martes, 31 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 64

 

Sin un ápice de entusiasmo, Pau contempló su reflejo en el espejo que había en la parte interior de la puerta de su dormitorio.


Su hermana había tenido razón la noche anterior cuando ella le había abierto el corazón.


—Como no eres rica, lo primero que necesitas es otro trabajo —había afirmado Emilia—. Después de que hayas encontrado algo, entonces podrás sentarte a especular sobre Pedro, antes no.


Agradeció el pragmatismo de su hermana y supo que tenía razón.


Todo el día había esperado que Pedro llamara, aunque sólo fuera para hacer una pregunta sobre el trabajo, pero el teléfono no había sonado. Esa mañana, después de estudiar su exiguo saldo bancario, había hecho algunas llamadas.


La empresa de contabilidad para la que había trabajado no necesitaba a nadie, ni sus otros tres antiguos jefes. Eso la dejaba con dos opciones, ir a ver a Gastón Clifton o salir a la calle armada con su curriculum.


Ya había llamado para cerciorarse de que se encontraba en su despacho. Se enroscó otra cinta brillante alrededor de la coleta, dejando que los extremos colgaran, y luego giró la cabeza para estudiar el efecto. Incluso vestida con un sencillo jersey negro y unos ceñidos pantalones elásticos del mismo color, en vez del atuendo sexy y el maquillaje intenso que había usado en el pasado, se veía bastante bien. Además, lo que importaba era su experiencia detrás de una barra, no parecer un bombón.


Acercándose al espejo, añadió unos pendientes grandes en forma de aro y se aplicó un lápiz de labios brillante. Le lanzó un beso a su reflejo. Si la imagen lo era todo, se veía lo bastante bien como para pasar la inspección.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 63

 

A las nueve de la mañana siguiente, Pedro tuvo que enfrentarse al hecho de que había subestimado seriamente a Paula Chaves. Al parecer había hablado muy en serio cuando le dijo que dimitía.


Unos minutos antes, le había gritado a Nina al ofrecerse ésta a llamar a Pau para averiguar si se hallaba bien. En ese momento no le quedaba más alternativa que admitir la verdad y pedirle que llamara a la agencia de trabajo temporal para solicitar que enviaran a alguien de inmediato. Antes de volver a enfrentarse a Nina, miró en el escritorio de Pau y encontró la tarjeta del fotógrafo. Entonces lo llamó por teléfono.


Como tuviera que explicarle a otro empleado disfrazado que había olvidado qué día era, gritaría.


—Simplemente, envíeme la factura por su tiempo —le dijo a la secretaria del fotógrafo después de cancelar la sesión—. Quizá podamos programar algo para el futuro, pero ya se lo comunicaré.


En ese momento, sacar fotos de una maquinaria agrícola parecía insignificante comparado con todo lo que estaba sucediendo. Después de cortar, alzó la vista y vio a Nina en el umbral de su oficina con los brazos cruzados sobre su disfraz de bailarina del vientre para Halloween.


—¿Qué está pasando? —demandó.


Resignado, le indicó que pasara.


—Cierra la puerta, Nina.


—¿Le ha pasado algo a Paula? —inquirió Nina al sentarse frente a él y redistribuir las faldas de colores con campanillas. Hacía demasiado tiempo que conocía a Pedro como para andarse con rodeos.


Él se pasó la mano por la cara. Varias tazas de café no habían terminado de compensar una noche de insomnio. Sentía la mente como pegamento espeso.


—Supongo que se podría decir que sí —repuso—. Anoche vino a cenar a mi casa.


—Ah —confirmó Nina con expresión perspicaz—. Así que yo tenía razón.


—Si has adivinado que estoy loco por ella, estarías en lo cierto —replicó—. Para lo que me ha servido.


—¿Y a qué viene la autocompasión? —quiso saber ella—. No es típico en ti.


—Tuvimos una discusión. Ella quiso dejarlo, yo la puse a prueba y lo dejó.


—¿Dejó su trabajo? —insistió Nina.


—Sí. Su trabajo, a mí, todo —no podía creer que estuviera manteniendo esa conversación con una mujer vestida como Salomé, pero sabía que podía confiar en Nina para que mantuviera la boca cerrada. Podía ser dolorosamente directa con él, pero también era extremadamente leal.


—¿Qué hiciste? —quiso saber.


La presuposición de Nina de que debía de ser culpa suya lo habría irritado de no haber tenido un estado de ánimo tan sombrío.


—Le conté la verdad —respondió—. Ese fue mi primer error —le ofreció la versión censurada desde el comienzo, cuando había tratado de hablar con Paula en el bar sin llegar a ninguna parte. Cuando terminó de describir la discusión mantenida en su casa, Nina ya movía la cabeza.


—Lo que no logró entender es cómo los hombres han podido dirigir el mundo durante miles de años sin aniquilar a toda la especie humana. ¿Cómo podéis ser todos tan torpes?


—Supongo que se trata de una pregunta retórica —indicó él con igual sarcasmo—. ¿En qué puede ayudar insultar a mis ancestros?


Ella se puso de pie y fue hacia la puerta y regresó.


—Eres un hombre lo bastante inteligente como para dirigir esta empresa, pero no tienes ni idea cuando se trata de entender a una mujer que afirmas amar.


—¡La amo! —protestó—. Pero, no, no sé cómo funciona su mente.


Debió de parecer tan perdido y confuso como se sentía, porque Nina dejó de caminar y volvió a sentarse.


Pedro, cariño, ponte en su lugar. Piensa en cómo te sentirías tú si ella te confesara que en un principio se había sentido atraída por ti porque eres rico y triunfador, aunque no supiera nada más de ti —calló para dejar que sus palabras surtieran efecto.


Él asintió con impaciencia.


—Continúa.


—Ahora intenta centrar tu pequeña mente de varón en la idea de ser una chica bonita con un buen cerebro —lo señaló con un dedo como una maestra—. Sólo que a nadie le importa si eres lista. Lo que cuenta es tu aspecto —enarcó las cejas—. ¿Me sigues hasta ahora?


—Si —Pedro veía hacia donde se dirigía.


—Entonces aparece el príncipe —continuo ella—. Parece darse cuenta que eres una mujer inteligente. Que tienes otras cualidades aparte de un cabello lustroso y unas piernas largas. Es tu cerebro el que lo fascina y todo es color de rosa en el reino.


Pedro empezaba a sentirse enfermo.


—Pero luego admite que es como los demás —continuó él—. Le encanta tu cara bonita, pero poco puede importarle que seas dulce, inteligente y divertida…


—Creo que has captado el cuadro —Nina volvió a ponerse de pie—. Ya he terminado mi trabajo aquí —fue hacia la puerta y la abrió—. El siguiente paso es tuyo.


—No es tan sencillo —musitó ante la puerta que ella acababa de cerrar. Solo empezaba a percibir lo mucho que había herido a Pau con su egoísmo.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 62

 

Después de permanecer bajo la ducha hasta haber dejado de temblar, se secó y se puso un pijama de franela, su bata más vieja y las zapatillas forradas. Se preparó una taza de té, sacó una galleta del bote pintado con una abeja, y pensó en llamar a Emilia.


Su hermana mayor siempre había sido como una segunda madre para ella. Emilia no sólo le diría lo que quería oír, como podría hacer Karen, sino que no se andaría con medias tintas y ella necesitaba saber si estaba totalmente confundida o si tenía razón en sentirse furiosa con Pedro.


Por supuesto, lo primero que haría sería soltarle un discurso por haber dejado un trabajo más, probablemente el mejor que había tenido jamás, y luego la reprendería por enamorarse de Pedro tan rápidamente. Emilia pensaba que había cambiado de trabajo demasiadas veces y no se había molestado en ocultar la opinión que le había merecido su compromiso con Damián.


Hizo una mueca al recordar la reacción de Emilia. Quizá lo mejor era no llamarla. Añadió miel al té y lo removió mientras rumiaba sus ideas.


Sin importar si su hermana se mostraba exasperada con ella, necesitaba desesperadamente hablar con alguien que la conociera, con defectos y todo. Aunque parecía que hacía días que había ido a la casa de Pedro, tan llena de jubilosa expectación, tal vez aún fuera temprano para llamar a Emilia. Y aunque la despertara, no se quejaría. Era una de las pocas personas a las que le encantaba que la necesitaran, y ella la necesitaba en ese momento.




lunes, 30 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 61

 


Cuando Paula llegó a la cabaña, el dolor en su pecho no se había mitigado, aunque a él se había sumado una sensación de pánico.


No sólo había dejado al hombre al que amaba, sino que le había arrojado a la cara su trabajo… el mismo trabajo que necesitaba para pagar sus facturas. ¿En qué había estado pensando?


Apoyó la frente contra el volante, escuchando el batir de la lluvia sobre el techo del jeep. Luego, sintiéndose como si hubiera recibido una paliza, recogió el bolso y el abrigo, respiró hondo y subió a la carrera los escalones.


Mojada y con frío, abrió la puerta y entró. Los dientes le castañeteaban. Necesitaba una ducha y una taza caliente de té. Luego debería sentarse y pensar qué iba a hacer.


Una cosa era segura… quedaba descartado pedirle a Pedro que le devolviera el puesto de trabajo.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 60

 

—Vuelve —musitó Pedro, deseando que las luces de freno continuaran, que ella cambiara de parecer. Pero vio cómo el jeep desaparecía en la noche lluviosa—. Maldita sea, vuelve y deja que te lo explique.


Volvió a la sala de estar, se sentó delante del fuego y vacío la copa de vino. Pensó en tirarla a la chimenea para reducir su frustración, pero se contuvo, ya que el juego de copas había sido un regalo de Gaston.


Clavo la vista en la copa a medio llenar de Pau. Se encogió de hombros y la tomo entre los dedos. Al ver la mancha de carmín en el borde, puso los labios donde habían estado sus labios y bebió.


Al levantarse noto el papel que ella había dejado. Había estado tan entusiasmada con el proyecto, que no podía creer que no se presentara a la sesión por la mañana, una vez que hubiera tenido la oportunidad de calmarse.


Jamás debería haberla empujado como lo había hecho, nunca debería haber admitido el motivo principal que había tenido para contratarla. Diablos ¿es que no le había dicho el trabajo estupendo que estaba haciendo?


Pensó que se sentiría satisfecha, incluso alagada. Pero había estallado como los fuegos de artificio que le recordaba. Las chispas habían volado en todas direcciones el drama había abundado. Hasta sospechaba que derramaría alguna lágrima de camino a casa.


¿Por qué tenía que irritarse de esa manera, culpándolo de algo que él no podía controlar, cuando se había enamorado tanto de ella como para crearle un puesto en la empresa? ¡La mayoría de las mujeres se sentirían halagadas! Era una pena que Paula Chaves no fuera como la mayoría de las mujeres.


Al parecer, la mujer que su hermano le había dicho que quería casarse por encima de todo, no quería casarse con él. O tener algo más que ver con él




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 59

 

La explicación de Pedro hizo que su corazón se convirtiera en un bloque de hielo.


—No te enfades —instó él al verla experimentar un escalofrío—. Como ya te he dicho, todo ha salido realmente bien. Estás haciendo un gran trabajo —le soltó la mano para poder acariciarle la mejilla—. Lo importante es cómo nos sentimos —añadió—. ¿Verdad?


Pau lo miró fijamente. ¿Qué importaba por qué se había sentido atraído por ella la primera vez? En ese momento, Pedro sabía que era más que una cara bonita. Los hombres eran criaturas visuales. No era culpa suya; la culpa recaía en los siglos de evolución. En la revista Playboy, en la MTV y no estaba segura de qué cosas más.


—Tienes razón —respondió, obligándose a sonreír—. Me complace mucho que llegáramos a conocernos.


Él suspiró.


—Vaya. Desde luego que me alegra que hayamos dejado este tema atrás. Quizá algún día se convierta en una historia graciosa sobre cómo nos conocimos.


—Y cómo empecé en Alfonso International —agregó ella—. Tal vez cuando sea vicepresidenta de la empresa.


Él rió, aunque ella no bromeaba precisamente. «Es posible, ¿verdad?», pensó. Si trabajaba duro y aprendía todo lo que podía del negocio.


—Créeme, en unos años apenas recordarás que has trabajado aquí —Pedro tomó las copas de vino y le entregó la suya a Pau—. Brindemos por el futuro.


Aturdida, ella sostuvo su copa.


—Creía que íbamos a ser un equipo, a trabajar juntos.


—Desde luego, ésa es una manera de decirlo —sonriendo con calor, Pedro entrechocó las copas—. Por nosotros —dijo—. Compañeros de equipo.


La realidad penetró en ella.


Él no le había ofrecido una carrera de negocios, porque nunca había creído que fuera lo bastante inteligente como para llevarla.


—No en Alfonso International —indicó Pau en voz alta y apagada, tanto como se sentía por dentro, una vez evaporado el alborozo.


Él en realidad no la conocía, y lo que era peor, no quería conocerla, porque sólo veía lo que quería ver.


Un envoltorio bonito sin nada de valor por dentro.


—¿Qué? —preguntó él, sinceramente desconcertado—. No te has imaginado pasando el resto de tu vida trabajando en Alfonso International como mi asistente, ¿verdad?


—Algo parecido —Pau dejó la copa en la mesa—. He de irme.


—No, aguarda —Pedro apoyó la mano en su brazo—. Nos estamos adelantando, pero desde luego tienes trabajo en Alfonso International durante el tiempo que quieras, ¿de acuerdo? Y cuando llegue el momento de… de revaluar la situación, los dos pensaremos en todas las opciones y lo discutiremos.


Ella se soltó y se puso de pie.


—He de irme.


Él se incorporó para plantarse ante ella, cortándole el camino.


—¿Qué sucede? ¿Qué quieres que diga, Pau? Creía que ya habíamos aclarado todo por ahora.


—Mañana me espera un día ajetreado —dijo sin mirarlo a los ojos—. Gracias por la cena. Quizá algún día consiga la receta de tu madre para la lasaña.


—Quizá debamos frenar un poco las cosas —soltó él—. Creo que has malinterpretado todo lo que he dicho.


—Tienes razón —convino Pau—. Frenemos. Probablemente, sólo deberíamos concentrarnos en el trabajo, para poder demostrarte la labor fantástica que puedo desempeñar.


No había tenido la intención de romper con él, pero una vez pronunciadas las palabras, veía que era la única manera. Tenía que saber en el fondo de su ser que mantenía el trabajo por ser una empleada valiosa, no porque se acostaba con él jefe.


—No lo entiendo —exclamó él—. Creía que me deseabas tanto como yo a ti.


Alzó la mano como si quisiera tocarle el rostro, pero ella se retiró.


—¿Estás diciendo que no puedo trabajar en Alfonso International a menos que me acueste contigo? —preguntó con suavidad, agarrando el bolso como si fuera un salvavidas—. ¿Es ése el trato?


Él se mostró escandalizado.


—No podemos volver sólo a trabajar juntos.


Ella soslayó el dolor que le retorció las entrañas y no pudo creer que hubiera sido tan ciega.


—Entonces no tendré más elección que presentarte mi dimisión.


Él alzó los brazos.


—Vamos, Pau—pidió—. No vas a dejarlo. Te encanta tu trabajo.


«Pero no tanto como te amo a ti», pensó.


—Tienes razón —sacó el papel doblado otra vez de su bolso—. Los dos nos volveríamos locos si siguiera trabajando para ti —le mostró la lista.


Automáticamente, él la tomó.


—¿Para qué es esto? —preguntó. Estaba decidida a no llorar, al menos hasta no hallarse sola.


—El fotógrafo se presentará a las diez de la mañana.


—¿Y por qué me lo dices?


No le hizo caso a la vocecilla de la razón en su cerebro que se desesperaba por obtener su atención.


—Lamento no poder ofrecerte los días reglamentarios que marca la ley —expuso—. En estas circunstancias, no creo que sea una buena idea —respiró hondo —Dimito.


Sin otra mirada a Pedro, huyó. Recogió el abrigo sin molestarse en ponérselo, sacó las llaves del bolsillo y salió por la puerta de entrada.


Tan enfrascados habían estado el uno en el otro, que no se habían dado cuenta de que había empezado a llover con fuerza. Pau se empapó antes de poder llegar al jeep y las gotas se mezclaron con las lágrimas que caían por su rostro.


Al dar marcha atrás, miró hacia la casa de la que se había enamorado a primera vista. En el ventanal de la fachada se perfilaba una figura solitaria.


Durante un momento triste, su pie flotó sobre el pedal del freno cuando todas las células de su cuerpo la instaron a volver. Quizá si él fuera a la puerta, si bajara los escalones… pero la figura ante el ventanal no se movió.


Con un sollozo, pisó el pedal del acelerador y salió de la vida de Pedro.




domingo, 29 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 58

 


El resto de la casa fue como un espejismo para Pau. No le extrañó que hubiera querido que se quedara con él esa noche, y en ese instante lamentó no haber llevado una bolsa. Casi no podía soportar la idea de dejarlo.


El recorrido terminó con el dormitorio principal. Impresionada con el tamaño y la decadencia del cuarto de baño contiguo, esperaba que la retuviera allí, pero la llevó de vuelta abajo sin soltarle la mano.


—¿Te apetece otra copa de vino o una taza de café? —le preguntó—. Había pensado que podía poner algo de música en el equipo de audio y disfrutar del fuego durante un rato.


Podría haberle sugerido que lavaran sus calcetines en la bañera de hidromasaje y habría aceptado. Al verlo encender el fuego, tuvo que poner freno a sus pensamientos, recordándose que los sentimientos eran demasiado nuevos como para que se precipitaran en algo. Saber que la amaba era suficiente, de hecho, más que suficiente, en ese momento.


—Me apetecería un poco más de vino —musitó, acariciándole el pecho. Le encantaba la idea de tener derecho a tocarlo, a besarlo. Y el brillo en sus ojos le reveló que lo afectaba de igual manera que él a ella.


Pedro se llevó una mano de Pau a los labios.


—Me has hecho tan feliz —comentó—. Siéntate, que enseguida vuelvo.


—Oh, necesito mostrarte la lista de empleados para la foto de mañana —casi lo había olvidado—. Traeré mi bolso. Está en el comedor.


—Creo que esta noche tenemos cosas más importantes de las que hablar que del trabajo —con una sonrisa, Pedro desapareció.


Pau sacó la lista del bolso. No quería darle demasiada importancia y estropear la velada, pero el jefe del almacén le había pedido que hablara con Pedro acerca de uno de los operarios que quería usar como modelo.


La desplegó y se sentó en el sofá mientras él le rellenaba la copa.


—No tardaremos mucho —le prometió.


Pedro depositó las copas en la mesita de centro.


—Estás decidida a hablar de negocios, ¿verdad? —indicó, ligeramente irritado—. Cuando te contraté, no tenía ni idea de lo adicta al trabajo que te volverías.


—No digas que no te lo advertí —bromeó ella—. Te dije que quería centrarme en una carrera.


Pedro se sentó a su lado.


—Y yo he quedado agradablemente sorprendido por cómo has llevado el trabajo.


—¿Sorprendido? —repitió ella, dejando de sonreír—. ¿A qué te refieres? ¿A que no pensaste que podría desempeñarlo? —estudió su cara—. ¿Por qué me ofreciste el puesto en primer lugar?


—Me avergüenza admitirlo, pero supongo que lo mejor será despejar la atmósfera —se encogió de hombros—. Quería llegar a conocerte mejor, pero cada vez que intentaba hablar contigo en el bar, o estabas ocupada o yo, mmm, olvidaba lo que quería decirte.


Pau se sintió complacida de que él se hubiera sentido atraído por ella. Siempre había parecido tan silencioso, reservado.


—La primera vez que me fijé en ti salías con Mauricio —agregó él—. Cuando me enteré de que estaba con Mia, me alegré por ellos, pero también por mí, porque significaba que ya no salía contigo.


Pau recordó que había pensado que Pedro era agradable e incluso más atractivo que su hermano, pero que sólo parecía importarle el trabajo.


—Pero eso fue antes de Damian —reflexionó ella en voz alta.


Pedro pareció incómodo.


—Exacto.


Ella movió la cabeza. Quiso liberar las manos y taparse los oídos, pero él debió de pensar que seguía sin entenderlo.


—Tenía que hacer algo drástico para sacarte del Lounge antes de que tu separación de Traub te impulsara a caer en brazos de otro hombre —explicó—. La mejor manera para mí de llegar a conocerte mejor, y rápidamente, era contratarte.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 57

 

Al aparcar, Pedro salió por las puertas dobles de la entrada vestido con unos vaqueros y una camisa a cuadros. Su sonrisa de bienvenida la llenó de calor a pesar del frío aire. Bajó del jeep y él le dio un beso rápido.


—¿Has tenido algún problema? —le preguntó.


—Ninguno —Pau le entregó la ensaladera antes de recoger el bolso y el aliño.


—¿Y el resto? —preguntó él después de que Pau cerrara el vehículo—. ¿No has traído una bolsa?


No había esperado que se lo planteara en la entrada.


—Mi casa no está lejos —repuso, aunque los dos sabían que eso no era precisamente cierto—. Tengo muchas ganas de ver tu casa —añadió entusiasmada—. ¿La mandaste construir para ti?


Para su alivio, él aceptó la insinuación y la condujo escalones arriba.


—Se la compré a alguien a quien trasladaron al este justo después de que la terminaran —explicó, manteniendo abierta una de las puertas de madera tallada—. Mi padre trabaja en la construcción, de modo que él la inspeccionó.


Se detuvieron en la entrada de dos niveles, donde él dejó la ensaladera en una mesa lateral mientras la ayudaba a quitarse el abrigo y lo colgaba.


—Es preciosa —exclamó, girando en un círculo lento.


Las paredes y el techo abovedado se hallaban cubiertos de madera que relucía suavemente a la luz del candelabro. Éste, compuesto de formas de cristal irregulares, colgaba de una pesada cadena. Una escalera con una barandilla tallada ascendía por una pared lateral hasta un rellano abierto en la primera planta.


Más allá de la entrada se encontraba el salón, donde dos sofás de piel de un rojo oscuro estaban frente a frente delante de una chimenea de piedra. Unas alfombras de tonalidades brillantes adornaban diversos puntos del suelo de parqué barnizado.


—Posterguemos el recorrido hasta después de la cena —dijo Pedro.


La condujo al comedor, donde dos manteles individuales adornaban un extremo de la larga mesa. Dejó la ensaladera y Pau depósito el aliño al lado.


—Ven —instó él—. Te mostraré la cocina.


Al entrar en la lujosa habitación, el olor a lasaña ayudó a que se le hiciera la boca agua.


—Tu madre debe de ser una cocinera magnífica —comentó, respirando hondo.


—Para ella es una obra de amor —repuso mientras se ponía un guante de cocina y abría el horno—. Le haré llegar tu comentario.


Extrajo la fuente y una barra de pan envuelta en papel de plata. Mientras los llevaba a la mesa, Pau llevó un cuenco con cuscurros de pan y otro con queso parmesano rallado.


—Creo que ya estamos listos —comentó él después de regresar de la cocina con una botella de vino.


Después de apartarle la silla, la imitó y se sentó. Durante la cena, Pau pudo relajarse y hacer a un lado sus reservas. Al terminar, recogerlo todo en esa cocina moderna sólo requirió unos minutos.


—Ahora comprendo por qué consideraste que a mi cabaña le faltaban algunas comodidades —bromeó mientras pasaba las yemas de los dedos por el granito pulido de la encimera—. Esta cocina es un sueño.


—Me hace feliz que te guste —cerró la puerta del lavavajillas y apretó unas teclas del panel de control.


Pau ladeó la cabeza.


—¿Está funcionando? —preguntó—. No oigo nada.


—Es muy silencioso —explicó, pasándole el brazo por el hombro—. Y ahora, ¿prefieres quedarte aquí hablando de electrodomésticos o quieres ver el resto de la casa?


Ella le pasó el brazo por la cintura y le sonrió.


—¿Tú qué crees?


Se inclinó y le plantó un breve beso en los labios.


—Lo que creo es que para mí es muy importante que te guste esta casa.


La implicación de esas palabras, junto con el calor de la expresión que mostraba, hizo que el espíritu de Pau surcara los cielos.


Cuando volvió a besarla, fue a su encuentro. La pegó a él, dejando que probara el vino de sus labios. Y cuando la soltó, apenas pudo recobrar el aliento.


—Sé que no llevamos mucho tiempo —dijo él con las manos en sus hombros—, pero no puedo evitarlo —apoyó la frente en la suya—. Te amo, Pau —susurró—. Lo único que quiero es hacerte feliz.


—Oh, Pedro —murmuró, pegando la mejilla contra su camisa—. Yo también te amo.


Durante unos instantes, se abrazaron con fuerza sin decir una palabra. Comprendía que ese hombre era todo lo que alguna vez había querido. Él había mirado más allá de la superficie y visto lo que nadie había logrado ver. Y la amaba, la amaba de verdad.


—Soy la mujer más afortunada del mundo —exclamó cuando al final se separaron un poco para sonreírse.


—No —corrigió él con firmeza—. Yo soy el afortunado. Vamos —dijo—. Ahora es aún más importante que te muestre la casa.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 56

 


Al día siguiente en el trabajo, Pau almorzaba en su escritorio cuando Pedro escoltó hasta la salida a un representante de ventas de la compañía de teléfonos con el que llevaba hablando media mañana. Antes le había comentado que quizá ya había llegado el momento de actualizar todos los aparatos y quería saber qué ofrecían.


Cuando regresó, ella le sonrió.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó él ceñudo—. ¿No vas a comer conmigo?


El comentario la sorprendió. Aunque por lo general lo hacían, ella no había querido dar por hecho que comerían todos los días juntos.


—Puedo hacerlo —cerró la tapa de la tartera con ensalada—. No sabía cuánto iba a durar tu reunión y empezaba a tener hambre.


—Vamos —instó Pedro dirigiendo una mirada al reloj—. He de estar de vuelta a la una.


Ella contuvo la réplica, diciéndose que tendrían que aprender las costumbres del otro, excusándolo porque debía tener muchas cosas en la cabeza. Durante la comida en un local de comida rápida, le describió las diversas ideas que se le habían ocurrido para la sesión de fotos.


—¿Qué te parece? —le preguntó, ansiosa de recibir su opinión.


—Me suena bien —respondió.


Tragándose su decepción, Pau asintió.


—De acuerdo —probablemente era mejor que no intentara dirigir cada uno de sus pasos, que tuviera confianza en que haría un buen trabajo.


Antes de darse cuenta, fue hora de regresar a la oficina. Ninguno habló durante el breve trayecto de vuelta.


—¿Te apetece venir a cenar esta noche? —preguntó él de sopetón antes de bajar de la camioneta—. No cocino mucho, pero tengo una lasaña de mi madre en el congelador —le apretó levemente la mano—. Además, aún no has visto mi casa y tengo ganas de mostrártela.


Pau se sintió embargada por un sentimiento de expectación.


—A mí también me gustaría —tuvo ganas de inclinarse y darle un beso, pero sabía que alguien podía aparecer por la esquina del edificio en cualquier momento, de modo que se conformó con devolverle el apretón de mano antes de soltársela—. ¿Puedo llevar algo? ¿Una ensalada o vino? —inquirió.


—Vino tengo, pero una ensalada sería estupendo si no representa muchas molestias —esperó que fuera por delante de él a la oficina—. ¿A las siete?


—Allí estaré —quizá esa noche volvieran a hacer el amor, se dijo Pau. La perspectiva hizo que se sintiera levemente mareada.


Justo antes de que abriera la puerta y bajara, él dijo:

—Y no olvides llevar ropa para mañana. Seguro que no querrás ponerte lo mismo dos veces seguidas.


A pesar de su propia sensación de expectación, que diera por hecho como algo normal que pasaría la noche con él la dejó aturdida. Tragó saliva y logró asentir sin mirarlo.


—Gracias por la comida —murmuró—. He de hacer unas llamadas.


Sin decir otra palabra, él se fue a su despacho mientras ella se dejaba caer en el sillón y guardaba el bolso en el cajón de la mesa. Marcó la extensión de Nina para comunicarle a la mujer mayor que ya había vuelto, luego se volvió hacia el ordenador y contempló la pantalla sin ver nada.


La normalidad e indiferencia con que había dejado entrever que eran pareja la había entusiasmado al principio, pero a nadie le gustaba que dieran las cosas por sentadas.


Con sentimientos encontrados, esperó que la tarde pasara con inusual lentitud. Decidida a mantener una mente abierta, se marchó a las cinco y pasó por una tienda para comprar lechuga y pepinos.


Momentos más tarde, entraba en la cabaña. Después de haberse dado una ducha, haberse puesto loción corporal y haberse secado el pelo, se puso unos vaqueros y un jersey de cuello vuelto. Esperaba que a Pedro le gustara el azul oscuro, porque su escueto sujetador y sus braguitas eran de la misma tonalidad que el jersey.


Sintiéndose atractiva y deseable, se dejó el cabello suelto, añadiendo unos pendientes de plata y maquillaje a su rostro. Entrando en la diminuta cocina, lavó los tomates, bajó una ensaladera grande de madera del anaquel superior y se puso a trabajar en la ensalada.


Unos minutos antes de las siete, fue hacia la casa de Pedro siguiendo las directrices que él le había proporcionado anteriormente. Mientras conducía por el camino oscuro, las nubes que habían llenado el cielo durante casi todo el día, finalmente cumplieron con su amenaza.


Se negó a dejar que la lluvia que chorreaba por el parabrisas de su coche le estropeara el estado de ánimo. A los pocos minutos vio el letrero de la calle donde se suponía que debía realizar su primer giro. La condujo a una parte de Thunder Canyon que no había explorado con anterioridad.


No la sorprendió que Pedro viviera en una urbanización lujosa en las colinas. Las casas allí estaban más separadas entre sí, distanciadas del camino principal por columnas, puertas de hierro forjado u otras entradas elaboradas.


Justo cuando paraba la lluvia, vio la pieza de granito que Pedro le había descrito con su dirección cincelada en la fachada. Iluminada por un pequeño foco, marcaba la entrada a su propiedad.


Apretó el volante y respiró hondo. No podía ver mucho del terreno en la oscuridad, pero su primer vistazo de la casa le encantó. Con el tejado en pendiente y los ventanales altos y luminosos, le recordó un poco a un alojamiento para esquiadores.




sábado, 28 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 55

 

Después de dejarle un mensaje en el buzón de voz a Pau pidiéndole que lo llamara cuando le fuera posible, Pedro se fue a casa y se preparó un plato precocinado en el microondas.


Al sentarse con los pies sobre la mesita de centro para ver el partido, pensó que quizá debería comprarse un perro. Tal vez Pau y él pudieran elegir uno más adelante, cuando no fuera a estar solo tanto tiempo. Se preguntó qué clase de perro le gustaría a ella.


Inquieto, vio el partido. ¿Cuánto tiempo necesitaban dos mujeres para compartir una cena y charlar un poco? Mientras debatía para sus adentros si volvía a llamarla, sonó su teléfono. Era Pau.


—Hola, ¿te lo has pasado bien? —le preguntó Pedro después de quitarle el sonido al televisor.


Ya había decidido no pedirle que fuera a su casa, puesto que se había mostrado reacia a quedarse la noche anterior y a él le esperaban un montón de reuniones al día siguiente. La primera vez que viera su casa quería causarle una impresión favorable.


—La comida en The Rib Shack es francamente buena —indicó ella—. ¿Qué tal tú?


Pedro sintió un aguijonazo de celos al preguntarse a quién habría podido ver en el restaurante. ¿A Damian? ¿A algún antiguo novio?


—Recibí tu mensaje antes —añadió ella—. Tenía el teléfono apagado. ¿Era por algo de trabajo?


Se sintió levemente decepcionado de que primero pensara en el negocio, a pesar de que él mismo lo había antepuesto a cualquier otra cosa durante años.


—Sólo quería decirte que te echaba de menos —manifestó, deseando que estuviera con él para poder besarla y abrazarla. Tenía ganas de que pasaran una noche entera juntos para poder hacerle el amor nada más despertar abrazados—. Supongo que te veré por la mañana.


—Yo también te echo de menos —musitó ella—. Buenas noches.


Él cortó, sintiéndose vagamente insatisfecho, pero sin saber muy bien por qué. Quizá porque la llamada había resultado algo incómoda.


A pesar de la intimidad que habían compartido en Billings, de lo que habían progresado juntos, no se conocían muy bien en un montón de pequeñas cosas. Los deseos y expectativas personales. ¿Qué se ponía Pau para acostarse? Quizá se lo preguntara al día siguiente en el trabajo, sólo para ver cómo se ruborizaba.


Volvió a darle volumen a la retransmisión y trató de concentrarse en el partido, aunque con limitado éxito, ya que la imagen de ella no desapareció de su mente.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 54

 

Pau se sentó frente a Karen en The Rib Shack.


—Lamento llegar tarde —se disculpó—. Tuve que llevar algo de ropa a la tintorería y había cola.


—No pasa nada —Karen sonrió—. Yo acabo de llegar —ir a cenar a aquel restaurante había sido idea suya.


Pau no podía culpar a su amiga por querer probar el nuevo restaurante del Thunder Canyon. Las críticas habían sido sobresalientes y el breve compromiso de ella con el hermano del dueño no era razón para evitarlo.


Miró alrededor, pero no vio a Darío. Lo más probable era que Ailín y él siguieran de luna de miel.


Durante un momento, las dos estudiaron el menú en silencio.


—Mmmm, me parece que voy a pedir las costillas tiernas —indicó Karen—. ¿Y tú?


Paula cerró el menú y lo dejó a un lado.


—Medio pollo asado, patatas fritas y ensalada de col. Anoche no me dio tiempo a prepararme el almuerzo para el trabajo y estoy muerta de hambre.


—¿Cómo ha ido el viaje? —preguntó Karen—. Por ese brillo nuevo que veo en tus ojos, apostaría que te lo has pasado bien.


Paula se preguntó si Karen decía la verdad o aventuraba un farol. Ya le había reconocido que se sentía atraída por su nuevo jefe, pero que no planeaba hacer nada al respecto. Por lo general, las dos se confiaban sus cosas íntimas, pero Paula no le había mencionado que Pedro la había besado y, desde luego, no iba a contarle nada acerca de lo sucedido en Billings.


—He aprendido mucho en la conferencia —respondió entusiasmada—. También he conocido a gente que vendía de todo, desde semen de toro hasta excavadoras de agujeros para postes. Pedro prácticamente conocía a todo el mundo, así que fue divertido.


Una camarera se presentó para tomarles el pedido. Cuando volvieron a quedarse solas, Karen inclinó el torso sobre la mesa.


—¿Te acostaste con él?


—¿Qué? —Pau intentó parecer atónita por la pregunta, pero debió de fracasar escandalosamente.


—¡Lo hiciste! —exclamó Karen con un susurro, juntando las manos—. ¡Desvergonzada, te has acostado con tu jefe!


Rápidamente, Pau miró alrededor, pero nadie sentado cerca les prestaba la más mínima atención, y sin duda la música protegería su conversación.


—¡En ningún momento he dicho eso! —contradijo.


Karen se echó para atrás con una amplia sonrisa en la cara.


—Oh, vamos. Estás hablando conmigo. Hace tiempo que no se te ve tan feliz.


Mientras Karen bebía un sorbo de agua, Paula consideró ese último comentario. ¿Estaba feliz por la dirección que Pedro y ella parecían tomar? ¿Cómo no estarlo, dados los sentimientos que él le inspiraba?


—¿Dime cómo es? —insistió Karen—. Siempre son los tranquilos los que se convierten en tigres en la cama, o al menos es lo que he oído —movió los ojos—. No es que yo haya tenido una experiencia personal en ese campo —añadió con una risita.


—Claro que no —acordó Paula—. Y, sí, es mucho mejor que bueno —no pudo resistir agregar—. Pero eso es lo único que voy a hablar del tema —no podía imaginarse compartiendo los detalles íntimos con su mejor amiga. Algunas cosas eran privadas.


Karen pareció decepcionada.


—Como no estoy saliendo con nadie ahora, al menos podrías dejar que lo viviera a través de ti.


—Ni lo sueñes —Pau negó con un movimiento de la cabeza—. Tendrás que recurrir a tu imaginación.


—¡Eres egoísta! —Karen hizo una mueca mientras la camarera les servía sus platos.


—Que lo disfruten —dijo y se marchó con una sonrisa.


—Bueno, ¿y qué pasa ahora? —preguntó Karen mientras untaba mantequilla en un trozo de pan de maíz—. ¿Te irás a vivir con él? ¿Cómo es su casa? Apuesto que es preciosa.


—No lo sé, no la he visto —repuso, desplegando su servilleta—. Es complicado, ya que trabajamos juntos, pero no pienso meterme en nada que haga peligrar mi trabajo en Alfonso International. Quiero ir despacio y ver cómo se desarrollan las cosas.


Seguro que Pedro le daba algún indicio de cómo quería llevar su relación en la oficina. Todo era diferente en ese momento, aunque ese día apenas habían podido hablar. Había esperado que pudiera llamarla esa noche, pero había apagado el móvil durante la cena, ya que sería una grosería aceptar una llamada mientras estaba con su amiga.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 53

 


Mientras al día siguiente, Pedro trabajaba en el ordenador en su taller privado, estaba entusiasmado. Las ventas habían subido en el último trimestre, la producción marchaba a la perfección y su relación con Pau empezaba a convertirse en algo más de que lo que se atrevía a esperar.


Hasta el momento, parecían compatibles en todos los aspectos. El sexo era estupendo, su sentido del humor lo hacía reír y su alegría lo tenía asombrado.


Tenía la certeza de que encajaría bien con su familia una vez que la conocieran.


Tenía ganas de que pasaran las fiestas juntos, tal vez ponerle un regalo muy especial debajo del árbol. Podía imaginar la sonrisa de su madre ante la idea de planificar dos bodas y tener más posibles nietos a los que mimar. Lo mejor de todo era que podía imaginar a Pau mirándolo con amor en los ojos mientras decía: «Sí, quiero».


Al pensar en la ducha que habían compartido en el hotel, su cuerpo reaccionó como si hubiera pasado un mes desde la última vez que había estado con ella. En un esfuerzo por mantener su cordura, se centró en la cena en el asador, seguida de la relajada vuelta a casa.


Lo único que habría podido mejorar la velada habría sido que Pau pasara la noche con él, pero había aducido que tenía muchas cosas que hacer. Ese día había estado ocupada con los últimos retoques para la foto de empresa y esa noche había quedado a cenar con una amiga, por lo que él había decidido quedarse a trabajar hasta tarde.


—Karen y yo hicimos planes hace una semana —le había explicado con expresión de pesar al pasar por su escritorio después de un almuerzo en la Cámara de Comercio—. Pero te echaré de menos.


Miró la hora y pensó en llamarla al móvil, pero resistió la tentación. Sin duda podía sobrevivir una noche sin ella. Catorce horas hasta que fuera a trabajar a la mañana siguiente.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 52

 

—Supongo que eso es todo —dijo Pau después de que Pedro terminara de asegurar la loneta sobre el «ladeavacas». Se asomó por la ventanilla tintada del taxi monovolumen, pero no vio su equipaje—. ¿Estás seguro de que no olvidaste algo cuando dejaste las habitaciones? —le preguntó. Había insistido en bajar todo de las habitaciones mientras ella se adelantaba hacia la zona de la convención.


Con un rápido vistazo alrededor del aparcamiento vacío, se inclinó para mordisquearle los labios.


—¿Quién dijo que las dejé? —replicó con una sonrisa burlona—. ¿Tienes tanta prisa por volver a casa que no puedes dedicarme unos momentos?


Ella resistió la tentación de volver a bajarle la cabeza y demostrarle lo mucho que lo había echado de menos.


—No lo entiendo —dijo—. ¿A qué te refieres?


Pedro sacó la llave de su habitación del bolsillo y la agitó ante ella.


Al darse cuenta de lo que había hecho, la recorrió una oleada renovada de deseo.


—Supongo que ya hemos resuelto el misterio del equipaje desaparecido —comentó, tratando de mantener un tono ligero.


Pedro le pasó un brazo por los hombros.


—¿Cómo podía hallarse desaparecido cuando en todo momento yo he sabido dónde estaba? —murmuró él mientras la conducía por una puerta lateral de vuelta al hotel.


Tuvieron el ascensor para ellos solos, de modo que dedicó la breve subida a probar la piel sensible que tenía debajo del lóbulo de la oreja. Cuando llegaron a la habitación, ella ardía de deseo.


La primera vez que se acoplaron, seguían parcialmente vestidos.


—No puedo esperar —gimió él, acercándola.


—Sí, sí, por favor —instó ella mientras la llenaba.


Pedro tembló, sus músculos rígidos, luego embistió otra vez. El mundo de Pau estalló y él emitió un sonido entrecortado mientras se unía a ella.


—Vaya —musitó Paula cuando él se desplomó inerte a su lado. Nunca en la vida se había entregado a un deseo tan devastador y descarnado—. Ha sido algo estupendo.


—Sí —jadeó él, poniéndose boca arriba—. La próxima vez… será mejor.


Laxa por la satisfacción, ella rió débilmente.


Él se apoyó en un codo.


—¿Qué es tan gracioso?


Ella estaba extendida sobre la cama, con los brazos y las piernas como una muñeca de trapo.


—¿Por qué me odias?


—¡Odiarte! —exclamó Pedro con expresión de horror—. ¡Lo siento! ¿Te he hecho daño?


—Mejor, más largo… intentas matarme —explicó ella con una sonrisa.


Pedro volvió a tumbarse con una mano en el pecho.


—Espero que sepas que has estado a punto de pararme el corazón con ese comentario.


Después de unos momentos de silencio, él volvió a sentarse y se quitó la camisa que ella antes había desabotonado en parte. Se estiró para desprenderse de los calcetines mientras Pau admiraba el ancho de sus hombros y la línea de su espalda.


—Tú también —dijo él, mirándola con expresión significativa.


Gimiendo, Pau se dio la vuelta aún con el sujetador y la camisa puestos.


—Ésa sí que es una postura que vendería lo que quisiéramos —comentó Pedro.


—Muy gracioso.


Después de quitarse el resto de la ropa, él apartó las mantas y la tumbó.


Con infinita paciencia, en esa ocasión hizo que fuera tan romántica como una unión frenética de lujuria había sido la anterior. Cuando al fin él se deslizó en el calor que lo esperaba, Pau supo sin ninguna duda que había encontrado a su otra mitad.


—¿Tienes hambre? —preguntó Pedro cuando ella estaba a punto de quedarse adormilada, acurrucada contra su cuerpo, con la cabeza apoyada en su hombro y una pierna cruzada sobre la suya para tenerlo bien cerca.


La pregunta hizo que se diera cuenta de que estaba famélica.


—Podría comer algo —murmuró, indecisa entre los pensamientos de comida y quedarse donde estaba.


—Démonos una ducha —sugirió con voz ronca cerca de su oído—. Luego dejaremos la habitación y te llevaré al asador de enfrente para cenar antes de irnos de la ciudad. ¿Trato hecho?


La única idea mejor que ésa era quedarse en la habitación un mes entero, pero no se lo dijo.


—Trato hecho —aceptó, sentándose y destapándose.


—Es una pena que no puedas quedarse así —aprobó Pedro—. Me encanta mirarte.


Ella miró por encima del hombro a tiempo de verlo ponerse de pie y estirarse.


—Lo mismo digo —murmuró.


Verlo vestido con uno de sus trajes a medida en el trabajo iba a resultar un poco raro después de eso.


Cuando la sorprendió mirándolo fijamente, la estudió de arriba abajo.


—Quizá sea mejor que me dé una ducha fría o terminaremos quedándonos en la habitación una noche más —dijo—. O una semana más.


Alejarse de él fue más difícil de lo que Pau había pensado. Se preguntó en que se estaba metiendo.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 51

 


Al día siguiente, después de desayunar, fueron al salón a instalarse en su stand. El resto del día fue un torbellino de actividad.


Pau sonrió y habló, estrechó manos y estudió caras. Entregó folletos, tarjetas y bolígrafos de regalo. Cuando Pedro se hallaba fuera mostrando el «ladeavacas», ella se ocupaba sola del puesto.


Se saltaron los talleres y las presentaciones, pero juntos fueron a mirar los otros puestos, que abarcaban desde tractores hasta recortadores de pezuñas y cascos, DVD acerca de cómo criar cabras y libros para curar los cólicos. Los agentes de seguros y los consejeros financieros buscaban sus servicios. Las mujeres vendían hamacas hechas a mano y helados caseros.


Entre visitantes, Pau trató de no pensar en la noche anterior ni en lo maravillosa que sería la siguiente. No lo consiguió.


En una ocasión, Pedro regresó con un café con leche bien caliente para ella, en otra con tres claveles amarillos que le puso en el cabello recogido. Durante un breve momento, su mano grande y cálida reposó de forma posesiva en su nuca y las miradas se encontraron.


—Arrebatadora —murmuró.


Comieron en el mismo salón en que habían cenado la noche anterior, sentándose con un grupo diferente a una mesa redonda. Por la tarde, cada vez que lo veía observándola, sentía un destello de renovado placer. Ya eran un equipo. Podía verlo en la cara de Pedro cuando la miraba con gesto de aprobación y posesión.


Sin saberlo Pau, Pedro había conservado su habitación aquella mañana mientras ella dejaba la que le habían asignado. Enviándola a hacer un recado, había dejado la bolsa de ella en su habitación en vez de llevarla a la camioneta.


Ese día había representado una larga prueba de resistencia mientras intentaba centrarse en el trabajo, cuando lo único que quería era echársela al hombro y regresar arriba con ella.


Había tenido razón al pensar en que era perfecta para él en todos los sentidos. ¿Cuánto debería esperar antes de pedirle que se fuera a vivir con él? Podrían ir juntos al trabajo, intercambiar ideas. Hasta que dieran el siguiente paso, no creía en esconder su relación, pero tampoco en hacer ostentación de ella. Sabía que Paula podía hacerlo feliz en todos los aspectos y tenía la intención de devolverle plenamente el favor. Podía permitirse el lujo de complacerla y así lo haría.




viernes, 27 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 50

 


En cuanto estuvieron en la habitación de él, idéntica a la de Paula, a la luz de la lámpara que Pedro había dejado encendida en la mesilla de noche, cerró la puerta a su espalda y la tomó en brazos.


—Pau —musitó con voz ronca, bajando la cabeza.


La besó con pasión apenas controlada. Al primer contacto de la boca sobre la suya, el dique de su reserva se desmoronó como un muro de arena y fue arrastrada por una marea de pasión mutua.


Devolviéndole el beso, no retuvo nada. En algún momento, los dedos de Pedro encontraron la cremallera de su top y la bajó. Apenas notó la caída de la tela de lo concentrada que se hallaba en los botones de la camisa de él.


—Bonito —dijo él, pasando el dedo por el borde superior del sujetador de encaje.


El contacto suave contra su piel sensible le provocó escalofríos. Al apartar los bordes de la camisa y adelantarse para pegar la boca abierta contra la piel satinada del torso de Pedro, lo notó temblar al tiempo que le coronaba los pechos con las manos. Cuando él le acarició con los dedos pulgares los pezones cubiertos por el encaje, el corazón le estalló en su interior.


La soltó el tiempo suficiente para quitarse la camisa, seguida rápidamente de los zapatos y los calcetines. Tal como ella había sospechado, los hombros y la espalda tenían una forma magnífica.


Pau se desprendió de las sandalias y dejó que los pantalones cayeran al suelo. Mientras él observaba, sacó los pies de ellos. La recorrió con los ojos de la cara a las uñas pintadas de los pies y volvió a subir hasta sus ojos. Algunos hombres preferían mujeres delgadas, sin curvas muy marcadas, pero Pedro sonrió con placer al mirarla.


—Eres perfecta —susurró—. Pero sabía que lo serías.


Si hubiera creído que podría ser un amante controlado o metódico, se habría equivocado. Después de encargarse del resto de la ropa de ambos, la alzó en brazos y le dio un beso profundo. Luego, sosteniéndola sobre la cama, la soltó, lo que provocó que ella soltara un leve grito antes de que él se reuniera rápidamente con ella.


Envueltos en los brazos del otro, rodaron y se engancharon, se exploraron, se acariciaron y se volvieron mutuamente locos. Cuando él se detuvo para ponerse un preservativo, ella temblaba y palpitaba de necesidad.


—Date prisa —le suplicó.


A la luz de la lámpara de la mesilla, Pau lo observó regresar a su lado.


—Mi hermosa, hermosa Paula —musitó, con los brazos apoyados a cada lado de ella.


Ella extendió los brazos. Cuando él la reclamó, no hubo más palabras, se acabaron los pensamientos, sólo quedaron los sentimientos. Elevándose, Pau alcanzó la cima y lo abrazó mientras él la seguía, con su nombre en los labios.


Pedro quiso que se quedara, pero ella supo que si lo complacía, dormirían poco. Resistiendo su persuasión, sus besos y sus súplicas, se puso la ropa arrugada.


—Mañana me lo agradecerás —insistió.


Al ver que no podría disuadirla, Pedro se puso los vaqueros y la acompañó descalzo hasta su habitación. Al llegar a la puerta, le dio un beso breve pero apasionado.


—¿Puedo pasar? —preguntó esperanzado.


Riendo en voz baja, ella le cerró la puerta en las narices.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 49

 

Cuando la música finalmente se desvaneció, Pau podría haber jurado que sentía los labios de Pedro sobre su sien antes de que él alzara la cabeza.


—No sé tú —musitó él, tomándole la mano—, pero este sitio empieza a parecerme demasiado lleno y ruidoso.


No era lo más original que Pau había oído, pero no le importó. Pedro la veía como nadie la había visto jamás, y le brindaba la libertad de ser realmente ella. Quizá algún día conociera el negocio lo bastante como para ser una verdadera compañera en todos los sentidos que de verdad importaban.


En ese momento sólo podía pensar en estar a solas en sus brazos. Nada le había parecido jamás más idóneo.


—Estoy de acuerdo —repuso con una lenta sonrisa—. Tiene que haber algún sitio más tranquilo y… —con gesto atrevido, alzó los dedos y le alisó las solapas de la chaqueta— privado.


Él entrecerró los ojos, que brillaron peligrosamente.


—Esperaba que vieras las cosas como yo.


Soltándole la mano, la condujo de vuelta a la mesa. Los otros hablaban, elevando las voces por encima de la música para poder oírse.


Pedro le entregó su copa a Pau y bebió un trago de la propia antes de volver a dejarla. Ella bebió un poco de su vino, pero el calor que se extendió por su interior no tuvo nada que ver con el alcohol.


—¿Quieres llevarla contigo? —le preguntó él.


Pau movió la cabeza. Pedro recogió el cambio y dejó un par de billetes de propina para la camarera.


—Os veré por la mañana —se despidió con afabilidad.


Entre el coro de respuestas, Pau dejó su copa en la mesa y salió del salón con él. En el vestíbulo, lejos de las tenues luces y de la música, se sintió algo nerviosa.


Tomándola por el codo, Pedro la condujo hacia la tienda de regalos cerrada y a oscuras. Delante del escaparate, volvió a tomarle la mano, pero en esa ocasión se la llevó a los labios. Girándosela, le dio un beso en la palma y luego, con gentileza, se la cerró para envolvérsela con sus propios dedos.


Pau no pudo apartar la vista de la intensidad de su mirada. No habría podido hablar ni aunque en ello le hubiera ido la vida.


—Ahora mismo no hay nada en el mundo que quiera más que estar a solas contigo —musitó él, sin dejar de sostenerle la mano entre las suyas—. ¿Subes conmigo?


Ella estudió su cara, desde la frente ancha hasta el mentón firme.


—Pau—murmuró—, sabes que puedes decirme lo que sientes de verdad que yo lo aceptaré, ¿verdad?


Ella asintió. Él había sido sincero y ella odiaba los juegos.


—Quiero lo mismo que tú —susurró.


Le apretó la mano antes de soltársela. Pedro la miró con ojos resplandecientes.


—Vamos —instó, tomándola por el brazo.


Sin perder tiempo, con la mano libre llamó el ascensor. Dos mujeres subieron con ellos, hablando de un casino próximo. Pedro y Paula no dijeron una palabra.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 48

 


Después de que las otras parejas se excusaran, Paula entró en el comedor del hotel con Pedro. En una esquina se había establecido un bar. La gente estaba con copas en la mano, hablando y riendo. En el otro extremo del salón, delante de un estrado, estaban las mesas con vajilla de porcelana, cubertería de plata y resplandecientes copas que reflejaban la luz del candelabro de hierro forjado que colgaba del techo. En cada una había un centro de crisantemos dorados..


—Consigamos una bebida —sugirió Pedro—, y luego me gustaría presentarte a algunas personas.


Cuando el personal hubo retirado los platos de la cena, Pau se hallaba totalmente relajada. Había conocido a todo el mundo sentado a la gran mesa redonda. Además, mucha gente había pasado para saludar a Pedro y él se había ocupado en presentarla como su asistente.


A diferencia de la recepción de la boda de los Traub, donde había interceptado varias miradas de curiosidad, todo el mundo había dado la impresión de hablar de negocios y de ponerse al día de las nuevas ofertas. Pedro se había cerciorado de incluirla en todas las charlas y Paula había podido aportar un par de comentarios inteligentes.


Después de la cena, el presidente les había dado la bienvenida a todos y presentado al resto de su personal.


—¿Dónde has aprendido tanto de recogida de ganado? —le preguntó a Paula mientras salían con el resto de los comensales—. Cualquiera pensaría que creciste en un rancho.


Con su pelo negro y sus ojos castaño dorados, no cabía duda de que era uno de los hombres más atractivos de los allí presentes. Él no daba muestras de ser consciente de las miradas de reojo que recibía de otras mujeres, pero Paula sí lo notaba. Se acercó a él.


—Te dije que he estado haciendo los deberes —respondió—. Saqué un libro de la biblioteca sobre cómo llevar un rancho.


A pesar de que sus sandalias de tacón alto le añadían unos centímetros de altura, Pedro aún le sacaba una buena diferencia.


—Por lo general en el salón toca una orquesta bastante buena —comentó él—. ¿Quieres que vayamos a echar un vistazo?


Esperó que su sugerencia significara que, al igual que a ella, no le apetecía que la velada terminara.


—Suena divertido —convino Pau.


No habría mencionado eso si no pensara sacarla a bailar. El corazón se le desbocó ante la perspectiva de sentir sus brazos en torno a ella. Haría que fuera más difícil mantener la distancia cuando regresaran a casa, pero era un placer del que no pensaba privarse.


Al llegar al salón tenuemente iluminado, no había ni una mesa vacía. De pie en la puerta, un ganadero que habían conocido durante la cena le hizo señas a Pedro.


—Venid aquí —invitó desde una mesa próxima—. Haremos sitio.


Pedro la miró.


—¿Te parece bien si nos sentamos con ellos?


Paula se preguntó si sería su imaginación o si parecía tan decepcionado como ella.


Ella asintió y se unieron a los demás. Después de los saludos, Pedro le dijo a la camarera lo que querían beber.


—¿Bailas? —le preguntó a Paula.


Su expresión le provocó un hormigueo de anticipación.


—Sí, por favor.


La tomó de la mano y la condujo a la pista atestada. A diferencia de la primera vez que habían bailado juntos, en esa ocasión no se molestó con ceremonias. La tomó en brazos, suspiró cuando ella se arrebujó contra él y apoyó la mejilla en su cabello.


—Hace tiempo que tenía ganas de repetirlo —le susurró con voz ronca mientras le acariciaba la espalda.


A medida que la melodía urdía un hechizo, Pau sintió que era perfecto estar en sus brazos. Y a su lado. Ser compañeros en todos los sentidos. Sonriendo, apoyó la mejilla contra su pecho y liberó la imaginación.




jueves, 26 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 47

 


Lleno de expectación, esa noche Pedro se plantó delante de la habitación de Pau. Antes de ir le había dicho que el vestuario para la cena iba desde vaqueros hasta trajes y vestidos largos. Podía llegar a ser la única noche del año en que algunas mujeres disfrutaban de la ocasión de arreglarse. Él se había puesto una chaqueta con los vaqueros negros, pero no se había molestado en ponerse una corbata.


Pau debía de estar justo al lado de la puerta, porque abrió en cuanto llamó.


Llevaba el pelo largo suelto. Iba toda vestida de negro, con un top y pantalones a juego.


—Pasa —invitó—. Deja que recoja mi bolso.


Pedro permaneció clavado en la entrada, sin hacer caso de su ya familiar reacción ante ella. Sólo cuando se encontraron en la seguridad del pasillo respiró hondo.


—Estás espectacular —comentó después de llamar al ascensor.


Aunque Paula se lo agradeció, murmurando que también él se veía bien, tuvo la impresión de que el cumplido no la había complacido. Antes de poder preguntarle si algo iba mal, las puertas del ascensor se abrieron y revelaron a dos parejas que él ya había conocía.


Entraron en el ascensor entre presentaciones. Terminaron por dirigirse a la sala de banquetes como un grupo, de modo que no dispuso de tiempo para hablar con ella en privado.


Resistiendo el impulso de rodearle la cintura con el brazo, comprendió que era hora de desechar su habitual enfoque temporal. Por lo general era un hombre paciente, pero ya no podía esperar mucho para averiguar si Pau lo veía como a un jefe… u otra cosa.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 46

 


Al llegar a las afueras de Billings a Pedro no le pareció que hubiera transcurrido otra hora. Entró en el aparcamiento del hotel y dejó el vehículo en una plaza techada, justo delante de la entrada principal.


—¿Quieres echarle un vistazo al vestíbulo mientras yo voy a registrarnos? —le preguntó a Paula—. Tenemos tiempo de sobra para instalarnos antes de la cena.


—Buena idea.


Su sonrisa fue tan fresca como lo había sido en Thunder Canyon.


Juntos cruzaron las puertas de cristal al interior del lujoso vestíbulo de dos plantas. El tema vaquero quedaba acentuado por un caballo y un jinete en bronce a tamaño real, expuestos sobre un pedestal de granito.


Mientras Pau iba a dar una vuelta, él fue a la recepción.


—¿Habitaciones contiguas? —preguntó la bonita recepcionista después de buscar sus nombres.


Con una mirada melancólica hacia Pau, movió la cabeza. No en ese viaje.


—Bastará con algo en la misma planta.


—Desde luego, señor —después de buscar a través del ordenador durante unos minutos y de pasar la tarjeta de crédito de él, le entregó dos sobres que contenían las llaves electrónicas de ambos cuartos—. Habitaciones trescientos tres y trescientos catorce. Que disfruten su estancia aquí.


Vio a Pau estudiando un cuadro enmarcado de un vaquero portando una silla de montar al hombro.


Se permitió unos momentos para admirar el modo en que los téjanos prietos le ceñían sus tentadoras curvas. La idea de deslizar la mano alrededor de su estrecha cintura y pegarla a él lo encendió como a un adolescente. Si no se andaba con cuidado, podría abochornarlos a ambos.


Por suerte para él, recobró el control antes de que ella se volviera. Con una sonrisa que lo dejó sin aliento, regresó a su lado.


—Bonito lugar —dijo, mirando el techo abovedado—. ¿Sabías que tienen un balneario? Si hay tiempo, puede que me regale un masaje.


Él abrió la boca y la cerró sin decir nada. ¿Es que intentaba volverlo loco?


—Pero no pasa nada si no lo hay —se apresuró a añadir Pau—. He venido aquí a trabajar, no a divertirme.


¿Había un mensaje oculto en el comentario? Deseó entender mejor a las mujeres. Mientras sus amigos habían estado adquiriendo experiencia con el sexo opuesto, él había estado metido en su taller, levantando su negocio. Mientras esperaban el ascensor, pensó que una vez que había encontrado a Pau, quería alzarla entre sus brazos y no soltarla.