lunes, 16 de mayo de 2016

SEDUCIENDO A MI EX: CAPITULO 4





Pedro estaba cerrando el maletín cuando su secretaria entró en el despacho. -Charlie acaba de llamar para decir que sube una mujer a verte -sonrió.


Pedro deseó haberse ido hacía media hora porque sabía que se trataba de Marcia.


-Y supongo que Charlie le habrá dicho que estoy aquí -protestó.


-¿Por qué le iba a decir lo contrario? -preguntó Lucy Givens-. No te puedes negar a verla, ¿no?


-Supongo que no -suspiró Pedro.


-¡Buena suerte! -exclamó Lucy con la confianza que le daba llevar quince años trabajando para él.


Lucy salió del despacho y Pedro la siguió justo a tiempo de ver a la pequeña figura que estaba en aquellos momentos saliendo del ascensor.


-¡Pero si es Emilia! -exclamó-. ¿Lo sabías?


-Charlie dijo que era tu hija, sí -contestó Lucy-. Vaya, vaya, pero si no es más que una cría.


-¿Qué esperabas? ¡No soy tan viejo! 


Lucy lo miró detenidamente.


-Claro que no -concedió-. Te tenías muy callado que tenías una hija, ¿eh?


Pedro apretó los dientes. No podía decirle que no lo era porque la niña estaba muy cerca. Ya le aclararía a Lucy la situación en otro momento.


-Hola -saludó Emilia nerviosa.


Pedro se preguntó cómo habría llegado allí, cómo habría sabido dónde trabajaba. Estaba seguro de que, después de lo que había ocurrido la noche anterior, Paula no se lo había dicho.


-Hola -contestó-. ¿Quieres pasar a mi despacho -añadió viendo que mucha gente los estaba mirando.


-Eh... sí, gracias -contestó la niña. Lucy sonrió a la pequeña y Pedro se vio obligado a presentarlas.


-Lucy Givens, mi secretaria. Lucy, te presento a Emilia...


-Alfonso -dijo la niña muy digna-. ¿Qué tal? Encantada.


-Igualmente -contestó Lucy.


-Dile a Howard que no voy a necesitar el helicóptero hasta dentro de, por lo menos, media hora -dijo Pedro haciendo pasar a Emilia a su despacho.


-Muy bien -contestó Lucy sonriendo de nuevo a la pequeña.


Pedro cerró la puerta y vio que Emilia estaba mirando a su alrededor. Iba vestida de uniforme y había dejado la mochila en el suelo.


Sintió ira, pues sabía que toda la oficina debía de estar ya cotilleando sobre la llegada de Emilia, pero al ver que la niña estaba al borde de las lágrimas, se tranquilizó.


-No te importa que... haya venido, ¿verdad?


Pedro comprendió que le debía de haber costado mucho hacerlo.


-¿Lo sabe tu madre?


-No -suspiró Emilia.


-¿Y no estará preocupada? -preguntó Pedro con el ceño fruncido.


-Todavía, no -contestó Emilia mirando por la-ventana-. Estamos muy altos, ¿eh?


-Veinte pisos -contestó Pedro-, pero ya lo sabes porque has subido en el ascensor.


-Sí... Mamá no me echará de menos hasta que no vuelva de trabajar.


-¿Y eso a qué hora es?


-A las cinco -contestó Emilia encogiéndose de hombros-. Bueno, a veces llega más tarde.


-¿A qué hora?


-A las cinco y media o las seis, pero solo cuando algún cliente tarda mucho en ver una casa.


Pedro se dio cuenta de que se estaba enfadando de nuevo, pero no con Emilia, sino con Paula por dejar a la niña sola. 


¿Por qué no contrataba a una niñera un par de horas todas las tardes?


Una vecina serviría, alguien que se cerciorara de que la niña no hiciera tonterías. ¡Como haber ido hasta allí!


-Muy bien, ¿por qué no te sientas y me dices para qué has venido? -le dijo decidiendo que iba a tener que hablar con Paula.


Emilia dudó.


-Creo que lo sabes -contestó sin sentarse-. He venido para hablarte de mamá.


-Continúa -dijo Pedro con los ojos muy abiertos-. ¿Qué le pasa a tu madre? 


Emilia se mordió el labio.


-Ya sé por qué no seguís juntos -dijo muy rápido.


-¿Ah, sí? -dijo Pedro enarcando una ceja. 


Emilia asintió.


-Sí, me ha dicho que hizo algo... Supongo que sería algo terrible porque también me dijo que no la has perdonado -dijo-. Pero sé que lo siente, lo sé de verdad. Mamá es incapaz de hacer daño a nadie. Pregúntaselo a la abuela.


-¿Y para eso has venido hasta aquí?


-Sí... Quería pedirte que la perdonaras. Por mí. Quiero que volvamos a ser una familia normal.


«¡ Dios mío!», pensó Pedro.


¿Tendría Paula algo que ver en todo aquello? ¿Cómo, si no, había encontrado Emilia su oficina? Su colegio estaba en el otro extremo de la ciudad.


-Mira, no... quiero decir... ¿cómo has averiguado dónde trabajo?


-Mirando en la guía del colegio -contestó Emilia sonriente-. Alfonso Tectonics, ¿no? No fue difícil.


-¿Y cómo has venido? ¿En taxi?


-¿En taxi? -dijo Emilia con los ojos muy abiertos-. No, claro que no. No tengo dinero para eso. He venido en autobús.


-¿En autobús?


A pesar de que no era su hija, Pedro sintió un escalofrío. 


¿Aquella niña se había escapado del colegio para montarse en un autobús y cruzar la ciudad sin decirle a nadie adonde iba?


-No pasa nada -lo tranquilizó Emilia-. Voy del colegio a casa en autobús todos los días.


-Ya, pero, ¿eso cuántas paradas son? ¿Tres? -le espetó Pedro-. Maldita sea, Emilia, no puedes cruzar la ciudad sin decirle a nadie adonde vas. ¿Y si te hubiera pasado algo? ¿Y si te hubieran secuestrado?


-¿Por ser tu hija?


Pedro se quedó mirando a la niña. Frustrado, avanzó hacia la puerta y se dirigió a Lucy, que se apresuró a colgar el teléfono.


-Cancela el viaje a Bruselas -le ordenó.


-Sí, Pedro-contestó Lucy.


-Dile a Charlie que necesito el coche para dentro de un cuarto de hora y tráenos café y zumo de naranja.


Lucy se puso en pie.


-Muy bien.


-Por cierto, como me entere de que has estado hablando de esto con todo el mundo, ya te puedes ir buscando otro trabajo -añadió.



****


Paula vio un Porsche negro aparcado frente a su casa.


Estaba tan cansada y angustiada, que no se habría fijado en él si no hubiera sido porque le resultaba conocido. Era como el de Pedro.


¡Pero si tenía la misma matrícula!


Inmediatamente, sintió pánico.


Corrió hacia la puerta buscando las llaves en el bolso, pero cuando llegó le abrieron directamente. Era obvio que la estaban esperando.


Se olvidó de lo que el médico de su madre le había dicho a la hora de comer. ¿Qué demonios hacía Pedro en su casa? ¿Qué le habría dicho a Emilia? ¿Habría decidido contarle los detalles de su separación para que a la niña le quedara claro que no quería nada ni con ella ni con su madre?


Emilia le abrió la puerta. No parecía triste ni disgustada. Más bien, culpable.


-Papá está aquí -anunció-. Me ha traído a casa.


-¿De verdad?


Paula sintió una gran confusión. Avanzó por el pasillo desabrochándose el abrigo con dedos temblorosos.


-¿Por qué no le dices a tu madre desde dónde te he traído? -apuntó Pedro apoyándose en la puerta del salón y mirando a su mujer con ojos enigmáticos.


-¿Desde dónde? -dijo Paula dejando el abrigo sobre el respaldo de una butaca.


-Desde su despacho -contestó Emilia encantada.


Paula la miró con incredulidad.


-¿Has ido a su despacho? -le preguntó dándose cuenta de que las cosas iban peor de lo que había creído-. Oh, Emi...


-No es para tanto -murmuró su hija-. ¿Por qué no iba a poder ir a su despacho? Otras niñas lo hacen.


-No me importa lo que hagan las demás -dijo Paula preguntándose qué habría pensado Pedro-. Emi, ¿no te das cuenta de que ya tengo bastantes problemas?


-¿Qué problemas? -intervino Pedro.


Paula lo miró y le pareció que estaba tan guapo como siempre, así que metió las llaves en el bolso para ganar tiempo.


-Bueno, ya sabes -contestó-. Esto y aquello.


-A la abuela la han vuelto a ingresar -dijo Emilia.


-¿Ah, sí? -dijo Pedro mirando a Paula-. No me lo habías dicho.


-¿Cuándo te lo iba a decir? -le espetó ella avanzando por el pasillo.


-Por eso llegaste tan tarde anoche, ¿verdad? -apuntó Pedro siguiéndola.


-No es asunto tuyo -contestó Paula entrando en la cocina y poniendo la tetera al fuego-. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?


-No mucho -contestó Pedro-. ¿Por qué no te vas a hacer los deberes, Emilia? Tengo que hablar con tu madre.


-Pero...


-En privado -añadió-. Me parece que ya has tentado demasiado a la suerte por hoy, ¿no?


Emilia se mordió el labio.


-¿Me avisas cuando te vayas para despedirme?


-Si quieres -suspiró Pedro.


-De acuerdo -sonrió levantando la mano. 


Paula asistió atónita a la escena. Su marido y su hija chocando palmas.


-Lo siento -dijo cuando la niña se hubo ido-. No había pensado en que Emi podía... quiero decir, que no tenía derecho a presentarse en tu despacho. Espero que no te haya causado problemas.


-Claro -dijo Pedro con sarcasmo-. ¡Cómo que no están todos preguntándose dónde he tenido metida a mi hija todos estos años!


-¿Les has dicho que era tu hija? -preguntó Paula anonadada.


-No, no ha hecho falta -le aclaró-. ¿Qué tal está tu madre? ¿Sigue hablando de mí? Creí que se conformaría con vemos separados, pero veo que no es así. Y, por cierto, dile que deje de beber.


-¿Cómo sabes eso? -dijo Paula sorprendida-. ¿La has visto últimamente?


-Siempre que necesita que le arreglen algo en esa vieja mansión en la que vive me llama.


-No me ha dicho nunca nada.


-¿Por qué lo iba a hacer? A ella le encanta que estemos separados. Le debe de dar miedo que te perdone por haberte acostado con Mallory. Le parece bien que le dé dinero, pero no que vuelva con su hija.


-No me lo creo -dijo Paula agarrando la tetera con manos temblorosas-. Maldición -añadió al quemarse con el agua hirviendo-. Nunca haría algo así sin decírmelo. Es demasiado orgullosa -concluyó con lágrimas en los ojos.


-El orgullo no te sirve de nada cuando tu casa se cae a trozos. Además, tu madre está convencida de que, mientras siga casado contigo, tengo el deber igual que tú de ocuparme de Mattingley -contestó Pedro cruzando la cocina y agarrando la tetera de sus manos.


A continuación, la dejó sobre la encimera y le metió la muñeca quemada bajo el grifo del agua fría.


-No te preocupes, Pau, puedo pagarlo. Estoy dispuesto a ello con tal de que tu madre no me dé la lata.


Paula se estremeció. Hacía mucho tiempo que Pedro no la tocaba y, de repente, se sintió asaltada por su característico olor. La escena se le hizo tan familiar, que deseó poder girarse y apoyar la cara en su pecho.


Recordaba a la perfección la sensación. Tan a la perfección, que sintió que los pezones se le endurecían.


Aquello era una locura, pero seguía deseándolo, seguía queriendo que la abrazara, que la apoyara, que la animara, que la consolara...


Se dijo que era, precisamente, eso. Después del día que había tenido, después.de lo que él médico le había dicho sobre su madre, lo único que buscaba era consuelo y cariño. 


Se sentía muy sola y necesitaba apoyarse en alguien.


Cometió el error de mirar a Pedro, quien viendo algo en sus ojos, que la debían de haber traicionado, se apartó asustado.


-Déjala bajo el agua unos segundos más -le dijo echándose atrás.


Paula se maldijo a sí misma por haberle dejado ver lo necesitada y vulnerable que se sentía.


-Gracias -contestó cerrando el grifo y secándose la mano.


-¿Estás bien?


-No es la primera vez que me quemo -contestó Paula sacando dos tazas-. ¿Te apetece un té?


Pedro dudó e Paula supuso que estaba pensando en la hora que era.


-Sí -contestó por fin-. ¿Y cómo está tu madre? Al final, no me lo has dicho.


-La verdad es que... se está muriendo -contestó Paula sacando los sobres de té de la caja-. No recuerdo si lo tomabas con leche o no...


Pedro maldijo y la zarandeó por los hombros.


-¿Qué has dicho?


Paula no podía mirarlo a los ojos.


-Ya me has oído -contestó en un hilo de voz.


-¿Y por qué no me lo has dicho, Pau? Creí que la operación había salido bien.


-Todos lo creíamos -contestó Paula intentando soltarse-. Pedro, el agua ya está hirviendo -le dijo para que la dejara ir.


Pedro la miró, pero Paula no le devolvió la mirada. No quería su compasión.


-Pedro -insistió.


-Sí, sí-dijo él.


Paula se dio cuenta de que enterarse de que su madre iba a morir había resultado igual de sorprendente para Pedro que para ella.


Sus ojos se encontraron durante una milésima de segundo e Paula vio en ellos algo mucho más profundo que la compasión, algo que hizo que se le acelerara el corazón.


Pedro se apartó y fue hacia la puerta, así que Paula supuso que se quería ir, pero él se giró y la volvió a mirar.


-¿Cuál es el pronóstico? ¿Desde cuándo lo sabes?


-Me lo han dicho hoy -contestó Paula sirviendo el agua en las tazas-. Su estado se ha deteriorado gravemente. Podía pasar. El médico cree que la enfermedad se ha extendido a las arterias. Tiene insuficiencia cardiovascular.


-¿Pero eso no pasa cuando te da un infarto?


-Por lo visto, no necesariamente. Puedes estar así días e incluso meses.


-¿Y ella lo sabe?


-Creo que sí.


-¿Cómo que lo crees? ¿No has hablado con ella?


-Nadie le ha dicho que se está muriendo -contestó Paula irritada-. ¿Qué te crees que somos? ¿Desalmados? De todas formas, ya conoces a mi madre, no es tonta... sabe que algo va mal y por eso ha empezado a...


Se interrumpió dudando si debía confiar en él.


-¿A qué? -preguntó Pedro.


-A pedir cosas.


-¿Qué cosas?


-Bueno, nada importante -contestó Paula-. ¿Nos vamos al salón?


-¿Qué cosas? -insistió Pedro.


-¿Y a ti qué te importa? -le espetó Paula-. Nuestros problemas no tienen nada que ver contigo. ¡Tú mismo me lo has dicho no sé cuántas veces!


-¡Paula!


-Está bien... -suspiró-. Quiere volver a Yorkshire.


-¡Estás de broma! -exclamó Pedro sorprendido-. Pero si no ha vuelto allí desde que... desde que...


-Desde que tú y yo nos separamos -dijo Paula-. Ya lo sé, pero siempre ha considerado Mattingley su verdadero hogar. Incluso insistió en que Emilia naciera allí.


-Sí, pero supongo que la casa estará hecha un desastre. No puede irse a vivir allí en su estado.


-¿Y se lo vas a decir tú?


-Está loca.


-No, solo está mayor -dijo Paula con ternura-. Tiene miedo y debe de creer que, tal vez, en Mattingley recupere la salud. Sea como sea, debo llevarla. Es lo mínimo que puedo hacer.


-¿Te vas a llevar a una mujer enferma a una casa llena de goteras? -preguntó Pedro pasándose los dedos por el pelo-. Reacciona, Paula. ¿Tienes idea del trabajo que ello entraña? Para empezar, una limpieza general.


-Los Edwards siguen viviendo allí -contestó Paula-. Seguro que la tienen bien.


-Los Edwards ya eran mayores cuando nos casamos -objetó Pedro-. Deben de andar por los ochenta.


-Setenta -lo corrigió Paula detestándolo por decir en voz alta sus propios miedos-. Ya nos las arreglaremos.


Pedro la miró anonado.


-¿Y qué vas a hacer con esta casa? ¿Y con tu trabajo? ¿Y el colegio de Emilia?


-Como si a ti te importara -contestó Paula con sarcasmo.


Pedro apretó los puños y Paula se dio cuenta de que había ido demasiado lejos.


-Muy bien -dijo enfadado-. Haz lo que quieras y, por favor, no dejes que Emilia se vuelva a acercar a mi despacho, ¿de acuerdo?