sábado, 25 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 3




Eran más de las siete de la tarde, pero Paula no tenía hambre.


Lars, el abogado de su padre, había descubierto el matrimonio durante una investigación cuando su padre había decidido actualizar el testamento. De lo contrario, Paula quizás no habría sabido jamás que seguía casada con Pedro.


Sin un acuerdo prenupcial, Pedro podría reclamar sus derechos como beneficiario de la fortuna de su padre. 


Afortunadamente, Lars había acordado mantener en secreto su pequeña estupidez hasta que se ocupara del divorcio.


Un matrimonio del que no sabía nada era un ejemplo de inmadurez, y no podía pedirle un préstamo a su padre mientras le revelaba un error aún no solucionado. Su hermana, Carla, jamás hubiera hecho algo así, y ella quería llegar a ser tan responsable como su hermana.


En cuanto Pedro hubiera firmado los papeles, le contaría a su padre la existencia del matrimonio, y el divorcio, en el mismo lote y, con suerte, todos reconocerían que se había comportado como una adulta que se merecía un préstamo.


Con apatía, repasó los canales de televisión por cuarta vez. 


Al oír sonar el móvil, se lanzó ansiosa con la esperanza de que le permitiera olvidar a Pedro.


El problema era que se trataba de un mensaje del propio Pedro:
Estoy en el vestíbulo. Indícame tu número de habitación.


Paula sintió una repentina sacudida de cintura para abajo. 


Sin embargo, no se engañó a sí misma. Pedro no había acudido para tomar una copa. Estaba prometido y no lo creía capaz de engañar a su novia.


Le devolvió el mensaje y corrió al cuarto de baño para retocarse el maquillaje. Las mujeres Chaves-Harris no permitían que nadie viera sus fallos.


Abrió la puerta tras el golpe de nudillos y se enfrentó a la lúgubre expresión de Pedro.


—¿Qué sucede? —Paula sintió un escalofrío en la nuca.


—Déjame entrar. No voy a mantener esta conversación en el pasillo.


Ella le abrió la puerta para que pasara. Al hacerlo, su cuerpo la rozó deliciosamente.


—Supongo que no has venido a invitarme a cenar. Lo cual no estaría nada mal, por cierto.


—Lo has estropeado todo —espetó él secamente—. En una sola tarde, todo ha acabado.


—¿De qué hablas? Si he venido es para arreglarlo.


—Le he contado a mi novia lo del tórrido fin de semana en Las Vegas y lo más gracioso de todo: que sigo casado. El problema es que no le ha hecho ninguna gracia. Ha anulado el compromiso.


—¡Oh, Pedro, cuánto lo siento! —Paula se cubrió la boca con una mano—. Nunca pensé…


—Esto es lo que haremos. Me has costado perder un importante contacto en la industria textil. Y me lo debes. Vas a pagarme por ello, y empezando ahora mismo.


—¿Pagarte? ¿Cómo? —ella dio un paso atrás.


Ese no era el hombre que recordaba de Las Vegas. Tenía el mismo aspecto y la misma voz sensual, pero el Pedro Alfonso que tenía delante era duro, arisco. Y no le gustaba.


—De todas las maneras más desagradables que se me ocurran —murmuró Pedro mientras la devoraba con la mirada—. Pero no es lo que piensas. Necesito que hagas algo por mí.


—Siento mucho el disgusto de tu prometida —Paula decidió pasar por alto el desprecio, dada la situación—. Seguro que lo podrás arreglar. Ya sabes…


—Meiling no está disgustada.


Pedro la fulminó con la mirada. Paula se cruzó de brazos y se sentó en el pico de la mesa.


—Si no está disgustada ¿qué le pasa?


—Según sus propias palabras, se niega a asociarse con alguien que se casa con una extraña en Las Vegas y luego no se molesta en asegurarse de que el matrimonio se haya disuelto —él arrojó la chaqueta encima de la cama—. La he avergonzado delante de su familia, y en su cultura eso es imperdonable.


—No estabas enamorado de ella —de repente, Paula lo comprendió.


Lo que no entendía era por qué la revelación le hacía sentirse tan feliz.


—Pues claro que no —Pedro la miró furioso—. Se trataba de un acuerdo comercial y acabo de perder mi pasaporte al mercado textil asiático. Al necesitaba los contactos de Meiling. Y todo es culpa tuya. Estás en deuda conmigo.


Desde luego no era lo que ella había imaginado. ¿Dónde estaba el hombre sensible y apasionado con el que había pasado esas exquisitas horas dos años atrás? En su lugar había un tipo sin corazón ni un átomo de romanticismo en su alma.


—¿Culpa mía? —ella contuvo el impulso de abofetearlo—. Tu novia, perdón, exnovia, tiene razón. No te molestaste en hacer el seguimiento. En realidad deberías agradecerme que te revelara la verdad antes de casarte. Serías culpable de bigamia. Imagina cómo se lo explicarías a Meiling.


—Confié en ti para que destruyeras esos papeles —Pedro bufó—. No debería haberlo hecho.


Sus palabras la dolieron. Implicaban que no era de fiar, ni siquiera para una tarea sencilla.


—No me estás ganando para la causa, cielo. A mi modo de ver, lo único que te debo es una disculpa. Y ya te la he dado.


—¿Quieres jugar duro? —él se acercó un poco más—. Te complaceré. Yo he perdido una ventaja y tú me ayudarás a recuperarla. Aunque careces de las conexiones de Meiling, estoy seguro de que tienes muchos recursos. Y yo no tengo ninguna prisa en firmar los papeles del divorcio.


Pedro se paró frente a ella. No iba a concederle el divorcio a no ser que hiciera lo que él quería. Lo cual seguía sin estar claro.


—No te atreverías —Paula le golpeó el pecho con un dedo.


—Ponme a prueba. No tengo nada que perder.


Se miraron fijamente. Paula no iba a ser la primera en pestañear, ni iba a quitar el dedo del fornido torso.


Por el amor del cielo, qué hermoso era su rostro. Durante los dos últimos años había despertado no pocas mañanas bañada en sudor, sin acordarse del sueño, pero segura de que Pedro Alfonso había participado en él. Ese rostro seguía grabado en su mente mucho después de que hubiera debido desaparecer.


La mano de Paula se aplastó contra ese pecho, como si perteneciera allí. Pedro posó la mirada un instante en la mano de ella antes de fijarla de nuevo en sus ojos.


—Si no tienes nada que perder, estaré más que dispuesta a ponerte a prueba —murmuró ella.


Agarrándole de la camisa, tiró de él. Pedro dudó una eternidad antes de que sus labios por fin se reencontraran. 


El dulce sabor de Pedro inundó a Paula y, cuando él la abrazó y la atrajo hacia sí, fue como si jamás se hubiesen separado.


Ese era el Pedro de Las Vegas, al que con tanto ahínco había intentado olvidar, sin lograrlo.


El corazón acelerado de Paula le bombeó sangre cargada de euforia por todo el cuerpo.


Respirando con dificultad, se apartaron y se miraron largo rato, atrapados en el instante.


Paula sintió algo extraño, nada bueno. Por eso no había podido olvidarlo. Ese hombre se había llevado una parte de ella que jamás había pretendido entregar.


—Y ahora que nos hemos quitado eso de encima ¿podemos empezar de nuevo? —preguntó con voz trémula. Acababa de darse cuenta de que renunciar a él era, seguramente, el mayor error que había cometido en su vida.





EL PACTO: CAPITULO 2





De todos los personajes que podrían haber entrado en su despacho un viernes cualquiera, tenía que ser Paula.


Era la única mujer que había logrado sacarlo de su disfraz de hombre de negocios, la única que podía presumir de haber dormido en su cama. La breve relación había sido salvaje, la realización de sus más locas fantasías.


Paula también era la única mujer a la que consideraba verdaderamente peligrosa, tanto para su bienestar como para su futuro. Y desde luego peligrosa para su autocontrol. 


Porque en Las Vegas no había podido resistirse a ella, y tenía la sensación de que nada había cambiado.


Pero no era ni el momento ni el lugar para pensar en ello. En quince minutos tenía una reunión con Valeria, que lo iba a matar por llegar tarde. Ya en la calle, paró un taxi.


En cuanto estuvo sentado en el asiento trasero, su mente regresó a la bomba que Paula había soltado en su despacho.


Estaba casado. Con Paula.


Dos años atrás le había parecido una idea estupenda unirse a alguien en el marco del Pacto de Adultos, simbólicamente, por supuesto.


El viaje a Las Vegas había surgido de la confusión ante el anuncio de sus padres. No solo iban a divorciarse después de treinta años de matrimonio, también partían la empresa Alfonso Enterprises. Al Couture para Bettina, Alfonso House Fashion para Pablo. Pedro permanecería en Al, y Valeria en Alfonso House.


Su legado de nacimiento había desaparecido. Incapaz de soportarlo, había volado hasta Las Vegas para olvidar.


Paula había sido un bálsamo para su alma rota. De no haber sido por la tormenta desatada en su casa, jamás habría accedido a su ofrecimiento. Y se había despedido de ella en esa habitación de hotel con un beso y regresado a Nueva York con un nuevo propósito.


Agruparía las empresas Alfonso bajo el mismo techo de nuevo, o moriría en el intento.


La reunión con Valeria era el siguiente paso. Pedro sería la cabeza de la nueva empresa como director ejecutivo. Al menos en eso estaban de acuerdo su hermana y él.


Incapaz de contenerse, realizó una búsqueda en Internet sobre el registro civil de Clark County, Nevada. Y allí estaba, su matrimonio con Paula Chaves-Harris.


¿Qué había sucedido? Pedro llamó a su abogado para que hiciera las averiguaciones pertinentes y salió del taxi frente a la cafetería que Valeria había elegido para su reunión secreta.


Tal y como esperaba, estaba sentada en un reservado al fondo. Irritada, tamborileaba sobre la mesa.


—¿Dónde estabas? Tengo una reunión con la empresa de publicidad Project Runway —la arrogancia de Valeria estaba al máximo—. No todos tenemos una posición acomodada en Al, cumpliendo los deseos de mamá día y noche. Yo trabajo.


—Hola a ti también —respondió él. A Valeria le encantaba sacarle de quicio, y él nunca se lo permitía—. Ya que estás tan ocupada, deberías haber elegido un sitio más cerca de tu reunión.


Pedro sacó de la cartera los papeles en los que se detallaba la reagrupación de Al Couture y Alfonso House Fashion y los dispuso sobre la mesa. Valeria se había encargado de la marca y el diseño. La idea era lanzar la nueva marca para la colección de primavera.


—Aquí dice que tú serás director ejecutivo —Valeria enarcó las cejas—. Pero no es cierto. Lo seré yo.


—¿Estás loca? ¿Crees que he puesto tanto empeño para trabajar para ti en lugar de para mamá? —Valeria no era capaz de manejar el puesto de director ejecutivo, un puesto que, además, era suyo.


—¿Y para qué crees que he estado trabajando yo? —ella sacudió su larga y rubia melena—. Alfonso Enterprises es mía.


—Y una mierda —Pedro no había previsto la sed de poder de su hermana.


—Yo soy la mayor. El primogénito dirige la empresa. Es un hecho.


—No es ningún hecho —Pedro bajó la voz—. He trabajado más que nadie, incluida tú.


Toda su vida había estado enfocada a ocupar el lugar de su padre en la empresa. Valeria y Bettina tenían puestos fundamentales en el aspecto del diseño y la publicidad, pero no eran capaces de mantener a flote un barco como Alfonso y navegar en la dirección correcta. Hacía falta algo más que buen ojo para elegir colores para dirigir una empresa.


—Eso es mentira —Valeria agitó unos dedos de manicura perfecta frente a Pedro—. ¿Quién tuvo la idea de hacer esto juntos? Tú no. La fuerza está en la unión y en presentarles a papá y mamá unos hechos consumados. Sin eso, tú no tienes nada. No me digas que esperabas que yo te cediera el puesto de mando.


—Aquí nadie cede nada. Me he ganado el puesto con este plan de fusión, por no mencionar lo que he logrado como jefe de operaciones de Al Couture —solo con prometerse a Meiling Lim se había ganado el puesto de director ejecutivo.


El padre de su novia era el dueño del mayor imperio textil de Asia, y casándose con Meiling, Pedro estrecharía los lazos entre Al Couture y las fábricas textiles de ultramar. La unión había sido decidida en una sala de juntas y era una excelente idea comercial.


Los delicados rasgos de Meiling, y exquisitos modales, la convertían en la esposa ideal para un futuro director ejecutivo. Se gustaban y tenían metas comunes en lo profesional, básicamente, el beneficio que su unión iba a aportar a ambas familias. Ninguno buscaba una unión por amor, y estaban conformes con el acuerdo. Sería un matrimonio tranquilo y fructífero, muy distinto del tumultuoso y alocado que tendría con alguien como Paula.


Pedro tenía la increíble suerte de que la tradicional familia de Meiling pareciera lo bastante abierta de mente como para pasar por alto su origen occidental. Era un hombre que navegaba en un mundo mayoritariamente femenino. 


Necesitaba una ventaja, y ahí entraba Meiling. Nada iba a detener sus planes.


Salvo la equivocada idea de Valeria de arrebatarle el puesto de director ejecutivo. Eso solo pasaría cuando los camellos aprendieran a nadar.


—¿Por qué no nos preocupamos por quién será el jefe cuando la fusión sea un hecho? —sugirió Pedro.


Si no se centraban en los aspectos importantes, no habría ningún puesto de director ejecutivo que ocupar. Bettina y Pablo estaban muy a gusto como directores ejecutivos, cada uno de su mitad, pero, les gustara o no a sus padres, soplaban vientos de cambio.


—De acuerdo —Valeria asintió malhumorada—. Por ahora. Pero no creas que vas a ganar. No pienso ceder.


Tras discutir los detalles durante veinte minutos en el taxi que lo conducía de regreso a Al, Pedro llamó a Meiling. Lo mejor sería que supiera por él lo de la boda de Las Vegas. 


Con suerte, se contentaría al saber que ya tenía los papeles del divorcio.






EL PACTO: CAPITULO 1




Normalmente, un viaje sorpresa a Manhattan entraba en la lista de cosas realmente guay de Paula Chaves-Harris. 


La visita a una de las casas de moda más importantes del mundo hacía que lo fuera aún más. Pero explicarle al hombre al que llevaba dos años intentando olvidar que estaban casados, no lo era tanto.


Paula se removió inquieta en el sillón de cuero mientras esperaba ser conducida al despacho de Pedro Alfonso, jefe de operaciones de Al Couture. Y también su esposo.


—El señor Alfonso la recibirá ahora —anunció la recepcionista con frialdad—. Sígame.


Las mujeres siempre la trataban con frialdad, víctimas de los celos que despertaban los atributos que Dios le había concedido.


Al Couture bullía de actividad. Fascinada, Paula estiró el cuello para echar un vistazo a los patrones de los trajes dibujados con tiza y las muestras de tela dispuestas sobre las mesas.


A Paula le encantaba todo lo relacionado con la ropa. Y para alguien decidida a adquirir la mitad de la empresa de diseños de vestidos de novia de su hermana, Al Couture era más que un negocio. Era la meca de la moda.


Incluso ella tenía un par de vaqueros Al. Ignorante de la identidad del hombre que había llamado su atención en aquel club de Las Vegas, le había parecido alguien a gusto con su cuerpo y había deseado una parte de él. Solo dos años más tarde había descubierto que esa parte era más grande de lo que jamás habría podido soñar.


—¿Señor Alfonso? —anunció la recepcionista—. Su visita ha llegado.


«Señor Alfonso». ¡Por favor! Ese hombre le había hecho más travesuras a Paula en un fin de semana que el conjunto de todos los hombres que le habían seguido en toda su vida. 


¿No había ni un solo hombre capaz de hacerle olvidar tanta perfección?


—Gracias, cielo. Yo me ocupo a partir de ahora —Paula esquivó a la mujer y entró en el despacho como si fuera la dueña del lugar. Así se conseguía llamar la atención.


Y ella necesitaba llamar la atención de Pedro para conseguir de él un divorcio discreto. Solo así podría enfrentarse a su padre y pedirle un préstamo para comprar la mitad del negocio de su hermana.


Además, no estaba preparada para estar casada con nadie. 


No hasta descubrir quién quería ser de mayor. Por eso a la fría luz de la mañana, la boda estilo Las Vegas de la noche anterior le había parecido cualquier cosa menos una buena idea. Se suponía que no habían rellenado el papeleo. Pero allí estaba, casada con Pedro.


Su marido se sentaba tras una moderna mesa de cristal. Sus miradas se cruzaron y Paula dejó de respirar. Por eso ningún hombre podía borrar la imagen de Pedro de su mente.


Esos pómulos eran dignos de matar por ellos. Los cabellos rubios, intencionadamente desordenados, suplicaban que alguien hundiera los dedos en ellos. Ingenioso y sensual, además escuchaba cuando ella hablaba. Los hombres apenas miraban a Paula más arriba de los hombros, pero Pedro le había pedido su opinión y aceptado sus ideas.


—Paula. Tienes buen aspecto —si le había sorprendido, no se notaba.


—Gracias por recibirme tan pronto —qué bonito dos personas reencontrándose cuando no habían esperado hacerlo jamás—. Tenemos un problema —no merecía la pena andarse por las ramas—. Cuanto antes y más discretamente podamos resolverlo, mejor.


—Espero que no estés a punto de anunciarme que te quedaste embarazada —de inmediato, Pedro adquirió una expresión hermética.


¿Por qué clase de mujer la tomaba? En realidad apenas se conocían. El salvaje fin de semana en Las Vegas no había tenido como intención encontrar a su media naranja.


—No, nada de eso —Paula agitó una mano en el aire y se acercó a la mesa.


—Entonces seguro que se puede solucionar —Pedro pareció relajarse—. ¿Qué puedo hacer por ti?


Paula había pasado horas deslizándose por el cuerpo desnudo de ese hombre, saboreando cada centímetro de su piel. Pero en esos momentos eran dos extraños, aunque sin serlo.


—Verás qué risa —ella sonrió—. ¿Recuerdas cuando encontramos ese sitio para casarnos y pensamos que sería estupendo sellar nuestro Pacto de Adultos con una boda en Las Vegas?


Tras cuatro rondas de tequila e incontables cosmopolitan y martinis, les había parecido una idea genial. Después del inicial cruce de miradas, no se habían separado el resto del fin de semana, embarcándose en una interminable conversación en la que ambos habían abierto sus almas más de lo que habían hecho jamás. Los dos habían buscado algo, cualquier cosa, que les ayudara a navegar entre la juventud y el resto de sus vidas.


El Pacto de Adultos nunca había consistido en permanecer casados, sino en demostrar que podían comportarse como adultos.


Curioso cómo ese matrimonio se había convertido en un problema de adultos.


—Claro que lo recuerdo —asintió él—. Es la única vez en mi vida que he seguido un impulso estúpido.


Paula suspiró. En eso se diferenciaban. Ella hacía estupideces continuamente. El Pacto de Adultos debería haberle proporcionado la fuerza para buscar un lugar en el mundo donde fuera apreciada por su mente, no solo por su físico. Pero ese lugar aún no lo había encontrado.


—Pues resulta que al final sí se registró la licencia de matrimonio.


—¿Qué? —Pedro adquirió una expresión dura—. ¿Cómo pudo suceder? Se suponía que ibas a romper los papeles.


—¡Y lo hice! Al menos los tiré a la basura —aunque no recordaba haberlo hecho con toda seguridad—. Nadie me dijo nada de romperlos.


—Es lo que se hace cuando no quieres que caigan en las manos equivocadas, Paula —él se sentó, exasperado—. Números de tarjetas de crédito, documentos legales. Licencias de bodas que al día siguiente comprendes que no deberías haber celebrado.


Pedro se mesó los cabellos y ella reaccionó de inmediato. 


Por un instante pensó que podrían recordar viejos tiempos en cuanto resolvieran ese lío. Un último revolcón en la cama de Pedro la curaría para siempre y podría pasar página.


Pero la feroz expresión de Pedro no resultaba muy alentadora.


—Pues así fue —insistió ella—. Llevamos dos años legalmente casados. Tenemos que arreglarlo. Y luego quizás podamos tomarnos una copa o dos…


—¿Arreglarlo? Entiendo. Has venido al leer el anuncio de mi compromiso y quieres cobrar —Pedro asintió—. ¿Cuánto quieres?


¿Pedro prometido? Eso era estupendo. Así seguro que querría solucionarlo rápida y discretamente. Pero por mucho que intentaba convencerse de lo bueno que era, Paula no lo lograba.


Saber que había pasado página mucho mejor que ella le produjo una punzada de amargura. No habría recuerdo de los viejos tiempos.


—No quiero tu dinero, Pedro. Solo un divorcio amistoso.


—Claro —sonrió él con sarcasmo—. En cuanto descubriste en Las Vegas que era el hijo de Bettina Alfonso, el símbolo del dólar debió bailar ante tus ojos. Registraste la licencia de matrimonio con la esperanza de cobrar más adelante.  Francamente, me impresiona que hayas tardado tanto.


—Es evidente que has olvidado que soy una Chaves-Harris —Paula lo miró boquiabierta—. No necesito tu dinero. Quédate con tu fortuna, firma los papeles del divorcio y sigue tu camino.


Por algún motivo, Pedro sonrió. Y la tensión se esfumó mientras se reclinaba en la silla.


—Si no has venido por el dinero. ¿A qué has venido?


—¿Tan complicado es? —Paula tenía que resolverlo antes de que se enterara su familia—. A los dos nos interesa un divorcio discreto.


—¿Ya has sacado los papeles? Estupendo. Dame una copia y se la pasaré a mi abogado. Cuando los firme te enviaré una copia. Gracias por venir. Te acompaño.


—¿Qué garantía tengo de que no lo filtrarás todo a la prensa?


Paula era muy consciente de que si su padre se enteraba de lo que había hecho dos años atrás, jamás le prestaría el dinero para comprarle a Carla la mitad de su empresa de diseño.


El préstamo era la clave del resto de la vida de Paula. Por fin podría considerarse algo más que Miss Texas. Por fin los demás la verían como a una adulta.


—¿Y por qué iba a querer yo airear algo tan ridículo como una boda en Las Vegas con una mujer a la que acababa de conocer y que fue lo bastante estúpida como para registrar el matrimonio?


—No te contengas, cariño. Cuéntame cómo te sientes —ella lo fulminó con la mirada—. Estamos en el mismo barco. Preferiría no haber descubierto que estoy casada con alguien lo bastante estúpido como para desearme. Aquí tienes una copia de los papeles.


—Haré que mi abogado les eche un vistazo. No te marches —le aconsejó él—. Quiero solucionarlo antes de que abandones la ciudad.


—Me quedaré unos días, pero no más. De modo que date prisa.


Paula anotó el nombre del hotel y el número de su móvil en una nota adhesiva que pegó a la solapa del traje de Pedro, en un último y ridículo intento de tocarlo.


Sentía lástima porque Pedro parecía haberlo superado. Pero la mayor lástima era que ella no podía decir lo mismo.






EL PACTO: SINOPSIS



Después de una noche de tequila y sexo, la espontánea boda en Las Vegas no debería haber sido legalizada. Pero Paula Chaves-Harris acababa de descubrir que seguía unida al irresistible empresario Pedro Alfonso. 


Ella necesitaba anular el matrimonio pero, para convertirse en el nuevo directivo de la empresa, él la necesitaba como esposa.