Catalina observó a su hermano, que iba tambaleándose hacia el baño mientras hablaba por teléfono. Esperó a oír el sonido del agua corriendo y luego tomó su teléfono. Se había enterado de mucho más sobre la historia de Pedro de lo que él recordaba.
Al llegar, cerca de la medianoche, Catalina había encontrado a Pedro tumbado en el sofá, quejándose de su vida. Tardó horas en descifrar lo que pasaba, pero cuando lo consiguió, supo que tenía que ayudarlo.
Su hermano estaba loco por la tal Paula, cuyo nombre había repetido varias veces. Por lo que Cata pudo descifrar, su hermano había decidido encontrar el verdadero amor manteniendo su riqueza en secreto frente a una madre soltera. Luego, cuando las cartas estuvieron sobre la mesa, la sabia mujer rechazó su propuesta por miedo de que él la dejara cuando decidiera perseguir sus sueños.
Hasta había usado la vieja camioneta pickup que tenía desde los dieciséis años. No era de extrañar que Paula le hubiera dicho que no.
—Ella cree que soy un camarero, aquí en el hotel —le había dicho la noche anterior cuando Catalina consiguió tirarle de la lengua—. Un camarero que trabaja por temporadas.
Catalina quería razonar con él, pero sabía que no recordaría demasiado, si acaso recordaba algo de la conversación, a la mañana siguiente.
Pedro había llegado a mostrarle una foto de Paula y su hijo, que había tomado con el teléfono. La expresión en el rostro de Paula era de pura devoción. Su hijo Damian estaba radiante, sonriendo para la cámara.
Catalina había hecho hincapié en anotar un par de números que él había guardado en su teléfono. Para usarlos más adelante, se había dicho a sí misma, lo que justificaba esa invasión a la privacidad.
Pero sabía que no debía presionar a un hombre. Su padre era tan terco como Pedro, o tal vez era al revés. De todos modos, aquellos dos hombres tenían algo muy importante en común. Cuando se enamoraban, lo hacían a fondo. No había una segunda vez para ninguno de ellos. Para Catalina, ver a su padre sufrir por su madre ausente durante años la había hecho odiar a su madre cada vez más.
Catalina no permitiría que su hermano también pasara por años de dolor. Estaba en una situación difícil y necesitaba pensar. Necesitaba que su hermana pequeña le cuidara hasta que pudiera encontrar la manera de solucionar el problema por sí mismo.
Claro, Cata podía llamar a la tal Paula y decirle la verdad sobre su hermano, pero quién sabe cómo reaccionaría. Si salía mal, la relación entre Catalina y Pedro se pondría aún más tirante de lo que estaba.
Echaba de menos a su hermano. Las pruebas que la vida le había puesto recientemente le recordaban lo mucho que necesitaba a la poca familia que tenía.
Llamó al servicio de habitaciones, ordenó un desayuno rico en proteínas para su hermano, y luego citó en la planta baja al gerente del servicio de restauración y al gerente en funciones del hotel.
Tenía un par de cosas que resolver antes de subirse al avión junto con Pedro. En la oficina del gerente, Catalina les pidió a los dos hombres que tomaran asiento.
—Tengo que pedirles a los dos un gran favor, un favor personal que tiene que quedar entre nosotros tres.
Por primera vez en meses, Catalina comenzaba a sentirse bien consigo misma.
****
Había algo misterioso en eso de «Hemos quemado su auto, así que venga y escoja otro» que no le encajaba a Mónica.
Si Paula no estuviera tan confundida, seguro que cuestionaría su buena suerte.
De todos modos, caminaron entre autos, todoterreno y camionetas, y consideraron los méritos de cada vehículo. El señor Gravis iba señalando las ventajas de cada modelo.
—El sistema de navegación es un aspecto muy importante en este momento. Todos los autos nuevos tienen conexión Bluetooth manos libres para teléfonos portátiles, lo que los hace más seguros en la carretera.
—Me importa más el consumo de combustible que la velocidad —le dijo Paula al vendedor.
—¿Le gusta el híbrido?
—Vivo en un apartamento. Tendría problemas para enchufarlo —apuntó Paula al hombre.
Mónica no había pensado en eso.
—Entonces, un motor más pequeño con buen rendimiento de kilómetros por litro. Usted tiene un hijo, ¿verdad?
Paula asintió.
—Creo que el crossover es perfecto —dijo Mónica—. Lugar para cinco, maletero de gran capacidad. El consumo es mejor que el de los todoterreno más grandes. —Mónica condujo a su hermana hasta los autos en cuestión y abrió la puerta de uno azul.
Paula se sentó en el asiento del conductor y puso las manos en el volante.
—Es agradable.
—Asientos de cuero con calentadores en los modelos de gama más alta, cámaras que se muestran en el sistema de navegación.
El señor Gravis divulgaba los atributos del auto, mientras Mónica se metía en el asiento del copiloto.
—¿Qué piensas, Paula?
—Este me gusta…
—¿Pero?
—Las camionetas pickup también me agradan.
La sonrisa de Mónica se borró. La camioneta de Pedro era vieja. Incluso ahora, Paula estaba pensando en él. Mónica puso la mano sobre la de su hermana.
—Este es tu auto. Pedro no está aquí.
—Lo sé.
Paula miró a su alrededor en el interior del auto y negó con la cabeza.
—Supongo que este sería una buena elección.
—¿Puedo hacer una sugerencia? —preguntó el señor Gravis.
—Adelante.
—Los viajes largos se hacen más fáciles si se incluye el paquete de entretenimiento para niños.
Paula asomó la cabeza por la ventana.
—¿El concesionario me quiere dar un crossover con todos los extras?
El señor Gravis sonrió y asintió.
Paula miró a Mónica.
—No tengo nada que perder.
—Llévatelo.
Paula miró al vendedor y le dijo:
—Muéstreme este auto con todos los extras y daré un paseo para probarlo.
—Una elección acertada, señora Chaves.
Mónica salió del auto y siguió al vendedor y a su hermana a través del salón.
Cuando Paula encontró el auto con todos los extras, el señor Gravis le entregó las llaves y dejó que lo sacara de la sala de exposición ella misma.
Mónica y el vendedor se quedaron esperando a la sombra del edificio.
—Entonces, señor Gravis, ¿le importa contarme la verdadera historia de todo esto?
El señor Gravis la miró y la sonrisa en sus labios vaciló apenas.
—Tal y como les dije. Hubo un incendio y el concesio…
—El concesionario es responsable. Sí, ya lo he oído, pero me está costando bastante creerlo. ¿Dónde está el automóvil viejo de Paula?
—Se lo llevó una grúa.
A Mónica le resultaba todo muy conveniente. No se lo creía.
—¿Lo llevó adónde?
El señor Gravis se balanceaba nerviosamente sobre sus pies.
—No estoy seguro. A un desguace, supongo.
—Así que si mi hermana dejó algo en la guantera…
—Oh, retiramos todos sus objetos personales. No hay problema con eso. A veces a la gente buena le suceden cosas buenas —añadió el señor Gravis—. Su hermana parece ser alguien que se lo merece. Entre usted y yo, creo que mi jefe está siendo muy generoso. Debe de ser el espíritu de la Navidad.
Mónica entrecerró los ojos.
—¿Espíritu navideño?
—Sí, es el tiempo de la alegría, como dice el villancico, y todo eso.
Ella dejó de insistir. No se tragaba nada de lo que le había dicho. Pero dejó de insistir.
Unos minutos más tarde, Paula regresó al salón con el auto. Se bajó. Sonrió, pero no había verdadera alegría en su sonrisa. Mónica sufría al ver a su hermana tan deprimida.
—Este me gusta. Lo tiene todo.
—Entonces, ¿vamos a completar la documentación?
Paula asintió.
Dos horas más tarde, Mónica estaba de pie junto a Paula, que fue a sentarse dentro de su nuevo auto.
—La Navidad ha llegado temprano este año —dijo tratando de animar a Paula.
—No puedo creerlo. Pedro se caerá de espaldas…
Su voz se apagó, sus ojos se posaron sobre su regazo.
—Trata de pensar en las cosas buenas que te están sucediendo ahora mismo. No más autos averiados ni aire acondicionado que no funciona. Apuesto a que ni siquiera tienes que abrir las ventanas para que el aire empiece a funcionar. Tu otro auto era un pedazo de chatarra. Por suerte ya no está.
—Ah, tengo que hacer algunos recados. ¿Estarás bien si regreso a casa en unas horas?
Paula le sonrió.
—Ya soy mayor, Mo. estaré bien.
Mónica se asomó dentro del auto y abrazó a su hermana.
—Yo digo que tenemos que hacer un viaje en este auto cuando tengamos oportunidad.
—Damian se va a poner tan contento.
—Ves, eso es. Piensa en lo bueno.
Sin embargo, mientras Paula se alejaba, Mónica supo que ya estaba llorando, o a punto de hacerlo, pensando en Pedro.
En su auto, Mónica condujo directamente al Alfonso y estacionó en la calle para no tener que darle propina al encargado. Pasó junto a las columnas de mármol y las enormes puertas de vidrio como si supiera exactamente adónde iba. En el interior, se encontró con los carteles que indicaban la dirección hacia el salón. No había más que unos pocos clientes en el bar, ninguno de ellos era Pedro. Mónica regresó al vestíbulo y encontró el restaurante. Era casi la una de la tarde, el almuerzo estaba en pleno apogeo. La encargada de la recepción le preguntó si quería una mesa.
—No, lo siento. Estoy buscando a un amigo que trabaja aquí.
—¿A quién busca?
—Su nombre es Pedro.
La anfitriona tenía en el rostro la expresión más extraña que Mónica jamás hubiera visto.
—¿Puede esperar aquí?
—Por supuesto.
Tal vez Pedro les había contado a sus amigos del trabajo acerca de Paula y ellos lo estaban cuidando. Mónica pensó en lo que sus compañeros de la universidad serían capaces de hacer para ayudarla si estuviera en la situación de Pedro.
Mónica no tuvo tiempo de pensar demasiado en ello porque una mujer mayor se acercó a ella, sonriendo.
—Hola, ¿la puedo ayudar?
—Sí, estoy buscando a Pedro. Es importante o no lo estaría molestando en el trabajo. —Mónica se dio cuenta de que aparecer así en su lugar de trabajo podía traerle problemas, así que empezó a explicarse—: Él no sabía que iba a venir.
—Está bien. No somos tan estrictos como parecemos. ¿Cómo se llama?
—Mónica. Él me conoce como la hermana de Paula.
La señora escribió su nombre.
—Pedro no está trabajando hoy, me temo. ¿Por qué no me da su número y le daré el mensaje.
—¿En serio? Es decir, es muy amable de su parte.
—Usted ha dicho que era importante.
—Así es. Sí. Muy importante.
Mónica le dio su número de teléfono.
—¿Estará Pedro aquí mañana?
La señora parecía desconcertada por la pregunta.
—No estoy segura. Permitimos que nuestros empleados intercambien sus horarios de forma flexible durante las fiestas. Honestamente, no estoy autorizada a revelar horarios personales.
—Claro. Entiendo.
Mónica extendió la mano para estrechar la de la mujer.
—Gracias.
—Un placer, Mónica. Que tenga una feliz Navidad.
—Igualmente.
Al salir del hotel, Mónica intuyó que alguien la estaba observando. Por segunda vez en el día, se le ocurrió que el espíritu de Navidad se había posado sobre la gente de Ontario y todos parecían demasiado dispuestos a ayudar.