sábado, 5 de noviembre de 2016

SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 6





El restaurante Athena estaba en una colina sobre la bahía de Souda, con las Montañas Blancas de fondo.


Todavía alterada por su encuentro con David, Paula entró en el restaurante sintiéndose la reina de la fiesta.


–No tienes ni idea de lo bien que me he sentido cuando le he dicho a David que se fuera a su casa con su esposa. Fue como dar un puñetazo al aire. ¿Ves lo que he conseguido después de unas horas en tu compañía? Ya he cambiado. Tu férreo control e indiferencia son contagiosos.


Pedro la llevó hasta su mesa preferida, oculta tras unas plantas.


–Así vio lo que se estaba perdiendo.


–No quería que viera lo que se estaba perdiendo. Quería darle una lección y que no volviera a mentir nunca. Quería que pensara en su pobre esposa. El matrimonio debería ser para siempre, nada de engaños. Flirtea todo lo que quieras antes, si eso es lo que quieres, pero, una vez que asumas un compromiso, se acabó. ¿No estás de acuerdo?


–Desde luego. Por eso es por lo que nunca he tenido una relación seria –dijo él–. Todavía estoy en la fase de flirtear, y espero seguir en esa etapa el resto de mi vida.


–¿No quieres formar una familia? Somos muy diferentes. Es genial.


–¿Por qué es genial?


–Porque eres completamente opuesto a mí. No queremos las mismas cosas.


–Me alegro de oír eso –dijo echándose hacia atrás en su asiento–. No sé si preguntarte qué es lo que quieres.


–Alguien como tú pensará que soy una romántica empedernida.


–Cuéntamelo.


Paula apartó la vista y dirigió la mirada hacia las buganvillas, con el mar al fondo. Seducida por la calidez de su mirada y la belleza de la espectacular puesta de sol, decidió contarle la verdad.


–Quiero un cuento de hadas.


–¿Cuál? ¿Ese en el que la madrastra pone veneno en la manzana o el otro en el que el príncipe se enamora de una heroína aquejada de narcolepsia?


Ella rio.


–Me refiero a un final feliz. Quiero enamorarme, sentar cabeza y tener muchos hijos –respondió y lo miró a los ojos, divertida–. ¿Te estoy asustando?


–Eso depende. ¿Tienes previsto algo de eso conmigo?


–No, claro que no.


–Entonces no.


–Siempre empiezo cada relación convencida de que puede llegar a alguna parte.


–Supongo que te refieres a algo más que a la cama.


–Así es. Nunca he estado interesada en el sexo por el sexo.


–Esa es la única clase de sexo que a mí me interesa –intervino burlón.


Ella se acomodó en su asiento y se quedó mirándolo.


–Nunca me he acostado con un hombre del que no estuviera enamorada. Primero me enamoro y luego viene el sexo. Pienso que el sexo es la base del vínculo emocional entre dos personas. Tú no tienes ese problema, ¿verdad?


–No busco una relación, si es eso lo que estás preguntando.


–Me gustaría parecerme a ti. Esta mañana he decidido disfrutar del sexo sin compromiso.


Pedro sonrió.


–¿Tienes a alguien en mente para ese proyecto?


No le parecía el momento de confesarle que él era el primero de su lista.


–Voy a elegir a alguien del que no pueda enamorarme. Así estaré a salvo. Voy a tomar precauciones. Será como llevar un gran preservativo protegiendo mis sentimientos. Apuesto a que es lo que tú haces todo el tiempo.


–Si me preguntas si me pongo un preservativo para proteger mis sentimientos, la respuesta es no.


–Te estás riendo de mí, pero, si te hubieran hecho daño tantas veces como a mí, no te estarías riendo. Así que, si los sentimientos no forman parte de tus relaciones, ¿qué es para ti exactamente el sexo?


–Diversión –contestó, tomando la carta que le ofrecía el camarero.


Paula se sintió mortificada y, tan pronto como el hombre se fue, gruñó.


–¿Llevaba ahí mucho?


–Lo suficiente como para haberse enterado de que buscas sexo sin compromiso y de que tienes pensado ponerte un gran preservativo para proteger tus sentimientos.


Paula se cubrió la cara con las manos.


–Tenemos que irnos. Estoy segura de que la comida aquí es deliciosa, pero tenemos que irnos a otro sitio o tendré que comer debajo de la mesa.


–Lo estás haciendo otra vez, estás dejando que tus sentimientos gobiernen tus actos.


–Pero ha oído lo que he dicho. ¿No te da vergüenza?


–¿Por qué iba a darme vergüenza?


–¿No te preocupa lo que piense de ti?


–¿Por qué iba a importarme lo que piense? No lo conozco. Su misión es servirnos la comida y asegurarse de que disfrutemos para que volvamos. Su opinión en cualquier otra cosa es irrelevante. Sigue con lo que estabas diciendo. Era interesante. Me estabas contando que ibas a buscar a un hombre del que no puedas enamorarte para tener sexo con él.


–Y tú me estabas contando que para ti el sexo es diversión… ¿como el fútbol?


–No, porque el fútbol es una actividad de grupo. Soy muy posesivo, así que para mí es una cosa estrictamente de dos.


–Eso ya implica algún tipo de compromiso.


–Me comprometo al cien por cien durante el tiempo que una mujer está en mi cama.


–Aunque sea por una noche solo, ¿no?


Él se limitó a sonreír y ella se echó hacia atrás, riéndose divertida.


–Qué malo eres, pero sincero. Eso me encanta.


–Mientras no te enamores de mí, no hay problema.


–No podría hacerlo. Somos muy distintos.


–Creo que deberíamos brindar por eso.


Pedro hizo una seña y al momento trajeron champán a la mesa.


–No puedo creer que vivas así. Chófer, botellas de champán… –dijo ella levantando la copa–. Tu mansión es enorme y solo vives tú.


–Me gusta el espacio y la luz, y un inmueble es siempre una buena inversión –comentó y llamó al camarero–. ¿Hay algo que no te guste?


–Me gusta todo –dijo y esperó a que Pedro le dijera algo en griego al hombre–. ¿De verdad vas a pedir por mí?


–El menú está en griego y estabas hablando de sexo, así que mi intención es que la interrupción dure lo mínimo posible para evitar que quieras meterte debajo de la mesa a cenar.


–En ese caso, te perdono –dijo ella y, después de que el camarero se fuera, añadió–: Así que, si la casa es una inversión, ¿quiere eso decir que la venderás?


–Tengo cuatro casas.


Paula se quedó boquiabierta.


–¿Cuatro? ¿Por qué necesita alguien cuatro casas? ¿Una para cada estación?


–Tengo oficinas en Nueva York, San Francisco y Londres, y no me gusta quedarme en hoteles.


–¿Cuál consideras tu hogar? ¿Dónde vive tu familia? ¿Tus padres viven?


–Sí.


–¿Están felizmente casados?


–Divorciados. En el caso de mi padre, se ha divorciado tres veces, y supongo que habrá un cuarto en cuanto se celebre la siguiente boda.


–¿Y tu madre?


–Mi madre es estadounidense. Vive en Boston con su tercer marido, que es un abogado matrimonialista.


–¿Qué te consideras más, griego o americano?


–Según el momento –contestó Pedro, encogiéndose de hombros.


–Vaya. Así que tienes mucha familia –dijo Paula sintiendo envidia–. Debe de ser maravilloso.


–¿Por qué?


–¿No te parece maravilloso? Supongo que no valoramos las cosas mientras las tenemos.


–¿Vas a llorar?


–No, claro que no.


–Bien, porque las lágrimas son una forma de sentimentalismo que no soporto. No permito que me manipulen y el noventa y nueve por ciento de las veces las lágrimas son manipulación.


Paula tomó una aceituna del cuenco de la mesa.


–¿Y el uno por ciento restante son sinceras?


–Nunca me he encontrado un caso tan raro, así que estoy deseando que ocurra–dijo echándose hacia atrás, mientras el camarero les dejaba una selección de platos–. Son especialidades cretenses. Pruébalas.


Le sirvió en su plato unas judías con una espesa salsa de tomate y le añadió queso de cabra.


–Esto está delicioso –dijo Paula nada más probarlas–. Sigo sin creer que hayas pedido por mí. ¿Vas a darme de comer también? Porque puedo tumbarme y dejar que me metas uvas en la boca, si eso resulta divertido. O puedes cubrirme el cuerpo desnudo de nata montada. ¿Es eso lo que haces en la cama?


–Será mejor que no sepas las cosas que hago en la cama, Paula. Eres demasiado inocente.


Paula recordó que Belen le había dicho que no parecía sumiso.


–No soy inocente. Tengo los ojos grandes y eso hace que la gente saque una falsa impresión de mí.


–Pareces un gatito abandonado al borde de la carretera.


–Ahí te equivocas. Yo diría que más bien parezco una pantera, depredadora y peligrosa.


Se quedó mirándola y Paula se sonrojó.


–Está bien, quizá no una pantera exactamente, pero tampoco un gatito. Soy una persona fuerte –afirmó ella pensando en su pasado–. Háblame de tu familia. Así que tienes padre y unas cuantas madrastras. ¿Hermanos?


–Una medio hermana de dos años a la que no he visto nunca –contestó Pedro tomando su copa de champán–. Su madre le sacó todo el dinero que pudo a mi padre y se fue. Vive en Atenas y va a verlo cada vez que quiere algo.


–Dios mío, eso es terrible. Pobre tu padre.


Pedro dejó lentamente la copa sobre la mesa.


–¿Sientes lástima por mi padre?


–No. Bueno, tal vez un poco –respondió sintiendo un nudo en la garganta.


–Es un hombre que no conoces y del que no sabes nada.


–Tal vez pertenezco a ese uno por ciento que siente las cosas.


Paula sollozó y Pedro sacudió la cabeza, desesperado.


–¿Y dices que eres fuerte? ¿Cómo puedes estar triste por alguien que no conoces?


–Porque me compadezco de su situación. Debe de ser muy duro no ver a su hija pequeña. La familia es lo más importante del mundo, y muchas veces es lo menos valorado.


–Si dejas que una sola lágrima ruede por tus mejillas, me voy de aquí.


–No te creo, no puedes ser tan desalmado.


–¿Quieres ponerme a prueba? –preguntó fríamente–. Te sugiero que esperes hasta el final de la comida. Preparan el mejor cordero de Grecia y tienen un postre de miel y pistachos que no debes dejar de probar.


–Si el que se va eres tú, entonces puedo quedarme y comerme tu parte –replicó Paula y se metió una cucharada en la boca–. No sé por qué te asustan tanto las lágrimas. No es que espere que me abraces. He aprendido a consolarme yo sola.


–¿Tú sola? ¿Te das un abrazo tú misma? –bromeó.


–Es importante ser independiente.


Había sido autosuficiente desde niña, pero la capacidad de hacerlo todo por sí misma no había mermado el deseo de compartir su vida con alguien.


–¿Por qué se divorciaron tu padre y su última esposa?


–Porque estaban casados, y el divorcio es la consecuencia inevitable de todo matrimonio.


Paula se preguntó por qué tenía una opinión tan triste del matrimonio.


–No de todos.


–Bueno, menos de aquellos afectados de una inercia extrema.


–Así que crees que incluso la gente que permanece casada se divorciaría si se molestaran en hacer el esfuerzo.


–Creo que hay razones para que una pareja permanezca unida, pero el amor no es una de ellas. En el caso de mi padre, su esposa número tres se casó con él por su dinero.


–¿Tiene nombre la esposa número tres?


–Carla.


–¿No te caía bien?


–Si quieres probar el postre, será mejor que hablemos de otra cosa que no sea mi familia.


–Te gusta controlarlo todo, incluso la conversación. ¿Es aquí a dónde traes a todas tus citas?


–Depende de la mujer.


–¿Qué me dices de la mujer con la que estabas esta tarde? No creo que hubiera comido nada de esto.


–Habría pedido una ensalada verde y un pescado a la plancha, y se habría comido la mitad.


–¿Por qué no me has pedido una ensalada verde y un pescado a la plancha?


–Porque tienes pinta de disfrutar comiendo.


–Empiezo a entender por qué las mujeres lloran cuando están contigo. Prácticamente me estás llamando gorda. Para tu información, la mayoría de las mujeres se habrían puesto hechas una furia si les hubieras dicho eso.


–¿Por qué tú no?


–Porque comer aquí es una experiencia única y no quería perdérmela. Además, no creo que tu intención fuera ofenderme y me gusta dar a la gente el beneficio de la duda. Cuéntame qué es lo siguiente que haces en una cita. Después de traer a una mujer a un sitio así, ¿te la llevas a tu mansión para acostarte con ella en esa cama tan grande?


–Nunca hablo de mis relaciones.


–No hablas de tu familia y tampoco de tus relaciones –dijo Paula tomando un trozo de tomate de la ensalada–. ¿De qué quieres hablar?


–Háblame de tu trabajo.


–Trabajo en tu empresa. De eso sabes tú más que yo, aunque puedo decir que, con toda esa tecnología a tu disposición, deberías inventar una aplicación que sincronice toda la información de las mujeres con las que sales. Tienes una vida sexual muy activa y es fácil equivocarse, sobre todo teniendo en cuenta que son todas del mismo tipo –comentó Paula y dejó el tenedor a un lado–. ¿Es ese el secreto de mantener el desapego emocional? Sales con mujeres que parecen clones, sin ninguna característica que las distinga.


–No salgo con clones y no quiero hablar de mi trabajo, sino del tuyo, de tu trabajo como arqueóloga –dijo, y sus ojos centellearon–. Y procura decir minoica al menos ocho veces por frase.


Paula lo ignoró.


–Soy experta en cerámica. Estudié Arqueología y, desde que acabé, he estado trabajando en un proyecto financiado a nivel internacional. Entre otras cosas, hemos estado estudiando cómo los cambios tecnológicos influyeron en la cerámica minoica, especialmente cuando sustituyeron los métodos manuales por el torno de alfarero. No solo podemos rastrear patrones de producción, sino del consumo de la cerámica. La palabra cerámica viene de los griegos, keramikos, pero seguro que eso ya lo sabías.


–No puedo creer que estuvieras limpiando mi ducha –dijo él tomando su copa.


–Pagan bien por limpiar tu ducha, y tengo un préstamo estudiantil que devolver.


–Si no tuvieras que devolver ese préstamo, ¿qué estarías haciendo?


–No tengo ni idea. Tengo que ser práctica y no puedo pararme a pensar en eso.


–¿Por qué Creta?


–Creta tiene todas las materias primas necesarias para fabricar cerámica: arcilla, hojalata, agua y combustible. Los análisis microscópicos de las piezas de cerámica indican que esos componentes fueron empleados durante al menos ochocientos años. La manera más útil de entender la tecnología de aquella época es replicándola y usándola, y eso es lo que estamos haciendo.


–¿Así que has estado intentando cocinar como los minoicos?


–Sí, usamos los materiales e instrumentos que se emplearon en Creta durante la Edad de Bronce.


–¿Para eso estás excavando?


–Belen y el resto del equipo tienen objetivos diferentes. Mientras ellos solo excavan, yo puedo repartir mi tiempo entre las excavaciones y el museo, pero eso está a punto de terminar. Cuéntame qué haces tú.


–Trabajas en mi empresa. Deberías saberlo.


–No sé exactamente qué haces. Sé que eres un mago de la tecnología. Supongo que por eso tienes una ducha que parece diseñada por la NASA. Apuesto a que se te dan bien los ordenadores. La tecnología no es lo mío, pero seguramente ya te has dado cuenta.


–Si lo tuyo no es la tecnología, ¿por qué estás trabajando en mi compañía?


–No me ocupo de nada referente a tecnología, sino a personas. Empecé en Recursos Humanos, a quienes, por cierto, mantienes muy ocupados, y ahora trabajo con tus secretarias. Todavía no he decidido lo que quiero hacer con mi vida, así que voy probando cosas diferentes. Son solo dos días a la semana y quería saber si me gustaba el trabajo en oficina.


–¿Y te gusta el trabajo en oficina?


–Es diferente.


Paula esquivó la pregunta y Pedro se quedó mirándola.


–Cuéntame por qué te liaste con ese tipo tan mayor como para ser tu padre.


«Porque soy idiota», pensó mientras sentía que el estómago le daba un vuelco.


–No suelo hablar de mis relaciones.


–Aunque hace poco que te conozco, creo que el problema es conseguir que dejes de hablar. Cuéntamelo.


Algo en aquellos persuasivos ojos negros le hizo abrir su corazón.


–Creo que me sentí atraída por su estatus y seriedad. Me sentí halagada cuando se fijó en mí. Supongo que un psicólogo lo hubiera achacado al hecho de que crecí con un padre cerca. En cualquier caso, se interesó por mí y todo fue muy rápido. Después, me enteré de que estaba casado –dijo bajando la voz–. Me odio por ello y sobre todo lo odio a él por mentirme.


–¿Te hizo llorar?


–Creo que lloré porque la historia se repetía. Mis relaciones siempre siguen el mismo patrón. Conozco a alguien que me gusta, es cariñoso, atento y sabe escuchar. Me enamoro, me acuesto con él, empiezo a pensar en el futuro y, de repente, todo se acaba.


–Y esa experiencia, ¿no te echa para atrás en el amor?


Quizá debería ser así. Desde joven, se había preguntado qué había de malo en ella para que la gente saliera de su vida con tanta facilidad.


Les retiraron los platos y el postre apareció en el centro de la mesa.


–Por una mala comida, no dejarías de comer, ¿verdad? –dijo Paula tratando de mantener la compostura–. Por cierto, es la mejor comida que he tenido en mi vida.


Hundió la cuchara en el hojaldre y la miel rezumó por el plato.


–Cuéntame cómo son tus relaciones –añadió ella–. Hablemos en sentido hipotético ya que no te gusta revelar detalles. Digamos que conoces a una mujer a la que encuentras atractiva. ¿Qué haces a continuación?


–La invito a una cita.


–¿Qué clase de cita? –preguntó Paula y chupó la cuchara–. ¿La llevas al teatro, al cine, a dar un paseo por la playa?


–Cualquier cosa.


–Digamos que la llevas a cenar. ¿De qué hablarías?


–De cualquier cosa.


–De cualquier cosa siempre y cuando no sea de tu familia o de tus relaciones.


–Exacto –replicó él sonriendo.


–Así que hablas, tomas vino caro, disfrutas del paisaje y entonces, ¿qué? ¿La llevas a su casa o te la llevas a la cama?


–Sí.


Se quedó callado mientras el camarero les dejaba una botella con un líquido claro y dos copas. Paula sacudió la cabeza.


–¿Eso es raki? A Belen le encanta, pero a mí me da dolor de cabeza.


–Se llama tsikoudia. Es un licor de uva. Forma parte de la hospitalidad cretense.


–Lo sé. Existe desde la época minoica. Se han encontrado restos petrificados de uvas dentro de antiguas jarras de arcilla llamadas pithoi, por lo que se cree que sabían mucho de destilación. Eso no cambia el hecho de que me dé dolor de cabeza.


–Entonces es que no lo has bebido con el agua suficiente –dijo él ofreciéndole una copa pequeña–. La gente local cree que alarga la vida.


Paula dio un sorbo y sintió fuego en la garganta al tragar.


–Sigue contándome cómo son tus citas. No te enamoras porque no crees en el amor. Así que, cuando te llevas a una mujer a la cama, no hay emociones de por medio.


–Hay muchas emociones implicadas.


La mirada que le dirigió, hizo que su corazón empezara a latir más rápido.


–Me refiero a sentimientos. Es sexo por diversión. No sientes nada. Se trata tan solo de satisfacción física. Es parte de tu rutina de entrenamiento.


–Puede que no sea sexo con amor, pero es algo íntimo. Requiere una dosis de confianza.


–¿Puedes hacer eso y, aun así, no implicarte emocionalmente?


–Cuando estoy con una mujer, me preocupa su disfrute, su placer y su felicidad. No la amo.


–¿No amas a las mujeres?


–Amo a las mujeres –respondió, y las comisuras de sus labios se curvaron–. Es solo que no amo a una mujer en concreto.


Paula se quedó mirándolo fascinada. Era imposible que se enamorara de un hombre como Pedro. No tenía que revisar su lista para saber que no cumplía ninguno de sus requisitos. 


Era perfecto.


–Hay algo que quiero decirte y espero que no te sorprenda –anunció ella dejando la copa en la mesa antes de respirar hondo–. Quiero sexo sin compromiso, sin sentimientos, sin enamorarme. Es algo nuevo para mí que nunca antes había hecho.


Pedro se quedó mirándola con expresión indescifrable.


–Y me lo estás contando porque…


–Porque pareces un experto –dijo, y su corazón empezó a latir con fuerza–. Quiero que me lleves a la cama.




SOMBRAS DEL PASADO: CAPITULO 5




–Hay fotógrafos.


Al llegar al museo, Paula se agachó en su asiento y Pedro la tomó de la muñeca para que se mantuviera erguida.


–Estás muy guapa. Si no quieres que piensen que hemos salido de la cama para venir aquí, deja de parecer culpable.


–He visto varias cámaras de televisión.


–La inauguración del museo es noticia.


–El escote de este vestido también lo será. Mis pechos son demasiado grandes para este modelo. ¿Me presta su chaqueta?


–Tus pechos se merecen un vestido como ese, y no, no voy a prestarte mi chaqueta –dijo él con un grave tono masculino.


Paula sintió que la atracción sexual despertaba en su cuerpo.


–¿Está flirteando conmigo?


Era completamente diferente a los hombres que formaban parte de su círculo de amigos. Había en él una fuerza, una seguridad y aplomo, que sugerían que no había conocido a nadie a quien no hubiera podido vencer, ya fuera en un bar o en una sala de reuniones.


La pregunta pareció divertirle.


–Eres mi cita, así que es obligatorio flirtear. Y deja ya de llamarme de usted.


–Me inquieta lo de esta noche, y bastante nerviosa estoy ya.


–¿Por estar conmigo?


No estaba dispuesta a confesarle cómo se sentía realmente.


–No, porque la inauguración de esa nueva ala del museo es una ocasión memorable.


–Tú y yo tenemos una idea diferente de lo que es una ocasión memorable, Paula –dijo él con una expresión burlona–. Nunca antes habían hundido mi ego con tanta facilidad.


–Tu ego está blindado, al igual que tus sentimientos.


–Es cierto que a mi autoestima no le afecta la opinión de los demás.


–Porque piensas que tienes razón y que los demás se equivocan. Me gustaría parecerme a ti. ¿Y si los periodistas preguntan quién soy? ¿Qué debo decir? Que soy una impostora.


–Tú eres la arqueóloga, yo soy el impostor. Di lo que quieras decir o no digas nada. Decídelo tú.


–No sabes cuánto me gustaría que fuera así.


–Cuéntame porque estás tan emocionada por lo de esta noche.


–¿Sin tener en cuenta que es la ocasión de ponerme un vestido? El nuevo ala cobija la mayor colección de antigüedades minoicas de toda Grecia. Son piezas originales con las que los arqueólogos podrán estudiar otras piezas de excavaciones anteriores. Es emocionante. Y por cierto, me gusta el vestido, aunque no creo que tenga ocasión de volver a ponérmelo.


–¿Te apasiona la cerámica desconchada?


–No diga eso frente a la cámara. La colección tendrá un papel muy importante en investigación y enseñanza. Además, resultará muy interesante para el público general.


Nada más detenerse el coche junto al museo, un miembro del equipo de seguridad de Pedro abrió la puerta y Paula se bajó ante una nube de flases de cámaras.


–Ahora ya sé por qué los famosos llevan gafas de sol –murmuró.


–Señor Alfonso –preguntó uno de los periodistas que los rodeaban–, ¿puede hacer algún comentario del nuevo ala?


Pedro se detuvo y habló directamente a la cámara, relajado y con desenvoltura mientras repetía las palabras de Paula.


Ella se quedó mirándolo.


–Tienes una memoria increíble.


–¿Quién es su acompañante, Pedro? –preguntó otro de los reporteros.


Pedro se giró hacia ella y Paula se dio cuenta de que le estaba dando la oportunidad de decidir si quería darles su nombre o no.


–Soy una amiga –contestó.


Pedro sonrió, la tomó de la mano y se dirigieron hacia los escalones junto a los que esperaba el comité de bienvenida.


La primera persona a la que reconoció fue David Ashurst, y se detuvo. Al ver la mirada interrogante de Pedro, sacudió la cabeza.


–Estoy bien. Acabo de ver a alguien a quien no esperaba ver, eso es todo. No pensé que se atrevería a venir.


–¿Es él? ¿Él es la razón por la que pretendes un trasplante de personalidad?


Su mirada viajó del rostro de Paula al hombre desaliñado en lo alto de la escalinata.


–Es el profesor Ashurst. Está casado –murmuró–. ¿Me da tiempo a sacar el cuaderno del bolso? No recuerdo qué escribí.


–Te diré lo que puedes decir.


Se inclinó y le susurró algo al oído que la hizo ahogar una exclamación.


–No puedo decir eso.


–¿No? Entonces, ¿qué te parece esto como alternativa?


Deslizó el brazo por su cintura y la atrajo hacia él. Ella lo miró, hipnotizada por aquellos ojos negros. Antes de que pudiera preguntarle qué iba a hacer, inclinó la cabeza y la besó.


Una oleada de placer la recorrió, despertando una sensación cálida en su vientre. La habían besado antes, pero nunca de aquella manera. Pedro movía sus labios con pericia lenta y sensual, y una ardiente excitación se expandió por su cuerpo. Sintió que el estómago le daba un vuelco, y un oscuro e intenso deseo hasta entonces desconocido se apoderó de ella. Ignorando todo lo que los rodeaba, ella se estrechó contra él y sintió que la abrazaba con más fuerza en un gesto indiscutiblemente de posesión. Deseaba más y, cuando se apartó de ella, tuvo que esforzarse en mantener el equilibrio.


–¿Por qué has hecho eso?


–Porque no sabías qué decir y, a veces, los hechos dicen más que las palabras.


–Besas muy bien –dijo Paula, y parpadeó al sentir un flash ante su cara–. Ahora, tu novia no se creerá que era la limpiadora.


–No es mi novia –aseveró mirándola a los labios.


La cabeza empezó a darle vueltas y sintió que las piernas le temblaban. Las mujeres la miraban con envidia y David la observaba boquiabierto.


Mientras subía los últimos escalones, le sonrió, sintiéndose fuerte por primera vez en días.


–Hola, profesor Ashurst –dijo, tratando de convencerse de que era el calor lo que la hacía sentirse mareada y no el beso –. Que tenga un buen viaje de regreso a casa mañana. Estoy segura de que su familia lo ha echado de menos.


El profesor no tuvo oportunidad de contestar porque el director del museo se acercó a darles la bienvenida, estrechando la mano de Pedro.


–Señor Alfonso, gracias a su generosidad, la inauguración de este ala del museo es el momento más emocionante de mi carrera. Sé que tiene una agenda muy apretada, pero sería un placer que conociera al equipo y luego hiciera una rápida visita.


Paula trató de mantenerse en un discreto segundo plano, pero Pedro la tomó de la mano y la hizo permanecer a su lado. Aquel gesto despertó una mirada de curiosidad de Belen, que estaba muy guapa y favorecida con un vestido corto azul que dejaba ver sus largas piernas. Estaba de pie junto a Spy, cuyos ojos se habían pegado al escote de Paula, confirmando sus peores temores acerca de la idoneidad de aquel vestido.


Aquella situación era surrealista. Había pasado de estar medio desnuda y temblorosa en el suelo de un cuarto de baño a verse rodeada en un elegante dormitorio por cuatro personas que la habían transformado. Como por arte de magia habían aparecido tres vestidos y Pedro, sin dejar de atender una llamada telefónica, había señalado uno de ellos.


En un principio, Paula había estado a punto de elegir otro vestido. Pero luego recapacitó al darse cuenta de que no solo le había proporcionado el vestido y la oportunidad de acudir a la inauguración del museo, sino que había elegido el mismo que ella habría elegido.


Se sintió cohibida ante sus amigos y colegas con los que trabajaba en el proyecto Aptera por ser tratada como una personalidad. Cuando el director los acompañó hasta la primera vitrina, Paula se olvidó de sus reparos y examinó la pieza.


–Es de comienzos de la cultura minoica.


–¿Lo dices porque está en peor estado que las otras?


–No, porque esta cerámica se caracterizaba por sus diseños geométricos. Fíjate… –dijo tirando de su brazo para que se acercara a la vitrina–. Espirales, cruces, triángulos…


Le explicó cada uno de ellos, y Pedro escuchó con atención antes de seguir recorriendo la exposición.


–Este tiene un pájaro.


–Los símbolos naturalistas eran característicos del minoico medio. La secuencia de los estilos en la cerámica ha ayudado a los arqueólogos a establecer las tres fases de la cultura minoica.


–Fascinante –replicó él mirándola a los ojos.


Su corazón latió con fuerza contra su pecho y, cuando el director se apartó para contestar las preguntas de la prensa, se acercó más a él.


–Realmente no te resulta fascinante, ¿verdad?


–Claro que sí –contestó bajando la mirada a su boca–. Pero creo que es porque lo estás explicando tú. Me gusta cómo te emocionas por cosas que aburren a la gente y cómo pones los labios cada vez que dices minoica.


–Para ti es una vasija vieja, pero tiene un significado muy importante. La cerámica ha ayudado a los arqueólogos a descubrir asentamientos y rutas comerciales. Podemos reconstruir los movimientos de una civilización por la distribución de su cerámica. Nos da una idea del tamaño de su población y de su organización social. ¿Por qué donas tanto dinero al museo si no te interesa?


–Porque me interesa conservar la cultura griega. Doy dinero y ellos deciden en qué usarlo.


–¿Por qué no pediste que lo llamaran pabellón Alfonso o algo así? A la mayoría de los benefactores les gusta ver su nombre en una placa.


–Lo que quiero es preservar la historia, no publicitar mi nombre. ACo es una compañía puntera en el desarrollo de tecnología. No quiero que asocien el nombre con un museo.


–Bromeas.


–Sí, bromeo.


Su sonrisa desapareció cuando Spy y Belen se les unieron.


–Son buenos amigos míos –dijo Paula rápidamente–, así que no hace falta que los intimides.


Él mismo se presentó y comenzó a charlar con Spy, mientras Belen se hacía a un lado con Paula.


–No sé por dónde empezar a preguntar.


–Mejor, no sabría por dónde empezar a contestar.


–Supongo que es el dueño de la mansión.


–Así es.


–No voy a preguntar –murmuró Belen y sonrió–. ¡Qué demonios! Claro que voy a preguntar. ¿Qué ha pasado? ¿Te ha encontrado en el sótano y ha decidido traerte al baile?


–Casi. Me encontró en su cuarto de baño, después de que su ducha me atacara. Después de estropearle su cita, necesitaba una sustituta y yo era la única que tenía cerca.


Belen empezó a reír.


–¿Te atacó su ducha?


–Has dicho que no ibas a preguntar.


–Estás cosas solo te pasan a ti, Paula.


–Lo sé. No se me da bien la tecnología.


–Puede que no, pero sabes muy bien cómo elegir un pañuelo de lágrimas. Es muy guapo y tú estás espectacular –comentó Belen mirándola de arriba abajo–. Mucho mejor que con pantalones cortos y botas de senderismo.


–No es mi pañuelo de lágrimas –protestó Paula frunciendo el ceño.


–¿Por qué no? Es muy atractivo –dijo su amiga, entornando los ojos mientras observaba el imponente físico de Pedro–. Una sugerencia: ten cuidado –añadió en tono serio, tomándola del brazo.


–¿Por qué tengo que tener cuidado? No volveré a poner un pie en su ducha, si te refieres a eso.


–No me refiero a eso. No parece un hombre sumiso.


–Es muy agradable.


–Eso lo hace aún más peligroso. No te ha quitado los ojos de encima ni un segundo. No quiero que te vuelvan a hacer daño.


–Nunca he corrido menos riesgo de que me hagan daño. No es mi tipo.


–Es el tipo de todas.


–El mío no.


–Te ha besado, así que supongo que tiene una opinión diferente.


–Me ha besado porque no sabía qué decirle a David. Estaba en una posición incómoda y solo quería ayudarme. Lo ha hecho por mí.


–Paula, un hombre así hace las cosas por él. No te equivoques. Está acostumbrado a hacer lo que quiere con quien quiere y cuando quiere.


–No sé, no te preocupes por mí –dijo sonriendo y volvió junto a Pedro–. Parece que la fiesta se acaba. Gracias por una noche tan agradable. Te devolveré el vestido y, cuando quieras la ducha limpia, avísame. Te lo debo.


Se quedó mirándolo unos segundos, ignorando a todos los que estaban alrededor.


–Cena conmigo. Tengo reserva a las nueve en el Athena.


Había oído hablar del Athena. ¿Quién no? Era uno de los restaurantes más conocidos de toda Grecia. Comer allí era una experiencia única para la mayoría de la gente.


Aquellos increíbles ojos negros le sostenían la mirada y recordó las palabras de Belen.


–Es una broma, ¿verdad?


–Nunca bromeó con la comida.


Pedro, ha sido una velada increíble, algo sensacional de lo que les hablaré a mis hijos algún día, pero tú eres un multimillonario y yo.. yo…


–Una mujer muy sexy que está muy guapa con ese vestido.


Había algo en él que la hacía sentirse como si flotara.


–Iba a decir que soy una arqueóloga que ni siquiera sabe cómo usar el control de mandos de tu ducha.


–Te enseñaré. Cena conmigo, Paula.


Aquella orden sutil hizo que Paula se preguntara si alguna vez admitía un no por respuesta. Cautivada por la expresión de sus ojos y por la casi palpable tensión sexual, se sintió tentada. Luego recordó su regla de no volver a salir con alguien que no cumpliera sus requisitos básicos.


–No puedo, pero nunca olvidaré esta noche. Gracias.


Temiendo cambiar de opinión, se giró y enfiló hacia la salida.


En la puerta, David le bloqueó el paso.


–¿Qué haces con él?


–No es asunto tuyo.


–¿Lo has besado para ponerme celoso o para intentar olvidarme?


–Lo he besado porque es un hombre muy atractivo y te olvidé en el momento en que me enteré de que estabas casado.


Al caer en la cuenta de que era cierto, se sintió aliviada. Pero ese alivio convivía con la certeza de que era incapaz de elegir al hombre adecuado.


–Sé que me quieres.


–Te equivocas. Si de veras me conocieras, sabrías que soy incapaz de amar a un hombre casado con otra mujer –dijo con voz y manos temblorosas–. Estás casado y tienes familia.


–Ya se me ocurrirá algo.


–¿Hablas en serio? –preguntó Paula mirándolo fijamente–. Una familia no es algo de usar y tirar según tu conveniencia. Estás unida a ella para lo bueno y para lo malo.


Disgustada, trató de abrirse paso, pero él la sujetó por el brazo.


–No entiendes. Las cosas son difíciles ahora mismo.


–No me importa –replicó apretando los puños–. Un hombre de verdad no sale corriendo cuando las cosas se ponen difíciles.


–Se te olvida lo bien que lo pasamos juntos.


–Y a ti se te olvidan las promesas que hiciste –dijo zafándose de su mano–. Vuelve con tu mujer.


David miró por detrás de ella hacia Pedro.


–Nunca pensé que te atrajera el dinero, pero es evidente que estaba equivocado Espero que sepas lo que estás haciendo porque lo único que conseguirás de ese hombre será una noche. A un hombre como él, lo único que le interesa es el dinero.


–¿Qué has dicho? –dijo Paula mirándolo antes de girarse hacia Pedro–. Tienes razón, gracias.


–¿Por hacerte ver que no es adecuado para ti?


–Por hacerme ver que es perfecto. Y ahora, deja de mirarme el escote y vuelve a casa junto a tu mujer y tus hijos.


Y con esas, pasó a su lado y se dirigió directamente al periodista que le había preguntado su nombre al entrar.


–Paula, me llamo Paula Chaves.


Luego dio media vuelta y se fue directamente hasta Pedro, que estaba conversando con dos hombre trajeados.


–¿A qué hora es la reserva en ese restaurante?


–A las nueve.


–Entonces, vámonos, que no quiero llegar tarde –dijo poniéndose de puntillas y dándole un beso en los labios–. Y para que lo sepas, me da igual el vestido, pero me quedo los zapatos.