miércoles, 23 de noviembre de 2016
UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 15
Pedro observaba a Paula charlando con el grupo de poderosos banqueros y empresarios con una mezcla de sentimientos. Llevarla con él había sido un movimiento estratégico por su parte para suavizar la que, en otras circunstancias, podría haber sido una reunión difícil y, por un lado, era un alivio que todo fuera bien. Pero no podía evitar una punzada de celos al ver que uno de los empresarios más jóvenes la hacía reír.
Había pasado mucho tiempo desde que vio a Paula tan relajada y tan feliz.
Era como si se hubiera encendido una luz dentro de ella, como si ya no llevase una carga sobre los hombros.
Estaban sentados en la terraza de uno de los mejores restaurantes de Atenas, separados de los demás clientes por enormes plantas.
Era un sitio perfecto.
Pero Pedro no se había sentido nunca tan nervioso.
No sólo empezaba a enfadarse al ver al joven empresario flirteando con Paula sino que aún temblaba de deseo porque ese tórrido encuentro en la habitación no había sido suficiente para saciar su apetito.
Cuando ella se inclinó hacia delante para tomar el vaso de agua, el escote del vestido rosa se abrió un poco y, convencido de que el otro hombre estaba disfrutando de la panorámica tanto como él, Pedro apretó el vaso que tenía en la mano.
Pero, sin darse cuenta del peligro al que se enfrentaba, su competidor siguió charlando con Paula.
—Cuando Alfonso dijo que iba a venir con una mujer no esperaba a alguien como tú.
Pedro empezó a tamborilear sobre la mesa, sus pensamientos tan negros como una tormenta al ver que rozaba su brazo. Y Paula sonreía.
¿Estaba haciéndolo a propósito?
¿Estaba intentando despertar sus celos?
—¿Qué te parece, Pedro? —era Takis quien hablaba, el mayor del grupo de banqueros—. ¿Crees que la expansión tendrá un efecto negativo en la cuenta de beneficios?
—Lo que creo es que si Theo no aparta los ojos de mi mujer en cinco segundos buscaré financiación en otro sitio.
El joven lo miró, perplejo.
—¿Cómo?
—Vuelve a tocarla y acabarás trabajando en la caja de un supermercado.
Paula lo miraba como si se hubiera vuelto loco.
Y tal vez así era, pensó Pedro, notando que sus nudillos se habían vuelto blancos. Nunca en su vida había perdido el control durante una reunión de trabajo. Pero no estaba dispuesto a dejar que otro hombre tocase a Paula.
Takis rompió el silencio con una risa forzada.
—No subestimes lo que haría un griego para defender a su mujer, ¿eh? Brindemos por el amor.
—¿Debemos entender que la vuestra es una relación seria?
Pedro vio que Paula se ponía colorada.
—Es hora de sentar la cabeza —siguió Takis, encogiéndose de hombros, como si fuera un destino al que estaban abocados todos los hombres, quisieran o no—. Necesitarás hijos fuertes para llevar tu naviera. Paula no es griega, pero eso no importa. Es una mujer preciosa y estoy seguro de que te dará hijos fuertes y sanos.
Pedro volvió a sentir una ola de pánico. Hijos, más de uno.
Muchos niños que dependerían de él.
Nervioso, tomó su copa de vino.
—Cuanto antes empecéis, mejor —Takis no parecía darse cuenta de su nerviosismo o del rictus de Paula—. Una esposa griega debe tener muchos hijos.
Preguntándose si Takis estaba haciéndolo a propósito, Pedro hizo una mueca. Anticipaba la reacción de ella ante un comentario tan sexista y decidió intervenir antes de que explotase.
—Esta discusión es un poco prematura.
Pero si esperaba gratitud se llevó una desilusión porque Paula lo miró a los ojos, tan pálida como la servilleta que tenía en la mano.
—¿Crees que la discusión es prematura? Pues yo creo que la hemos retrasado demasiado tiempo —replicó, levantándose—. Perdonen, tengo que ir al baño.
Los hombres se levantaron y Pedro, al ver los brillantes suelos del restaurante, decidió seguirla, por si acaso.
Un par de pasos tras ella, admirando sus piernas, se preguntó si podrían marcharse antes del postre…
—Será mejor que me tomes del brazo, el suelo es resbaladizo. Y no deberías haber contestado así. Ya sé que las opiniones de Takis son un poco anticuadas, pero…
—¿Que no debería haber contestado así? —lo interrumpió ella, volviéndose para fulminarlo con la mirada—. No cambiarás nunca, ¿verdad? Me estoy engañando a mí misma. Pensé que estabas acostumbrándote a la idea, pero la verdad es que sencillamente has querido olvidarte del asunto. Estás haciendo lo que se te da mejor: fingir que no ocurre nada.
—Eso no es verdad.
—Sí es verdad. Takis ha dicho que deberías tener hijos, pero según tú eso es prematuro. ¿Cuánto tiempo necesitas, Pedro?
—No tengo intención de hablar sobre mi vida privada con Takis Andropoulos.
—Deja de engañarte a ti mismo. Tú no quieres tener hijos. Y no te atrevas a decir que yo he metido la pata, has sido tú el que ha soltado esa barbaridad. Te has portado como un bruto, celoso y posesivo, fulminándome con la mirada porque charlaba con el hombre que tú has sentado a mi lado.
—Paula…
—No he terminado. Podría perdonarte todo eso porque sé que tienes una visión anticuada de la vida, pero nunca te perdonaré por negar la existencia de mi hijo.
Pedro miró alrededor, percatándose de que todos los clientes del restaurante estaban atentos a la conversación.
—Yo no he negado la existencia de nuestro hijo.
—¡Sí lo has hecho! Y no te atrevas a llamarlo «nuestro hijo». No lo has mencionado ni una sola vez en las últimas semanas. Me compras flores, joyas, cualquier cosa para que me acueste contigo, pero no piensas en el niño. Ni una sola vez.
—No lo hacía para acostarme contigo. Si sólo me interesara eso, al menos te habría besado.
—Y yo habría caído rendida a tus pies. ¿Eso es lo que quieres decir? ¿Te crees un dios del sexo o algo parecido? Eres un arrogante y un egoísta…
—Paula, tienes que calmarte.
—¡No me digas que me calme! —estaba temblando de rabia, los ojos brillantes en un rostro totalmente pálido—. Nuestra supuesta relación se ha terminado. Esto no es lo que yo quiero para mi hijo y no es lo que quiero para mí. Me voy a casa, no te molestes en seguirme —con manos temblorosas, se quitó el anillo y lo puso en su mano—. Se acabó. Quiero volver a Corfú esta misma noche… no quiero que durmamos bajo el mismo techo. Y volveré a Inglaterra por la mañana.
Después de decir eso se quitó los zapatos y se dirigió hacia la puerta del restaurante sin molestarse en mirar atrás.
martes, 22 de noviembre de 2016
UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 14
Su casa estaba en la mejor zona de Atenas, un poco alejada de las demás mansiones y al final de un largo sendero rodeado de árboles.
Mientras aterrizaban en el helipuerto, Paula se sintió un poco mareada. Aquello era increíble.
La villa contaba con una enorme terraza mirando a la ciudad de Atenas y, en el jardín, una cascada de agua se transformaba en una piscina. Era un oasis de agua rodeado de buganvillas y madreselva.
Paula pensó en su casita en Little Molting. Cuando estaba en la cocina casi podía tocar las cuatro paredes. Aquello era otro mundo.
Sintiéndose un poco intimidada, se agarró al asiento mientras el helicóptero aterrizaba a unos metros de la mansión.
Y cuando cuatro hombres corrieron a abrir la puerta miró a Pedro, perpleja.
—¿Quiénes son?
—Parte de mi equipo de seguridad.
—¿Parte?
—¿Hay algo que no me hayas contado?
—En Atenas tengo más cuidado —dijo Pedro, desabrochando su cinturón de seguridad—. El dinero te convierte en objetivo, ya lo sabes. Quiero poder vivir sin tener que estar mirando por encima del hombro a todas horas.
Paula sabía que había creado miles de puestos de trabajo y que apoyaba proyectos benéficos.
Aparentemente, nada de eso libraba a un millonario del peligro.
Mientras lo seguía hasta la puerta de la mansión iba mirando de un lado a otro, asombrada. Sin duda, era la casa más impresionante que había visto nunca.
Y no la había visto nunca porque cuatro años antes pasaban todo el tiempo en Corfú.
Las paredes de cristal le daban un aire muy contemporáneo.
Los muebles eran sencillos y elegantes, pero la sensación general era de riqueza y privilegio. Nada que ver con sus humildes orígenes.
—No tenemos mucho tiempo —Pedro tomó su mano para subir la escalera—. Te dejo para que te prepares.
—Pero… —Paula habría querido hacerle mil preguntas, pero él ya se alejaba por el pasillo con el teléfono en la mano.
Frustrada, miró alrededor, sintiéndose como una intrusa.
—¿Señorita Chaves? —la llamó una mujer, alta y elegante—. Soy Helen. Si quiere que empecemos…
—Ah, sí, claro.
Paula siguió a la mujer hasta una de las habitaciones de la suite y miró, incrédula, la cantidad de vestidos que habían llevado para que eligiese. Era como si hubiesen abierto una exclusiva tienda para ella sola. Cuatro años antes no había visto esa faceta de la vida de Pedro porque estaban
siempre en la playa y cenaban en la terraza de su villa con la misma ropa que habían llevado durante el día…
Había dos mujeres más en la suite, pero era Helen quien estaba al mando.
—Si quiere empezar por elegir el vestido, podremos decidir el peinado y el maquillaje —dijo la estilista, mirándola con ojo de experta—. Y creo que tengo algo que le quedaría perfecto.
Paula, que seguía preguntándose qué era «perfecto» para una cena de negocios, vio que tomaba uno de los vestidos.
—¿Rosa fucsia?
—Le quedará espectacular. Colores del Mediterráneo —Helen sacó el vestido de la percha—. Sus ojos son del color del mar, su pelo del color de la arena mojada y este vestido… del color de las adelfas. ¿No le gusta?
—Me encanta, pero yo quería tener un aspecto adulto y sofisticado. Tal vez algo negro…
—El negro es para los funerales —la interrumpió Helen—. Me habían dicho que lo de esta noche era una celebración. ¿Por qué no se da un baño y se lo prueba después? Si no le gusta, buscaremos otra cosa.
—¿Una celebración?
El corazón de Paula se volvió loco y, mientras se metía en la bañera llena de espuma perfumada, se preguntó qué iban a celebrar.
Debía ser algo muy importante si Pedro se había molestado tanto.
Y quería que ella estuviera a su lado, de modo que no podía ser sólo una cena de negocios.
Debía ser sobre ellos, pensó, temblando de emoción.
Durante las últimas semanas no habían hablado del futuro, concentrándose en el presente y en su nueva relación. Y eso era bueno, se dijo a sí misma. Así era como debían hacerlo.
Y, aunque una parte de ella se sintiera decepcionada porque Pedro no había vuelto a mencionar el niño, otra parte lo entendía. Todo aquello era nuevo y él no lidiaba con sus problemas públicamente. Intentaba resolverlos por sí mismo.
Tenía que ser paciente y darle tiempo.
Que la hubiera llevado allí demostraba que los veía como una pareja, que ella era parte de su vida. Paula empezó a jugar con las burbujas. Evidentemente, iban a celebrar algo que aún no había pasado.
¿Iba a pedir su mano?
Intentó imaginar otra razón, pero no se le ocurría ninguna e intentó decidir si diría que sí de inmediato o lo haría esperar.
¿Pero por qué iba a hacerlo esperar? ¿Para qué? Lo amaba, nunca había dejado de amarlo e iba a tener un hijo suyo. No tenía sentido fingir que no quería estar con él.
Emocionada, apenas podía estarse quieta mientras una de las chicas le lavaba el pelo.
—No me atrevo a cortarle el pelo o el jefe me mataría —dijo Helen mientras se lo secaba con un secador de mano—. Y la verdad es que tiene un pelo precioso.
—¿Pedro ha dicho eso?
—«Quiero que deje a todo el mundo boquiabierto», eso fue lo que me dijo. «Pero no le cortes el pelo, tiene un pelo precioso». «Hagas lo que hagas, no se lo cortes o no volverás a trabajar para mí».
Tenía que dejar boquiabierto a alguien, ésa era una prueba de que estaba presentándola ante el mundo como una persona importante en su vida, pensó Paula.
—¿Trabaja para él a menudo?
Sonriendo, Helen tomó su maletín de cosméticos.
—Solía llevarme a Corfú para que peinase a su abuela. Ella quería estar guapa, pero cada vez le costaba más tomar un avión para venir a Atenas, así que me llevaban allí. El señor Alfonso adoraba a su abuela.
—Ah —murmuró Paula, sorprendida porque Pedro apenas mencionaba a su abuela—. No la conocí, pero sé que la villa de Corfú era suya.
Entonces recordó las palabras del médico:
«Recuerdo que venías aquí a ver a tu abuela cuando eras niño. Recuerdo un verano en particular, cuando tenías seis años. No hablaste durante un mes. Habías sufrido un trauma terrible…
Corfú había sido su santuario, pensó mientras Helen le aplicaba el maquillaje. Pero nunca hablaba de ello. ¿Por qué?
—Está guapísima.
—Gracias.
—Ahora, el vestido.
Nina, su ayudante, entró con el vestido en la mano y Paula se lo probó.
—Perfecto. Sólo faltan los zapatos.
Paula hizo una mueca.
—Yo no puedo andar con unos tacones tan altos.
Tengo un problema con los zapatos y los suelos encerados.
—Para eso inventó Dios a los hombres. El señor Alfonso la llevará del brazo —Helen dejó los zapatos en el suelo y Paula se los puso—. Sólo nos faltan las joyas… lleva el cuello desnudo.
—¿Ya estás lista? —Pedro entró en la habitación con el teléfono pegado a la oreja, espectacular con una chaqueta blanca de esmoquin.
Pero al verla, bajó el teléfono.
Y Paula no tenía que mirarse al espejo para saber que Helen había hecho un buen trabajo.
Mirarlo a los ojos era suficiente.
Sintiéndose mejor que nunca, se dio la vuelta para mirarse al espejo y se encontró con una mujer a la que no reconocía. Normalmente, ella vestía de negro por que le parecía el color más seguro, pero no había nada seguro en el rosa fucsia.
Era valiente, alegre, atrevido.
Y, con ese escote, innegablemente sexy.
Pero no sabía si era buena idea ponerse algo sexy.
Supuestamente, estaban intentando quitarle importancia al elemento sexual en su relación.
Por otro lado, si iban a celebrar lo que ella creía que iban a celebrar, ¿qué mejor manera de hacerlo?
—Estás preciosa —dijo él, haciendo un gesto con la cabeza para que Helen y Nina salieran de la habitación—. Y tengo algo para ti.
El corazón de Paula se aceleró.
—¿Ah, sí?
—Pero antes tengo que decirte algo.
—Yo también quería decirte una cosa.
«Te quiero. Nunca he dejado de quererte».
—Quiero terminar con esta farsa de dormir en habitaciones separadas. Me está volviendo loco, Paula. No puedo concentrarme en el trabajo, no puedo dormir.
—Ah —murmuró ella, sorprendida. Aunque era lógico que Pedro sintiera eso porque era un hombre muy viril—. A mí me pasa lo mismo. Yo también me estoy volviendo loca.
—Quiero que nuestra relación incluya el sexo.
Una relación de verdad, pensó ella.
—Yo también —murmuró, con el corazón acelerado cuando Pedro la tomó por la cintura.
—No puedo evitarlo. Tengo que…
Paula olvidó que tenían que ir a una cena, incluso olvidó que estaba esperando que la pidiese en matrimonio. Sólo estaba concentrada en ese momento.
Al sentir el roce de las manos masculinas en su espalda desnuda buscó sus labios mientras Pedro levantaba el vestido, enardecido.
—Paula…
—Sí, lo sé.
—Espera… no deberíamos —dijo él entonces.
—¿Por qué? Pensé que…
—No, así no. No es esto lo que quiero.
—¿No?
—Más tarde —Pedro dio un paso atrás—. No quiero unos minutos de locura contigo, quiero algo más.
También ella quería algo más.
Quería un final feliz y cuando Pedro metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, por un segundo pensó que se le había parado el corazón.
—Tengo algo para ti —dijo él, sacando una cajita del bolsillo.
Paula la miró. Era una cajita larga… no de la forma que ella esperaba.
—¿Qué es?
Tal vez no tenían cajitas pequeñas en la joyería o tal vez él había pensado que sería divertido fingir que no era un anillo.
—Es un collar.
No era un anillo, era un collar.
—Te quedará perfecto con ese vestido —Pedro sacó el collar de diamantes de la caja—. Quería hacerte un regalo.
Estaba dándole un regalo, pensó Paula, no un futuro.
Un collar.
No un anillo.
No una proposición de matrimonio.
Al ver los diamantes sintió lo mismo que había sentido cuando cayó al suelo en la villa de Corfú sin aire, sin aliento, apartada de la realidad.
No sabía qué decir, pero tenía que decir algo porque Pedro la miraba, interrogante.
—Pareces sorprendida.
—Lo estoy.
—Los diamantes suelen ejercer ese efecto en la gente.
Paula carraspeó para aclararse la garganta.
—Es muy bonito, gracias —le dijo, como una niña agradeciendo una muñeca porque su estricto padre así lo esperaba.
Dado el valor del regalo, seguramente la respuesta no era muy apropiada, pero no podía hacer otra cosa.
En las últimas horas se había convencido a sí misma de que Pedro iba a pedirle en matrimonio, de que la celebración que había mencionado Helen iba a ser su compromiso. Pero no era eso y sintió que sus ojos se empañaban.
—Es precioso… de verdad.
—¿Entonces por qué lloras?
—Es sólo… —Paula se aclaró la garganta—. Me he quedado sorprendida. No esperaba esto.
—He pensado que podría marcar el inicio de nuestra nueva relación.
—Del sexo, quieres decir.
—Este collar no tiene nada que ver con el sexo. ¿Eso es lo que crees?
—No, da igual, no te preocupes. Estoy embarazada y las mujeres embarazas suelen… emocionarse por tonterías.
—¿Quieres tumbarte un momento? Me gustaría que vinieras conmigo a la cena, pero si no te encuentras bien…
No le había pedido en matrimonio, pero su relación había tomado un nuevo rumbo, pensó. Estaba siendo poco realista al pensar que todo se iba a arreglar en unas semanas. Haría falta mucho más que eso, ¿no?
Tenía que ser paciente.
No le había pedido que se casara con él, pero las cosas estaban cambiando. Para empezar, decía «nuestra casa», no «mi casa». Había aceptado que no hubiera sexo en la relación y eso demostraba que era capaz de acomodarse a sus deseos. La veía como a una compañera, no como un objeto sexual. Y, sobre todo, cuando decía la palabra «embarazada» no salía corriendo.
Ésa tenía que ser una buena señal.
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