martes, 19 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 12





Paula había vuelto a vestirse con un atuendo ultrafemenino en un intento por impresionar a Conrad. Pero no tendría que haberse molestado, ya que Conrad no estaba en casa y fue Albert, el mayordomo, quien los hizo pasar a ella y a Pedro


Se habían citado con el encargado del catering y la florista para discutir la decoración y el banquete.


Erika y Mateo estaban de regreso a casa. Habían enviado varios mensajes de texto expresando su entusiasmo con los planes de boda e informando de que todo parecía estar listo para la exposición de arte. A esas alturas ya deberían estar sobrevolando el Atlántico con destino Nueva York. Cuando llegaran a California todo sería mucho más fácil para Paula y Pedro.


Albert le había ofrecido a Paula una copa de chardonnay en vez del whisky de malta. Pedro optó por una cerveza.


El grupo examinó la cocina y el comedor, acordaron que la novia debería bajar por la gran escalinata y discutieron sobre la puesta a punto del salón para la ceremonia. Los invitados podrían relajarse en la terraza y también en la playa cuando bajara la marea, mientras el personal retiraba las sillas plegables usadas en la ceremonia e instalaba las mesas para la cena. El proveedor pareció impresionado con la cocina y había pedido mesas de preparación adicionales. La florista sacó fotos y tomó medidas. Muy pronto tendrían lo que necesitaban.


Mientras Albert llevaba al proveedor y a la florista al exterior, Paula se paseó por la terraza y descendió por la estrecha escalera hasta la playa.


La marea estaba baja y dejaba una amplia franja de arena mojada más allá de la pedregosa orilla. Se quitó los zapatos y caminó hacia el agua. El cielo estaba despejado y la luna creciente iluminaba una boya naranja a unos treinta metros mar adentro. Se sujetó el pelo con la mano al recibir una ráfaga de viento que le pegó el vestido a las piernas. Casi había llegado a la orilla cuando oyó las pisadas de Pedro tras ella.


–¿Vas a bañarte desnuda?


–Ni en sueños.


–Gallina –se burló él jocosamente.


–Desde luego –tomó un sorbo de vino–. ¿Crees que estarán contentos?


–¿Mateo y Erika?


–Sí. No me refiero como pareja, sino con todo lo que estamos preparando. ¿Qué novia dejaría la organización de su boda en otra persona?


–Fue decisión suya ir a Escocia –le recordó Pedro. Estaba a su lado, un poco más atrás.


–No se esperaban la tormenta.


–Ni que tuvieran que ir tan lejos para obtener los permisos.


–Al menos han conseguido lo que fueron a buscar.


–Todo ha salido bien para ellos –dijo él con un ligero tono de nostalgia.


Paula entendía muy bien aquella emoción. Cuando presentaron a Mateo y a Erika, ella y Pedro eran una pareja estable, feliz y enamorada. Erika y Mateo los habían ayudado con los preparativos de una boda que nunca llegó a celebrarse… Se le formó un nudo en la garganta al recordarlo.


–¿Estás bien? –le preguntó Pedro.


–Sí –mintió–. ¿Y tú?


–Perfectamente.


–¿Vas a instalarte en Santa Mónica?


–Eso estoy haciendo.


–¿Y el negocio? –sabía que dejar Chaves Media había sido un duro revés en su carrera profesional, y deseaba que le fueran bien las cosas.


–Es posible que Andres y yo empecemos a trabajar juntos. Y Luis también.


–Creía que ibas a establecerte por tu cuenta.


–Esa era la idea, pero estamos preparando algo en lo que formar parte los tres.


–¿De qué se trata?


–De momento no puedo decir nada.


Y aunque pudiera, no era asunto suyo.


–Lo siento. No quería ser curiosa.


–¿Va todo bien en la oficina?


–Estoy trasladando mi despacho de sitio. No podía ocupar el despacho de mi padre. Estoy transformando la sala de juntas del último piso en mi despacho.


Pedro se quedó callado unos instantes.


–Me parece una buena idea diferenciarte de tu padre.


–De eso se trata.


El murmullo de las olas llenaba el silencio entre ellos.


–¿De verdad te ha dado Conrad una idea para una serie de televisión? –le preguntó él.


–Hemos estado en contacto. Aún no nos ha enviado nada, pero parece que va en serio.


–Creía que solo estaba poniéndote a prueba.


–Yo también lo creía. Pero me ha dado una idea para un nuevo enfoque de la programación.


–Me alegra que se te ocurran nuevas ideas.


–Siempre las he tenido –dijo ella a la defensiva.


–No te lo decía como una crítica, Pau.


No soportaba que la llamara así. Bueno, en realidad le gustaba, pero odiaba que le gustase. Le evocaba demasiados recuerdos íntimos. «Te quiero, Pau», le había susurrado al oído.


–¿Pau?


Se internó unos pasos en el mar, dejando que el agua helada la devolviera a la realidad. Siguió avanzando hasta que el agua le llegó a los muslos.


–Vaya –exclamó Pedro, agarrándola del brazo–. Creía que habíamos descartado lo de bañarse desnudos.


Ella se sacudió el brazo.


–Tengo un profundo respeto por tu trabajo en Chaves Media.


–¿Por eso te empeñaste a fondo para dejarme fuera? 
Recuerdo haber sido abandonada por todas las personas a las que quería –replicó ella mientras las olas rompían en sus piernas, arrastrando la arena bajo sus pies.


–¿Y cómo te hacía sentir eso?


La pregunta le pareció absurda.


–¿Tú qué crees? Me sentía horriblemente mal.


Hubo un largo silencio, hasta que Pedro volvió a hablar.


–¿Sabes cuánta gente en este mundo me ha querido? Tú. Tú fuiste la única, Pau. Sé perfectamente cómo debías de sentirte.


A Paula se le contrajo dolorosamente el pecho. Se giró y una ola le empapó el vestido.


–Pedro…


Sabía que sus padres habían muerto cuando él era un muchacho y que no tenía hermanos ni hermanas.


–Se suponía que tú eras mi otra mitad –murmuró él–. Que me darías hijos y transformarías mi solitaria existencia en una vida familiar llena de amor y alegría.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas, pero entonces una ola la golpeó en el costado y la hizo caer, quedando sumergida bajo el agua helada.


Al instante la mano de Pedro la agarraba del brazo y tiraba de ella hacia arriba.


Pedro le quitó la copa llena de agua salada de la mano.


–Vamos.





lunes, 18 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 11




–¿Qué te crees que estás haciendo? –le preguntó Andres al entrar en la oficina de Santa Mónica.


–Trabajos manuales –respondió Pedro mientras atornillaba una abrazadera metálica a la pared.


La puerta se cerró tras Andres con tanta fuerza que vibraron las persianas.


–He leído el artículo.


–Yo no tuve nada que ver con eso.


–Pues se te cita textualmente.


–No te creas todo lo que lees.


–Entonces, ¿no vas a volver con Pau?


Pedro siguió apretando los tornillos.


–Lo estamos hablando y pensando… Pasando un poco de tiempo juntos.


Andres guardó un breve silencio.


–En serio, Pedro. ¿Has perdido el juicio?


–No.


–¡Pues dime qué demonios está pasando!


Pedro se dio cuenta de que no podría engañar a Andres. La única forma de que aquello funcionara era que también Andres estuviera en el ajo. Su amigo lo conocía demasiado bien.


–Está bien, de acuerdo. Fue una treta para conseguir que Conrad nos dejara usar su casa.


A Andres pareció costarle un momento asimilarlo.


–Le has dicho a Conrad que ibas a volver con Pau…


–Era la única manera posible.


–La mayor estupidez posible.


Pedro sonrió para sí mientras apretaba el último tornillo.


–Ya es demasiado tarde para echarse atrás.


Andres se cruzó de brazos.


–Yo fui el primero al que llamaste cuando Pau y tú rompisteis, ¿te acuerdas? Y recuerdo muy bien en qué estado te encontrabas.


Pedro aferró fuertemente el destornillador.


–Sí, me acuerdo.


–Fue un mal día, amigo.


–No me digas… –no quería hablar de aquello. Había seguido adelante con su vida, paso a paso.


–No puedes volver a pasar por lo mismo.


Pedro se puso a abrir la caja que contenía los estantes de madera.


–Todo es una farsa, Andres. Estamos fingiendo que nos gustamos. No volveremos a romper porque no vamos a estar juntos otra vez.


Andres cortó la cinta del extremo opuesto de la caja.


–Aún te gusta. Creo que la sigues queriendo.


Pedro le dio un vuelco el corazón.


–Es imposible querer a alguien que no confía en ti.


–Puede ser –repuso Andres en tono escéptico.


–Es así y basta. Yo no la quiero –retiró la cinta de embalaje y abrió la caja. Las tablas de madera de cerezo estaban envueltas en plástico de burbujas.


–El amor no tiene un interruptor para encenderlo o apagarlo a voluntad.


–O se ama o no se ama –respondió Pedro con firmeza–. Y yo no la amo.


–Anoche vi cómo la mirabas.


–Eso era deseo.


–Entonces, ¿admites que aún te sientes atraído por ella?


No tenía sentido negarlo, ni a Andres ni a sí mismo.


–Puede que no esté enamorado de ella, pero no tengo problemas para recordarla desnuda.


Andres esbozó una media sonrisa.


–Yo sigo intentando imaginarme desnuda a Tamara.


Pedro sacó el primer estante de la caja.


–Buena suerte.


–Es guapísima, divertida y lista como pocas.


–Pau va a prevenirla contra ti.


–¿De qué hay que prevenirla? Soy un hombre decente, rico y bien parecido.


Pedro colocó la estantería sobre las abrazaderas.


–Con un considerable historial de relaciones pasajeras.


–¿Lo ves? Por eso me preocupo por ti. Dices que solo es deseo, pero te crees todo ese rollo de las flores y los corazones. Tú, amigo mío, tienes un considerable historial de relaciones estables.


–Solo he tenido una relación estable. Y no creo que lo hayas superado.


–Sé cuidar de mí mismo –tal vez aún se sintiera atraído por Pau, pero era realista e iba a tener los ojos bien abiertos.


Andres le tendió el siguiente estante.


–Pues solo para que lo sepas, cuando todo se vaya al garete y te sientas en la necesidad de llamar a la caballería…


–Sí, sí, lo sé. Que no se me ocurra llamarte.


–¿Qué? No, al contrario. Llámame. Por Dios, Pedro, que seas tonto de remate no significa que no vaya a ayudarte.


–Gracias, pero no será necesario.


–Ya lo veremos.


La puerta se abrió y los dos hombres se giraron.


–¿Luis? –Pedro se quedó anonadado al ver a su viejo compañero de habitación en la puerta–. Creía que estabas en Londres.


–He oído que ibas a reabrir tu negocio –Luis miró el desorden imperante a su alrededor–. ¿Sabes que puedes contratar a carpinteros y decoradores para encargarse de esto?


Pedro se sacudió el polvo de las manos en los vaqueros y rodeó el extremo del mostrador para saludar a su amigo, a quien no veía desde hacía más de un año.


–¿Qué demonios haces en Los Ángeles?


–Asanti celebra algunas reuniones en Nueva York –Luis le estrechó también la mano a Andres–. ¿Cómo te va? Me alegro de verte a ti también.


Pedro no se creyó su respuesta. Era obvio que Luis ocultaba algo.


–¿Así que has aprovechado que estabas en Norteamérica para pasarte a verme?


–Algo así.


Pedro se giró hacia Andres.


–¿Lo has llamado tú?


–Pues claro. ¿Acaso pensabas hacerlo tú?


–No, porque no había nada que decirle.


–Perdiste tu trabajo, a tu hija y estás sin blanca. ¿Te parece poco?


–No estoy sin blanca.


Sus dos amigos lo miraron escepticismo.


–En serio, ¿queréis que comparemos el saldo de nuestras cuentas corrientes?


Luis se echó a reír, pero Pedro no había acabado.


–Andres tal vez tenga unas cuantas acciones en esas patentes, pero yo sé cómo invertir –miró a Luis–. Y lo único que tú tienes es un sueldo –un sueldo muy alto, ciertamente.


–Y opciones de compra.


–¿Ah, sí? –preguntó Andres con interés.


–De hecho, estoy pensando en liquidarlas y comprar el Sagittarius.


–¿El resort de lujo?


Pedro señaló en dirección hacia el océano Pacífico.


–¿Ese Sagittarius?


Luis asintió. Emplazado en una de las mejores playas de Malibú, el complejo de cinco estrellas tenía casi mil habitaciones y era una de las joyas del turismo en California.


–Podría ser el punto de partida para una nueva cadena hotelera.


–¿Te lo puedes permitir? –preguntó Andres.


–Necesitaría un socio. Tal vez dos –miró a Pedro.


–Ah, no, no –Pedro dio un paso atrás y miró a Andres. No sé qué os ha pasado, pero no necesito que vengáis a rescatarme. Estoy perfectamente en todos los aspectos, profesional, económico y sentimental.


–¿Qué te hace pensar que esto es por ti? –le preguntó Luis.


–Claro que es por mí –se sentía tan conmovido como horrorizado de que sus mejores amigos le sugirieran una excentricidad semejante.


–Hasta ahora no había oído nada acerca del Sagittarius –dijo Andres. Pedro no supo si creerlo o no–. Tendría que ser un socio capitalista, nada más –realmente parecía tomarse en serio la idea–. No tengo tiempo para más responsabilidades, pero tampoco tendría necesidad de cobrar un salario.


–No hay problema –respondió Luis–. Puedo dirigir un hotel con los ojos cerrados. Pedro se hará cargo de la expansión internacional. Tú solo pones el dinero.


Andres asintió con expresión pensativa.


–Ya basta –exigió Pedro–. Habéis sobrestimado la magnitud de mis problemas.


–No se trata solo de ti, Pedro–dijo Andres.


–¿Pero qué le pasa? –le preguntó Luis a Andres.


–Aún no ha superado lo de Pau.


–¡Lo he supe…!


–Estupendo, pues piensa en lo que te digo –le interrumpió Luis–. Imagina lo que podríamos conseguir los tres juntos. No quiero trabajar para otros el resto de mi vida. Los tres hemos ganado experiencia con los años, somos más listos y tenemos dinero. Yo conozco el negocio del turismo y tú conoces el mercado internacional. Y Andres puede construirnos un robot de la limpieza o algo por el estilo. 
Tendremos las reuniones de accionistas en Hawái, donde conocerás a alguna chica guapa que te ayude a curar tu corazón roto.


–No tengo el corazón roto –declaró Pedro, pero las palabras de Luis le hicieron pensar.


Sería estupendo meterse en un negocio con sus dos viejos amigos. Luis y Andres tenían una capacidad de trabajo y una creatividad impresionantes. Los tres juntos podrían montar algo grandioso. Y él podría volcarse por entero en la aventura y concentrarse en el trabajo durante mucho tiempo.


–¿Lo has pensado a fondo? –le preguntó Luis.


–Durante las catorce horas de avión más tres horas de escala.


–¿El Sagittarius está en venta?


–Lo estará. La familia propietaria está teniendo algunos… problemas. Rita Loring acaba de descubrir que su marido se acuesta con su secretaria, y estoy seguro de que venderá su parte de la empresa. Le importa un bledo el hotel y hará lo que sea para arruinar a su marido, y lo mismo hará su hija. Si les hago una oferta, me venderán sus acciones. Y Lewis Loring tendrá que elegir entre quedarse como accionista minoritario o vender su parte. Los tres últimos años no han sido buenos para el negocio, seguro que vende.


–¿Cómo sabes todo eso? –preguntó Andres.


–Hablo con muchas personas. Las invito a copas… a veces me acuesto con ellas.


–¿Te has acostado con Rita Loring? –fue lo primero que se le ocurrió a Pedro preguntarle.


–Me he acostado con su hija –respondió Luis con una mueca.


Andres soltó una carcajada.


–Yo me apunto.


–¿La hija no está resentida contigo? –preguntó Pedro.


–La hija ya ha pasado página. Tiene peces más gordos que yo que pescar. Me llevará una o dos semanas prepararlo todo, pero tenemos que darnos prisa.


Él y Andres miraron a Pedro.


–¿Tengo que tomar una decisión ahora mismo?


–Sí, ahora mismo –afirmó Luis–. Así pues, ¿qué decides?


De los tres, Pedro era el que estaba en una posición más favorable para cambiar su vida. Y realmente necesitaba darle un cambio a su vida. La situación en la que se encontraba era insostenible.


Pensó en Pau y se convenció de que todo estaba superado. 


No había vuelta atrás.


–Está bien –aceptó mientras un plan empezaba a cobrar forma en su cabeza.


–Pues vamos a brindar por nuestra nueva aventura –dijo Andres, sacando del bolsillo las llaves del coche.