jueves, 30 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 23

 

Más tarde, mientras estaban almorzando, Patricia le explicó lo que iban a hacer el resto de la tarde.


–Creo que ya tienes ropa para la mayoría de eventos sociales, pero me gustaría verte con ropa de trabajo. En cuanto hayamos terminado aquí iremos a comprarte unos trajes y luego te llevaré a la óptica.


–Pero si veo perfectamente bien con estas gafas –protestó Paula.


–Estoy segura de ello, pero, ¿no preferirías llevar lentillas? También te podremos comprar unas súper sexy gafas de sol. Si estás incómoda con las lentillas, te podríamos elegir otras gafas. Algo un poco más suave que saque el máximo partido a tus pómulos.


Paula se reclinó en la silla. Siempre había tenido miedo de probar las lentillas, pero tenía que admitir que estaba más que harta de las gafas. Algún día, cuando hubieran terminado de pagar los préstamos por los estudios de Facundo, tal vez consideraría operarse de la vista. Sin embargo, para eso quedaba mucho.


–Está bien. Me las probaré –afirmó.


Cuando Patricia Adams hablaba de un cambio, era ciertamente a eso a lo que se refería. Pau se miró en el espejo. No sólo llevaba lentillas, que no le irritaban los ojos, sino que también allí en el spa del club de tenis, la habían sometido a un tratamiento corporal y facial, con pedicura y manicura. En aquellos momentos, se sentía maravillosa. Además, su cabello había recibido un tratamiento acondicionador y a un nuevo estilismo que le había dejado las puntas de una oscura y lustrosa melena rozándole suavemente las clavículas.


Casi no se reconocía. La maquilladora que había estado explicándole lo que tenía que hacer para sacar el máximo partido a sus pómulos no había hecho más que decir lo hermosa y exquisita que tenía la piel. Cuando la nueva Paula Chaves quedó al descubierto, hasta Patricia lanzó un largo silbido de apreciación.


–Sí, sí –dijo Patricia–. El señor Alfonso va a estar muy satisfecho –añadió. Entonces, miró el reloj–. Es mejor que te vistamos y te llevemos a su suite. Son casi las siete y media y no me parece la clase de hombre al que le gusta que lo tengan esperando.


De repente, Paula se sintió muy nerviosa.


Patricia tomó la bolsa que contenía el vestido negro que tanto le había gustado a Pedro y la ropa interior que había insistido en que se pusiera.


–Toma. Ponte eso para que veamos lo guapa que estás.


Paula se sintió atrapada. Esa clase de cosas no ocurrían en su mundo. Las compras, la transformación, la calidad de las medias que se puso sobre las piernas depiladas… Era como si todo aquello formara parte de un sueño. Cuando se puso el vestido y se lo abrochó, se sintió un poco mareada.


Se colocó una mano en el estómago para aplacar sus nervios, pero le resultó imposible.


–¿Va todo bien? –le preguntó Patricia desde el otro lado de la puerta.


–Sí, sí. Estoy bien.


–Entonces, sal para que puedas mostrarnos el resultado final.


Paula respiró profundamente. Se puso los zapatos y se miró en el espejo. No era ella. No podía ser ella. Dedicó una sonrisa a la imagen que se reflejaba en el espejo. Ni siquiera los labios pintados de color rojo parecían suyos.


La glamurosa criatura que la observaba no era la misma Pau Chaves que se había marchado de su casa aquella mañana. No. Era la clase de mujer que siempre había deseado ser, pero que jamás había tenido el valor suficiente para alcanzar. Aquella era Paula Chaves.


De repente, se sintió más tranquila. Podía hacerlo. Podía ser la mujer que Pedro Alfonso necesitaba que fuera. Lo haría por Facundo y, más importante aún, por ella misma.


Cerró los ojos y se dijo que, a partir de aquel momento, era Paula Chaves, prometida y asistente personal de uno de los hombres más poderosos de Empresas Cameron.


Tanto la maquilladora como Patricia se mostraron muy contentas con el resultado final. Paula aceptó los cumplidos de ambas. En la mano llevaba un bolso vintage, que había sido regalo de Patricia.


–Toma, algo mío –le había dicho tras darle un abrazo–. Ahora, no te pongas a llorar o te estropearás el maquillaje.


Paula siguió el consejo y, con los buenos deseos de las dos mujeres resonándole en los oídos, respiró profundamente y se dirigió a la suite.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 22

 

Durante un instante, Pau sintió un profundo alivio por no tener que verse sometida al examen de Pedro en todo lo que se probaba. Sin embargo, no tardó en comprender que era la aprobación de él lo que buscaba cada vez que salía del probador.


Era patética. Pedro la estaba chantajeando para que fingiera ser su prometida y ella lo echaba de menos… ¡Qué rápidamente había caído en sus garras!


Sonrió a Patricia.


–Va a ser muy divertido. ¿Qué nos toca ahora?


–Primero, haremos que nos empaqueten todo esto. Luego, te sugiero que vayamos a comprar lencería y a almorzar. Me muero de hambre. ¿Tú no?


Patricia se echó a reír cuando el estómago de Paula comenzó a hacer ruidos.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 21

 


Al escuchar el tono de su voz, Paula se obligó a mirarlo. Entonces, vio, sin duda alguna, lo que él estaba pensando. El deseo se apoderó de ella como si fuera un ser vivo. Sentía que los senos le pesaban y que ansiaban las caricias de Pedro. Tenía una repentina sequedad en la garganta. Se estaba imaginando cosas. Él había dicho que debía fingir ser su prometida, pero en aquellos momentos, la expresión de su rostro distaba mucho de ser fingida. Resultaba evidente el deseo que tenía hacia ella. La lujuria se apoderó de ella hasta lo más íntimo y amenazó con impedirle respirar.


–¿Te pondrás este vestido para mí esta noche? –le preguntó él.


–Si quieres –replicó ella a duras penas.


–Estás muy hermosa. Nada podría darme más placer que tenerte a mi lado con este aspecto. Seré la envidia de todos los hombres que haya en el restaurante.


Pedro sonrió. Paula también lo hizo, pero de pura satisfacción. Por una vez en su vida, se sentía hermosa. La admiración que se reflejaba en el rostro de Pedro era tan evidente que no dejaba lugar a dudas. A pesar de que no estaba dispuesta a examinar cómo la afectaba aquella admiración, no podía dejar de sentir cómo la sensualidad se apoderaba de ella. Era casi imposible.


Alguien se aclaró la garganta, lo que hizo que Paula prestara de nuevo atención a lo que le rodeaba.


–Está bien. Tenemos que ir a algunos sitios más antes de que hayamos terminado. En realidad, casi no hemos empezado.


–Me cambiaré –dijo Paula mientras entraba de nuevo en el probador.


–Toma –comentó Pedro mientras se sacaba las gafas del bolsillo y se las devolvía.


Paula se las puso y cerró la puerta. Al verse en el espejo, sintió que se le cortaba la respiración. Con el cabello suelto sobre los blancos hombros y el escote del vestido, comprendía muy bien por qué Pedro había reaccionado de aquel modo. Recordó que no le había mirado en concreto ninguna parte de su cuerpo. Ella no se había sentido incómoda bajo su escrutinio. Se miró cuidadosamente en el espejo.


El vestido tenía un corte exquisito. Si hubiera sido hecho a medida especialmente para ella, no podría haberle sentado mejor. El modo en el que se curvaba alrededor de la estrecha cintura y se acampanaba sobre las caderas para terminar justo por encima de las rodillas destacaba sus atributos de un modo que ella jamás hubiera podido soñar. Deslizó la mano por la tela para alcanzar la invisible cremallera que llevaba en el costado. Las yemas de los dedos le vibraban mientras se deslizaban sobre la fina tela. Jamás había soñado que pudiera tener algo que le hiciera sentirse tan hermosa como aquel vestido. Y aún quedaba más.


Se lo quitó y se lo entregó a Patricia para que lo añadiera a las otras prendas que Pedro ya había aprobado.


No sabía cuándo iba a ponerse tanta ropa. Hasta aquel momento, ni una sola prenda era adecuada para ir a trabajar. Aparte de cuando salía a tomar café con su amiga Gabriela y Sara, tenía poca vida social. Evidentemente, todo eso iba a cambiar dramáticamente.


Cuando salió del probador, Patricia estaba sola.


–El señor Alfonso ha tenido que marcharse, así que ya estamos las chicas solas –dijo.




lunes, 27 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 20

 


La palabra tortura ni siquiera empezaba a definirlo. Paula lo comprendió cuando se metió en el probador por centésima vez. Era como si ella no existiera como persona. Se quitó el vestido de cóctel azul oscuro que tanto el señor Alfonso como Patricia habían acordado que no era la mejor elección del día y tomó el vestido negro para metérselo por la cabeza con un cierto aire de frustración. Se sentía como si fuera tan sólo un maniquí.


Sin embargo, todo cambió cuando se puso los zapatos negros que Patricia había elegido y salió del probador.


Sus dos torturadores estaban sentados en el sofá de terciopelo que había frente a los probadores con las cabezas juntas. Parecían compenetrarse perfectamente… hasta que fueron conscientes de que ella estaba esperando que opinaran sobre ella.


–Oh –dijo Patricia. Aparentemente se había quedado sin palabras.


Paula miró a Pedro y sintió que la respiración se le aceleraba al ver la expresión de su rostro. Sus ojos brillaban con evidente apreciación.


–Ese por supuesto –dijo.


–Así es –afirmó Patricia.


Pedro se levantó y se acercó a Paula, que estaba de pie muy nerviosa.


–¿Por qué no probamos así, para suavizar las cosas un poco?


Le quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo de su chaqueta. Entonces, extendió las manos y soltó el cabello de Paula y se lo alborotó.


–Sí, mucho mejor…





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 19

 

Iba vestida con un traje a medida que transmitía la elegancia que a Paula siempre le habría gustado lucir, un par de zapatos de altísimo tacón que no estarían fuera de lugar en Sexo en Nueva York y transmitía un aire de seguridad sin esfuerzo alguno. Iba muy bien peinada con un elegante recogido. Por su aspecto, parecía que no había tenido que preocuparse por su apariencia ni un solo día de su vida.


–Señorita Adams, soy Paula Chaves–dijo, decidida a llevar la delantera y a no permitir que la presentaran como la víctima de un sacrificio.


–Paula, te ruego que me llames Patricia. Encantada de conocerte. ¿Me permites? –preguntó antes de dirigir inmediatamente las manos a los botones de la chaqueta de Paula–. Me gusta ver con lo que estoy trabajando desde el principio.


Paula se tensó mientras los hábiles dedos de Patricia volaban por los botones. Tan sólo llevaba una fina blusa bajo la chaqueta, una blusa que se había puesto porque nunca, nunca, se quitaba la chaqueta. Eso lo había aprendido a muy temprana edad, cundo había decidido que era mejor ocultar lo que la convertía en un imán para la atención no deseada de hombres de todas las edades, empezando con sus compañeros de clase cuando pasó de ser un insecto palo para adquirir la forma de un reloj de arena en muy pocos meses.


Miró a Pedro cuando Patricia le entregó la chaqueta con aire distraído. ¿Sería él igual que los demás? ¿Se olvidaría de que ella era una persona y no simplemente un cuerpo?


Sus ojos castaños se cruzaron con los de ella mientras Patricia la examinaba con ojo crítico. Paula esperaba el momento en el que él bajaría la mirada, como lo hacían todos los hombres, para mirarle los pechos. Sin embargo, no lo hizo. Ni siquiera un instante. Cuando Patricia le quitó la chaqueta y ayudó a Paula a ponérsela de nuevo, ella se sintió aliviada. Tal vez no le iba a resultar tan difícil estar con él.


–Esto va a ser maravilloso –dijo Patricia con entusiasmo–. ¿Cuánto tiempo dijiste que teníamos?


–Tenemos una reserva para cenar a las siete y media –respondió Pedro.


–Vaya, es menos tiempo del que había pensado. No importa. Puedo hacerlo –comentó mientras apretaba la mano de Paula para darle ánimos–. Podemos hacerlo. Eres excelente. Cuando haya terminado, no te reconocerás. Confía en mí.


Lo más extraño de todo era que Paula confiaba en ella. Patricia tenía una cálida manera de ser que la atrajo inmediatamente.


Patricia se volvió a Pedro y le dijo: –¿Nos vamos?


–Por supuesto –dijo Pedro inclinando suavemente la cabeza. Tenía una sonrisa en los labios que dejaba al descubierto un ligero hoyuelo en la mejilla derecha–. Estoy a vuestra disposición durante las siguientes horas. Luego tengo algunas reuniones, por lo que os dejaré solas.


Paula se sintió muy inquieta por el hecho de que él fuera a acompañarlas. Ya se lo había dicho y, dado que él iba a pagar todo, tenía sentido que tuviera voz y voto en lo que se adquiría con su dinero. Sin embargo, pensar que tendría que exhibirse delante de él la ponía muy nerviosa. Ella, que siempre trataba de no atraer la atención de nadie sobre sí misma, sería el centro de atención de un hombre al que encontraba casi irresistiblemente atractivo.


Se le aceleró el pulso cuando él le colocó la mano en la espalda y la animó a salir de la suite. Si se sentía tan desconcertada por algo tan sencillo como un gesto caballeroso, las horas que la aguardaban iban a ser una tortura.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 18

 


Había una ligera inflexión en su voz, como si, bajo tanta timidez, ella tuviera de verdad una voluntad de acero. Por alguna razón, a Pedro le resultó una cualidad tremendamente atractiva. Se preguntó si sería así en el dormitorio. ¿Se mostraría dulce y sumisa para luego hacerse con el control? Una inesperada oleada de calor se apoderó de él y le provocó que la sangre se le acumulara en la entrepierna.


–Oh, sí. Claro que tienes opción –dijo. Dudó y vio el modo en el que los hombros de Paula se relajaban y cómo sus generosos pechos se movía bajo la chaqueta antes de proseguir–, hasta cierto punto.


–No voy a permitir que me vista para que yo parezca una ramera.


Ahí estaba de nuevo. Aquella fuerza. Pedro se contuvo para refrenar la necesidad de cruzar la distancia que los separaba y mostrarle lo bien que estaría que dejara que él llevara el control de la situación. Se recordó que era demasiado pronto.


–No te preocupes. Nada más lejos de mi intención –dijo.


Un golpe en la puerta interrumpió el silencio que se extendió entre ellos.


–Esa debe de ser la señorita Adams.


Paula permaneció completamente inmóvil. Aquello iba a ser mucho más difícil de lo que había anticipado. El día anterior todo había parecido muy sencillo. Trabajar como su asistente personal. Fingir que era su prometida. Evitar que Facundo fuera a la cárcel.


Pensar que Pedro Alfonso iba a elegir su ropa, que él iba a fabricarle una imagen para el papel que ella había accedido a interpretar, le provocó un escalofrío. ¿Cómo iba a soportarlo? Ella siempre elegía sus prendas para ir a trabajar en una tienda de segunda mano de su barrio, que recibía las prendas de las zonas más ricas de la ciudad. Todo lo que compraba era de buena calidad, aunque algo pasado de moda. ¿De verdad importaba tanto?


Se lo imaginó esperando al otro lado del probador mientras ella se probaba las prendas que él había elegido para que le diera su aprobación y se sintió muy incómoda. Incómoda y algo más. Algo que le provocaba un escalofrío de anhelo en su interior, en un lugar que ella controlaba sin piedad y que llevaba sometiendo férreamente desde el día en el que asumió la custodia de Facundo.


Tenía responsabilidades. Por supuesto, había tenido algún que otro novio, incluso amantes, pero jamás se había permitido dar un paso más allá. Jamás se había permitido sentir. En aquellos momentos, le daba la sensación de iba a ser más difícil de lo esperado mantener las distancias con Pedro Alfonso.


–Te presento a Patricia Adams.


La voz de Pedro la sacó de sus pensamientos y la obligó a concentrarse en el momento. Había esperado sentir una profunda e inmediata antipatía por Patricia Adams, tan sólo porque Pedro le había ordenado que se dejara aconsejar por ella, pero resultaba difícil sentir antipatía por la joven que estaba frente a ella. Tenía la piel fresca y suave. Una simpática sonrisa le adornaba el rostro mientras que unos poco habituales ojos color violeta brillaban con alegría




domingo, 26 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 17


Pedro se estiró la corbata antes de mirar el Rolex. Llegaba tarde. No eran ciertamente los mejores augurios para su primer día de trabajo juntos. Cruzó el salón de la suite con vistas al mar que era temporalmente su hogar y esperó en la terraza contemplando el Pacífico. Las olas se estrellaban contra la arena con una fuerza constante, golpeándola antes de retirarse y volver a empezar. Sonrió. Incluso allí se acordaba de su familia. No se rendían nunca, pero tendrían que dar un paso atrás cuando se enteraran de lo de Paula. No debían enterarse demasiado pronto. Si presentaba una prometida a menos de un mes de su última discusión con su padre, el asunto parecería sospechoso.


Un tímido golpe en la puerta llamó su atención. Por fin había llegado. Abrió la puerta para dejarla pasar.


–¿Mucho tráfico? –le preguntó mientras entraba.


–Siento llegar tarde. Sí. Unos albañiles se toparon con una tubería general de agua justo después de que usted me llamara. Salir de la calle fue un caos.


Parecía arrebolada, aunque para ser alguien que seguramente se había quedado sin ducharse por las prisas, seguía mostrándose de un modo competente. Competente era el modo más amable de describir el traje beis sin forma que llevaba puesto aquel día. Trató de contener una sonrisa.


–¿Ocurre algo? –le preguntó ella.


–No, al menos nada que no se pueda rectificar –respondió él.


¿Por qué se vestía con unas prendas tan feas? Había visto su maravillosa figura con el vestido que había llevado puesto en el baile de disfraces, había sentido la rotundidad de sus curvas cuando la besó. Incluso en aquellos momentos las manos se le morían de ganas por apartar la tela de la chaqueta para darle forma con sus propios dedos.


–¿Qué te gustaría que hiciera hoy?–preguntó ella.


Estaba recta y muy alta con sus zapatos esperando sus órdenes. Pedro jugó con la idea de lo que ocurriría si él le pidiera que se quitara la ropa y la quemara, pero la descartó.


–Como mi asistente personal y mi prometida, se esperarán ciertas cosas de ti.


Ella palideció.


–Expectativas. De acuerdo. Tal vez sea mejor que hablemos de eso ahora. Creo que debería saber que hay ciertas cosas que no estoy dispuesta a hacer –añadió levantando la barbilla con gesto desafiante.


–Estoy seguro de ello –respondió él–, pero espero que esas cosas no incluyan ir de compras.


–¿Ir de compras? ¿Para usted?


–No. Para ti. Estoy seguro de que lo que llevas puesto era perfecto para tu antiguo puesto, pero yo espero un poco más de mis empleados más cercanos. Además, como mi prometida, la gente terminará hablando si sigues vestida con… con eso –añadió mientras la señalaba de la cabeza a los pies.


Pau se tensó al escuchar aquellas palabras.


–Tengo que tener mucho cuidado con mi presupuesto, señor Alfonso. Intento comprarme prendas que no se pasen de moda.


–No espero que pagues esas nuevas prendas, Paula. Considéralas un beneficio de tu nuevo puesto. Una asesora de imagen va a venir a reunirse con nosotros en breve. Se llama Patricia Adams. Tal vez hayas oído hablar de ella. Nos sacará esta mañana para empezar a prepararte para tu nuevo papel.


–¿Me voy a pasar todo el día de compras? –le preguntó ella muy sorprendida.


–Probablemente todo el día no. Estoy seguro de que la señorita Adams tendrá otras cosas pensadas para hacer que tu transformación sea completa.


–¿Y nos acompañará usted en esta… expedición?


Paula lo había descrito como si se tratara de un desagradable safari.


–Hasta las dos más o menos. Tengo reuniones esta tarde por lo que, a partir de ese momento, lo dejaré todo en vuestras manos. Sin embargo, te veré esta noche para cenar.


–¿Acaso tengo opción en todo esto?




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 16

 

Paula no tuvo que dar más explicaciones por la oportuna interrupción del teléfono. Levantó el auricular y se lo colocó entre el hombro y la oreja mientras servía los huevos revueltos de Facundo.


–Paula, soy Pedro Alfonso.


Habría reconocido aquella voz en cualquier parte. El vello de los brazos y de la nuca se le puso de punta por la excitación. Todo su cuerpo se tensó como respuesta.


–Buenos días –replicó ella tan fríamente como pudo. Colocó el plato sobre la mesa delante de Pedro antes de retirarse al salón.


–Mira, sé que es muy temprano, pero quería hablar contigo antes de que fueras al despacho y así ahorrarte el viaje.


–¿Ahorrarme el viaje?


¿Acaso ya no quería que trabajara para él? ¿Significaba que iban a despedir a Pedro de todas maneras?


–Necesito que te reúnas conmigo en el club de tenis de Vista del Mar. Daré aviso en recepción de que te estoy esperando. ¿Cuánto vas a tardar en llegar?


Paula sabía que el equipo de ejecutivos de Rafael Cameron que estaban trabajando en la absorción se alojaba en el club. Su amiga Sara Richards trabajaba en el restaurante y se lo había comentado. Paula miró el reloj que le habían regalado a su padre por treinta años de servicio en Industrias Worth. Si se daba prisa, podía llegar allí a las ocho y media, dependiendo del tráfico.


–Podría estar allí sobre las ocho y media –dijo mientras catalogaba mentalmente su guardarropa y decidía qué se iba a poner aquel día.


–A ver si puede ser antes.


Antes de que ella pudiera responder, se dio cuenta de que Pedro ya había colgado.


–Claro, jefe. Lo que usted diga –replicó mientras apretaba el botón de desconexión y regresaba a la cocina.


–¿Algún problema? –preguntó Pedro.


–No. Sólo tengo que reunirme con el señor Alfonso en el club esta mañana.


–Tal vez quiera probarte antes de que empieces a trabajar para él –comentó con voz desagradable.


Paula permaneció en silencio. No sabía para qué la quería. Podría ser cualquier cosa, pero, sorprendentemente, no tenía miedo sino más bien anticipación. Refrenó aquel sentimiento antes de que pudiera echar alas. Tenía que recordar que no podía elegir. Pedro Alfonso la tenía entre la espada y la pared. Lo que ella quisiera no significaba nada más allá de mantener a Pedro fuera de prisión.


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 15

 


Cuando llegó la mañana, Pau estaba más que preocupada. Facundo no había ido a casa en toda la noche. A las cuatro de la mañana había perdido toda esperanza de conciliar el sueño y había hecho lo que siempre hacía cuando estaba estresada: limpiar. Cuando llegaron las siete y media, el cuarto de baño relucía, la cocina brillaba y todas las superficies de madera de la casa lanzaban destellos producto de la crema limpia muebles con olor a limón que su madre había utilizado siempre.


El aroma era, a su modo, un pequeño consuelo para ella. Se quitó los guantes y se dirigió con gesto agotado a la cocina para preparar café. Casi podía sentir la tranquilizadora presencia de su madre a su lado.


El rugido de la moto de Facundo frente a la casa la hizo salir volando hacia la puerta. La abrió de par en par y luego se quedó completamente inmóvil en el umbral. No sabía si él agradecería el alivio que sentía al verlo llegar a casa sano y salvo.


Facundo se dirigió lentamente hacia la puerta. Tenía el rostro agotado.


–Lo siento, Pau –dijo él mientras la tomaba entre sus brazos y la estrechaba entre ellos con fuerza–. Estaba tan enojado que tuve que pone espacio entre esta casa y yo, ¿sabes?


Ella asintió. Le resultaba imposible hablar con el nudo que tenía en la garganta. Él estaba en casa. Aquello era lo único que importaba. Lo condujo al interior de la casa y lo hizo sentarse en uno de los taburetes de la cocina. Entonces, se puso a hacer el desayuno. Mientras rompía los huevos en la sartén, él comenzó a hablar.


–Al menos, aún tengo trabajo.


–Así es –replicó Pau. Se dio cuenta de que Facundo aún desconocía su noticia. No se pondría muy contento cuando lo supiera. Respiró profundamente–. Hablando de trabajo…


–¿Qué? –preguntó Facundo inmediatamente, captando la intranquilidad de su hermana.


–Ayer me ascendieron…


–¿De verdad? Eso es genial –dijo él. Aunque dijo esas palabras, la falta de entusiasmo de su voz lo decía todo–. ¡Qué ironía! El mismo día que a mí me amonestan por escrito, a ti te ascienden. ¿Cuál es tu nuevo puesto?


–Se me ha ofrecido un puesto de asistente personal. Por ahora es algo temporal, pero espero que conduzca a cosas mejores en el futuro.


–Genial, Paula. ¿De quién eres asistente personal?


Se puso tensa. A su hermano no le iba a gustar aquel detalle.


Pedro Alfonso.


–Me estás tomando el pelo, ¿verdad? ¿De ese ser insufrible? Él era quien estaba a cargo del comité ayer. No lo has aceptado, ¿verdad? –dijo. Entonces, lo comprendió todo–. Sí lo has aceptado. Así fue como te enteraste de lo que me pasaba a mí.


–Tenía que hacerlo, Facundo. No me dejó opción alguna.


–¿Cómo? ¿Te obligó a aceptar un ascenso? Deberías haberle dicho que se lo metiera por donde le cupiera –replicó Facundo. Hizo un sonido de asco y sacudió la cabeza.


Pedro, te iba a mandar a la policía.


–Pero si te he dicho que yo no he hecho nada.


–Todas las pruebas te señalan a ti, Facundo. A menos que puedas demostrar lo contrario, él sujeta todos los hilos, incluso los míos –suspiró Pau mientras revolvía el cabello de su hermano–. No está tan mal. Tengo un aumento.


Prefirió no contarle el resto de las exigencias del señor Alfonso.


–A pesar de todo, no me gusta. No confío en ese tipo –gruñó Facundo mientras apartaba suavemente la mano de su hermana–. Espero que no hayas accedido a trabajar para él para que yo mantuviera mi trabajo.


Paula no respondió. Entonces, oyó el sonido de exasperación de su hermano.


–Lo has hecho, ¿verdad? ¿Cómo has podido acceder a algo así?


–Aún hay más –afirmó Paula.


–Claro que hay más. Con los hombres como él siempre hay más. ¿De qué se trata? ¿Acaso quiere retomar lo vuestro donde lo dejasteis allí por el mes de febrero? ¿Es eso?


–Algo por el estilo. No se lo puedes decir a nadie, Facundo. Prométeme que no le vas a decir ni una palabra de esto a nadie.


–Sí, claro. Voy a gritar por los tejados que mi hermana se está acostando con su jefe para salvar mi trabajo.


–¡No me estoy acostando con él! ¿Puedo recordarte que tengo que darte a ti las gracias por ponerme en esta situación? Me ha pedido que me haga pasar por su prometida, sólo durante un breve periodo de tiempo mientras que él soluciona un asunto.


–¿Su qué?



sábado, 25 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 14

 


Se sentía como si se estuviera ahogando. Quería creer a Facundo, pero Pedro Alfonso había resultado muy convincente, tanto que ella había accedido a participar en su charada para salvar el trabajo de Facundo.


–Entonces, ¿prefieres creerlo a él que a mí? ¿Es eso? ¿Sigues tan ciega por aquel beso del baile que ni siquiera quieres creer a tu propio hermano?


–Facundo, ese comentario está injustificado –replicó ella, pero no pudo evitar que la traición le sonrojara las mejillas.


Su hermano le había gastado bromas sin piedad sobre el beso del que había sido testigo en el baile, hasta que se había enterado exactamente de quién había sido el hombre que ella había besado. Pedro Alfonso era un hombre al que debía temerse. Nadie sabía cuál sería su recomendación para la ya extinta Industrias Worth y los rumores apuntaban a que el negocio se daría por concluido allí en Vista del Mar.


–No me lo puedo creer –dijo él, mirándola tan fijamente como si le hubieran salido dos cabezas–. Aunque me ha acusado de ser deshonesto, sigues estando loca por él, ¿verdad?


–Esto no tiene nada que ver conmigo –replicó ella tratando de volver al tema de conversación–, sino contigo. Te he hecho una pregunta muy sencilla, Facundo. ¿Lo hiciste tú?


–Ahora no importa lo que yo te diga –susurró él tristemente–. No me vas a creer, ¿verdad? Yo jamás seré lo suficientemente bueno, jamás podré demostrarte de nuevo que soy digno de confianza. No me esperes levantada. Voy a salir.


–Facundo, no te vayas, te lo ruego…


Sin embargo, la única respuesta de su hermano fue el portazo de la puerta principal a sus espaldas. Inmediatamente después, se escuchó el rugido de la motocicleta mientras se marchaba por la calle. Paula se llevó una temblorosa mano a los ojos y se secó las lágrimas que comenzaron a caerle por las mejillas.


Si Facundo era culpable de lo que Alfonso lo había acusado, ella haría todo lo que pudiera para proteger a su hermano, tal y como había hecho siempre. Pero si era inocente, ¿en qué diablos se había metido ella?



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 13

 


Paula aún seguía temblando cuando llegó al lugar en el que estaba aparcado su vehículo. Metió la llave en la cerradura y le dio el acostumbrado meneo antes de abrirla. Entonces, se montó en el vehículo y colocó la llave en el contacto. Desde que le robaron el coche hacía un año, la llave no encajaba bien con la cerradura de la puerta y con el contacto. Había tenido suerte de que, cuando recuperaron el coche a pocos kilómetros de su casa, aún se podía conducir. Uno de los amigos de Jason, que era mecánico, le había hecho las reparaciones necesarias a bajo precio, aunque el coche no había sido el mismo desde entonces. Estaba segura de que algún día la dejaría tirada, pero esperaba que aún quedara mucho para eso.


Descansó la cabeza en el volante. El coche no era lo único que ya no era lo mismo. ¿Cómo podía mirar a Facundo sin preocuparse sobre si volvería a meterse en líos? A pesar de lo que hubiera ordenado Pedro Alfonso, le diría a Facundo la verdad de lo que habían acordado. Por supuesto, siempre que guardara silencio al respecto.


No estaba deseando ver cómo estaría su hermano cuando regresara a casa después de enfrentarse al comité disciplinario, pero sabía que no se alegraría de su «compromiso». Suspiró, se irguió, arrancó el coche y se dirigió a su casa. Podría encontrar allí algunas respuestas o al menos consuelo al estar rodeada de las cosas de sus padres.


La pena la atravesó con un agudo y profundo dolor. Habían pasado diez años del accidente que se había llevado a sus padres y aún le dolía tanto como cuando la policía se había presentado en su casa para darles la noticia. Se preguntó dónde estarían en aquellos momentos si sus padres no hubieran muerto aquel día.


Sacudió la cabeza. No había razón para vivir en el pasado. El presente era lo que importaba. Hacer que todos los días fueran importantes. Cumplir con las obligaciones que había adquirido cuando tomó la decisión de no ir a la universidad y centrarse en criar a Facundo sola. A los dieciocho años, y cuando él tenía catorce, había sido una decisión monumental, una decisión que había cuestionado cada vez que tenía un problema. Sin embargo, los Chaves jamás se habían echado atrás. Se apoyaban unos a otros en lo bueno y en lo malo. Costara lo que costara.


Cuando Facundo llegó a casa, una hora más tarde de lo habitual, Paula estaba de los nervios. El sonido de la llave en la cerradura y el portazo no auguraba que pudieran tener una discusión racional.


–¿Te encuentras bien? –le preguntó cuando él entró en la cocina, donde ella estaba calentando las albóndigas y la salsa boloñesa de la noche anterior.


–Es increíble –respondió él–. Se me ha acusado de robar, pero no lo suficiente como para que me vayan a echar. Estoy sometido a una especie de vigilancia por parte del gran hermano.


–Lo sé –dijo ella tratando de mantener la voz tranquila.


–¿Que lo sabes? ¿Y no se te ocurrió decirme nada? ¿Advertirme en modo alguno?


–No pude hacerlo. Me lo dijeron justo antes de que tú te reunieras con el comité disciplinario.


Alfonso se sacó el teléfono móvil del bolsillo y lo agitó delante de la cara de Paula.


–Me podrías haber enviado un mensaje.


–No tuve oportunidad. En serio. Tienes que creerme. Lo habría hecho si hubiera podido.


Facundo se sentó en uno de los taburetes de la cocina. El viejo asiento de madera crujió a modo de protesta cuando él se reclinó hacia atrás y se mesó el cabello con la mano. Los ojos de Pau se llenaron de lágrimas. En momentos como aquel, Facundo le recordaba a su padre cuando era más joven. Lleno de inteligencia, energía y pasión. Mal encauzados.


Se agachó a su lado.


–Dime, ¿qué te dijeron?


Facundo miró al techo y lanzó una maldición.


–Ya sabes lo que me dijeron. Me acusan de robar dinero, pero no tienen pruebas de que fuera yo. Cualquiera hubiera podido hacer que ese rastro fuera en la dirección de otra persona. Me han tendido una trampa. Yo no haría algo así.


Paula sintió que se le hacía un nudo en el estómago al escuchar la voz de su hermano. Ella lo creía.


–¿Lo hiciste, Facundo? ¿Lo hiciste tú?


Facundo se puso de pie de un salto.


–No me puedo creer que tú me hagas una pregunta así. Te prometí que me mantendría limpio después de la última vez y así ha sido.


–El señor Alfonso me mostró las pruebas, Facundo. Me dijo que todo te señalaba a ti.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 12

 

Pedro casi no podía contener la excitación que se le fue extendiendo por todo el cuerpo. Paula había accedido. Durante unos instantes había creído que ella iba a negarse, que dejaría abandonado a su hermano sin importarle las consecuencias. Debería haberse imaginado que no sería así. Según había averiguado en sus investigaciones, Paula Chaves era una mujer muy leal. Todo el mundo hablaba muy bien de ella. Por mucho que se había esforzado, no había podido desenterrar nada en contra de su escurridiza Dama Española, a excepción de lo que su hermano le había entregado en bandeja de plata.


Y por fin era suya. Completamente suya.


–Me alegra oírlo –dijo él con una sonrisa–. Ahora, creo que será mejor si te marchas a casa. Te daré instrucciones por la mañana.


–¿Instrucciones?


–En lo referente a tus nuevos deberes, por supuesto. No has sido antes asistente personal de nadie, por lo que no espero que te acoples inmediatamente a tu papel. Además, por supuesto, tendremos que hablar también de tus obligaciones añadidas.


Un escalofrío le recorrió el cuerpo a Paula. ¿Repulsión? Pedro lo dudaba por el modo en el que ella había reaccionado durante el breve beso que de hacía unos minutos y por el fuego que se le había reflejado en los ojos cuando él le trazó el labio inferior con el dedo. Con una respuesta tan instintiva, tan sincera, sabía que las próximas semanas serían sin duda tan placenteras como había imaginado desde el momento en el que la vio.


Dio un paso hacia ella y trató de controlar la desilusión que sintió cuando vio que ella se apartaba. Sabía que ella se mostraría esquiva.


¿Qué mujer no lo sería dadas las circunstancias? Sin embargo, la tenía exactamente donde la necesitaba y ella no podía salir huyendo.


–No creo que necesite recordarte que este asunto es completamente confidencial. Por supuesto, habrá preguntas cuando se filtre nuestro compromiso, pero espero que podamos mantenerlas bajo control si nuestras versiones coinciden.


–Facundo y yo vivimos juntos. Al menos a él tengo que decírselo.


–Preferiría que no lo hicieras. Evidentemente, no puedo evitar que los dos habléis de las acusaciones que hay en contra de él, pero cuantas más personas sepan que nuestro compromiso es mentira, más probable será que termine descubriéndose.


–¿Acaso no lo comprendes? Facundo y yo vivimos juntos. No puedo ocultarle la verdad a él.


–Entonces, tendrás que convencerle de que haces esto por amor.


–Créeme si te digo que no tendrá ningún problema con eso. Sabe que lo quiero mucho.


–No. A él, no. A mí.


Paula soltó una carcajada que lo sorprendió. Por muy agradable que era el sonido, la razón distaba mucho de serlo. Pedro se puso a la defensiva.


–¿Tan difícil resulta creerlo? –le espetó él–. ¿No crees que podrás actuar con credibilidad?


–No, no. Me estás malinterpretando. No me conoces o si no jamás me habrías sugerido que podríamos fingir nuestro compromiso. Yo no salgo, no….


Ella dudó un instante.


–¿Decías que… ?


Paula levantó las manos y se señaló a sí misma.


–Bueno, mírame. Yo no soy la clase de mujer con la que tú saldrías en circunstancias normales, ¿verdad? No me muevo en tus círculos. Yo… yo soy yo –concluyó mientras se encogía dramáticamente de hombros.


–¿Quieres ver lo que veo yo cuando te miro, Paula?


Pedro mantuvo la voz muy baja.


–Veo a una mujer que esconde su verdadero yo al mundo entero. Alguien que tiene una profunda belleza interior que encaja perfectamente con la exterior. Alguien que sería capaz de sacrificar su felicidad por la de un ser querido. Veo a una mujer que no se da cuenta de hasta dónde llega su potencial. Y veo a una mujer a la que estoy deseando conocer íntimamente…


El rubor que cubrió la garganta y las mejillas de Paula resultaba tan intrigante como atractivo. ¿De verdad era tan inocente que se sonrojaba por aquella sugerencia? No habría pensando que aquel falso compromiso iba a ser puramente una apariencia, ¿verdad? Tenía que haber algún beneficio… para ambos.


–¿También me vas a obligar a acostarme contigo? –preguntó ella con la voz ligeramente temblorosa.


–No, no –respondió Pedro–. Te aseguro que no voy a obligarte a nada.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 8

 

Pedro respiró profundamente. Aquello tenía que salir bien, por lo que necesitaba elegir muy bien sus palabras.


–Tengo una proposición que podría proteger a tu hermano aquí y asegurarse que no se sepa nada de lo que ha estado haciendo y de evitar que todo quede permanentemente grabado en su expediente, lo que le beneficiaría en el caso de que quisiera marcharse a trabajar a otra empresa.


Pedro vio que los ojos de Paula se llenaban de esperanza y de repente sintió profundamente tener que manipularla así, un sentimiento que aplastó inmediatamente.


–¿De qué se trata? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Estamos dispuestos a lo que sea para proteger el puesto de Pedro aquí.


–No se trata de lo que los dos podáis hacer, aunque ciertamente él tendrá que trabajar más limpiamente a partir de ahora, sino más bien de lo que puedes hacer tú.


–¿Yo? No lo comprendo.


–Tu nombramiento como asistente personal mía tiene dos facetas. Por un lado, necesito a alguien con tus conocimientos y tu experiencia para que sea mi mano derecha mientras esté aquí. Por otro lado –añadió tras una pequeña pausa–, necesito que alguien, tú más concretamente, se haga pasar como mi prometida.


–¿Su qué? –exclamó ella. Se puso de pie inmediatamente con la sorpresa reflejada en sus expresivos rasgos.


–Ya me has oído.


–¿Su prometida? ¿Está loco? Eso es ridículo. Ni siquiera nos conocemos.


–Ah, bueno, yo diría que sí…


Pedro atravesó el despacho inmediatamente y se colocó delante de ella. El ligero perfume que ella llevaba, floral e inocente, completamente opuesto a la sensual criatura que él sabía que vivía bajo aquella mojigata apariencia, flotaba en el ambiente entre ellos. Pedro levantó la mano y trazó lentamente la atractiva línea del labio inferior.


–Deja que te lo recuerde…


No le dio más que un segundo para reaccionar. Recorrió la pequeña distancia que separaba sus labios de los de ella. En el instante en el que tocó su boca, supo que había estado en lo cierto a la hora de tomar aquel camino. Una poderosa excitación se adueñó de él cuando los labios de Paula se abrieron bajo la presión de los suyos. El sabor de la boca de Paula invadió sus sentidos y se adueñó de él. Tuvo que controlarse para no llevarle las manos al cabello y soltárselo de aquel horripilante recogido para poder recorrer su sedosa longitud con los dedos.


La razón salió victoriosa. Apartó los labios de los de ella con una fuerza que lo sorprendió incluso a él.


–¿Ves? Claro que nos conocemos y creo que podríamos resultar… bastante convincentes juntos.


Paula dio unos pasos atrás para alejarse de él. Temblaba de la cabeza a los pies. ¿Deseo? ¿Miedo? Tal vez una combinación de ambos.


–No. No lo haré. Está mal –afirmó ella sacudiendo la cabeza con vehemencia.


–En ese caso, no me dejas elección.


–¿Elección? ¿Para qué?


–Para asegurarme de que se recomiende que se presenten cargos formalmente contra tu hermano.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 7

 

Un hecho que Pedro conocía demasiado bien. Era exactamente lo que lo había colocado a él en aquella situación con Paula Chaves. En vez de tomarse su tiempo en perseguirla y cazarla para que las cosas llegaran a su conclusión natural, los deseos de su padre le estaban obligando a acelerar un poco las cosas. Si Pedro no mostraba inclinación alguna de sentar pronto la cabeza, su padre vendería la granja de ovejas que la familia tenía en Nueva Zelanda en vez de cedérsela a Pedro, tal y como se supone que debería haber hecho un año atrás, cuando Pedro cumplió los treinta años.


Cada uno de los Alfonso había recibido una importante cantidad de dinero al cumplir los treinta años, pero Pedro había dicho que, en vez de dinero, él prefería la granja. Su padre había estado de acuerdo, pero dicha concesión parecía verse acompañada de una serie de condiciones que Pedro no estaba dispuesto a asumir. Al menos, no de verdad.


No era que quisiera o necesitara la tierra. Dios sabía que tenía muy poco tiempo de viajar a su país natal, pero la granja era una parte vital de la familia y no podría soportar ver cómo se dividía en pequeñas parcelas o, peor aun, contemplar cómo caía en manos de una multinacional extranjera. Sólo pensar que su padre pudiera deshacerse tan fácilmente de algo que formaba una parte tan fundamental de sus vidas no le hacía ninguna gracia. El hecho de que Alberto Alfonso estuviera utilizando la granja como moneda de cambio demostraba lo decidido que estaba de ver cómo su hijo menor sentaba la cabeza.


Además, por encima de todo lo demás, lo que le escocía era saber que su padre se sentía profundamente desilusionado con él. Eso y el hecho de que sus padres y sus hermanos no parecían comprender que, aunque el amor y el matrimonio eran fundamentales para ellos, no lo eran para él. Ni en aquellos momentos ni tal vez nunca.


–Tal vez la sangre sea más espesa que el agua, pero no voy a aceptar algo así. Facundo no puede estar detrás de este asunto. Además, él ocupa un puesto de muy poca responsabilidad en el departamento de Contabilidad y no tendría acceso suficiente para poder hacer algo así.


Pedro tenía que admirar la lealtad que demostraba para su hermano. Sus pesquisas lo habían llevado a averiguar que Facundo no tenía un pasado muy limpio desde su adolescencia. A pesar de que los registros habían sido sellados por los tribunales por la edad que tenía el muchacho en aquellos momentos, el dinero era una manera muy conveniente de conseguir la verdad. La mala costumbre que Facundo Chaves tenía de realizar pequeños robos en su adolescencia podría haberse hecho más ambiciosa a lo largo de los años hasta convertirse en algo más. Sin embargo, a pesar de todo, Paula seguía creyendo que él no tenía nada que ver. A Pedro no le gustaba hacer pedazos sus ilusiones, pero era la verdad, estaba allí, en aquel informe. Los números no mentían.


–Pero tú sí, ¿verdad?


–Para esta clase de cosas no y, aunque así fuera, yo jamás compartiría esa información con nadie. Ni siquiera con mi hermano.


Paula estaba tan indignada que Pedro sintió la tentación de decirle que la creía, pero cualquier paso atrás por su parte podría quitarle la fuerza que necesitaba en aquellos momentos.


–Me alegra mucho oír eso, pero eso no quita nada del hecho de que tu hermano está implicado sin duda alguna. Sin embargo, existe una posibilidad de evitar que se le acuse de esto.


–¿Una posibilidad? ¿Qué posibilidad?




viernes, 24 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 6

 

Paula aceptó el archivador y lo abrió. Pedro vio cómo ella arrugaba la frente mientras se concentraba en el informe. Apoyó la cadera sobre el escritorio y la observó. ¿Le dedicaba a todo lo que había en su vida aquella intensa concentración? Aquella posibilidad resultaba intrigante y atrayente a la vez y ocupaba sus pensamientos mientras ella pasaba metódicamente las páginas.


Debía de tener buena cabeza para las cifras porque cerró el archivador unos diez minutos después y lo miró a los ojos.


–Parece que las cifras no encajan. El margen de error no es grande, pero sí consistente.


Aquella rápida deducción llenó a Pedrode satisfacción. Bajo aquel horrible atuendo, no sólo era hermosa sino también muy inteligente. Ese conocimiento le hacía desear más aún lo que había programado.


–Bien –replicó Pedro mientras le quitaba el archivador–. Creo que vamos a trabajar muy bien juntos. Dime, ¿qué recomendarías tú si hubieras descubierto esa anomalía?


–Bueno, probablemente habría recomendado una auditoria más profunda de los libros para ver durante cuánto tiempo lleva produciéndose esto. A continuación, tal vez trataría de ver quién ha estado implicado en las cuentas y quién tiene acceso a los fondos.


Pedro asintió.


–Eso es exactamente lo que hemos hecho en este caso.


–Entonces, ¿estamos hablando de una investigación en curso?


–Está más o menos todo solucionado, con la excepción de un par de cosas.


–Me alegra saberlo –dijo Paula–. Resultaba demasiado fácil para la gente sentirse tentado hoy en día. Con demasiada frecuencia, un poco de responsabilidad pone a una persona en una posición en la que creen que tienen derecho a algo que no es suyo.


–Sí. Bueno, en este caso, estamos seguros de que tenemos al culpable. Se enfrentará con un comité disciplinario esta tarde.


–¿Comité disciplinario? ¿Lo vas a despedir?


–Aún se tiene que decidir si lo despedimos o no. Y este asunto me lleva de nuevo a ti.


–¿A mí? ¿En qué sentido?


Su rostro reflejó una profunda confusión. Durante un instante, Pedro casi sintió pena por ella. Sabía que lo que tenía que decir a continuación seguramente le haría mucho daño.


–¿Conoces bien los hábitos de trabajo de tu hermano?


–¿De Facundo? ¿Por qué?


Pau comenzó a comprender poco a poco y palideció. Si no hubiera estado ya sentada, sin duda habría tenido que hacerlo en aquel instante.


–¿Facundo es la persona a la que estás investigando?


–Así es –respondió Pedro mirándola fijamente al rostro–. ¿Qué es lo que sabes de lo que ha estado haciendo últimamente?


–¡Nada! ¡No! ¡Él no sería capaz de hacer algo así! Adora su trabajo. No es capaz de hacer algo así.


–¿Significa eso que tú no has tenido nada que ver con esto?


–¿Yo? ¡No, por supuesto que no! ¿Cómo puede usted pensar algo así?


Pedro se encogió de hombros.


–Cosas más raras han ocurrido y ya sabes lo que se dice. «La sangre es más espesa que el agua».


MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 5

 


–Háblame de tu trabajo aquí. Por tu expediente, he visto que pasaste algún tiempo en la fábrica antes de empezar a trabajar en las oficinas.


–Sí –respondió ella. Aquellos labios que fingían ser castos se fruncían ligeramente mientras parecía elegir cuidadosamente lo que iba a decir a continuación–. Empecé en la fábrica, pero los turnos me dificultaban mucho poder estar con mi hermano antes y después del colegio. Pedí el traslado a Administración y aprendí lo que sé por haber empezado desde los trabajos más básicos.


–¿Poder estar con tu hermano?


Una nube pareció oscurecerle la mirada de aquellos ojos castaños. Se tomó su tiempo en responder.


–Sí, así es. Nuestros padres murieron cuando yo tenía dieciocho años y, durante los dos primeros años, salimos adelante con un pequeño seguro de vida que mi padre nos dejó. Por supuesto, ese dinero no podría mantenernos para siempre y Facundo aún estaba estudiando, por lo que yo tuve que encontrar un trabajo. Industrias Worth era más o menos el único lugar que contrataba en aquellos momentos.


Nada de todo aquello era nuevo para él, pero le gustaba saber que sus fuentes habían sido exactas a la hora de encontrar la información.


–No pudo haber sido fácil para ti.


–No lo fue.


De nuevo, una respuesta cuidadosa. Había respondido, pero sin dar detalles. Evidentemente, a la señorita Chaves le gustaba mantener bien ocultas sus cartas contra el pecho… y qué pecho. Ni siquiera el poco favorecedor corte del traje podía ocultar las rotundas curvas de su cuerpo. Para alguien que parecía querer ocultar sus atributos, mantenía una postura perfecta. Era ésta la que confirmaba que su primera impresión sobre ella no había estado en absoluto equivocada. Paula Chaves era una mujer de la cabeza a los pies, con la clase de silueta que habría aparecido pintada en el morro de todos los bombarderos de la historia de la aviación.


Pedro llevó de nuevo sus pensamientos al asunto que tenía entre manos.


–Veo que llevas cinco años ya en Administración –dijo.


–Sí. Me gustan los números –comentó ella con una sonrisa–. Tienden a tener más sentido que otras cosas.


Él le devolvió la sonrisa. Pensaba exactamente lo mismo. Su hermano mayor, Mauro, trabajaba en Recursos Humanos en Nueva York. Los problemas con los que Mauro se enfrentaba todos los días le encogían a Pedro el corazón.


–La mayor parte de lo que vas a hacer conmigo será diferente a los informes y tareas habituales que has estado haciendo aquí.


–Me gustan los desafíos –respondió Paula.


–Me alegra oírlo. Bien, empecemos con algo en lo que he estado trabajando –dijo él. Tomó la única carpeta que había sobre la mesa–. Échale un vistazo y dime cuáles son tus primeras impresiones.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 4

 

En su despacho temporal, Pedro miró a la mujer a la que había requerido específicamente. Resultaba casi imposible creer que detrás de aquellas gafas de pasta oscura algo pasadas de moda y de aquel traje tan poco atractivo estuviera la sirena que había turbado sus sueños desde el baile de máscaras. Sin embargo, no había duda de que era ella. A pesar de que llevara el largo cabello negro bien apartado del rostro, recogido de una manera tan apretada que bastaba para darle dolor de cabeza, no se podía negar que la delicada mandíbula y la recta y fina nariz eran las de su Dama Española.


Sintió que se le hacía un nudo en el estómago al pensarlo. Había esperado mucho tiempo para revivir aquel beso. Localizarla no le había resultado fácil, pero la tenacidad había sido siempre una de sus virtudes. Ese rasgo de su personalidad lo había acompañado a lo largo de los años y le había dado la capacidad de tener éxito donde los otros fallaban. Y él tendría éxito con la encantadora señorita Chaves. De eso no le cabía la menor duda.


Se había escapado de él la noche del baile, pero no antes de atraerlo de un modo que no había conseguido ninguna otra mujer. Jamás. Él no era la clase de hombre al que se le negaba nada bajo ninguna circunstancia, y mucho menos cuando la reacción que él había tenido había sido un fiel reflejo de la del objeto de sus atenciones.


Y allí estaba. Pedro parpadeó. Resultaba muy difícil creer que las dos eran la misma mujer. Se mostraba inquieta en su silla, lo que le recordó que dependía de él hacer algo sobre el silencio que se extendía entre ellos.





jueves, 23 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 3

 

¿Trabajar en otro lugar? Paula se temía que si le decía la verdad, Pedro Alfonso se reiría de ella. Desde que era una niña tenía un mapa del mundo clavado en la pared de su dormitorio. Sobre él, clavaba un alfiler rojo en cada ciudad o país que quería visitar. Por el momento, se contentaba con libros de viaje y DVD, pero un día llevaría a cabo sus sueños.


Paula Chaves estaba esperando una respuesta, pero, una vez más, ella había dejado que su pensamiento la apartara de la situación en la que se encontraba.


–En estos momentos, viajar no es una de mis prioridades –dijo ella firmemente.


Él le dedicó otra de aquellas sonrisas, un gesto que Paula sintió que la atravesaba por completo. Sería capaz de viajar a los confines del mundo con él.


–Podrías tener que viajar por el hecho de trabajar conmigo. ¿Crees que eso será un problema?


–No, no. En absoluto. No tengo a nadie que dependa de mí.


A pesar de que aquella afirmación era técnicamente cierta, Facundo y ella compartían la casa familiar y resultaba muy difícil romper las costumbres de diez años. Además, ella aún sentía una profunda responsabilidad hacia su hermano pequeño. Él lo había pasado muy mal cuando sus padres murieron. Convertirse en su guía había sido una reacción innata para ella, aunque sabía que, en ocasiones, su hermano se sentía molesto porque ella se interesara tanto por su paradero y sus amigos.


–Me alegra oírlo –replicó él mientras se metía las manos en los bolsillos y se apartaba del escritorio para dirigirse a uno de los enormes ventanales–. Dijiste que te sorprendió que te nombraran para este puesto. ¿Por qué?


–Bueno –respondió ella mientras se mordía el labio un instante–. Tal y como usted dijo, llevo aquí bastante tiempo. Supongo que pensé que nadie me vería capaz de ascender a un puesto como este. Eso no quiere decir que yo no me considere capaz, porque nada podría estar más lejos de la realidad. He trabajado en varios departamentos de esta empresa y creo que mi experiencia me convierte en una empleada valiosa para cualquiera de los ejecutivos.


Él se echó a reír.


–A mí no me tienes que convencer, Paula. Ya tienes el puesto.


Ella sintió que se sonrojaba. Trató de mantenerse tranquila y centrada a pesar del hecho de que él la había llamado Paula. Nadie la había llamado así. Desde que era una niña, todos la llamaban Pau, y a ella no le había importado. Sin embargo, escuchar su nombre completo de los labios de Pedro Alfonso hacía que sonara especial, en particular por el modo en el que él lo pronunciaba. Sí. Como ayudante personal del director financiero de Empresas Cameron, la llamarían Paula. Repasó las sílabas en su pensamiento y sonrió.


–Gracias. Ya lo sé. Sólo quiero que usted sepa que no se arrepentirá de haberme elegido a mí.


–No, no. Ya sé que no me voy a arrepentir –replicó él.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 2

 

El comportamiento de Paula aquella noche no había sido en absoluto propio de ella. Ni en un millón de años hubiera creído que era capaz de sentir en tan poco tiempo tanto por un hombre al que no había visto hasta aquella noche. Al recordar, sintió que una oleada de calor le recorría el cuerpo, una oleada que se detuvo en seco cuando se dio cuenta de que él esperaba respuesta a algo que, evidentemente, le había dicho.


Paula se aclaró la garganta con nerviosismo y fijó la mirada en un punto más allá de la cabeza de él.


–Lo siento, ¿me lo podría repetir, por favor?


Él sonrió suavemente, prácticamente sin mover los labios, lo que hizo que la temperatura externa del cuerpo de Paula subiera otro grado. Aquello era una locura. ¿Cómo iba a poder trabajar para él cuando ni siquiera podía pensar cuando estaba en su presencia? Si no era capaz de cumplir con sus funciones, la echarían en menos de un abrir y cerrar de ojos. Él tenía fama de ser un jefe muy duro. A eso, Paula podía enfrentarse. Estaba segura de que él no había llegado hasta donde estaba a la edad de treinta y un años sin ese rasgo en su carácter. Las personas centradas no la intimidaban. Al contrario, las admiraba. Sin embargo, en el caso de su jefe tenía que admitir que tal vez lo admiraba demasiado.


–¿Estás nerviosa?


–No, no exactamente. Tal vez algo sorprendida por mi nombramiento. Aunque no me queje.


–Simplemente estaba refiriéndome a los años que llevas trabajando para Industrias Worth. ¿Qué edad tienes? ¿Veintiocho más o menos y ya llevas trabajando ocho años para Worth?


Incluso su voz era una distracción. Masculina y profunda, con una textura que le provocaba un ligero escalofrío de anhelo por la espalda. Y su acento. Mitad neoyorquino mitad neozelandés. La combinación y las inflexiones del tono de su voz le provocaban alocadas sensaciones en lo más profundo de su ser.


–Sí, toda mi familia ha trabajado o trabaja para Worth.


–Ah, sí. Tu hermano. Facundo, ¿verdad?


–Sí. Y mis padres también trabajaron aquí antes de morir. Los dos estaban en la fábrica.


–Lo que estás demostrando es una gran lealtad.


Pau se encogió de hombros.


–En realidad no, en especial cuando Industrias Worth, es decir, Empresas Cameron, es la empresa más importante de Vista del Mar.


Aquel ascenso para convertirse en la asistente personal del señor Alfonso, aunque fuera algo temporal, dado que él sólo estaría en Vista del Mar un tiempo, hasta que completara los estudios de viabilidad financiera de la empresa, era muy inesperado, pero el aumento de sueldo sería muy bien recibido. Pagar los gastos de la educación universitaria de su hermano era un gasto constante para Facundo y para ella, un gasto del que estaban deseando deshacerse. A pesar de que Facundo llevara trabajando allí dos años y contribuyendo así a los gastos mensuales, que incluían los pagos de la pequeña casita que había sido su hogar desde la infancia, el crédito del colegio era una carga muy pesada sobre sus espaldas. Tal vez pronto, gracias al ascenso de Paula, se podrían permitir algunos lujos. Dentro de un límite, por supuesto.


–¿Has querido alguna vez trabajar en otro lugar por motivos de trabajo? –le preguntó él mientras se inclinaba sobre el escritorio.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 1

 

Era tan increíblemente guapo como la primera vez que lo vio. Y aquellos labios…


Paula Chaves entró en el despacho de Pedro Alfonso y no pudo apartar la mirada de la boca de su nuevo jefe mientras él se presentaba como el nuevo director financiero de Empresas Cameron, la empresa que había adquirido Industrias Worth. Había oído que era de Nueva Zelanda y se preguntó si ese hecho era lo que le proporcionaba aquella manera de hablar fría, sin emociones. Dios, ya estaba de nuevo fijándose en la boca. No era de extrañar. Aquella misma boca había reclamado la de ella en un beso que había abrasado sus sentidos y la había llenado de gozo tan sólo hacía seis semanas.


Paula recordaba incluso en aquellos momentos la presión de los labios contra los suyos, el modo en el que la sangre se le había caldeado y le había corrido por las venas. Había sido la sensación más excitante y embriagadora que había experimentado nunca. Había ansiado más en el pasado y ansiaba más en el presente, pero los hombres como Pedro Alfonso quedaban fuera del alcance de una chica como ella, en especial un hombre que probablemente pagaba más por un simple corte de pelo de lo que ella gastaba en peluquería en un año entero. En realidad, no parecía presumido. De hecho, distaba mucho de aparentarlo. Con un aire casual de elegancia de un hombre que probablemente no se pensaba dos veces lo que costaban las cosas, no tenía que hacerlo. Seguramente tampoco pensaba en el precio del traje hecho a medida que tan perfectamente encajaba en la hechura de sus hombros. En aquellos momentos llevaba la chaqueta abierta, lo que mostraba su liso abdomen y estrechas caderas. Incluso con los zapatos de tacón que llevaba puestos y que la hacían alcanzar un metro setenta y cinco, él era aún unos doce centímetros más alto que ella.


Cuando el señor Alfonso la invitó a tomar asiento, ella murmuró y asintió. Necesitaba centrarse y lo sabía, pero le resultaba imposible hacerlo. Todas las células de su cuerpo estaban en estado de alerta. ¿La reconocería a pesar de la elaborada máscara que ella había llevado puesta? Ciertamente, ella sí lo había reconocido a él, aunque aquella noche no había sabido quién era hasta después del beso.


En el momento en el que él había llegado al baile del día de San Valentín de la empresa, su presencia había sido algo casi tangible para ella. Había accedido a la sala en solitario y se había detenido durante un instante en la puerta, su cuerpo ceñido por un traje negro mientras que la capa aleteaba suavemente a su alrededor. Los ojos de Paula se habían visto inmediatamente atraídos por él. El disfraz del Zorro que él llevaba encajaba perfectamente con el de Dama Española con el que ella iba ataviada. No había tardado mucho en encontrarla y tomarla entre sus brazos para llevarla a la pista de baile. Habían estado bailando juntos hasta la medianoche. Entonces, él la había besado justo cuando empezaba la cuenta atrás para la retirada de caretas. En el momento en el que alguien lo llamó por su nombre y él interrumpió el beso, Paula se dio cuenta de quién era él exactamente.


MENTIRAS DE AMOR: SINOPSIS

 


¿Quieres fingir ser mi prometida? 


Pedro Alfonso, el nuevo jefe de Paula Chaves, le había ofrecido hacerse pasar por su futura esposa. Así, el magnate conservaría una granja que llevaba varias generaciones en la familia y Paula podría proteger a su hermano. Sin embargo, ¿qué ocurriría si Paula reconocía los sentimientos que tenía hacia su fingido prometido? Paula era justo lo que él necesitaba para completar su plan: una mujer soltera, sexy... y a su merced. Solo debía mantener la relación en un terreno estrictamente profesional, algo que estaba resultando ser más difícil de lo que había esperado...



miércoles, 22 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO FINAL

 

Abrazándose a él con fuerza, le dio cabida en su interior al tiempo que lo besaba.


–Te amo, te amo, te amo –susurró.


Pedro dejó entonces que su cuerpo hablara, asiéndola con fuerza, meciéndose en su interior más y más profundamente. La felicidad que su total entrega le produjo la arrastró hacia la cima, con un estallido de luz blanca tras la que llegó la oscuridad.


Entrelazados, se quedaron adormecidos hasta que Paula se movió porque su mente no dejaba que su cuerpo llegara a dormirse completamente.


–¿De verdad que has comprado el bar?


–Sí.


–Porque crees en mí.


Daniel abrió los ojos con expresión alerta.


–No te habría dado el trabajo si no hubiera confiado en ti.


–Pensaba que me lo habías dado porque me encontrabas irresistible.


–Ya te dije que no eras mi tipo.


–Tú tampoco el mío.


Pedro retorció un pezón de Paula entre sus dedos.


–Lo sé.


A Paula se le pasó otra idea absurda por la cabeza.


–¿Vamos a celebrar la boda en el bar?


–Ni hablar. Si lo hacemos, Camilo romperá todos los vasos.


Paula rió.


–¿La bañera de fuera es bastante grande para dos?


–Eso me ha dicho el dueño.


–Quizá debiéramos probarla.


Pedro le tomó la mano y tiró de ella para que se levantara.


–Querida, por fin estamos de acuerdo en algo.