viernes, 24 de septiembre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 4

 

En su despacho temporal, Pedro miró a la mujer a la que había requerido específicamente. Resultaba casi imposible creer que detrás de aquellas gafas de pasta oscura algo pasadas de moda y de aquel traje tan poco atractivo estuviera la sirena que había turbado sus sueños desde el baile de máscaras. Sin embargo, no había duda de que era ella. A pesar de que llevara el largo cabello negro bien apartado del rostro, recogido de una manera tan apretada que bastaba para darle dolor de cabeza, no se podía negar que la delicada mandíbula y la recta y fina nariz eran las de su Dama Española.


Sintió que se le hacía un nudo en el estómago al pensarlo. Había esperado mucho tiempo para revivir aquel beso. Localizarla no le había resultado fácil, pero la tenacidad había sido siempre una de sus virtudes. Ese rasgo de su personalidad lo había acompañado a lo largo de los años y le había dado la capacidad de tener éxito donde los otros fallaban. Y él tendría éxito con la encantadora señorita Chaves. De eso no le cabía la menor duda.


Se había escapado de él la noche del baile, pero no antes de atraerlo de un modo que no había conseguido ninguna otra mujer. Jamás. Él no era la clase de hombre al que se le negaba nada bajo ninguna circunstancia, y mucho menos cuando la reacción que él había tenido había sido un fiel reflejo de la del objeto de sus atenciones.


Y allí estaba. Pedro parpadeó. Resultaba muy difícil creer que las dos eran la misma mujer. Se mostraba inquieta en su silla, lo que le recordó que dependía de él hacer algo sobre el silencio que se extendía entre ellos.





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