martes, 12 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 32





Catalina observó a su hermano, que iba tambaleándose hacia el baño mientras hablaba por teléfono. Esperó a oír el sonido del agua corriendo y luego tomó su teléfono. Se había enterado de mucho más sobre la historia de Pedro de lo que él recordaba.


Al llegar, cerca de la medianoche, Catalina había encontrado a Pedro tumbado en el sofá, quejándose de su vida. Tardó horas en descifrar lo que pasaba, pero cuando lo consiguió, supo que tenía que ayudarlo.


Su hermano estaba loco por la tal Paula, cuyo nombre había repetido varias veces. Por lo que Cata pudo descifrar, su hermano había decidido encontrar el verdadero amor manteniendo su riqueza en secreto frente a una madre soltera. Luego, cuando las cartas estuvieron sobre la mesa, la sabia mujer rechazó su propuesta por miedo de que él la dejara cuando decidiera perseguir sus sueños.


Hasta había usado la vieja camioneta pickup que tenía desde los dieciséis años. No era de extrañar que Paula le hubiera dicho que no.


—Ella cree que soy un camarero, aquí en el hotel —le había dicho la noche anterior cuando Catalina consiguió tirarle de la lengua—. Un camarero que trabaja por temporadas.


Catalina quería razonar con él, pero sabía que no recordaría demasiado, si acaso recordaba algo de la conversación, a la mañana siguiente.


Pedro había llegado a mostrarle una foto de Paula y su hijo, que había tomado con el teléfono. La expresión en el rostro de Paula era de pura devoción. Su hijo Damian estaba radiante, sonriendo para la cámara.


Catalina había hecho hincapié en anotar un par de números que él había guardado en su teléfono. Para usarlos más adelante, se había dicho a sí misma, lo que justificaba esa invasión a la privacidad.


Pero sabía que no debía presionar a un hombre. Su padre era tan terco como Pedro, o tal vez era al revés. De todos modos, aquellos dos hombres tenían algo muy importante en común. Cuando se enamoraban, lo hacían a fondo. No había una segunda vez para ninguno de ellos. Para Catalina, ver a su padre sufrir por su madre ausente durante años la había hecho odiar a su madre cada vez más.


Catalina no permitiría que su hermano también pasara por años de dolor. Estaba en una situación difícil y necesitaba pensar. Necesitaba que su hermana pequeña le cuidara hasta que pudiera encontrar la manera de solucionar el problema por sí mismo.


Claro, Cata podía llamar a la tal Paula y decirle la verdad sobre su hermano, pero quién sabe cómo reaccionaría. Si salía mal, la relación entre Catalina y Pedro se pondría aún más tirante de lo que estaba.


Echaba de menos a su hermano. Las pruebas que la vida le había puesto recientemente le recordaban lo mucho que necesitaba a la poca familia que tenía.


Llamó al servicio de habitaciones, ordenó un desayuno rico en proteínas para su hermano, y luego citó en la planta baja al gerente del servicio de restauración y al gerente en funciones del hotel.


Tenía un par de cosas que resolver antes de subirse al avión junto con Pedro. En la oficina del gerente, Catalina les pidió a los dos hombres que tomaran asiento.


—Tengo que pedirles a los dos un gran favor, un favor personal que tiene que quedar entre nosotros tres.


Por primera vez en meses, Catalina comenzaba a sentirse bien consigo misma.



****


Mónica estaba caminando junto a su hermana por el concesionario repleto de flamantes vehículos de kilómetro cero. Aunque Damy se sentía mejor, como hacía frío, Paula le había pedido al vecino que se quedara con él durante el tiempo suficiente para que ella eligiera un auto nuevo.



Había algo misterioso en eso de «Hemos quemado su auto, así que venga y escoja otro» que no le encajaba a Mónica. 


Si Paula no estuviera tan confundida, seguro que cuestionaría su buena suerte.


De todos modos, caminaron entre autos, todoterreno y camionetas, y consideraron los méritos de cada vehículo. El señor Gravis iba señalando las ventajas de cada modelo.


—El sistema de navegación es un aspecto muy importante en este momento. Todos los autos nuevos tienen conexión Bluetooth manos libres para teléfonos portátiles, lo que los hace más seguros en la carretera.


—Me importa más el consumo de combustible que la velocidad —le dijo Paula al vendedor.


—¿Le gusta el híbrido?


—Vivo en un apartamento. Tendría problemas para enchufarlo —apuntó Paula al hombre.


Mónica no había pensado en eso.


—Entonces, un motor más pequeño con buen rendimiento de kilómetros por litro. Usted tiene un hijo, ¿verdad?


Paula asintió.


—Creo que el crossover es perfecto —dijo Mónica—. Lugar para cinco, maletero de gran capacidad. El consumo es mejor que el de los todoterreno más grandes. —Mónica condujo a su hermana hasta los autos en cuestión y abrió la puerta de uno azul.


Paula se sentó en el asiento del conductor y puso las manos en el volante.


—Es agradable.


—Asientos de cuero con calentadores en los modelos de gama más alta, cámaras que se muestran en el sistema de navegación.


El señor Gravis divulgaba los atributos del auto, mientras Mónica se metía en el asiento del copiloto.


—¿Qué piensas, Paula?


—Este me gusta…


—¿Pero?


—Las camionetas pickup también me agradan.


La sonrisa de Mónica se borró. La camioneta de Pedro era vieja. Incluso ahora, Paula estaba pensando en él. Mónica puso la mano sobre la de su hermana.


—Este es tu auto. Pedro no está aquí.


—Lo sé.


Paula miró a su alrededor en el interior del auto y negó con la cabeza.


—Supongo que este sería una buena elección.


—¿Puedo hacer una sugerencia? —preguntó el señor Gravis.


—Adelante.


—Los viajes largos se hacen más fáciles si se incluye el paquete de entretenimiento para niños.


Paula asomó la cabeza por la ventana.


—¿El concesionario me quiere dar un crossover con todos los extras?


El señor Gravis sonrió y asintió.


Paula miró a Mónica.


—No tengo nada que perder.


—Llévatelo.


Paula miró al vendedor y le dijo:
—Muéstreme este auto con todos los extras y daré un paseo para probarlo.


—Una elección acertada, señora Chaves.


Mónica salió del auto y siguió al vendedor y a su hermana a través del salón.


Cuando Paula encontró el auto con todos los extras, el señor Gravis le entregó las llaves y dejó que lo sacara de la sala de exposición ella misma.


Mónica y el vendedor se quedaron esperando a la sombra del edificio.


—Entonces, señor Gravis, ¿le importa contarme la verdadera historia de todo esto?


El señor Gravis la miró y la sonrisa en sus labios vaciló apenas.


—Tal y como les dije. Hubo un incendio y el concesio…


—El concesionario es responsable. Sí, ya lo he oído, pero me está costando bastante creerlo. ¿Dónde está el automóvil viejo de Paula?


—Se lo llevó una grúa.


A Mónica le resultaba todo muy conveniente. No se lo creía.


—¿Lo llevó adónde?


El señor Gravis se balanceaba nerviosamente sobre sus pies.


—No estoy seguro. A un desguace, supongo.


—Así que si mi hermana dejó algo en la guantera…


—Oh, retiramos todos sus objetos personales. No hay problema con eso. A veces a la gente buena le suceden cosas buenas —añadió el señor Gravis—. Su hermana parece ser alguien que se lo merece. Entre usted y yo, creo que mi jefe está siendo muy generoso. Debe de ser el espíritu de la Navidad.


Mónica entrecerró los ojos.


—¿Espíritu navideño?


—Sí, es el tiempo de la alegría, como dice el villancico, y todo eso.


Ella dejó de insistir. No se tragaba nada de lo que le había dicho. Pero dejó de insistir.


Unos minutos más tarde, Paula regresó al salón con el auto. Se bajó. Sonrió, pero no había verdadera alegría en su sonrisa. Mónica sufría al ver a su hermana tan deprimida.



—Este me gusta. Lo tiene todo.


—Entonces, ¿vamos a completar la documentación?


Paula asintió.


Dos horas más tarde, Mónica estaba de pie junto a Paula, que fue a sentarse dentro de su nuevo auto.


—La Navidad ha llegado temprano este año —dijo tratando de animar a Paula.


—No puedo creerlo. Pedro se caerá de espaldas…


Su voz se apagó, sus ojos se posaron sobre su regazo.


—Trata de pensar en las cosas buenas que te están sucediendo ahora mismo. No más autos averiados ni aire acondicionado que no funciona. Apuesto a que ni siquiera tienes que abrir las ventanas para que el aire empiece a funcionar. Tu otro auto era un pedazo de chatarra. Por suerte ya no está.


—Ah, tengo que hacer algunos recados. ¿Estarás bien si regreso a casa en unas horas?


Paula le sonrió.


—Ya soy mayor, Mo. estaré bien.


Mónica se asomó dentro del auto y abrazó a su hermana.


—Yo digo que tenemos que hacer un viaje en este auto cuando tengamos oportunidad.



—Damian se va a poner tan contento.


—Ves, eso es. Piensa en lo bueno.


Sin embargo, mientras Paula se alejaba, Mónica supo que ya estaba llorando, o a punto de hacerlo, pensando en Pedro.


En su auto, Mónica condujo directamente al Alfonso y estacionó en la calle para no tener que darle propina al encargado. Pasó junto a las columnas de mármol y las enormes puertas de vidrio como si supiera exactamente adónde iba. En el interior, se encontró con los carteles que indicaban la dirección hacia el salón. No había más que unos pocos clientes en el bar, ninguno de ellos era Pedro. Mónica regresó al vestíbulo y encontró el restaurante. Era casi la una de la tarde, el almuerzo estaba en pleno apogeo. La encargada de la recepción le preguntó si quería una mesa.


—No, lo siento. Estoy buscando a un amigo que trabaja aquí.


—¿A quién busca?


—Su nombre es Pedro.


La anfitriona tenía en el rostro la expresión más extraña que Mónica jamás hubiera visto.


—¿Puede esperar aquí?


—Por supuesto.


Tal vez Pedro les había contado a sus amigos del trabajo acerca de Paula y ellos lo estaban cuidando. Mónica pensó en lo que sus compañeros de la universidad serían capaces de hacer para ayudarla si estuviera en la situación de Pedro.
Mónica no tuvo tiempo de pensar demasiado en ello porque una mujer mayor se acercó a ella, sonriendo.


—Hola, ¿la puedo ayudar?


—Sí, estoy buscando a Pedro. Es importante o no lo estaría molestando en el trabajo. —Mónica se dio cuenta de que aparecer así en su lugar de trabajo podía traerle problemas, así que empezó a explicarse—: Él no sabía que iba a venir.


—Está bien. No somos tan estrictos como parecemos. ¿Cómo se llama?


—Mónica. Él me conoce como la hermana de Paula.


La señora escribió su nombre.


Pedro no está trabajando hoy, me temo. ¿Por qué no me da su número y le daré el mensaje.


—¿En serio? Es decir, es muy amable de su parte.


—Usted ha dicho que era importante.


—Así es. Sí. Muy importante.


Mónica le dio su número de teléfono.


—¿Estará Pedro aquí mañana?


La señora parecía desconcertada por la pregunta.


—No estoy segura. Permitimos que nuestros empleados intercambien sus horarios de forma flexible durante las fiestas. Honestamente, no estoy autorizada a revelar horarios personales.


—Claro. Entiendo.


Mónica extendió la mano para estrechar la de la mujer.


—Gracias.


—Un placer, Mónica. Que tenga una feliz Navidad.


—Igualmente.


Al salir del hotel, Mónica intuyó que alguien la estaba observando. Por segunda vez en el día, se le ocurrió que el espíritu de Navidad se había posado sobre la gente de Ontario y todos parecían demasiado dispuestos a ayudar.








NO EXACTAMENTE: CAPITULO 31





Los párpados de Pedro se despegaron, al tiempo que un rayo azotaba su mente. Con la lengua pegada al paladar, y el sabor y el olor del whisky rancio en los labios, pensó que tal vez había despertado en el infierno.


—Así que, ¿ya has decidido despertarte? —La voz indiferente de su hermana lo forzó a buscarla con la mirada a través de la habitación.


Catalina descansaba en una silla frente a él. Sus delgadas piernas sobresalían por debajo de una falda estrecha, mientras los altos tacones de sus zapatos agujereaban el aire.


Tal vez aún estaba dormido. Pedro cerró los ojos e ignoró el estallido de dolor en su cabeza.


—Oh, no, no lo hagas, Pedrito. Te he estado mirando dormir durante demasiadas horas para dejarte caer de nuevo.


¿De nuevo? ¿Cuánto tiempo hacía que su hermana estaba allí? Pedro recordaba una conversación telefónica, y después, un vacío total.


—¿Qué haces aquí?


—Sacando tu culo de este festival de autocompasión.


Pedro abrió un ojo y la vio levantarse de la silla. Rubia, delgada, hermosa y rica, Catalina parecía hecha de porcelana, capaz de romperse al menor contacto. Pero Pedro la conocía. Catalina Alfonso no dejaba que nadie le pasara por encima. Cuando a esa chica se le antojaba que tenía que arreglar algo o a alguien, nada ni nadie podía detenerla.


Pedro decidió en ese mismo momento no decir una palabra acerca de Paula. Lo último que necesitaba era que su hermana se entrometiera.


Catalina se paró frente a él y le alcanzó un vaso.


—Ten. Bebe esto.


Con la garganta seca como un desierto, Pedro bebió antes de preguntar de qué se trataba. Pedro bebió un trago, se incorporó y escupió un poco. Era Whiskey.


—¿Qué estás tratando de hacer? ¿Matarme?


Catalina se echó a reír.


—Una gota de veneno hace la cura.


—El antídoto. Una gota de veneno hace el antídoto —la corrigió.


—Como sea —dijo ella mientras se sentaba a su lado, después de que él le hiciera sitio en el sofá.


—Funciona cuando uno ha estado como una cuba.


Pedro se pasó una mano por la cara y tomó otro trago, por si acaso.


—¿Cuánto tiempo llevas aquí?


Le apoyó una mano en el brazo y lo miró con sus ojos celestes.


—El tiempo suficiente, hermanito mayor.


No, no, no, no…, eso no era bueno.


—¿Cuánto tiempo, Catalina?


—Oh, ahora soy Catalina. Se te debe de estar pasando la borrachera.


Ella siempre había sido una chica atrevida. Se veía que nada había cambiado. Pedro terminó de beber el contenido del vaso y sintió que su dolor de cabeza comenzaba a aplacarse. Su ropa era un desastre, olía mal, incluso para él mismo, y aunque su vida dependiera de ello, no podría decir qué fecha era. El recuerdo del rechazo de Paula le añadía a todo eso un familiar dolor en el pecho.


«Maldición». ¿Dónde estaba esa botella?


—Vamos. Vete directo a la ducha y ponte algo de ropa. Tendré un plato de carne y huevos esperándote cuando salgas. Luego nos iremos de aquí.


Catalina se levantó y le tiró del brazo hasta que estuvo de pie a su lado. Con los tacones eran casi de la misma altura.


—¿Adónde vamos?


—A casa. El avión nos está esperando. Lo empujó hacia el dormitorio.


—No me voy a ir.


«No sin Paula».


—Sí, te vas a ir. Quedarte sentado aquí sintiendo lástima de ti mismo no te ayudará a pensar con claridad. Por no mencionar el factor alcohol. Tienes que montarte sobre el lomo de Dancer y saltar las vallas. Así, tal vez puedas sacarte la cabeza del trasero y decidir qué hacer. Quedarte sentado en esta habitación de hotel no te ayudará a hacerlo.


Dancer… Hacía meses que no pensaba en su caballo. 


Montar a caballo a lo largo del vallado de la propiedad no requería pensar, y le ayudaba a despejar la mente. El hecho de que su hermana recordara eso sobre él lo hizo sonreír.


—Es posible que tengas razón.


—Querido, siempre tengo razón. Ahora, dúchate. Apestas.


Se fue tambaleando hacia el baño, y el teléfono que tenía en el bolsillo sonó. Tras arreglárselas para sacarlo de allí, reconoció el número de Daniel.


—¿Hola?


—Bueno, demonios, al menos pareces estar sobrio esta vez.


—Supongo que hablamos anoche.


No es que Pedro lo recordara.


—Tú balbuceaste, yo te escuché.


—Estoy seguro de que fue muy entretenido.


Se sentó en el borde de la encimera y se quitó los calcetines.


—Revelador, en realidad. Solo quería llamarte y asegurarme de que estabas bien.


Su corazón estaba roto en un millón de pedazos. Se podía decir cualquier cosa, menos que estaba bien.


—Estoy bien.


Daniel resopló en el teléfono.


—Claro. Escucha, ya que estás sobrio, pensé que podría tratar de darte algunos consejos. ¿Recuerdas cuando me dijiste que Maggie y yo teníamos dos ideas diferentes acerca del sentido de la vida?


—Sí.


Hizo falta que Maggie dejara a Daniel para que Pedro le dijera a su amigo que ella no le convenía.


—Bueno, esta chica, Paula…, ella es una camarera de Denny’s, Pedro. No es exactamente el tipo de mujer con que has salido antes.


La mandíbula de Pedro empezó a palpitar mientras apretaba con fuerza sus muelas.


—Daniel —le advirtió.


—Es una camarera. Vamos. ¿Acaso terminó el instituto?


—Tienes suerte de estar llamando por teléfono, Daniel, o mi puño habría aterrizado en tu cara.


Pedro sostuvo el teléfono con una mano y golpeó la encimera con la otra.


—Uf, de acuerdo, Pedro. Cálmate. Solo quería hacerte ver que estas cosas suceden por algo. Me dijiste lo mismo no hace mucho tiempo. —Sí, lo había hecho. Pero ahora estaban hablando de Paula.


—Olvidaré que hemos tenido esta conversación.


—Solo trato de ayudar.


—Bueno, la próxima vez… ¡guárdatelo!


Pedro colgó y tiró el teléfono sobre la encimera.