el mundo la miraba con expectación. A pesar de haber entrado en la habitación llena de justa indignación ahora no sabía qué hacer. Obviamente, Pedro no había oído los comentarios de Jazmin, y si lo había hecho, seguro que pensaba que sólo eran lo que una buena amiga le diría de todo corazón. De repente, Paula se sintió ridícula.
—Paula, no conoces a Gaston, ¿verdad? —dijo Pedro, rompiendo el silencio.
No había nada del antagonismo de la hermana en el rostro del hombre que se levantó para saludarla.
—Encantado de conocerte, Paula. Te diría que Pedro me ha hablado mucho de ti, pero si conoces bien a Pedro, sabrías que te estoy mintiendo. ¿Verdad, Pedro? —preguntó a su amigo—. Parece que has sobrevivido al viaje bastante bien. Espero que no te ofendas si te digo que estás maravillosa.
—Ella no, pero puede que yo sí —comentó Pedro con sequedad—. Siéntate
Paula. Recuerda que el médico te dijo que, si puedes sentarte, no estés en pie y que, si puedes tumbarte, no estés sentada.
—Supongo que consejos como ése serían los que la pusieron en su actual estado, ¿verdad?
El hermano de Jazmin le lanzó una mirada de desaprobación y sonrió a Paula, disculpándose. Jazmin se sonrojó, pero le aguantó la mirada a su hermano, aunque miró a Pedro con aprensión.
—Siéntate aquí, Paula —dijo Pedro, mientras la conducía hacia un sillón —. Paula no se puso en ese estado… —replicó con desdén—… sola.
Los labios de la joven temblaron. En su voz había habido una seria advertencia. Pero Paula vio en los ojos de Jazmin que tenía en ella a una enemiga.
Sorprendentemente, el resto de la velada fue muy agradable. Aunque había algo en el aire que resultaba incómodo, no lo era tanto como un enfrentamiento directo.
—No sabía que cocinabas —comentó Paula mientras él le retiraba el plato y le llenaba el vaso de agua mineral. Todos los demás estaban bebiendo vino.
—La buena comida del campo no me resulta difícil, aunque se me resisten los platos más elaborados.
—Jamás pensé que alguien pudiera cocinar en esa antigualla —replicó ella.
—No le digas eso a Mathilde. Ella se niega a utilizar las cocinas eléctricas.
A pesar de que cualquier persona podía hablar de aquel tema tan intrascendente, Paula sentía ganas de llorar. ¿Por qué no podían charlar siempre de aquel modo tan relajado?
Para tranquilizarse, Paula se dirigió a Gaston, esperando que su sentido del humor relajado y tranquilo la ayudaría a conseguirlo.
—¿De qué parte de Estados Unidos eres?
—Soy de Canadá —le corrigió él con una sonrisa.
—Perdona. No se me da bien detectar los acentos.
—Nuestra familia se dedica también a la elaboración de vinos y aunque, hasta ahora, el vino canadiense ha tenido peor reputación, eso va a cambiar muy pronto.
—Y tú estás aquí, perdiéndotelo todo —bromeó ella.
—El entusiasmo de Pedro puede ser muy contagioso —respondió él—. Todo el mundo decía que no se puede producir un buen vino en ningún lugar donde los inviernos no sean fríos y los veranos calurosos. Pero nosotros lo conseguimos en Canadá. Esta parte de Francia ha producido vinos siempre, pero no de la mejor calidad. Pedro intenta traer algo de la filosofía del Nuevo Mundo. Como soy franco-canadiense, me pareció un desafío irresistible conocer mis raíces.
—Estoy segura de que Paula no está interesada en la elaboración del vino —replicó Jazmin.
—Al contrario, me encantaría saber más del tema. Pedro me ha sugerido que me haga cargo del marketing de la empresa —le espetó Paula—. Me encantaría visitar las instalaciones —le dijo a Gaston sonriendo.
—Yo te acompañaré —contestó Pedro rápidamente.
—Estarás demasiado ocupada haciendo de ama de casa y de madre para darnos el enfoque tan profesional que necesitaremos. No nos gustaría pensar que te estamos apartando de tus obligaciones —replicó Jazmin.
—Si decido aceptar el trabajo, puedes estar muy segura de que cumpliré con mis obligaciones.
—Si yo tuviera un hijo, creo que me dedicaría a él en cuerpo y alma, sin perder el tiempo con otras cosas.
—Yo no pierdo el tiempo.
—Perdona, no quería ofenderte —se disculpó Jazmin, al captar la severa mirada de Pedro.
—Estoy seguro de que lo que le preocupa a Jazmin es que te agotes —dijo Pedro.
—Tú me hiciste la oferta —replicó ella indignada—. ¿O es que no lo dijiste de corazón?
—Yo creo que es una magnífica idea —anunció Gaston—. Mantener el negocio en la familia.
—Gaston y yo conocemos a Pedro hace años, por eso le consideramos de la familia. ¿Cuándo lo conociste tú? —preguntó Jazmin.
—Nos conocimos en… una boda.
Paula tragó saliva, ya que no quería hablar de ello.
—¿De quién? —preguntó Jazmin en un tono malhumorado.
—De mi prima —replicó Paula con tranquilidad.
¿Qué había esperado oír? ¿Qué se la había encontrado en un bar? Jazmin se lo pasaría estupendamente si supiera lo escandalosa que en realidad había sido la situación.
De repente, sonó un fuerte ruido que los sobresaltó a todos.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Paula.
—Algunas veces el viento sopla muy violentamente —dijo Pedro, levantándose con tranquilidad—. Eso ha sido el tejado provisional del granero —le dijo a Gaston con un gesto—. Tenía que haberlo reforzado antes del invierno. Es mejor que vayamos a comprobar los daños —añadió, agarrando una chaqueta —. No, Jazmin. Tú te quedas con Paula.
La expresión de la chica y el gesto de mala cara que puso revelaba claramente que no le gustaba mucho la idea.
—Yo puedo ayudaros —murmuró, mirando a Paula, que obviamente no podía.
—¿No es muy peligroso? —dijo ella, preocupada por el ruido feroz del viento.
—Me halaga tu preocupación —respondió Pedro.
— ¿No sería mejor esperar a que amainara el viento? —insistió Paula, realmente preocupada por malos presentimientos.
—No te preocupes, Paula. Yo me volveré si se le ocurren ideas heroicas —afirmó Gaston.
—Supongo que puede cuidarse él solo —murmuró Paula con tristeza.
Pero se estremeció cuando Pedro, inesperadamente, se acercó a ella y la besó en los labios. La textura de sus labios y su sabor hicieron que le temblaran las rodillas y le zumbaran los oídos.
—Claro que puedo, pero es agradable que alguien se preocupe por mí —dijo Pedro antes de marcharse.
Cuando la puerta se abrió, Paula sintió el aire frío, pero a ella no la afectó ya que todavía guardaba el calor del beso en sus labios.
—Sabes que él no te ama. Sólo se siente responsable de ti por el bebé. Te crees muy lista porque lo has cazado, pero antes nosotros… —la acusó Jazmin, con las mejillas rojas de ira.
—Yo no busqué esta situación.
—Te podrías haber deshecho del bebé —le gritó Jazmin.
— ¡Yo quiero a mi hijo y, aunque te pese, Pedro también! —respondió Paula, temblando.
—Él no te quiere. Supongo que ahora es la novedad —añadió Jazmin—. Si quisiera jugar a las familias felices contigo, os habríais casado. Pero Pedro es demasiado inteligente como para atarse a una fulana avariciosa como tú.
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