sábado, 9 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 19






Los primeros días de la semana pasaron rápido. Entre el trabajo y unas horas robadas para hacer compras de Navidad, los días de Paula parecían superponerse unos con otros. Damian habló tanto de Pedro y del zoológico que Mónica dijo que le daba pena no haber ido.


—No os olvidaréis de presentármelo el viernes, ¿verdad? —bromeó Mónica.


—Dame un respiro, Mo. Me sorprendiste besándolo, eso no es exactamente un momento familiar.


Mónica se rio.


—Lo sé. Solo hago mi deber de hermana de molestarte un poco.


Paula se estaba preparando para ir a trabajar, mientras Damy se acomodaba en el sofá para ver una película con su tía. Damy siempre se dormía antes que pasara una hora, pero era su rutina y la disfrutaban.


El teléfono sonó, sorprendiendo tanto a Paula como a Mónica. No solían recibir llamadas después de las ocho. 


Paula no reconoció el número, así que lo atendió.


—¿Hola?


—¿Hola, eres Paula?


La voz le sonaba levemente familiar, pero Paula no lograba identificarla.


—Sí. ¿Quién es?


—Hola, Paula, soy Bruno, de la fiesta de Navidad en el Alfonso.


Paula estaba sorprendida. Se había olvidado por completo de aquel hombre.


—Ah, sí, hola.


—No he llamado en un mal momento, ¿no?


—No, espera.


Paula cubrió el auricular del teléfono y habló con Mónica en voz baja.


—Es ese tipo de la fiesta. Bruno.


Mónica le lanzó una mirada acusadora.


—¿Qué pasa con Pedro?


Hablando de culpa. En lugar de decirle nada más a Mónica, Paula se metió en la intimidad de su habitación para tomar la llamada, lejos de la mirada acusadora.


—Disculpa. Estaba arreglando a mi hijo.


—Puedo llamar en otro momento si te parece mejor.


—No, ahora está bien.


—Bien.


Su voz era amable, y algo plana. No había nada de humor en ella, pero tampoco nada que resultara desagradable.


—¿Cómo te fue el viaje?


—¿Viaje?


—¿No dijiste que estarías fuera de la ciudad la semana pasada?


Recordaba al menos esa parte de su conversación.


—Así es. Bien, tengo algunos clientes en el este que reclamaron mi atención.


Vale, así que era un hombre de negocios. Eso era bueno.


—Oh, ¿a qué te dedicas?


Se dijo que simplemente le estaba dando conversación.


—Soy abogado.


Paula se estremeció. ¿No había dicho Pedro que parecía abogado?


—Apuesto a que es un trabajo apasionante.


—El derecho corporativo es bastante aburrido, en realidad.


—No tengo ni idea —le dijo Paula, esforzándose por sacarse la voz de Pedro de la cabeza.


—Si no te importa que te aburra hasta las lágrimas con mis historias de trabajo, me encantaría invitarte a salir.


—Seguro que no es tan grave.


—¿Eso es un sí?


¿Qué tenía que perder? Odiaba sentirse culpable y trató de dejar a un lado la emoción.


—Acepto. Algo informal, si te parece bien.


—Conozco un lugar perfecto. ¿Qué tal este sábado?


Tenía que trabajar la noche del viernes, pero el sábado podía, siempre y cuando Mónica se quedara con Damy.


—Tendré que preguntarle a la niñera, pero el sábado suena bien.


—Te daré mi número, así me avisas cuando hables con la niñera.


Paula anotó su número.


—Vale, intentaré llamarte mañana.


—Espero tu llamada.


Se despidieron y Paula se sentó en el borde de la cama, con un remolino de emociones encontradas en el estómago.


Por otra parte, Bruno parecía una buena persona, un profesional que podría ofrecerle cierta estabilidad a la vida de Paula. No se podía decir que se sintiera muy atraída por él. La llamada había despertado sus emociones, pero no porque se muriera de ganas, más bien por los nervios y la duda de si quedar con Bruno o no.


No lograba sacarse a Pedro de la cabeza. Él estaba allí, haciendo un gesto de desprecio, diciéndole que el hombre parecía un abogado. La forma en que dijo «abogado» sonaba como algo sucio e inaceptable. Paula trató de disipar una sensación de malestar en la boca del estómago mientras salía de su dormitorio. Mónica se reunió con ella en la cocina con las manos en las caderas y una mueca en el rostro.


—Vas a salir con él, ¿verdad?


Paula miró a Damy, que no les estaba prestando ninguna atención.


—Tengo intención de hacerlo. ¿Puedes cuidar de Damy el sábado? Estaré en casa a las diez.


Tener una hora de vuelta a casa en la primera cita era una buena estrategia en caso de que la noche fuera una fiasco total.


—¿Qué pasa con Pedro?


Pedro y yo no somos novios, Mo. Lo sabes. Él es un amigo.


Mónica no se lo creía.


—Entonces, ¿por qué te brillan los ojos cuando hablas de él?


—No es cierto.


—Sí lo es.


—Basta. ¿Cuidarás de Damy o no?


—Lo haré. Pero creo que estás cometiendo un error.


—Ya le hablé a Pedro sobre Bruno. —Y lo había recibido con el mismo rechazo que mostraba Mónica.


—Entonces, ¿también le hablarás de esta cita?


—Tal vez, si surge el tema.


No era probable. No necesitaba que él también la sometiera a un interrogatorio.


—Me tengo que ir.


Paula agarró su bolso y le dio un beso de buenas noches a Damian antes de salir. Era una cita, por el amor de Dios. Una pésima cita.



viernes, 8 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 18





Damy comía palomitas y mientras miraba por la ventana del criadero de animales, donde un bebé mono dormía en una cuna. Paula estaba parada más atrás, al lado de Pedro


Había insistido en llevarlos, por lo que habían dejado el automóvil de Paula en su apartamento y así habían ido en su camioneta.


—Podemos llevar mi pickup —le había dicho.


—Oh, yo puedo conducir.


—Sin ánimo de ofender, cariño, pero creo que mi camioneta está un poco más en forma que tu auto.


Había tratado de actuar ofendido cuando ella dijo:
—Solo está viejo y tu camioneta no es exactamente nueva.


—Cariño, tu auto es un abuelo jugando al bingo en un asilo de ancianos, mientras que mi camioneta aún es lo suficientemente joven como para bailar música country y andar por los bares.


Paula se echó a reír y fue Damy quien tuvo la última palabra.
—¿Tienes una pickup?


Eso resolvió todo, excepto el tema de quién conduciría. Ella se ofreció a pagar las entradas al zoológico, pero Pedro se negó. Había sido idea suya, él invitaba. Pero con él pagando y al volante, aquello se estaba empezando a parecer demasiado a una cita.


—Esto no es una cita —le dijo una vez que Damy se fue a mirar por otra ventana.


Pedro le lanzó una mirada pícara.


—Por supuesto que no. No somos novios. Somos amigos.


Pero, Dios, decía «amigos» de una manera tan sensual, Paula sintió que sus rodillas temblaban.


—Claro, amigos.


Pedro se acercó y le habló al oído para que nadie pudiera oírlo.


—Amigos que no se besan.


—Exactamente. —Pero con sus labios tan cerca, a Paula le estaba costando bastante olvidarse de su increíble beso—. Exactamente —le repitió antes de alejarse.


—Quiero ver las serpientes. Oye, Pedro, ¿sabías que hay un edificio entero solo con serpientes?


Pedro le hizo un guiño a Paula y tomó la mano de Damy.


—Muéstranos el camino, compañero. Me encantan las serpientes.


Damian guio a Pedro por el pabellón de las serpientes y los hábitats de monos y gorilas, y luego por el aviario. Paula se estremeció de miedo mientras miraban las serpientes, lo que se tradujo en una intensa burla de los chicos.


—Soy una chica, a las chicas no nos gustan las serpientes —les dijo.


En el aviario, Pedro utilizó aquellas palabras en su propio beneficio.


—Somos chicos, no nos gustan los pájaros.


Pero caminaron bajo la cúpula de todos modos. Un amigo alado dejó un pequeño presente en el hombro de Pedro, y tanto Damy como Paula se echaron a reír hasta que les dolió la barriga.


—Has herido los sentimientos de los pájaros —le dijo Paula, riendo.


Pedro le divertía el juego y replicaba a las burlas cada vez que podía.


Hicieron una merienda cena en un puesto de comidas. Las hamburguesas y patatas fritas recalentadas en realidad estaban bastante buenas. Pedro le compró a Damy una serpiente de peluche que el niño no soltó en toda la tarde.


—Voy a llamarla Tex.


—¿Por qué Tex? —preguntó Pedro.


—Porque la has comprado tú y eres de Texas.


El día no podía haber sido más perfecto. Damy se sentía en el paraíso, y llevaba a Pedro de un lado a otro como si se tratara de un amigo perdido hace mucho tiempo del que siempre quería más. Se dio cuenta de que su atracción por Pedro posiblemente se debiera principalmente al hecho de que Pedro era un hombre. Por más que Paula intentara serlo todo para su hijo, no podía ser su padre.


No es que le estuviera adjudicando ese rol a Pedro, pero Damy necesitaba un poco de influencia masculina. Un amigo como Pedro en su vida podría ayudar a compensar algo de lo que le faltaba a Damy.


El sol comenzaba a caer y el zoológico iba a cerrar. Damy sostenía la mano de Pedro en una de sus manos y a Tex en la otra.


—Voy a participar en una obra de teatro de Navidad en la escuela —le dijo Damy a Pedro—. ¿Puedes venir a verla?


Pedro le lanzó una mirada. Paula se dio cuenta de que estaba pidiendo que aprobara la invitación. No tenía problema, pero no quería que Pedro dijera que sí solo para complacer a su hijo.


Pedro tiene que trabajar, Damian.


—¿Cuándo es? —preguntó Pedro.


—El viernes que viene. A las diez de la mañana.


—Bueno, si tu madre está de acuerdo…


Pedro le sostuvo la mirada.


—Si Damy quiere que vayas, no veo por qué no.


—¡Yuju! La tía Mónica también vendrá. Voy a la Escuela Foothill, ¿sabes dónde queda? Es muy fácil de encontrar.


Damy se puso a parlotear muy animado acerca de la obra y las canciones que había aprendido. Los obligó a cantar villancicos mientras salían del zoológico.


Subieron a la camioneta de Pedro, con Damian ocupando todo el asiento trasero, para que pudiera dormir en el camino a casa. Permaneció despierto el tiempo suficiente para ver algunas de las luces de Navidad del parque Griffith.


Cuando llegaron a la autopista, cayó rendido.


—Lo ha pasado genial. Gracias por todo esto, Pedro.


Se mezcló en el tráfico, muy intenso aunque ya eran más de las siete.


—¿Y tú? ¿Lo has pasado bien? —le preguntó.


—Sí. Ha sido un estupendo día libre. No recuerdo la última vez que me tomé un día simplemente para pasarlo bien.


Le dolían los pies de caminar todo el día y las mejillas de tanto sonreír.


—Tienes un hijo genial, Paula. Estás haciendo un trabajo maravilloso con él.


Ella le echó una mirada a su hijo dormido en el asiento trasero.


—Es un chico genial. Él te adora. —Pedro sonrió.


—El sentimiento es mutuo. Escucha, acerca de la obra de Navidad.


—Si no puedes ir, lo entenderá. Puedo…


—No —la interrumpió—. Quiero ir. Pero solo si estás realmente de acuerdo. He visto cómo se aferró a mí; a mí no me importa, pero si te molesta, lo entenderé si quieres que guarde distancia.


Paula se quedó mirando el perfil de Pedro durante unos segundos y midió sus palabras.


—Realmente lo comprendes, ¿no? La carga emocional de cualquier relación que yo pueda tener con alguien y cómo eso le puede afectar a Damy…


—¿No me dijiste que tu madre trae a sus vidas hombres que después desaparecen?


—Sí, es cierto.


—Debes pensar en ello cuando le presentas amigos a Damy.


—Yo no le presento amigos a Damian. Ni siquiera recuerdo la última vez que tuve una cita de verdad. Me niego a ser igual que mi madre. Si tú y yo estuviéramos saliendo, probablemente hoy habría dicho «no» al zoológico. Por las mismas razones que has mencionado. A Damy le falta un padre en su vida. No hay nada que yo pueda hacer al respecto, aparte de tratar de mantenerlo alejado de los hombres con los que salgo. O arriesgarme a que se encariñe y se sienta decepcionado si la cosa no funciona.


Pedro logró meterse en el carril rápido y el tráfico comenzó a fluir más cómodamente.


—Entonces, creo que es bueno que no estemos saliendo.


—Así es.


Más tarde, Pedro sacó a Damy dormido de la camioneta, lo cargó sobre su hombro y dejó que el niño durmiera mientras lo llevaba hasta el apartamento de Paula.


Paula lo guio a través de la ordenada sala de estar y hacia el dormitorio de Damy.


Pedro lo acostó en su cama, y Paula le quitó los zapatos y los pantalones vaqueros. Damy murmuró algo entre sueños y se dio la vuelta, aferrado a Tex. Paula le besó la frente y condujo a Pedro nuevamente a la sala de estar.


Había un árbol de Navidad en un rincón de la sala, estaba colocado sobre una mesa para darle algo de altura. También había un par de regalos a sus pies y unas guirnaldas de luces que le daban un poco de vida. El apartamento estaba ordenado, pero era increíblemente pequeño. Pedro no entendía cómo hacían los tres para vivir en un espacio tan reducido.


—¿Quieres un café? —le ofreció Paula—. ¿O chocolate?


—Hace años que no tomo chocolate.


Ella sonrió y caminó hacia la cocina.


—Primero el zoológico, ahora el chocolate. Te estoy mostrando todas las cosas buenas de la vida.


Tuvo ganas de decirle: más de lo que jamás sabrás.


—¿Mónica vive aquí con vosotros?


Paula sacó dos tazas de un armario y las llenó de agua antes de colocarlas en el microondas.


—Esto es un sofá cama. Cuando trabajo, ella utiliza mi cama.


—¿Cuánto falta para que termine sus estudios?


Pedro se dejó caer en una silla en la mesa de la cocina.


—Será en mayo. Estoy tan orgullosa de ella. Le ha ido bien en los estudios, nunca se queja de nada. Será una gran enfermera.


—Grandes elogios de la hermana mayor.


El microondas pitó, Paula retiró las tazas humeantes y les agregó una cantidad generosa de cacao. Revolvió la despensa y sacó una bolsa de pequeñas nubes de azúcar.


—Te tomas en serio lo del chocolate.


—Tengo un niño de cinco años. Las nubes de azúcar no pueden faltar.


Paula agregó los dulces y le entregó su taza. El primer sorbo le recordó a la nieve del invierno y la nariz helada.


—¿Damy ha ido alguna vez a la nieve?


—No, ojalá. Lo más cerca que hemos estado de la nieve fue cuando una nevisca azotó las colinas cerca de la casa de mi madre. La nieve no cuajó. Siempre tengo ganas de que vayamos hasta Big Bear cuando nieve.


—La Navidad en California me resulta extraña. Estoy acostumbrado a andar abrigado y a sacudirme la mugre o la nieve de las botas antes de entrar a la casa.


—Pensaba que tampoco nevaba mucho en Texas.


—A veces sí.


Estuvo a punto de decirle que había pasado más de una Navidad en Colorado. Cuando su padre se dio cuenta de lo mucho que él y su hermana añoraban el regreso de su madre durante las fiestas, comenzó a distraerlos con viajes a Colorado para esquiar. Tenían una cabaña allí que Pedro trataba de visitar una vez por temporada para no perder la costumbre del esquí.


—Mucho más que aquí.


—Aquí siempre es una Navidad con palmeras. El año pasado, de hecho, comimos en el jardín de mi madre. Hacía demasiado calor dentro de la casa porque el horno había estado encendido todo el día. Paula sopló su chocolate y su mirada cruzó la de Pedro.


Estaban los dos allí sentados mirándose. Daría cualquier cosa por saber lo que estaba pensando. ¿Qué era lo que veía cuando lo miraba? Él veía a una chica de barrio, muy honesta, y se estaba dando cuenta rápidamente de que no podía vivir sin ella.


¿Qué era él para ella? Un soñador, un vagabundo. Un mentiroso. Pedro rompió el contacto con sus ojos y miró el reloj.


—Vaya, se ha hecho muy tarde.


—Sí que lo es.


Pedro se terminó su chocolate y llevó la taza al fregadero. 


Tenía que salir de su casa antes de perder el control y besarla de nuevo. Si lo hacía, sabía que sería el acta de defunción de su amistad. No iba a darle una razón para alejarlo. El objetivo principal de Pedro en la vida era metérsele bajo la piel hasta que no pudiera vivir sin él.


Ya sabía que aunque pasara todos sus días con Paula, siempre querría más.