miércoles, 17 de mayo de 2017
IRRESISTIBLE: CAPITULO 1
Un traqueteo de ruedas sobre la nieve, hizo saber a Paula Chaves que él estaba allí. El comisario. El hombre que lo había estropeado todo antes incluso de llegar a Mountain Haven, un pueblecito perdido en la región de Alberta, en Canadá.
Suspirando, apartó las cortinas y miró el jardín, cubierto por una espesa capa blanca. Aunque estaba a punto de empezar la primavera, una inesperada tormenta de nieve le había dado al paisaje un aspecto navideño.
Y en ese paisaje navideño, acababa de aparecer una furgoneta negra. Paula suspiró de nuevo. Siempre encontraba una excusa para no irse de vacaciones, pero ahora que Juana volvía al colegio en Edmonton, había decidido darse un capricho e ir a algún sitio soleado.
Estaba echando un vistazo en la agencia de viajes de Red Deer, cuando él había llamado al hostal pidiendo una habitación para una estancia larga.
Como ella no estaba en casa en ese momento, fue Juana quien reservó una habitación sin consultar con nadie. Y eso no sólo había estropeado sus planes, sino que había provocado una enorme discusión entre su hija y ella. Claro que si no hubiera sido sobre eso, habrían discutido sobre cualquier otra cosa. Nunca estaban de acuerdo en nada.
Como si la hubiera invocado, Juana eligió ese momento para bajar corriendo la escalera, con un pantalón de pijama y una camiseta gris que habían visto tiempos mejores. La verdad, sería un alivio que volviese al colegio después de la Semana Blanca. Últimamente se llevaban mucho mejor cuando estaban a muchos kilómetros de distancia.
—Sigues en pijama y nuestro cliente acaba de llegar —la regañó.
—Es que no me ha dado tiempo de hacer la colada…
Juana pasó corriendo a su lado.
Paula suspiró. Aunque Juana se quejaba de que no había nada que hacer allí, siempre le dejaba las tareas a ella. Y ella las hacía por no discutir. Su relación ya era suficientemente complicada.
Por eso, cuando le informó sobre la llegada de aquel inesperado cliente, perdió la paciencia en lugar de darle las gracias por tomar la iniciativa en el negocio. Debería olvidarse de las supuestas vacaciones, pensó. México no iba a moverse de donde estaba. Iría en otro momento, y con ese dinero extra podría hacer reformas en la casa durante el verano.
En fin, el comisario era un cliente y su obligación era hacer que se sintiera cómodo en su casa. Aunque tenía serias dudas. Un policía estadounidense nada más y nada menos… Con la fama de violentos que tenían.
Obligándose a sí misma a sonreír, Paula abrió la puerta sin darle tiempo de llamar al timbre.
—Bienvenido al hostal Mountain Haven… —consiguió decir.
Pero al ver aquellos ojos de color azul verdoso, se le olvidó el resto de la frase que había ensayado.
—Gracias. Sé que estamos fuera de temporada, y le agradezco que me haya dado alojamiento —contestó él, con una parka gris abrochada hasta el cuello—. Espero que no sea un inconveniente para usted…
Paula tuvo que hacer un esfuerzo para cerrar la boca. ¿Iba a pasar las siguientes tres semanas con aquel hombre? ¿En un hostal vacío? Juana sólo estaría allí unos días antes de volver al colegio. Y entonces se quedaría sola con el hombre más guapo que había visto en toda su vida.
Tenía la voz suave, masculina, los labios bien definidos, el gesto serio. Y unos ojos matadores… Unos ojos que brillaban en contraste con su ropa oscura.
—Estoy en el hostal Mountain Haven, ¿verdad? —le preguntó, mientras ella permanecía en silencio.
«Contrólate», se dijo Paula a sí misma.
—Si es usted Pedro Alfonso, está en el sitio adecuado —consiguió decir, dando un paso atrás para abrirle la puerta.
—¡Qué alivio! Temía haberme perdido… Y por favor, llámeme Pepe —sonrió él, mientras se quitaba un guante para ofrecerle su mano—. Sólo mi jefe o mi madre me llaman Pedro… Cuando he metido la pata en algo.
Paula sonrió, esa vez de verdad, mientras estrechaba su mano. Tenía un apretón firme y envolvía sus dedos completamente. Y no podía imaginarlo metiendo la pata en nada.
—Soy Paula Chaves, la propietaria del hostal. Entre, por favor.
—Sí, un momento. Tengo que ir a buscar mis cosas…
En dos zancadas había bajado hasta la camioneta, y cuando se inclinó para sacar la bolsa de viaje, la parka se levantó un poco, revelando un estupendo trasero bajo unos pantalones vaqueros muy gastados.
—Está más bueno que el chocolate, ¿verdad? —oyó la voz de Juana tras ella.
Paula dio un paso atrás, colorada hasta la raíz del pelo.
—¡Juana! Por favor, baja la voz… Es un cliente.
Juana, totalmente despreocupada, le dio un mordisco a la tostada que tenía en la mano.
—El policía, ¿no?
—Sí, supongo.
—Pues si la parte delantera es como la trasera, esto es mejor que irse de vacaciones a México.
Pedro se dio la vuelta entonces, y Paula se llevó una mano al corazón. Aquello era absurdo. Era una reacción visceral, nada más. Era un hombre muy guapo, altísimo… ¿Y qué?
Ella nunca se había sentido atraída por un cliente.
En realidad, no era su estilo sentirse atraída por ningún hombre a primera vista. Pero tampoco era ciega.
—Hola, soy Juana —se presentó su hija.
—Pedro Alfonso.
Pedro estrechó su mano, y al apartarla vio que lo había manchado de mermelada.
—Mi hija… —suspiró Paula.
—Ya me imagino —sonrió él, lamiendo la mermelada de su dedo. Juana sonreía también, encantada—. Tú hiciste mi reserva, ¿no?
—Sí, es que estoy de vacaciones.
—Deme su parka —intervino Paula, nerviosa.
El teléfono empezó a sonar, y Juana corrió a contestar, como siempre… Pedro la siguió con la mirada antes de volverse hacia Paula.
—Los adolescentes y el teléfono… —dijo ella, levantando una ceja—. ¿Qué se puede hacer?
—Sí, me acuerdo. Pero da unas indicaciones estupendas. He encontrado el hostal enseguida.
—¿Ha venido conduciendo desde Florida?
—No, vine en avión. La camioneta es de un amigo que fue a buscarme a Coutts.
Paula guardó la parka en el armario del pasillo y se dio la vuelta, sintiéndose un poco menos inquieta. Aquello era lo que hacía para ganarse la vida. No tenía por qué sentirse incómoda con un cliente.
—¿Dónde vive su amigo?
Iba a ayudarlo con la bolsa de viaje, pero él se la quitó de la mano con cierta brusquedad.
—Yo la llevaré.
A Paula no le pasó desapercibido que no había contestado a la primera pregunta. Y tampoco que le había quitado la bolsa con más rudeza de la necesaria. Quizá estuviera en lo cierto desde el principio, y tener un policía en casa no fuera buena idea.
Ella se enorgullecía de ofrecer un ambiente acogedor y agradable en el hostal, pero hacían falta dos personas para que las cosas fueran bien. Y por su expresión, eso no iba a ser fácil.
—Lo siento, no quería ser antipático. Es que estoy acostumbrado a cuidar de mí mismo —se disculpó él con una sonrisa—. Mi madre me mataría si dejara que una mujer cargase con mis cosas.
Paula se preguntó qué diría su madre si supiera que ella llevaba el hostal sola y se encargaba de todas las reparaciones, desde arreglar un tejado a desatascar las cañerías.
—Veo que la caballerosidad no ha muerto… —murmuró, mientras lo llevaba hacia la escalera.
—No —contestó él.
Quizá su profesión lo hiciera ser receloso, pero debería hacerle saber que lo que llevara en la bolsa no era asunto suyo.
Ella no tenía por costumbre husmear en el equipaje de los clientes.
—El hostal Mountain Haven es un refugio —empezó a decir, mientras abría la puerta de una habitación—. Un sitio para olvidarse de los problemas y no dar explicaciones a nadie. Espero que disfrute de su estancia aquí.
Pedro Alfonso la miró a los ojos, pero en ellos no pudo leer sus pensamientos. Era como si deliberadamente, los estuviera escondiendo.
—Le agradezco la discreción.
—No tiene que agradecerme nada. Las llamadas locales son gratuitas, las conferencias no. No hay televisión en su cuarto, pero hay una en el salón y puede usarla cuando quiera.
—Muy bien.
Era tan raro saber que él sería el único cliente durante las siguientes semanas… Le parecía extraño hablarle de la casa, de las normas…
—Normalmente hay un horario para todo, pero usted es el único cliente, así que podemos ser un poco más flexibles. Suelo servir el desayuno entre las ocho y las nueve, pero si se levanta más tarde podemos llegar a un acuerdo. La cena se sirve a las ocho y media. Para la comida el horario es más flexible. Puede tomar el almuerzo aquí o no, como le parezca. Hay una conexión de Internet en la habitación, y si lo desea, puedo informarle sobre los sitios de interés en la zona.
Pedro dejó la bolsa de viaje y la mochila sobre la cama.
—¿Soy el único cliente?
—Sí. En esta época del año no suelo tener mucha gente.
—Entonces… Me sentiría incómodo comiendo solo. Podríamos comer juntos.
Paula se puso colorada. La tonta de Juana y sus comentarios…
Pero la verdad era que la parte delantera era tan atractiva como la trasera. Normalmente los clientes comían en el comedor y ella en el office, o si estaba Juana, en la cocina.
Pero sería un poco raro servirle a él solo en el comedor.
—Su estancia aquí debe ser agradable para usted, eso es lo más importante. Si prefiere comer con nosotras, no hay ningún problema. Y si necesita algo, no dude en decírmelo.
—Por ahora, tengo todo lo que necesito.
—Entonces le dejo para que deshaga el equipaje. El cuarto de baño está al final del pasillo, y como es el único cliente, lo usará usted solo. Juana y yo tenemos nuestro propio cuarto de baño —sonrió Paula—. Me voy abajo. Si necesita algo, sólo tiene que llamarme. Si no, nos vemos a la hora de la cena.
Luego cerró la puerta y se apoyó en ella, cerrando los ojos.
Pedro Alfonso no era un cliente normal y no podía quitarse de encima la impresión de que escondía algo. No había hecho ni dicho nada raro, pero había algo en él que la hacía sentirse incómoda. Dada su profesión, debería ser al contrario. ¿Con quién iba a estar más segura que con un comisario de policía? ¿Por qué iba a esconder nada?
Que fuese tan guapo era algo en lo que no debería pensar, y como iban a vivir en la misma casa durante dos semanas, tenía que calmarse un poco. Juana no estaría allí para ponerla nerviosa, y ella volvería a ser la propietaria de un hostal. Pan comido.
Sólo era un hombre, después de todo. Un hombre con un trabajo estresante que había decidido tomarse unos días de descanso. Un hombre con una cuenta de gastos que compensaría sus vacaciones perdidas, ayudándola a pagar su viaje a México el próximo año.
IRRESISTIBLE: SINOPSIS
Buscaba una vida tranquila… Y se enamoró de un agente de la ley…
Paula Chaves quería una vida sencilla, ordenada y sin riesgos… Hasta que abrió la puerta de su pequeño hotel de montaña, y se encontró con un desconocido moreno y peligroso.
Pedro Alfonso le ofrecía todo un mundo de placer. Pero el policía no buscaba un lugar en el que descansar porque tenía una misión que cumplir.
A Paula le daba miedo que Pedro pusiera su vida en peligro día tras día, por eso intentó resistirse con todas sus fuerzas a lo que sentía por él. Pero había cosas a las que ningún corazón era inmune.
martes, 16 de mayo de 2017
PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO FINAL
Paula abrió la terraza para que saliera Murphy. Dejó a las niñas en el carrito y les calentó la comida en el microondas.
Después de dársela, les cambió el pañal y les dio de mamar.
Estaba metiendo de nuevo a Ana en el carrito cuando oyó que se abría la puerta de la casa. Pedro se detuvo nada más verla.
—¿Qué diablos haces aquí?
—Lo siento.
—¿Por qué? —dijo él, dando un paso adelante.
—Por ser tan egoísta, tan irracional y tan exigente —contestó con lágrimas en los ojos—. ¿Por negarme al compromiso? ¿Por esperar que fueras tú quien hiciera todos los cambios? ¿Por no confiar en ti? ¿Por no darte la oportunidad de darme una explicación? No lo sé. Sólo sé que no puedo vivir sin ti, y que siento haberte hecho daño, y haberlo arruinado todo. Andrea dijo que no podía creer…
—¿Has hablado con Andrea?
—Me dio tu número de teléfono. Te llamé, pero estaba apagado.
—No tiene batería, y no llevaba el cargador en el coche.
¿Qué te dijo ella?
—Nada. Sólo que estaban asombrados por todo lo que habías hecho, pero yo no sabía a qué se refería. Tú no me lo has contado, y ella tampoco, así que sigo sin saberlo. ¿Qué diablos has hecho por mí que es tan importante? ¿Qué te he hecho hacer? Por favor, ¡cuéntamelo!
—Tú no me has hecho hacer nada. Yo elegí hacerlo. Se suponía que todo iba a ser maravilloso, pero parece que me equivoqué.
Se volvió y se dirigió a la terraza.
—¿Murphy? —dijo sorprendido al ver al perro.
—Oh, Pedro, por favor, cuéntame lo que has hecho —susurró ella.
Entonces, él entró de nuevo, se sentó y agarró al perro por el
collar para que se quedara quieto.
—Esto no va a funcionar. No hay sitio para que las niñas
duerman, y el perro destrozará la casa en un momento. Además, ya la he vendido. En cualquier caso, quiero sentarme para hablar contigo en serio, así que vamos a casa.
—¿A casa?
¿Había vendido el apartamento?
Él sonrió, cansado.
—Sí, Pau. A casa.
Acostaron a las niñas nada más llegar, encerraron al perro en la cocina y se dirigieron al salón. Hacía frío y Pedro encendió la chimenea. Se sentaron en el suelo, apoyados contra el sofá, y él rodeó a Paula con el brazo y la atrajo hacia sí.
—Bien. Imaginemos que es sábado por la tarde y que te he
preparado la cena, ¿de acuerdo?
—Oh, Pedro…
—Shh. Ya estamos tomando el café, ha hecho un día precioso y las niñas están dormidas. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Bien, pues voy a hacerte una propuesta, y quiero que la
pienses bien y que me des tu respuesta cuando hayas reflexionado y estés segura de que funcionará.
—De acuerdo. ¿Y cuál es la propuesta?
—Lo primero de todo, Joaquin vende la casa.
—Lo sé. Y…
—Shh. Escucha. Y pedí que hicieran una tasación.
—¿Cuándo?
—El martes. Mientras estábamos en la playa, y hoy, mientras
tomabas café con Juana. He hablado con Joaquin, le he dicho las cifras y hemos acordado un precio.
—Pero…
—Shh. Ahora te dejo hablar. Joaquin me contó que hacía tiempo había hablado con un arquitecto para reformar el establo. Al parecer, los urbanistas no pondrían ningún problema a la hora de convertir el establo en una oficina, así que podría trasladar la oficina de Londres aquí. Y le he vendido a Gerry mi parte de la oficina de Nueva York.
Ella lo miró confusa.
—¿Has vendido tu parte de la oficina de Nueva York?
—No puedo ir allí, está muy lejos —dijo él—. Y tampoco puedo ir a Londres todos los días, así que trasladaré mi oficina aquí. Todo el mundo está dispuesto a venir. Samuel y su familia, y Andrea, con su hija y su marido. También otros miembros de la empresa.
Paula lo miró perpleja.
—¿Has vendido las oficinas de Nueva York y Tokio?
Él sonrió.
—Bueno, Yashimoto y yo ya lo habíamos hablado. De algún
modo… —se calló, tragó saliva y le apretó el hombro—. De algún modo, y con todo el daño que nos ha causado, nunca terminó de gustarme.
—¿De veras ibas a venderla? Porque me he sentido culpable de que lo hicieras, después de todo el esfuerzo que habías invertido allí…
Pedro negó con la cabeza.
—Está bien. Estoy contento. Así que ya está. Andrea dice que vendrá para ayudarme a instalarme, pero que no puede trabajar a jornada completa porque su hija va a tener un bebé, así que esto sólo funcionará si tú compartes el trabajo con ella. La ventaja es que tendrás el control de mi agenda —añadió con una sonrisa—. ¿Qué te parece, señora Alfonso? ¿Quieres intentarlo? ¿O sigue siendo demasiado? Porque si de verdad quieres que lo deje todo, me jubile de forma anticipada y me dedique a hacer macramé… Estoy dispuesto a hacerlo con tal de estar contigo y con las niñas, porque hoy me he dado cuenta de que no podía marcharme de tu lado, porque te quiero demasiado.
Ella se percató de que hablaba muy en serio. Levantó la mano y le acarició el rostro.
—Oh, Pedro. Yo también te quiero. Y no tendrás que aprender a hacer macramé. Estaré encantada de volver a trabajar contigo. Lo echo de menos. Y compartir un trabajo me parece buena idea. Además, me gusta la idea de controlar tu agenda.
Él soltó una carcajada.
—Suponía que sería así —la estrechó contra su cuerpo y la besó despacio. Después, la miró con una sonrisa—. Hay otra cosa, pero no sé dónde está el paquete que me trajeron antes. Espero que todavía lo tengas.
—Está en el coche. Iré por él.
Paula se puso en pie y salió a buscar el paquete y los planos de la reforma.
—Toma —dijo, arrodillándose a su lado—. Y aquí están los
planos. El arquitecto me los dio el otro día. Vive en el pueblo y fui a hablar con él. Se suponía que Joaquin iba a llamarme para decirme el precio de la casa.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo has conseguido todo eso? Le pedí a Joaquin que guardara el secreto.
—Y yo también. No me dijo ni una palabra sobre ti, sólo que creía que debíamos estar juntos, y que estaría encantado de vendernos la casa. Eso fue todo. Y yo pensé que, si te daba la opción de trasladar parte de tu oficina a este lugar, de forma que pudieras repartirte el tiempo entre Londres y aquí, y veía que te sentías acorralado, sería que no te parecía bien.
—No me siento acorralado —dijo él—. Ni mucho menos.
Me siento afortunado. Sé que ha sido un año duro, pero ya ha terminado. Volvemos a estar juntos, y no quiero que nos separemos jamás.
—Yo tampoco —murmuró ella—. Y siento no haberte dicho que estaba embarazada. Deseaba hacerlo, pero creía que no querrías saberlo. Si hubiese sabido lo que había sucedido con Debbie, no lo habría dudado.
—Lo sé. Y es culpa mía —la besó—. Igual que fue culpa mía que te disgustaras cuando me viste hablar con Joaquin por teléfono. Si te lo hubiera contado todo... Pero no, ya sabes cómo soy, quería darte una sorpresa. Así que… ni un secreto más. Nada de guardarnos los sentimientos. Y se acabaron las sospechas. Tenemos que confiar el uno en el otro, aunque no sepamos de qué se trate.
—Confío en ti —dijo ella—.Y quiero confiar en ti. Era sólo que conozco tu mirada y sé cuándo estás a punto de cerrar un trato. Llevas así toda la semana, así que sabía que iba a suceder algo importante.
—Estaba planeando nuestro futuro. No puedo pensar en nada más importante. Toma. Tengo algo para ti.
Abrió el paquete y sacó una pequeña caja. Dentro había una bolsita de piel. Se colocó de rodillas, frente a Julia, y dijo:
—Dame la mano.
Ella la estiró pensando que iba a ponerle un anillo.
—Así no. Hacia arriba.
«No es un anillo», pensó ella, ocultando su decepción.
Volvió la mano y él volcó el contenido de la bolsa sobre ella.
—¿Pedro? —dijo ella, al sentir algo frío, compuesto de tres piezas.
—Nunca has tenido un anillo. Sólo el de la boda, pero nos
casamos tan deprisa que no tuvimos tiempo de… Bueno, se me ocurrió que te gustaría opinar sobre cómo lo quieres, así que compré esto. Son tres diamantes, uno por nosotros, y los otros dos por cada una de nuestras hijas. Y no sé qué quieres hacer con ellos, pero se me ocurre que quizá estaría bien un anillo y un par de pendientes, o un collar… No sé. Lo que tú quieras.
—Son preciosos —dijo ella, asombrada.
—Son brillantes blancos. Los cortaron en Antwerp de la misma piedra, y si quieres más, podemos comprarlos para hacer otro anillo, y otra cosa. Tienen otros más pequeños de la misma piedra. Pero pensé que podíamos llevarlos a engarzar y así podré dártelos en junio.
—¿En junio?
—Cuando hayan florecido las rosas —dijo él—. Sé que puedo parecer un sentimental, pero me encantaría renovar los votos de compromiso. He estado a punto de perderte, Pau, y entonces, me di cuenta de lo mucho que significas para mí. Quiero tener la oportunidad de demostrarles a nuestros amigos cuánto te quiero y lo afortunado que soy por tenerte a mi lado. Y quiero que sea en nuestro jardín, oliendo las rosas.
—Oh, Pedro —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Yo te dije eso.
—Lo sé. Y tenías razón. Nunca nos paramos a oler las rosas, pero ahora tenemos tiempo. Podremos hacerlo cada verano durante el resto de nuestras vidas… Si quieres que me quede a tu lado.
—Oh, Pedro, por supuesto que quiero. Te amo.
Él sonrió.
—Yo también. Y siempre te amaré.
La agarró de las manos y la atrajo hacia sí. Inclinó la cabeza y la besó apasionadamente
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