sábado, 5 de noviembre de 2016
SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 6
El restaurante Athena estaba en una colina sobre la bahía de Souda, con las Montañas Blancas de fondo.
Todavía alterada por su encuentro con David, Paula entró en el restaurante sintiéndose la reina de la fiesta.
–No tienes ni idea de lo bien que me he sentido cuando le he dicho a David que se fuera a su casa con su esposa. Fue como dar un puñetazo al aire. ¿Ves lo que he conseguido después de unas horas en tu compañía? Ya he cambiado. Tu férreo control e indiferencia son contagiosos.
Pedro la llevó hasta su mesa preferida, oculta tras unas plantas.
–Así vio lo que se estaba perdiendo.
–No quería que viera lo que se estaba perdiendo. Quería darle una lección y que no volviera a mentir nunca. Quería que pensara en su pobre esposa. El matrimonio debería ser para siempre, nada de engaños. Flirtea todo lo que quieras antes, si eso es lo que quieres, pero, una vez que asumas un compromiso, se acabó. ¿No estás de acuerdo?
–Desde luego. Por eso es por lo que nunca he tenido una relación seria –dijo él–. Todavía estoy en la fase de flirtear, y espero seguir en esa etapa el resto de mi vida.
–¿No quieres formar una familia? Somos muy diferentes. Es genial.
–¿Por qué es genial?
–Porque eres completamente opuesto a mí. No queremos las mismas cosas.
–Me alegro de oír eso –dijo echándose hacia atrás en su asiento–. No sé si preguntarte qué es lo que quieres.
–Alguien como tú pensará que soy una romántica empedernida.
–Cuéntamelo.
Paula apartó la vista y dirigió la mirada hacia las buganvillas, con el mar al fondo. Seducida por la calidez de su mirada y la belleza de la espectacular puesta de sol, decidió contarle la verdad.
–Quiero un cuento de hadas.
–¿Cuál? ¿Ese en el que la madrastra pone veneno en la manzana o el otro en el que el príncipe se enamora de una heroína aquejada de narcolepsia?
Ella rio.
–Me refiero a un final feliz. Quiero enamorarme, sentar cabeza y tener muchos hijos –respondió y lo miró a los ojos, divertida–. ¿Te estoy asustando?
–Eso depende. ¿Tienes previsto algo de eso conmigo?
–No, claro que no.
–Entonces no.
–Siempre empiezo cada relación convencida de que puede llegar a alguna parte.
–Supongo que te refieres a algo más que a la cama.
–Así es. Nunca he estado interesada en el sexo por el sexo.
–Esa es la única clase de sexo que a mí me interesa –intervino burlón.
Ella se acomodó en su asiento y se quedó mirándolo.
–Nunca me he acostado con un hombre del que no estuviera enamorada. Primero me enamoro y luego viene el sexo. Pienso que el sexo es la base del vínculo emocional entre dos personas. Tú no tienes ese problema, ¿verdad?
–No busco una relación, si es eso lo que estás preguntando.
–Me gustaría parecerme a ti. Esta mañana he decidido disfrutar del sexo sin compromiso.
Pedro sonrió.
–¿Tienes a alguien en mente para ese proyecto?
No le parecía el momento de confesarle que él era el primero de su lista.
–Voy a elegir a alguien del que no pueda enamorarme. Así estaré a salvo. Voy a tomar precauciones. Será como llevar un gran preservativo protegiendo mis sentimientos. Apuesto a que es lo que tú haces todo el tiempo.
–Si me preguntas si me pongo un preservativo para proteger mis sentimientos, la respuesta es no.
–Te estás riendo de mí, pero, si te hubieran hecho daño tantas veces como a mí, no te estarías riendo. Así que, si los sentimientos no forman parte de tus relaciones, ¿qué es para ti exactamente el sexo?
–Diversión –contestó, tomando la carta que le ofrecía el camarero.
Paula se sintió mortificada y, tan pronto como el hombre se fue, gruñó.
–¿Llevaba ahí mucho?
–Lo suficiente como para haberse enterado de que buscas sexo sin compromiso y de que tienes pensado ponerte un gran preservativo para proteger tus sentimientos.
Paula se cubrió la cara con las manos.
–Tenemos que irnos. Estoy segura de que la comida aquí es deliciosa, pero tenemos que irnos a otro sitio o tendré que comer debajo de la mesa.
–Lo estás haciendo otra vez, estás dejando que tus sentimientos gobiernen tus actos.
–Pero ha oído lo que he dicho. ¿No te da vergüenza?
–¿Por qué iba a darme vergüenza?
–¿No te preocupa lo que piense de ti?
–¿Por qué iba a importarme lo que piense? No lo conozco. Su misión es servirnos la comida y asegurarse de que disfrutemos para que volvamos. Su opinión en cualquier otra cosa es irrelevante. Sigue con lo que estabas diciendo. Era interesante. Me estabas contando que ibas a buscar a un hombre del que no puedas enamorarte para tener sexo con él.
–Y tú me estabas contando que para ti el sexo es diversión… ¿como el fútbol?
–No, porque el fútbol es una actividad de grupo. Soy muy posesivo, así que para mí es una cosa estrictamente de dos.
–Eso ya implica algún tipo de compromiso.
–Me comprometo al cien por cien durante el tiempo que una mujer está en mi cama.
–Aunque sea por una noche solo, ¿no?
Él se limitó a sonreír y ella se echó hacia atrás, riéndose divertida.
–Qué malo eres, pero sincero. Eso me encanta.
–Mientras no te enamores de mí, no hay problema.
–No podría hacerlo. Somos muy distintos.
–Creo que deberíamos brindar por eso.
Pedro hizo una seña y al momento trajeron champán a la mesa.
–No puedo creer que vivas así. Chófer, botellas de champán… –dijo ella levantando la copa–. Tu mansión es enorme y solo vives tú.
–Me gusta el espacio y la luz, y un inmueble es siempre una buena inversión –comentó y llamó al camarero–. ¿Hay algo que no te guste?
–Me gusta todo –dijo y esperó a que Pedro le dijera algo en griego al hombre–. ¿De verdad vas a pedir por mí?
–El menú está en griego y estabas hablando de sexo, así que mi intención es que la interrupción dure lo mínimo posible para evitar que quieras meterte debajo de la mesa a cenar.
–En ese caso, te perdono –dijo ella y, después de que el camarero se fuera, añadió–: Así que, si la casa es una inversión, ¿quiere eso decir que la venderás?
–Tengo cuatro casas.
Paula se quedó boquiabierta.
–¿Cuatro? ¿Por qué necesita alguien cuatro casas? ¿Una para cada estación?
–Tengo oficinas en Nueva York, San Francisco y Londres, y no me gusta quedarme en hoteles.
–¿Cuál consideras tu hogar? ¿Dónde vive tu familia? ¿Tus padres viven?
–Sí.
–¿Están felizmente casados?
–Divorciados. En el caso de mi padre, se ha divorciado tres veces, y supongo que habrá un cuarto en cuanto se celebre la siguiente boda.
–¿Y tu madre?
–Mi madre es estadounidense. Vive en Boston con su tercer marido, que es un abogado matrimonialista.
–¿Qué te consideras más, griego o americano?
–Según el momento –contestó Pedro, encogiéndose de hombros.
–Vaya. Así que tienes mucha familia –dijo Paula sintiendo envidia–. Debe de ser maravilloso.
–¿Por qué?
–¿No te parece maravilloso? Supongo que no valoramos las cosas mientras las tenemos.
–¿Vas a llorar?
–No, claro que no.
–Bien, porque las lágrimas son una forma de sentimentalismo que no soporto. No permito que me manipulen y el noventa y nueve por ciento de las veces las lágrimas son manipulación.
Paula tomó una aceituna del cuenco de la mesa.
–¿Y el uno por ciento restante son sinceras?
–Nunca me he encontrado un caso tan raro, así que estoy deseando que ocurra–dijo echándose hacia atrás, mientras el camarero les dejaba una selección de platos–. Son especialidades cretenses. Pruébalas.
Le sirvió en su plato unas judías con una espesa salsa de tomate y le añadió queso de cabra.
–Esto está delicioso –dijo Paula nada más probarlas–. Sigo sin creer que hayas pedido por mí. ¿Vas a darme de comer también? Porque puedo tumbarme y dejar que me metas uvas en la boca, si eso resulta divertido. O puedes cubrirme el cuerpo desnudo de nata montada. ¿Es eso lo que haces en la cama?
–Será mejor que no sepas las cosas que hago en la cama, Paula. Eres demasiado inocente.
Paula recordó que Belen le había dicho que no parecía sumiso.
–No soy inocente. Tengo los ojos grandes y eso hace que la gente saque una falsa impresión de mí.
–Pareces un gatito abandonado al borde de la carretera.
–Ahí te equivocas. Yo diría que más bien parezco una pantera, depredadora y peligrosa.
Se quedó mirándola y Paula se sonrojó.
–Está bien, quizá no una pantera exactamente, pero tampoco un gatito. Soy una persona fuerte –afirmó ella pensando en su pasado–. Háblame de tu familia. Así que tienes padre y unas cuantas madrastras. ¿Hermanos?
–Una medio hermana de dos años a la que no he visto nunca –contestó Pedro tomando su copa de champán–. Su madre le sacó todo el dinero que pudo a mi padre y se fue. Vive en Atenas y va a verlo cada vez que quiere algo.
–Dios mío, eso es terrible. Pobre tu padre.
Pedro dejó lentamente la copa sobre la mesa.
–¿Sientes lástima por mi padre?
–No. Bueno, tal vez un poco –respondió sintiendo un nudo en la garganta.
–Es un hombre que no conoces y del que no sabes nada.
–Tal vez pertenezco a ese uno por ciento que siente las cosas.
Paula sollozó y Pedro sacudió la cabeza, desesperado.
–¿Y dices que eres fuerte? ¿Cómo puedes estar triste por alguien que no conoces?
–Porque me compadezco de su situación. Debe de ser muy duro no ver a su hija pequeña. La familia es lo más importante del mundo, y muchas veces es lo menos valorado.
–Si dejas que una sola lágrima ruede por tus mejillas, me voy de aquí.
–No te creo, no puedes ser tan desalmado.
–¿Quieres ponerme a prueba? –preguntó fríamente–. Te sugiero que esperes hasta el final de la comida. Preparan el mejor cordero de Grecia y tienen un postre de miel y pistachos que no debes dejar de probar.
–Si el que se va eres tú, entonces puedo quedarme y comerme tu parte –replicó Paula y se metió una cucharada en la boca–. No sé por qué te asustan tanto las lágrimas. No es que espere que me abraces. He aprendido a consolarme yo sola.
–¿Tú sola? ¿Te das un abrazo tú misma? –bromeó.
–Es importante ser independiente.
Había sido autosuficiente desde niña, pero la capacidad de hacerlo todo por sí misma no había mermado el deseo de compartir su vida con alguien.
–¿Por qué se divorciaron tu padre y su última esposa?
–Porque estaban casados, y el divorcio es la consecuencia inevitable de todo matrimonio.
Paula se preguntó por qué tenía una opinión tan triste del matrimonio.
–No de todos.
–Bueno, menos de aquellos afectados de una inercia extrema.
–Así que crees que incluso la gente que permanece casada se divorciaría si se molestaran en hacer el esfuerzo.
–Creo que hay razones para que una pareja permanezca unida, pero el amor no es una de ellas. En el caso de mi padre, su esposa número tres se casó con él por su dinero.
–¿Tiene nombre la esposa número tres?
–Carla.
–¿No te caía bien?
–Si quieres probar el postre, será mejor que hablemos de otra cosa que no sea mi familia.
–Te gusta controlarlo todo, incluso la conversación. ¿Es aquí a dónde traes a todas tus citas?
–Depende de la mujer.
–¿Qué me dices de la mujer con la que estabas esta tarde? No creo que hubiera comido nada de esto.
–Habría pedido una ensalada verde y un pescado a la plancha, y se habría comido la mitad.
–¿Por qué no me has pedido una ensalada verde y un pescado a la plancha?
–Porque tienes pinta de disfrutar comiendo.
–Empiezo a entender por qué las mujeres lloran cuando están contigo. Prácticamente me estás llamando gorda. Para tu información, la mayoría de las mujeres se habrían puesto hechas una furia si les hubieras dicho eso.
–¿Por qué tú no?
–Porque comer aquí es una experiencia única y no quería perdérmela. Además, no creo que tu intención fuera ofenderme y me gusta dar a la gente el beneficio de la duda. Cuéntame qué es lo siguiente que haces en una cita. Después de traer a una mujer a un sitio así, ¿te la llevas a tu mansión para acostarte con ella en esa cama tan grande?
–Nunca hablo de mis relaciones.
–No hablas de tu familia y tampoco de tus relaciones –dijo Paula tomando un trozo de tomate de la ensalada–. ¿De qué quieres hablar?
–Háblame de tu trabajo.
–Trabajo en tu empresa. De eso sabes tú más que yo, aunque puedo decir que, con toda esa tecnología a tu disposición, deberías inventar una aplicación que sincronice toda la información de las mujeres con las que sales. Tienes una vida sexual muy activa y es fácil equivocarse, sobre todo teniendo en cuenta que son todas del mismo tipo –comentó Paula y dejó el tenedor a un lado–. ¿Es ese el secreto de mantener el desapego emocional? Sales con mujeres que parecen clones, sin ninguna característica que las distinga.
–No salgo con clones y no quiero hablar de mi trabajo, sino del tuyo, de tu trabajo como arqueóloga –dijo, y sus ojos centellearon–. Y procura decir minoica al menos ocho veces por frase.
Paula lo ignoró.
–Soy experta en cerámica. Estudié Arqueología y, desde que acabé, he estado trabajando en un proyecto financiado a nivel internacional. Entre otras cosas, hemos estado estudiando cómo los cambios tecnológicos influyeron en la cerámica minoica, especialmente cuando sustituyeron los métodos manuales por el torno de alfarero. No solo podemos rastrear patrones de producción, sino del consumo de la cerámica. La palabra cerámica viene de los griegos, keramikos, pero seguro que eso ya lo sabías.
–No puedo creer que estuvieras limpiando mi ducha –dijo él tomando su copa.
–Pagan bien por limpiar tu ducha, y tengo un préstamo estudiantil que devolver.
–Si no tuvieras que devolver ese préstamo, ¿qué estarías haciendo?
–No tengo ni idea. Tengo que ser práctica y no puedo pararme a pensar en eso.
–¿Por qué Creta?
–Creta tiene todas las materias primas necesarias para fabricar cerámica: arcilla, hojalata, agua y combustible. Los análisis microscópicos de las piezas de cerámica indican que esos componentes fueron empleados durante al menos ochocientos años. La manera más útil de entender la tecnología de aquella época es replicándola y usándola, y eso es lo que estamos haciendo.
–¿Así que has estado intentando cocinar como los minoicos?
–Sí, usamos los materiales e instrumentos que se emplearon en Creta durante la Edad de Bronce.
–¿Para eso estás excavando?
–Belen y el resto del equipo tienen objetivos diferentes. Mientras ellos solo excavan, yo puedo repartir mi tiempo entre las excavaciones y el museo, pero eso está a punto de terminar. Cuéntame qué haces tú.
–Trabajas en mi empresa. Deberías saberlo.
–No sé exactamente qué haces. Sé que eres un mago de la tecnología. Supongo que por eso tienes una ducha que parece diseñada por la NASA. Apuesto a que se te dan bien los ordenadores. La tecnología no es lo mío, pero seguramente ya te has dado cuenta.
–Si lo tuyo no es la tecnología, ¿por qué estás trabajando en mi compañía?
–No me ocupo de nada referente a tecnología, sino a personas. Empecé en Recursos Humanos, a quienes, por cierto, mantienes muy ocupados, y ahora trabajo con tus secretarias. Todavía no he decidido lo que quiero hacer con mi vida, así que voy probando cosas diferentes. Son solo dos días a la semana y quería saber si me gustaba el trabajo en oficina.
–¿Y te gusta el trabajo en oficina?
–Es diferente.
Paula esquivó la pregunta y Pedro se quedó mirándola.
–Cuéntame por qué te liaste con ese tipo tan mayor como para ser tu padre.
«Porque soy idiota», pensó mientras sentía que el estómago le daba un vuelco.
–No suelo hablar de mis relaciones.
–Aunque hace poco que te conozco, creo que el problema es conseguir que dejes de hablar. Cuéntamelo.
Algo en aquellos persuasivos ojos negros le hizo abrir su corazón.
–Creo que me sentí atraída por su estatus y seriedad. Me sentí halagada cuando se fijó en mí. Supongo que un psicólogo lo hubiera achacado al hecho de que crecí con un padre cerca. En cualquier caso, se interesó por mí y todo fue muy rápido. Después, me enteré de que estaba casado –dijo bajando la voz–. Me odio por ello y sobre todo lo odio a él por mentirme.
–¿Te hizo llorar?
–Creo que lloré porque la historia se repetía. Mis relaciones siempre siguen el mismo patrón. Conozco a alguien que me gusta, es cariñoso, atento y sabe escuchar. Me enamoro, me acuesto con él, empiezo a pensar en el futuro y, de repente, todo se acaba.
–Y esa experiencia, ¿no te echa para atrás en el amor?
Quizá debería ser así. Desde joven, se había preguntado qué había de malo en ella para que la gente saliera de su vida con tanta facilidad.
Les retiraron los platos y el postre apareció en el centro de la mesa.
–Por una mala comida, no dejarías de comer, ¿verdad? –dijo Paula tratando de mantener la compostura–. Por cierto, es la mejor comida que he tenido en mi vida.
Hundió la cuchara en el hojaldre y la miel rezumó por el plato.
–Cuéntame cómo son tus relaciones –añadió ella–. Hablemos en sentido hipotético ya que no te gusta revelar detalles. Digamos que conoces a una mujer a la que encuentras atractiva. ¿Qué haces a continuación?
–La invito a una cita.
–¿Qué clase de cita? –preguntó Paula y chupó la cuchara–. ¿La llevas al teatro, al cine, a dar un paseo por la playa?
–Cualquier cosa.
–Digamos que la llevas a cenar. ¿De qué hablarías?
–De cualquier cosa.
–De cualquier cosa siempre y cuando no sea de tu familia o de tus relaciones.
–Exacto –replicó él sonriendo.
–Así que hablas, tomas vino caro, disfrutas del paisaje y entonces, ¿qué? ¿La llevas a su casa o te la llevas a la cama?
–Sí.
Se quedó callado mientras el camarero les dejaba una botella con un líquido claro y dos copas. Paula sacudió la cabeza.
–¿Eso es raki? A Belen le encanta, pero a mí me da dolor de cabeza.
–Se llama tsikoudia. Es un licor de uva. Forma parte de la hospitalidad cretense.
–Lo sé. Existe desde la época minoica. Se han encontrado restos petrificados de uvas dentro de antiguas jarras de arcilla llamadas pithoi, por lo que se cree que sabían mucho de destilación. Eso no cambia el hecho de que me dé dolor de cabeza.
–Entonces es que no lo has bebido con el agua suficiente –dijo él ofreciéndole una copa pequeña–. La gente local cree que alarga la vida.
Paula dio un sorbo y sintió fuego en la garganta al tragar.
–Sigue contándome cómo son tus citas. No te enamoras porque no crees en el amor. Así que, cuando te llevas a una mujer a la cama, no hay emociones de por medio.
–Hay muchas emociones implicadas.
La mirada que le dirigió, hizo que su corazón empezara a latir más rápido.
–Me refiero a sentimientos. Es sexo por diversión. No sientes nada. Se trata tan solo de satisfacción física. Es parte de tu rutina de entrenamiento.
–Puede que no sea sexo con amor, pero es algo íntimo. Requiere una dosis de confianza.
–¿Puedes hacer eso y, aun así, no implicarte emocionalmente?
–Cuando estoy con una mujer, me preocupa su disfrute, su placer y su felicidad. No la amo.
–¿No amas a las mujeres?
–Amo a las mujeres –respondió, y las comisuras de sus labios se curvaron–. Es solo que no amo a una mujer en concreto.
Paula se quedó mirándolo fascinada. Era imposible que se enamorara de un hombre como Pedro. No tenía que revisar su lista para saber que no cumplía ninguno de sus requisitos.
Era perfecto.
–Hay algo que quiero decirte y espero que no te sorprenda –anunció ella dejando la copa en la mesa antes de respirar hondo–. Quiero sexo sin compromiso, sin sentimientos, sin enamorarme. Es algo nuevo para mí que nunca antes había hecho.
Pedro se quedó mirándola con expresión indescifrable.
–Y me lo estás contando porque…
–Porque pareces un experto –dijo, y su corazón empezó a latir con fuerza–. Quiero que me lleves a la cama.
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