domingo, 23 de abril de 2017

EL VAGABUNDO: CAPITULO 15




Pedro respondió a la sonrisa que le lanzó Pato con otra sonrisa. No sabía que ir a aquel pub formase parte de los planes de ella para celebrar el cumpleaños de Paula.


De haberlo sabido, habría quedado con Julian en otro lugar, pero ya era demasiado tarde. Pato y Paula los habían visto. 


Sin embargo, no podían adivinar que Julian era su hermano puesto que, aunque ambos habían heredado de su padre la altura y corpulencia, Pedro tenía el mismo cabello castaño y ojos castaños de su madre, mientras que el cabello negro de Julian y sus ojos grises eran como los de su padre.


—¿Vas a decirme para quién es este regalo? —preguntó Julian dándole a su hermano una pequeña caja envuelta en un papel dorado.


—Para esa mujer que se encuentra ahí, al fondo del bar. Cinco mesas más allá, a la derecha.


Pedro miró a Paula y ella le volvió la espalda.


—¿La rubia que lleva un vestido naranja? —preguntó Julian—. ¡Hermano, no sabía que te gustaban tan explosivas!


—Esa no, idiota. La morena que va con ella.


—¿La que tiene el abrigo puesto?


—Sí, ésa es mi pequeña Paula.


—¿La mujer para quien trabajas? —preguntó Julian contemplándola—. Es… diferente.


—Mañana es su cumpleaños. Su tía me ha dicho que lleva años sin poder comprarle su perfume preferido. Paula ha criado a sus dos hermanos y ha conseguido que fueran a la universidad.


—¿Cómo vas a explicar que puedas haberte permitido comprar este perfume tan caro?


—Es sólo un frasco pequeño.


—Sí, un frasco pequeño de cien dólares.


—Le diré que un viejo amigo que me debía un favor me ha prestado el dinero, tú vas a ser ese viejo amigo.


—Si has planeado darle el regalo esta noche, será mejor que te des prisa —dijo Julian—. Parece que la dama se va.


—¿Qué?


Pedro miró en dirección a la mesa de Paula y la vio levantando la chaqueta de Pato, ésta última seguía sentada.


—Vamos, te las presentaré.


Pedro se metió la cajita en el bolsillo de la camisa y luego, levantándose, comenzó a cruzar el establecimiento. Julian le siguió.


Paula vio a Pedro ponerse de pie y el corazón comenzó a latirle con fuerza.


Aunque no era guapo en un sentido clásico, Pedro era sumamente masculino y atractivo. Como si estuviese hipnotizada, volvió a sentarse, incapaz de apartar los ojos de aquel hombre enorme con barba que avanzaba hacia ella.


Pedro se detuvo junto a la mesa y clavó los ojos en Paula.


—Señoras —dijo Julian Alfonso con la mejor de sus voces.


Antes de que Julian pudiera añadir una palabra más, Pedro le tendió la mano a Paula, quien inmediatamente se puso en pie y le dio la mano. Pedro le quitó el abrigo y lo dejó encima de una silla; a continuación, la condujo hasta la pista de baile.


—¡Vaya, vaya! —exclamó Julian con humor—. ¿Me permite que la invite a una copa mientras nuestros amigos bailan?


—Siéntate —dijo Pato—. Y sí, gracias, me encantaría tomar otra copa.


Paula no había bailado desde hacía años, y nunca había sentido lo que sentía en aquellos momentos al bailar con Pedro.


—No sabía que ibais a venir aquí esta noche —dijo él.


—Ha sido idea de Patricia.


—¿Estáis celebrando tu cumpleaños las dos solas? —preguntó Pedro—. ¿Dónde está el señor Woolton?


—Sergio está fuera de la ciudad por motivo de negocios.


—Supongo que estará de vuelta a tiempo para llevarte a la fiesta de caridad — comentó Pedro estrechándola con posesividad.


Paula contuvo la respiración unos momentos.


—Sí… Bueno, la fiesta no es hasta dentro de dos semanas.


—No vayas con él, Paula —le susurró Pedro al oído.


—Hemos hablado y los dos estamos de acuerdo en que no debe haber nada entre nosotros, ¿no es así?


—Tú eres quien está de acuerdo, no yo —respondió Pedro—. Yo estaría de acuerdo con cualquier cosa.


—Sabes perfectamente lo que yo quiero —dijo ella mirándole directamente a los ojos.


—Y tú sabes lo que yo puedo ofrecerte.


Reprimiendo las lágrimas, Paula posó las manos en el pecho de él y ambos se quedaron en silencio durante un rato.


—Creo que es una suerte que no quiera casarme, te verías condenada a vivir con un vagabundo sin un céntimo —observó Pedro.


Paula alzó el rostro y le miró, él sonrió.


—Si yo estuviese enamorada de un hombre y él me quisiera lo bastante como para comprometerse a pasar conmigo el resto de su vida y a ser el padre de mi hijo, no me importaría en absoluto que no tuviera un céntimo —respondió Paula bajando la cabeza—. No puedo negar que estaría muy bien poder vivir sin tener que estar contando siempre el dinero, pero nada es tan importante como amar a alguien, y mucho menos el dinero.


Pedro vaciló un momento, pero enseguida reanudó el baile.


¿Por qué había conocido tan tarde a una mujer que realmente se interesaba por él? Una mujer que no sabía que era multimillonario y a quien podía ofrecerle la luna si se la pidiese. Las mujeres le habían perseguido toda la vida; Pedro sabía que era atractivo, pero también sabía que la mayoría de las mujeres le habían querido por su dinero… incluso Carolina.


De repente, comenzaron a sonar las notas de la canción 
Cuando un hombre quiere a una mujer.


La canción les recordó la noche en que se conocieron, el momento en que se dieron cuenta de que ambos se deseaban. Pedro le colocó una mano en la garganta y le echó la cabeza ligeramente hacia atrás, lo suficiente para ver que un leve rubor había añadido color a su hermoso rostro. Paula tenía una piel preciosa, unos labios llenos y rosados, una pequeña nariz y unos enormes ojos azules.


Pedro inclinó el rostro y le besó la frente.


Paula deseaba que la besase más que nada en el mundo. 


Estiró el cuello y le rogó silenciosamente que le cubriese los labios con los suyos.


Pedro la besó con una pasión que hasta a él mismo le sorprendió. La besó con fiereza hasta hacerla gemir y hasta que, inconscientemente, Paula se frotó contra él.


Con desgana, Pedro apartó la boca de ella y le susurró al oído:
—Vámonos de aquí.


Durante un momento, Paula se sintió dispuesta a ir con él a cualquier parte. Pero pronto recuperó el sentido común.


—No, Pedro. Yo… nosotros…


—En ese caso, vámonos a alguna mesa —dijo él—. Vamos a hablar un rato, no me dejes todavía.


Ella le miró a los ojos. Nunca un hombre la había mirado así, como si fuese a morir sin ella.


—De acuerdo. Vamos a alguna mesa.


Encontraron una mesa en un rincón y ambos se sentaron. A continuación, Pedro hizo un gesto a una camarera.


—¿Champán? —preguntó Pedro a Paula.


—Oh, no… no.


Paula sabía que Pedro no podía pagar una botella de champán. ¿Cómo se le había ocurrido hacer semejante sugerencia? ¿Acaso quería impresionarla?


—Entonces, ¿qué?


Pedro se dio cuenta de que había cometido una equivocación al sugerir champán automáticamente para celebrar el cumpleaños de Paula. Sin duda, a Leah le había preocupado el dinero que costaba.


—Ginger ale —respondió ella forzando una sonrisa a la camarera.


—Que sean dos, por favor —dijo Pedro y luego se volvió a Paula—. ¿No bebes alcohol?


—No suelo hacerlo.


—En ese caso, supongo que el ginger ale es la mejor bebida no alcohólica para celebrar un cumpleaños.


Pedro se metió la mano en el bolsillo de la camisa. Paula abrió los ojos desmesuradamente cuando vio la pequeña caja que Pedro le ofreció.


—¿Es para mí?


—Feliz cumpleaños, Paula.


Como Paula no hizo gesto de coger el regalo, Pedro dejó la caja encima de la mesa.


—Tenía pensado pasarme mañana por tu casa para darte esto, ya que el cumpleaños es mañana. Pero como hemos coincidido aquí esta noche…


—Oh, Pedro, no deberías…


—¿Es que no vas a abrirlo?


—Está tan bonito envuelto que me da pena abrirlo.


—Espero que te guste. Mirta Maria me dio la idea. Es algo que te gusta mucho, pero que llevas mucho tiempo sin tener.


Por fin, Paula abrió el regalo y las lágrimas afloraron a sus ojos.


—Oh, Pedro, tienes que devolverlo. No puedes gastarte tanto dinero.


—¿Es que no te gusta? —preguntó él—. Mirta Maria me dijo que es tu perfume favorito.


—¿De dónde has sacado el dinero?


—Te aseguro que no lo he robado.


—Claro que no lo has robado, eso no se me ha pasado por la cabeza ni un momento —dijo ella cogiéndole la mano y llevándosela a los labios—. Pero Pedro, yo sólo te pago un salario mínimo y con eso tienes que vivir, y comer y, para colmo, has insistido en pagarme alquiler por el ático y…


Paula se interrumpió, las lágrimas no le permitieron continuar.


Pedro no podía soportar verla llorando por él, preocupándose por él como nadie lo había hecho.


—No, Paula, por favor. Quiero que disfrutes el regalo y que no te preocupes por lo que ha costado. Verás, mi amigo Julian me ha prestado el dinero —le dijo Pedro con el fin de calmarla—. Ha venido aquí en viaje de negocios y nos hemos encontrado por casualidad. Me debía un favor desde hacía mucho tiempo.


—Gracias, Pedro. Siempre que lleve este perfume pensaré en ti.


Sin embargo, una docena de preguntas asaltaron a Paula, preguntas sobre el pasado y la vida de Pedro. Pero sabía que él aún no estaba preparado para contestarlas. Pedro Alfonso era un hombre con secretos y Paula le amaba lo bastante como para respetar su intimidad, a pesar de que ello significase que nunca podría llegar a comprenderle.


—¿Os importa que nos sentemos con vosotros? —preguntó Pato tomando asiento junto a Paula.


Julian cogió una silla que había junto a otra mesa y la colocó al lado de la de su hermano.


—Pato y yo estábamos pensando en ir a Menphis a divertirnos un rato. ¿Os apetece? —preguntó Julian.


—Oye, Pedro, tu amigo es estupendo. Me ha contado que os conocéis desde pequeños. Es muy rico, tiene una limusina esperándole ahí fuera —dijo Pato cogiéndose del brazo de Julian.


Pedro miró a Paula y advirtió su expresión interrogante. 


Probablemente se estaba preguntando cómo Pedro Alfonso, un vagabundo sin un céntimo, era amigo de un hombre rico.


—Tienes un jefe estupendo, no todos los jefes dejan sus limusinas a los empleados —dijo Pedro.


Julian se echó a reír.


—Sí, tienes razón, tengo suerte de tener un jefe que me trata como si fuese su hermano.


—¿Os conocisteis en el colegio? —preguntó Paula—. ¿O vuestras familias eran amigas?


Pedro se agitó nervioso en su asiento. Asesinaría a su hermano si éste le descubría el secreto.


—Nuestras familias eran amigas —respondió Julian aclarándose la garganta.


—Hola, señorita Chaves —dijo Sergio Woolton jr acercándose a la mesa dando traspiés—. La he visto bailar, pero no podía creer que fuera usted. ¡La señorita Chaves dejando que un tirado le meta mano delante de todo el mundo!


Los dos amigos que acompañaban a Sergio se echaron a reír. 


Paula puso una mano encima de la de Pedro, rogándole en silencio que no se acalorase.


—Estoy celebrando mi cumpleaños con unos amigos, Sergio —dijo Paula con voz tranquila—. ¿Y tú, qué estás haciendo aquí? Sólo tienes diecisiete años, tu padre y tu abuela van a disgustarse mucho.


—Nos gusta este sitio, parece que aquí las mujeres se ponen cachondas — respondió uno de los amigos de Sergio—. ¿Por qué no deja a estos dos tipos y se viene con nosotros? Lo pasaríamos muy bien.


—Será mejor que os larguéis de aquí antes de que llame al vigilante y os eche a patadas —dijo Pedro.


—En esta ciudad, nadie se atrevería a ponerme la mano encima —dijo Sergio agachando la cabeza, a es casos centímetros del rostro de Pedro—. Todo el mundo sabe lo importante que es mi familia. Soy un Woolton y hago lo que me place.


Pedro lanzó una furiosa mirada a Sergio.


—Pero yo no soy de aquí, chaval, y me importa un bledo tu familia. Y si no apartas tu apestosa boca de mi cara, acabaré partiéndotela.


Sergio se echó hacia atrás y se volvió a Leah.


—Mi padre se va a enfadar mucho cuando le diga que la he visto besando a este pordiosero. Y mi abuela… ¡Cómo se va a poner mi abuela!


—¿Habéis bebido los tres? —preguntó Paula fríamente—. ¿No hay nadie sobrio que os lleve a casa?


—Llamaré a Mac —le susurró Pato a Paula al oído—. Creo que será mejor que nos vayamos antes de que Mac venga a recoger a estos tres idiotas. ¿No queremos que Mac y Pedro se enzarcen en una discusión, verdad?


Sergio sacó las llaves de su coche del bolsillo y las agitó delante de los ojos de Paula.


—Yo conduciré. No se preocupe por mí, señorita Paula Alfonso. Preocúpese por usted misma.


Los tres chicos se dieron la vuelta y comenzaron a caminar hacia la salida.


—Pato ha ido a llamar a Mac por teléfono —dijo Paula—, está de guardia esta noche. No tardará en venir. Sugiero que nos despidamos antes de que Mac venga.


Pato se acercó a la mesa con la chaqueta de piel en el brazo.


—Mac viene ahora mismo.


Paula se volvió hacia Pedro.


—Te veré el lunes en la tienda.


Pedro asintió y contempló cómo se alejaba.


—¿Por qué quiere Paula que nos vayamos antes de que venga este tal Mac? — preguntó Julian.


—Mac es el teniente de policía que cree que yo tengo que ver con los robos que te he comentado —respondió Pedro—. Creo que Paula tiene miedo de que acabe en la cárcel por pegar a un policía.


—En ese caso, vamos a mi habitación y así podré contarte lo que está pasando en casa.


—No quiero saber nada de los problemas que estás teniendo con Bess. Es culpa tuya.


Pedro no podía creer que la pequeña y dulce chiquilla que había sido su cuñada se hubiese convertido en un auténtico buitre en lo que a los negocios se refería.


—En ese caso, hablemos de Paula Chaves.


—No.


—Estás enamorado de ella, ¿verdad? —preguntó Julian—. Y ella también está enamorada de ti, y no es por tu dinero.


—Paula se merece mucho más de lo que yo puedo ofrecerle —dijo Pedro caminando hacia la salida.


—Puedes ofrecerle todo lo que se pueda comprar con dinero —le recordó su hermano.


—Paula quiere un hijo —dijo Pedro en el momento en que salían a la calle.


Julian le puso una mano en el hombro a su hermano.


—¿Sabes lo que pienso?


—No, ¿qué piensas? —dijo Pedro a Julian lanzándole una irritada mirada.


—Creo que Paula Chaves es, probablemente, la última oportunidad que te queda para conseguir ser feliz. Si no tienes el valor suficiente para aceptar lo que te está ofreciendo, dudo mucho que vuelvas algún día a formar parte de la raza humana.