jueves, 13 de julio de 2017
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 11
Ella lo estaba mirando con aquellos ojos grandes y verdes que le provocaban una tensión por todo el cuerpo. Pedro sabía qué pensamientos le estaban pasando por la cabeza porque eran los mismos que le pasaban a él: Traslados, custodia compartida, una vida en la que ya nada sería igual... Deseaba que aquel torbellino emocional se detuviera para ambos, quería que se le pasaran las ganas de besar a Paula y regresar a la vida que tenía antes de que los síntomas de Mariana hubieran hecho necesaria la cirugía.
El aroma del perfume de Paula era ligero y seductor. La camiseta que llevaba puesta le marcaba los senos, y Pedro supo que le cabrían perfectamente en las manos. La parte inferior de su cuerpo pareció despertarse de deseo y experimentó una necesidad que no había conocido hasta entonces.
Cuando se inclinó para besarla supo que ella no se apartaría.
Sabía que las chispas de aquella atracción también habían alcanzado a Paula. Y también sabía que ella era lo suficientemente independiente y segura de sí misma como para haberse alejado mucho antes si no hubiera querido que aquello sucediera.
—No deberíamos —la oyó susurrar mientras inclinaba la cabeza.
—Deber o no deber no tiene nada que ver con esto —musitó él sin saber muy bien a qué se refería Paula exactamente.
Entonces la estrechó entre sus brazos y la atrajo hacia sí.
Sus senos se aplastaron contra la franela de su camisa. Fue un contacto electrizante que se hizo todavía más intenso cuando apoyó los labios en los de ella. El impacto y la potencia de aquel beso atravesaron el cuerpo de Pedro y la besó con más intensidad, deslizando la lengua en el interior de su boca, taladrando su mundo y sus defensas. Él nunca había experimentado un deseo tan animal por nadie.
Ni siquiera por Fran.
El sonido de una camilla de metal por el suelo del pasillo le hizo ser consciente del lugar en el que se encontraban. Pedro dio un respingo. ¿Qué demonios estaba haciendo?
—Tienes razón —dijo apartándose ligeramente de ella—. No
debería haber hecho esto. Ya es todo bastante complicado.
Con las mejillas sonrojadas, Paula se hizo cargo de la parte de culpa que le correspondía.
—Supongo que he dejado que ocurriera porque necesitaba
distraerme.
A Pedro no le gustó escuchar aquello, aunque pensaba que podía ser cierto.
—Voy a dar un paseo para despejarme.
Con un poco de suerte el frío conseguiría helarle también el
cuerpo.
—Yo voy a volver a llamar a Abril. Le contaré a tu madre la buena noticia.
Mientras Paula se dirigía al teléfono, él salió de la sala tratando de sacarse aquel beso de la cabeza diciéndose a sí mismo que se había tratado de un experimento. Nada más.
Un experimento que le había estallado en la cara.
Quince minutos más tarde, Pedro caminaba por la acera con las manos en los bolsillos de la cazadora de cuero. Con la derecha sujetaba un trozo de papel. Había apuntado en él un número de teléfono por si acaso lo necesitaba.
Tenían que hacerse las pruebas de ADN lo antes posible. El
médico le había dicho que podrían tener los resultados en dos semanas, tal vez antes si recurrían a un laboratorio privado. Pedro quería tenerlos antes. Todo estaba en suspenso hasta que supieran con seguridad que Paula era la madre de Mariana.
Se había levantado de pronto un viento cortante, pero a Pedro no le importó. Mientras caminaba hacia el hospital cruzó para colocarse en la acera del edificio, se refugió bajo un toldo y sacó el teléfono móvil.
Mariana iba a pasar tiempo con Paula y él quería saber exactamente qué tipo de madre era. Y eso no podía averiguarse con el informe de un detective privado.
Pero Pedro tenía el nombre de la mujer que cuidaba de Abril
cuando Paula estaba trabajando. Si le decía sinceramente lo que quería, tal vez la mujer estuviera dispuesta a confiar en él.
Marcó el número de teléfono de Lorena Carmichael y esperó.
—¿Diga?
—¿Señora Carmichael? Hola, me llamo Pedro Alfonso.
—¿Alfonso? Ah, ya. Usted es el hombre que se llevó a Paula
y a Abril a Pensilvania.
—¿Le ha contado ella lo ocurrido? —preguntó Pedro, pensando que una de las llamadas que Paula hizo antes de salir de Florida fue a aquella mujer.
—Por supuesto que sí. No me lo podía creer. ¡Bebés cambiados! Yo creía que esas cosas sólo sucedían en las películas. Pobre Paula, con todo lo que había sufrido...
—Supongo que para ella sería muy duro que a su marido le
diagnosticaran un cáncer.
—¿Duro? Es una manera suave de decirlo. Fue una vergüenza.
—¿Se refiere a la enfermedad?
—No, por Dios. Paula me contó que cuando estaba embarazada, él tuvo una aventura. No era la primera vez, si me permite que se lo diga, pero Paula quiso creer que sí. La pobrecilla, embarazada y tan joven... Así que lo perdonó y aguantó.
—¿No se separó de él cuando enfermó?
—¿Separarse? Eso habría sido lo mejor para ella y para la niña. Pero no. Paula no lo abandonó cuando él la necesitaba. Lo cuido hasta el final.
Pedro se estaba formando una imagen nueva de Paula. La
habían decepcionado una vez y no permitiría que volvieran a hacerlo.
Había sido confiada y leal y lo único que había conseguido había sido que toda su vida se volviera del revés.
—Muchas gracias, señora Carmichael. Ha sido usted de gran ayuda.
—Paula va a regresar a Florida, ¿verdad?
—Seguro que ella misma se pondrá en contacto con usted para contarle cómo va todo. Gracias de nuevo.
Pedro colgó el teléfono y se preguntó si la mujer le contaría a
Paula que él la había llamado o se cuidaría de hacerlo, ya que le había contado tantas intimidades. Daba igual. Si Paula lo averiguaba, él le explicaría que sólo estaba recabando información.
¿Y si ella recababa información sobre él?
Pues mejor. Así no tendría que contarle por qué se había
distanciado tanto de su padre de mayor ni por qué su relación con su madre seguía siendo tensa.
Todo terminaría por salir a la luz tarde o temprano. Siempre
ocurría así. Los secretos hacían daño. Pedro lo sabía de buena tinta.
¿CUAL ES MI HIJA?: CAPITULO 10
Mientras el personal sanitario sacaba a Mariana en camilla de la habitación, Abril contemplaba asustada la escena desde el pasillo.
—Se la van a llevar al hospital para que se ponga buena —trató de tranquilizarla Paula.
—¿Quieres venir conmigo? —le preguntó Pedro de pronto
agarrándola del codo.
—Si quiero ir, pero...
Eleanora se inclinó en ese momento sobre Abril y la tomó
suavemente de los brazos.
—¿Quieres hacer galletas conmigo? Y luego Buff y yo te
llevaremos a ver el pony de Mariana. ¿Qué te parece?
—Quiero ver al pony —dijo la niña palmoteando alegremente.
—Estaremos bien —aseguró Eleanora mirando a Pedro y a
Paula—. Vamos, marchaos.
—Luego te llamo para ver si te estás divirtiendo mucho, ¿de
acuerdo? —dijo Paula abrazando a su hija.
—Adiós, mami —se despidió Abril asintiendo con la cabeza.
Ella se giró hacia Pedro y ambos bajaron corriendo las escaleras.
Una vez en la ambulancia, Paula miró a la niña. Estaba
enganchada a un monitor con una mascarilla de oxígeno que le cubría la nariz y la boca. Sintió como si la partieran por la mitad. Podía verse reflejada en los ojos de Mariana. Y si se fijaba con atención, podía ver la forma de la mandíbula de Eric en la cara de la niña.
—Te vas a poner bien —dijo acariciando la cabeza de la
pequeña—. Enseguida estarás jugando con Abril y persiguiendo a Buff por el campo.
Paula lo decía de corazón, porque su instinto así se lo indicaba. Y se fiaba de él para los asuntos familiares y para los negocios. Pero en lo que se refería a los hombres no podía decir lo mismo.
Cuando conoció a Eric estaba terminando la carrera de empresariales. Era guapo, encantador, y sólo tenía ojos para ella. Se enamoró perdidamente, y tras un breve noviazgo se casaron y se fueron a vivir a Washington. Pero transcurrido un año, cuando Paula estaba embarazada, descubrió que Eric había tenido una aventura.
Entonces decidió seguir adelante por el bien del bebé. Su marido le juró que no volvería a serle infiel, pero la confianza se había roto y ella no parecía capaz de recuperarla. Eric seguía viajando mucho y no siempre le decía donde estaba.
Cuando Abril nació, su hija reclamó por completo su atención hasta que a Eric le diagnosticaron cáncer. No podía abandonarlo en aquella situación.
Así que se quedó y cuidó de él y también de la niña.
Pero su experiencia la había vuelto desconfiada. No necesitaba apoyarse en ningún hombre. Se había equivocado con Eric, no era el tipo de persona que ella pensaba. Así que no confiaba en su instinto respecto a los hombres, y mucho menos respecto a Pedro Alfonso, cuando la base de su vida estaba en juego.
La ambulancia se detuvo finalmente en la puerta del hospital.
Paula no era capaz de imaginar lo que les aguardaría los próximos días.
Pedro y él esperaron en la sala de urgencias mientras se llevaban a Mariana en camilla. Unos minutos más tarde apareció el médico de Mariana en la puerta y la dejó semi abierta para que pudieran ver a la niña.
—Vamos a operar. Ya te expliqué el procedimiento la semana pasada —dijo dirigiéndose a Pedro—. Estaremos en el quirófano aproximadamente tres horas. Estará en la sala de reanimación otras dos. Las primeras doce horas después de la operación serán el indicativo del resultado. La enfermera traerá los papeles para que los firmes.
Paula se giró para mirar a Pedro y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Sintió que el labio inferior le temblaba. Un instante después, él la tenía abrazada y ella apoyaba la cabeza contra su pecho mientras escuchaba el latido de su corazón. Ninguno de los dos dijo nada.
Unos minutos más tarde, cuando se sintió algo más entera,
Paula alzó la cabeza. Él la miró. En sus ojos había una luz profunda que la emocionó y al mismo tiempo la asustó.
En cualquier caso, Pedro se recompuso en cuestión de segundos y ella comprobó con alivio que se apartaba.
—¿Podemos esperar aquí a que salga del quirófano? —
preguntó Paula saliendo del círculo de sus brazos algo avergonzada.
—No sé si podemos, pero vamos a hacerlo.
Estaba segura de que Pedro no quería estar tampoco lejos de allí.
Pero el momento reconfortante e íntimo que acababan de compartir había creado una atmósfera extraña entre ellos.
Tal vez se les pasara durante la espera. O tal vez volverían a sentir aquella conexión otra vez.
Una conexión que a Paula le daba pánico.
Porque era demasiado peligrosa como para pensar siquiera en ella.
Pedro regresó a la sala de espera con dos vasos de café y unos sándwiches. Había llamado a su madre para decirle que iban a operar a Mariana y Paula había hablado un momento con Abril. Él también había hablado con la niña.
Quería que se fuera acostumbrando a que formara parte de su vida.
Cuando llegó a la sala vio que Paula no estaba y casi lo agradeció. Prefería estar solo en situaciones de aquel tipo. Cuando tenía problemas o sentimientos a los que no quería enfrentarse, Fran solía decir que era como un oso que se metía en la cueva hasta que llegaba a un acuerdo consigo mismo. Ahora el viñedo era su cueva, excepto cuando su tío Stan andaba por allí. Desde que él había regresado a Willow Creek, Stan estaba completamente a la defensiva. El hermano de su padre siempre había echado una mano en los viñedos. Pedro nunca había estado muy unido a su tío hasta que descubrió la verdad sobre sus padres cuando tenía dieciocho años.
Entonces, todo se vino abajo.
Pedro dejó la bandeja con el café y los sándwiches encima de la mesa que había delante del sofá. Agarró uno de los vasos de plástico y se acercó a la ventana. Desde allí paseó la mirada por el campo.
Y viajó hacia atrás en el tiempo.
Siempre había respetado a su padre. Pablo Alfonso había visto las posibilidades de fabricar vino en el valle de Susquehanna antes de que se convirtiera en un sector importante de la zona. Pedro sentía fascinación por el proceso de la bodega y había decidido desde muy joven sacarse el título de bioquímico para aumentar la reputación de los vinos de Willow Creek. Desde niño sintió que entre sus padres había una especie de distanciamiento, aunque nunca supo la razón. Hasta que la descubrió.
Necesitaba su libro de familia para sacarse el pasaporte y poder realizar un viaje a Europa. Cuando lo encontró en el desván no dio crédito a sus ojos. El nombre de su madre no figuraba en su partida de nacimiento. En su lugar aparecía el de Dora Edwards. Pedro se encaró a sus padres y descubrió que Pablo había tenido una aventura diecinueve años atrás.
Eleanora era amiga de su padre y siempre lo había amado.
Dora era muy hermosa pero al parecer aspiraba a convertirse en una cantante famosa y por eso quería abortar. Cuando el padre de Pedro la convenció para que tuviera al niño y se lo entregara, Eleanora estuvo de acuerdo en criarlo como si fuera suyo.
El mundo de Pedro se vino abajo aquel día. No sabía ni quién era, y por eso lo primero que hizo fue buscar a Dora. La encontró cantando en un hotel de Atlantic City. Ambos comprendieron enseguida que no tenían nada en común ni ningún lazo que los atara, y después de aquel encuentro no volvieron a verse más.
Pedro se convirtió en un joven amargado, incapaz de perdonar a sus padres por haber alimentado aquella mentira durante tanto tiempo.
Cuando se graduó decidió dedicarse al campo de la investigación en lugar de regresar a Willow Creek. Cuando su trabajo empezó a ser reconocido ganó más dinero del que podía gastar. Con una reputación ya ganada, comenzó a tomarse más tiempo libre y entonces reparó en la asistente de investigación de su laboratorio, Fran Matthews. Seis meses más tarde se casó con ella.
—¿Pedro? —lo llamó Paula con voz suave.
El sonido de su nombre en sus labios lo devolvió al presente.
Al mirarla vio en ella todas las cosas que la diferenciaban de Fran. El pelo de Paula tenía reflejos pelirrojos. También era más alta. Y tenía mucha más energía que su esposa.
Pedro se detuvo en aquel punto. No debería estar haciendo
comparaciones. No tenía ninguna necesidad.
—He ido al mostrador de enfermeras para ver si sabían algo —dijo ella tomando asiento en el sofá.
—No sabremos nada a no ser que... hasta que termine —se
corrigió Pedro.
Había estado a punto de decir «A no ser que algo salga mal». Pero ninguno de los dos tenía interés en ir por aquel camino.
Al sentarse al lado de Paula, Pedro no pudo negar la atracción que sentía por ella y lo culpable que se sentía.
Nunca habían saltado las chispas de aquella manera con Fran. Se preguntó si lo que su padre había sentido por Dora Edwards no habría sido algo parecido.
Durante la hora siguiente, Paula se concentró en sus propios
pensamientos y él hizo lo mismo. Ambos pasaron las hojas de las revistas sin leerlas realmente.
Cuando el cardiólogo hizo su aparición en la sala todavía llevaba el gorro y la mascarilla.
—La operación ha salido bien. Voy a dejar a Mariana en la UCI de pediatría durante las próximas doce horas. Dentro de una hora y media podréis entrar a verla.
—Gracias —dijo Pedro acercándose para estrecharle la mano.
—No me las des —contestó el médico—. Es mi trabajo.
Y dicho aquello desapareció.
—Siento como si otra vez pudiera respirar —dijo Paula con una sonrisa.
—Te entiendo.
—¿Qué vamos a hacer ahora, Pedro? —preguntó ella poniéndose seria.
—Relajarnos unos minutos y despejarnos la cabeza.
—No me refiero a ahora. Me refiero a... Yo tengo mi vida en
Florida y la tuya está aquí. Las niñas se llevan fenomenal. Si Mariana es realmente hija mía...
—No adelantes acontecimientos o te volverás loca —dijo Pedro agarrándola suavemente de los hombros—. Dejemos que Mariana se recupere, hagamos la prueba del ADN y después ya veremos.
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