domingo, 31 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 43

 

Paula respiró profundamente y sonrió. No podía dejarse dominar por la triste después de haber obtenido justo lo que quería: la experiencia sexual más increíble. Y daba igual que ya se hubiera terminado. No pensaba colarse por Pedro, que le había dado todo lo que siempre había deseado: diversión, amabilidad y éxtasis. Después de aquello le resultaba fácil entender por qué algunas chicas se volvían locas por Pedro. Pero ella no iba a perder la cabeza.


Con una vez había sido suficiente. Lo cierto era que estaba agotada y apenas podía moverse.


Tras tomar una rápida ducha, se metió en la cama. La mezcla de agotamiento y satisfacción le hicieron sumirse en un profundo sueño, aunque lo último que pasó por su mente fue lo acontecido durante aquella increíble noche con Pedro.


–Paula.


Paula gimió y dio la vuelta en la cama. Estaba soñando con Pedro, con el modo en que había pronunciado su nombre una y otra vez cuando había alcanzado el orgasmo.


–¡Paula!


Pero lo cierto era que nunca lo había oído gritar así en sus sueños.


–¡Abre la maldita puerta!


Paula parpadeó, se apartó el pelo de la frente, se levantó y fue tambaleante hacia la puerta.


–¿Estás bien? –preguntó Pedro en cuanto la puerta se abrió–. Llevo rato llamando.


Llevaba unos pantalones cortos y una camiseta ceñida, y era obvio que había estado corriendo. La mente de Paula se llenó de imágenes en las que Pedro aparecía sin pantalones.


–Sí, claro –murmuró–. Estaba dormida. ¿Querías… algo? –preguntó, sintiendo que el aroma de Pedro, su altura, el ronco tono de su voz, estaban haciendo que su cuerpo reviviera. Tensó los músculos pélvicos para tratar de reprimir la sensación de estar derritiéndose.


–Estaba agotada. He pasado una noche bastante… agitada –dio un paso atrás al ver que Pedro se acercaba a la nevera, abría la puerta y sacaba la botella marcada con la V.


–¿Por qué no has abierto la botella de champán para celebrar tu nueva condición de exvirgen?


–Iba a reservarla para la cena –lo cierto era que Paula había olvidado por completo la botella–. Pero puede que la abra ahora –sentía la boca tan seca en aquellos momentos que no le pareció mala idea. Alargó la mano hacia la botella para que Pedro se la diera.


–Creo que aún no la mereces –dijo él, apartando la botella de su alcance.


–Como creo que ya sabes, ya no soy virgen.


–No estoy de acuerdo.


Paula miró a Pedro con expresión de asombro.


–Dime que no lo he soñado.


–No –Pedro rio–. Pero sigues siendo virgen en muchos aspectos. Has probado un poco de sexo estilo misionero. ¿No crees que deberías probar las demás opciones?


–¿En qué otras opciones estabas pensando? –preguntó Paula, fascinada.


–Intuyo que tienes una imaginación bastante fértil, Paula. ¿Qué otras opciones se te ocurren a ti?


Paula sintió que todo su cuerpo se acaloraba, pero no sabía si debía responder a aquello.


Pedro se inclinó hacia ella.


–No trates de hacerme creer que no has pensado en unas cuantas cosas.


De acuerdo, de manera que iba a ser más de una vez, pensó Paula. Gabe tenía razón; aún le quedaban muchas cosas por experimentar. Y quería probarlas todas con él.


–Puede que lamentes tu oferta. Mientras tú hacías ejercicio yo dormía, y no sé si vas a tener la energía suficiente para mantener mi ritmo –dijo en tono remilgado.


–Creo que me las arreglaré –Pedro carraspeó–. De manera que quieres seguir investigando esto, ¿no?


–No hay ningún esto entre nosotros –replicó Paula. No podía haberlo. Ella era libre.


–Me refería a tu naturaleza sensual. ¿No quieres explorarla un poco más? Aún no me has dicho si te han gustado más tus fantasías o la realidad.


–Todo esto es una especie de fantasía.


–De acuerdo –Pedro asintió–. Pero creo que hay un par de cosas para las que me necesitas en carne y hueso, ¿no?


Oh, sí, claro que lo necesitaba. Paula dio un paso más hacia Pedro.


–Me voy cuando termine la temporada.


–Ya habremos acabado para entonces –Pedro también dio un paso hacia ella–. ¿Qué otras formas habías imaginado de hacerlo, Paula? –preguntó con voz ronca–. ¿De pie, sentada, a cuatro patas, sobre la mesa, en la ducha…?


–Tú por detrás y yo vestida de chica vaquera, con botas… y sin pantalones.


Pedro carraspeó de nuevo.


–Por supuesto, eso también.


–¿Escribimos una lista? –preguntó Paula, que ya tenía un montón de ideas en la cabeza.


–Por supuesto, mientras yo pueda añadir mis propias ideas. Sujeta esto –Pedro entregó la botella a Paula y luego la tomó a ella en brazos para llevársela–. Y tiene que haber margen para la creatividad –añadió mientras salía.


A veces, la espontaneidad implicaba una ducha de champán.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 42

 


Condujo hasta la playa, donde se puso a correr con intención de quitársela de su cabeza, aunque no lo logró. Lo único que deseaba era estar en la cama con ella. Entonces empezaron las dudas, las preocupaciones. De pronto se encontró caminando en lugar de corriendo. Quería asegurarse de que Paula se encontraba bien. Tal vez había vuelto a la casa sintiéndose peor de lo que había aparentado. Tal vez su desenfadada despedida de la mañana no había sido más que una fachada, un intento de mostrarse sofisticada…


¡Diablos! Debía asegurarse de que se encontraba bien.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 41

 


Pedro temió no volver a respirar normalmente nunca más. Siempre se había preocupado de que sus parejas disfrutaran, y en aquella ocasión se había esforzado especialmente.


Pero debía enfrentarse a la incómoda verdad de lo sucedido. No solo había tenido relaciones sexuales con Paula. También le había hecho el amor, algo tan novedoso para él como para ella. Mientras la tenía entre sus brazos habría hecho cualquier cosa por ella, lo que suponía una pérdida de la propia voluntad que nunca había experimentado hasta entonces. Era posible que Paula hubiera perdido la virginidad, pero él también había perdido algo, algo que ahora poseía ella y que no sabía si lograría recuperar alguna vez, un trozo de su corazón de cuya existencia se había hecho consciente tras aquella experiencia.


–¿Te gusta dormir aquí? –preguntó Paula perezosamente, estirándose a la vez que dejaba escapar un gemidito que hizo que la sangre le ardiera de nuevo en las venas a Pedro.


–Tiene muy buenas vistas –contestó él sin pensar.


Desde su ventana podía ver la del dormitorio de Paula.


–¿Me has estado espiando? –preguntó ella con una risita.


–Te he visto en el jardín algunas veces, ya lo sabes.


Pedro carraspeó, esperando que Paula no creyera que la había estado observando porque estuviera colado por ella, o algo así.


Paula apoyó un codo en la cama para erguirse y mirarlo.


–Deja de preocuparte, Pedro. No voy a enamorarme de ti –dijo en tono burlón.


Pedro se quedó mirándola un momento, perplejo. ¿Desde cuándo era un libro abierto?


Paula sonrió, divertida y feliz.


–Ya te dije anoche que no voy a pedirte nada más.


Pedro pensó que eso estaba bien… aunque lo cierto era que sí quería más. Más de lo mismo.


Paula se inclinó hacia él.


–Por fantástica que haya sido esta experiencia, y por muy guapo que seas, ya sabes que no estoy interesada en una relación.


Pedro consiguió asentir mientras recordaba la de veces que él había dicho aquello mismo en el pasado.


–Solo ha sido una aventura de una noche –añadió Paula.


–Claro –dijo Pedro a la vez que simulaba una sonrisa.


Sin embargo, la que le devolvió Paula fue totalmente genuina.


–Estupendo. En cuanto acabe la temporada me voy de aquí. Voy a reservar el billete en cuanto pueda.


–¿En serio?


–Sí, así que haz el favor de no dejar el alquiler ahora. Necesito el dinero para pagarme el viaje.


–No lo dejaré.


–Estupendo –Paula salió de la cama rápidamente–. Aprecio realmente el esfuerzo que has hecho. Gracias.


¿De manera que eso era todo? ¿Le había ayudado a perder la virginidad y ella le agradecía el esfuerzo? Algún día comprendería que la experiencia sexual que habían tenido había sido increíblemente intensa comparada con la media…


Pedro trató de controlar la dirección que estaban tomando sus pensamientos, porque pensar en Paula en brazos de algún otro hombre no era lo que más le apetecía en aquellos momentos.


De pronto vio que Paula bajaba la mirada hacia las sábanas y se ruborizaba.


–Siento lo de…


Pedro siguió la dirección de su mirada y cubrió rápidamente la mancha roja que había en la sábana.


–Olvídalo –dijo, pero era como si Paula ya lo hubiera olvidado. Resultaba irónico que fuera él quien sintiera que había perdido la inocencia emocional. Pero no podía sentirse utilizado, porque Paula había dejado muy claro desde un principio lo que quería, y era lo mismo que él quería. Sus deseos habían convergido y ahora todo había acabado.


Paula se puso el vestido sin molestarse en ponerse antes las braguitas y el sujetador. Pedro trató de no excitarse viéndola, pero fracasó.


–¿Te vas? –preguntó.


–Sí, y tú tendrás que irte a trabajar luego, ¿no? Además, tengo cosas que hacer en el jardín.


¿Prefería trabajar en el jardín a pasar más tiempo en la cama con él? Aquello habría enfriado a cualquiera. Un minuto después de que Paula hubiera salido de la habitación, Pedro se levantó. No podía pasarse el día observándola desde la ventana.



sábado, 30 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 40



Pedro sacó un preservativo del cajón de la mesilla de noche. Paula se irguió en la cama para ver cómo se lo ponía. Sonrió y él le devolvió la sonrisa antes de sujetarla contra la cama con su peso.


–Ahora ya no hay marcha atrás –advirtió.


–Mejor –dijo Paula, que no sentía ningún miedo.


Pedro la besó a la vez que le hacía separar las piernas. Con el corazón al galope, Paula lo aferró por los hombros. Pedro deslizó una mano entre sus cuerpos, buscó con los dedos su sexo y empezó a acariciarlo con maestría sin dejar de besarla.


–No quiero llegar sin ti –jadeó Paula, desesperada por que la tomara.


Pedro inclinó la cabeza para acariciar con la lengua uno de sus pezones.


–Puedes volver a llegar conmigo.


Paula se arqueó hacia él, al borde del orgasmo.


–No… te quiero ahora… –rogó.


–Déjate llevar.


Paula comenzó a estremecerse, perdida en la intensidad de las sensaciones que se adueñaron de ella. Cuando alcanzó el orgasmo, clavó las uñas en los hombros de Pedro, desesperada por sentirlo más cerca.

 

–Ahora vas a volver a llegar –dijo él con la voz ronca de satisfacción mientras los gemidos de Paula amainaban.


Ella negó con la cabeza, convencida de que era imposible.


–Sí –murmuró Pedro–. Claro que sí…


Paula alzó las caderas hacia él, buscando de nuevo su contacto. Pedro volvió a deslizar la mano entre sus cuerpos, pero en aquella ocasión no la acarició con los dedos, sino que utilizó la cabeza de su erección, penetrándola un poco y volviendo a sacarla lentamente. Frenética, Paula deslizó una mano hasta su trasero para atraerlo hacia sí a la vez que pasaba la otra por su cabeza para besarlo apasionadamente. Gimió, tan excitada por las caricias del sexo de Pedro que se sintió al borde de un nuevo orgasmo.


Pedro tomó su rostro entre las manos y la miró a los ojos mientras la penetraba poco a poco.


Paula cerró los ojos con fuerza ante la intensidad de las sensaciones que se estaban adueñando de ella.


De pronto, Pedro dejó de moverse.


Paula abrió los ojos.


–¿Pedro? –preguntó, sorprendida por la dolida expresión que captó en su rostro.


–No es justo que algo que me produce tanto placer te esté haciendo daño –murmuró.


–No me hace daño –aseguró Paula, anhelante–. Sigue… sigue… muévete como antes…


Pedro imprimió un creciente ritmo a sus movimientos de penetración.


–Así… así… es maravilloso…


Pedro deslizó las manos bajo el trasero de Paula para ayudarla a adaptarse al ritmo de sus movimientos.


–Sabía que sería así… lo sabía… –murmuró ella, deseando que aquello no acabara nunca.


–¿Sabías que sería cómo?


–Perfecto.


Pedro apoyó una mano en la mejilla de Paula y la besó profunda y apasionadamente. Cuando se apartó y la miró a los ojos ella le devolvió la mirada mientras sus alientos se fundían como lo estaban haciendo sus cuerpos.


Paula no había imaginado que aquella experiencia pudiera ser tan intensa, que se sentiría tan unida a Pedro, no solo física, sino también emocionalmente. Lo besó en el hombro para romper aquel intenso contacto visual. Cuando volvió a mirarlo, vio que él también había cerrado los ojos. Sonrió al comprobar cuánto estaba disfrutando.


Pedro empezó a moverse más rápido.


–¿Estás bien? –murmuró.


–No pares… no pares… –Paula deslizó las manos por su espalda, hasta aquellos momentos había estado haciendo exactamente lo que él le había pedido que no hiciera: limitarse a permaneces tumbada.


De manera que lo tocó y lo acarició, y abrió más las piernas para poder rodearlo por las caderas y atraerlo aún más hacia sí.


–Paula… –murmuró Pedro con voz estrangulada a la vez que la tomaba por las muñecas y se las sujetaba contra la cama por encima de la cabeza.


–Pensaba que no querías que me limitara a permanecer tumbada. ¿No quieres que te toque yo también?


–Claro que sí. Más tarde. Si sigues tocándome así no voy a aguantar más.


Pedro siguió moviéndose hasta que, finalmente, ella encontró la deliciosa liberación que tanto anhelaba su cuerpo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 39

 

Sin poder contenerse, Pedro alzó las manos y las sostuvo en el aire frente a Paula.


–¿Qué imaginabas que hacían mis manos mientras pensabas en mí?


Paula tomó las manos de Pedro y las guío hacia su cuerpo. Apoyó una en uno de sus pechos y la otra en su vientre. Tras cubrirla con la suya, empujó poco a poco la de Pedro hacia abajo.


–Todo –contestó en un susurro a la vez que separaba ligeramente las piernas–. Lo he imaginado todo.


Pedro masculló un exabrupto.


–¿Y cómo diablos se supone que voy a resistirme a ti?


–No vas a resistirte.


–Cada vez que cierro los ojos te veo –confesó Pedro mientras acariciaba con una mano un pezón de Paula y con la otra su sexo.


–Hoy lo quiero todo, Pedro –susurró ella a la vez que pasaba una mano tras la cabeza de Pedro para atraerlo hacia sí y besarlo.


Pedro reclamó de inmediato el dominio de la situación. Introdujo la lengua en la boca de Paula sin miramientos a la vez que la estrechaba contra su cuerpo.


–¿Estás segura de que vas a poder manejar esto? –preguntó sin apenas apartar la boca.


–Quiero más… –murmuró Paula contra sus labios.


Cuando Pedro se volvió para retirar la colcha de la cama, Paula lo rodeó por la cintura con los brazos y le desabrochó el pantalón vaquero. Luego tiró de estos y de los calzoncillos hacia abajo. Tomó el miembro de Pedro en su mano y este se volvió y la sujetó por las muñecas.


Tras hacerle tumbarse en la cama, se inclinó sobre ella y la besó en la boca, en el rostro, en el cuello, y luego de nuevo en la boca, como si no soportara estar separado de ella mucho tiempo. Deslizó las manos por su cuerpo para acariciar todos sus puntos sensibles.


Cuando, jadeante, Paula pensó que ya no iba a poder esperar más, Pedro se apartó de ella.


–No me dejes ahora… Ni se te ocurra parar…


–No soy lo suficientemente fuerte como para parar ahora –murmuró Pedro.


La pasión con que la miró hizo que Paula se estremeciera.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 38

 


Cuando Paula despertó estaba sola en la cama. Parpadeó al ver las familiares paredes del dormitorio en que había despertado casi cada mañana a lo largo de su vida.


Pero ahora todo había cambiado, pensó al recordar.


Alzó las sábanas y vio que estaba vestida y que aún llevaba las braguitas puestas. Pedro ya no estaba allí, por supuesto. Recordó sus besos, casi feroces, el peso de su cuerpo, la forma en que la había acariciado hasta hacerle llegar.


Pero eso había sido todo.


En la próxima ocasión no pensaba permitir que eso fuera todo. Ahora sabía que Pedro soñaba con ella tanto como ella con él. Se quitó rápidamente toda la ropa. Se negaba a abandonar la cama hasta que Pedro llegara y disfrutara como ella. Era lo justo. De manera que se tumbó a esperar.


Afortunadamente no tuvo que esperar demasiado. Pedro apareció en el umbral vestido tan solo con unos vaqueros oscuros. Paula supuso que acababa de tomar una ducha, porque aún tenía el pelo húmedo y parecía recién afeitado. Pero parecía haber vuelto a adoptar su personalidad gruñona.


–¿Tienes dolor de cabeza? –preguntó Pedro con aspereza.


–No. No estaba bebida, Pedro.


–¿Tienes hambre? –preguntó él sin mirarla.


–Aún si…–contestó Paula en un tono claramente sugerente.


Pedro frunció el ceño.


Paula sonrió abiertamente. Quería alcanzarlo, hacerle salir de sus malditos límites.


–Lo recuerdo todo.


Pedro pareció más incómodo que nunca.


–Estabas bebida –dijo con firmeza–. Lo siento. No debería haber…


Paula lo miró de arriba abajo y entonces fue cuando se fijó en la evidencia de su excitación. El tamaño de su paquete no era para nada normal. Se irguió en la cama, sujetando momentáneamente la sábana contra su pecho, y luego salió de la cama sin molestarse en sostenerla.


Pedro… –murmuró. Mientras avanzaba hacia él deslizó las manos por sus costados y balanceó las caderas.


El se quedó mirándola con la boca abierta, paralizado.


Aquella reacción fue lo último que necesitó para perder los últimos restos de inhibición.


–No tienes que sentirte mal.


Las pupilas de Pedro parecieron dilatarse, oscureciendo aún más su ardiente mirada. Abrió la boca y volvió a cerrarla. Era la primera vez que Paula veía a un hombre ruborizándose.


–He estado pensando mucho en ti –susurró a la vez que se acercaba hasta quedar a pocos centímetros de Pedro.


–¿Y qué has hecho mientras pensabas en mí? –contestó Pedro con voz ronca.


Paula se pasó la lengua por los labios y sonrió.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 37

 

Pedro sujetó el cuerpo de Paula con fuerza cuando sintió que deslizaba una pierna en torno a la suya. Incluso a través de su braguita pudo sentir que estaba húmeda… y totalmente lista para él.


Estaba a punto de perder la cabeza.


–Pedro… –susurró Paula, ardiente, sensual, terriblemente tentadora.


Temblando de frustración, Pedro apoyó las manos en su trasero y la alzó para llevarla a la cama. La tumbó de espaldas y luego se situó sobre ella, apoyándose en los codos para hacerle sentir su pelvis.


Las pupilas de Paula se dilataron. Pedro vio cómo se ruborizaban sus mejillas, sus labios… Era evidente que quería aquello, que lo deseaba. Era posible que careciera de experiencia, pero también era evidente que tenía los instintos adecuados.


Inclinó la cabeza y volvió a besarla, pero el sonido de una alarma en el fondo de su cabeza empezó a aumentar de volumen. Si seguía adelante y hacía aquello, no podría perdonárselo a sí mismo. Ella había estado bebiendo y él no. Pero se sentía incapaz de no tocarla, de no satisfacerla, de satisfacerse. Pero solo le estaba permitido lo primero. No quería aprovecharse de su condición. Paula no podía estar segura de todo lo que le estaba ofreciendo. Tenía las defensas bajas a causa del champán.


Pero su forma de moverse, de gemir, su apasionada y hambrienta forma de besarlo lo estaban volviendo loco. ¿Cómo iba a resistirse a aquello? ¿Y cómo iba a negarle el placer que estaba buscando?


Se obligó a apartarse un poco y, mientras la besaba, deslizó una mano bajo su falda, apartó a un lado sus braguitas e introdujo lentamente un dedo en su húmedo y deslizante sexo. Gimió contra su boca al sentir lo preparada que estaba para él. Luego se centró en lo que quería hacer y empezó a acariciarla.


Debió hacerlo bien, porque el gemido que escapó de entre los labios de Paula fue la pura representación sonora del placer sensual. Sintió que los labios de su sexo se inflamaban ligeramente, preparándose para ser invadidos. Anhelaba introducirle más los dedos y penetrarla profundamente, con fuerza, hasta hacerle alcanzar un orgasmo que nunca olvidarían.


Buscó la liberación a su frustración besándola de nuevo, introduciendo y sacando rítmicamente la lengua de su boca. Más que un beso fue una brutal muestra de deseo incontrolado. Paula se arqueó apasionadamente contra él, haciéndose más accesible, más vulnerable, aún más imposible de resistir.


Pero Pedro resistió y siguió acariciándola íntimamente. Nunca había experimentado un deseo más intenso, casi doloroso. El corazón le latía con violencia en el pecho y tenía el cuerpo cubierto de sudor a pesar de que apenas se estaba moviendo. Contenerse le estaba reclamando el esfuerzo más intenso de su vida.


Sintió el ahogado gritito de Paula contra sus labios cuando las exquisitas sensaciones que la embargaban acabaron liberándose, pero no apartó sus labios de ella ni dejó de acariciarla con el dedo, aunque sin llegar a penetrarla. El cuerpo de Paula comenzó a vibrar cuando alcanzó el orgasmo. Pedro perseveró, implacable en su necesidad de llevarla a lo más alto, de ser testigo de la deliciosa expresión de placer que distendió su rostro, hasta que sintió que se quedaba totalmente laxa bajo su muslo. Solo entonces se apartó para tumbarse a su lado y abrazarla mientras trataba de regular su respiración y aplacar su deseo.


–Oh, Pedro –susurró Paula en un tono colmado de satisfacción.


–Shh –Pedro le acarició el pelo, y esperó a que el sueño se adueñara de ella.


Afortunadamente, Paula apenas tardó en quedarse dormida. Pero, a pesar de sus intenciones, Pedro fue incapaz de moverse. Estaba tan dolorosamente excitado y sensible que incluso el mero roce de las sábanas de algodón le hacía daño. Apretó los dientes mientras esperaba a calmarse, pero lo único que logró fue atormentarse con visiones de lo que podría haber hecho, de lo que en otra época habría hecho sin pensárselo dos veces.


Estaba claro que tener conciencia resultaba realmente incómodo.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 36

 


Aquella mezcla de inocencia y deseo carnal hacía que la deseara aún más. Pero no podía hacerlo.


Enfadado con ella y consigo mismo, apartó la sábana y salió de la cama.


Paula se quedó mirándolo, boquiabierta. Estaba más excitado de lo que había imaginado. Avanzó hacia ella con firmeza.


–¿Qué haces? –preguntó.


–Acompañarte a la puerta para que te vayas a tu habitación. Sola –contestó Pedro, pero la evidente y poderosa excitación de su cuerpo lo delataba. Y ambos lo sabían.


Paula negó con la cabeza.


–No debería habértelo dicho.


–No, me alegra que lo hayas hecho. Así puedo evitar que ambos cometamos un grave error.


Envalentonada ante aquel rascacielos de erección, Paula dio un paso hacia él.


–¿Cómo va a ser un error, Pedro, si ambos lo deseamos? No soy una completa novata. Sé cómo acariciar esto.


En aquella ocasión fue directa al grano; no pudo resistir la oportunidad. Tomó en la mano los testículos de Pedro, deslizó la mano a lo largo de su miembro y acarició su cima, sintiéndose cada vez más mareada.


Pedro deslizó una mano por el pelo de Paula para hacerle echar atrás la cabeza. Con la boca entreabierta, jadeante, ella lo miró a través de sus pestañas semicerrada, ofreciéndose a él para lo que quisiera.


Finalmente, tras mascullar una maldición, Pedro la besó.


Paula llevaba días soñando con aquello. Y, por una vez, la realidad era mejor que los sueños. La intensidad del beso de Pedro le hizo temblar con violencia a la vez que sus últimos restos de precaución se esfumaban. Se sentía embriagada, pero no a causa del alcohol, sino por el júbilo y el placer de estar tan íntimamente cerca de alguien.


Buscó casi con desesperación la lengua de Pedro con la suya, temblorosa entre sus brazos. Instintivamente, alzó una pierna y rodeó con ella la de Pedro, a la vez que presionaba la pelvis contra su miembro, anhelante.



viernes, 29 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 35

 


Pedro se movió y la sábana se deslizó ligeramente hacia abajo. Volvió a subirla de inmediato, pero no antes de que Paula pudiera echar un rápido vistazo.


Era obvio que su reacción no hacía más que crecer. El sentimiento de anticipación le hizo reír.


–¿Sabías que hay más de doscientos millones de burbujas en una botella de champán? Lo que significa que ahora mismo unas cien millones recorren mis venas.


Pedro apoyó la espalda contra el cabecero de la cama.


–¿Alguien se ha molestado en contarlas? –preguntó, fingiendo toda la indiferencia que pudo.


–Eso parece.


–¿Ya te has tomado tu media botella?


–Yo sola. Debería haberla compartido contigo.


Pedro movió la cabeza lentamente y sonrió. Habría disfrutado bebiendo el champán de labios de Paula… el problema era que le gustaba demasiado. Sentía que bajo el animado exterior de Paula había auténtico sufrimiento, que estaba negando su soledad y quién sabía que otras necesidades. Pero él no podía ofrecerle la seguridad que necesitaba. No quería líos emocionales. Ya le había llevado demasiado tiempo volver a sentir su propia libertad. Y no podía estar seguro de que Paula no fuera a querer más si llegaran a acostarse.


–Da igual –añadió Paula mientras se arrimaba a él–. Me habías prometido algo.


–No te lo he prometido –murmuró Pedro débilmente, agobiado por la tentación.

 

–Después del partido –Paula ignoró las palabras de Pedro–. He bailado como me dijiste. ¿Me has visto?


–Sí –respondió Pedro escuetamente.


–¿Y te ha gustado? –preguntó Paula con voz ronca.


Pedro tragó con esfuerzo. Aquello era una auténtica tortura.


–¿Tienes miedo a responder?


–Sí –admitió Pedro.


–¿Por qué?


–Porque no quiero hacerte daño.


–No me harás daño. Al menos si estoy… caliente, y creo que lo estoy –Paula dejó escapar una risita–. Y tampoco creo que vaya a doler tanto, ¿no? Siempre pensé que lo del dolor era algo que se decía para desanimar a las chicas, para mantenerlas puras –añadió con una risa.


–Paula –murmuró Pedro, consumido por el deseo–. No me refería al dolor físico.


–Oh –Paula se mordió el labio, pero sin dejar de sonreír.


–Hablo en serio –Pedro se irguió en la cama, enfadado, frustrado… y terriblemente excitado–. ¿De verdad serías capaz de tener una aventura de una noche? Normalmente, el primer amor y la primera experiencia sexual suelen ir de la mano, e implican más emociones de las que uno puede controlar. No quiero complicaciones emocionales. Si hiciéramos esto, te importaría mucho más a ti que a mí.


–No –negó Paula con firmeza–. Lo único que me importa es pasarlo bien, y sé que así será contigo.


Pedro cerró los ojos con fuerza, pues sabía que lo pasarían mejor que bien.


–Eres virgen. Una virgen borracha. ¿Por qué diablos estoy hablando contigo? Haz el favor de salir de aquí.


–No estoy borracha. Te deseo, y lo único que te pido es esta noche. ¿No es la fantasía de todo hombre iniciar a una mujer virgen en los placeres del sexo? –Paula suspiró y sonrió de la forma más traviesa que Pedro había visto en su vida–. ¿Por qué no me enseñas lo bueno que puede ser?



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 34

 


Sin pensárselo dos veces, se acercó a la cama. Hacía calor y Pedro estaba tapado tan solo por una sábana que lo cubría de la cintura para abajo. No llevaba camiseta, y Paula fijo instintivamente la mirada en su poderoso pecho, en sus marcados abdominales.


Pedro se movió un poco y abrió los ojos. Miró a Paula sin verla, gruñó y volvió a cerrar los ojos a la vez que murmuraba su nombre.


Como hipnotizada, Paula vio que deslizaba la mano bajo la sábana y la llevaba hacia su entrepierna, zona en que la sábana aparecía sospechosamente elevada y tensa. Suspiró, frustrado, buscando satisfacción.


Paula sonrió de oreja a oreja, encantada al saber que no era la única que se enfrentaba a unos sueños tan explícitos. Alargó una mano y deslizó un dedo por el esternón de Pedro en dirección a su ombligo.


–Estoy aquí mismo –murmuró.


–¡Pero qué…! –Pedro se irguió como una exhalación y apoyó instintivamente la mano sobre la de Paula–. ¿Paula? –preguntó con los ojos abiertos de par en par–. ¿Qué diablos haces aquí?


Paula trató de liberar su mano, pero él no la soltó.


–Me has dejado plantada –replicó.


–Paula… –Pedro apartó la mano de Paula de su pecho–. No puedes entrar así como así en la casa de otra persona.


–Por si te interesa saberlo, esta es mi casa. Pero no te asustes –añadió en tono sarcástico–. No he entrado para atacarte o seducirte. Solo quiero echarte la bronca.


–¿Y no puedes esperar a mañana?


–No, porque te has comportado como un memo.


–Eso no es cierto. He sido amable contigo y te he ayudado a tranquilizarte.


–¿Eso fue lo que te enseñaron en la facultad de medicina? No trates de actuar como si hubiera sido algo que tú mismo instigaste. Y no trates de negar que era algo que llevabas días deseando hacer, ni de simular que no va a suceder nada más íntimo.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 33

 


Paula subió las escaleras que llevaban a su dormitorio pisando fuerte, demasiado desafiante como para molestarse en no hacer ruido. No había luz en la casa, de manera que era posible que Pedro aún no hubiera llegado.


Cuando entró en su cuarto fue directamente a la nevera, sacó la botella reservada para celebrar su primera actuación en público, la descorchó y bebió directamente de esta.


Sabía bien.


Estaba acalorada y sedienta, enfadada y excitada, de manera que dormir iba a ser imposible. Salió al porche a beber el champán. Miró las ventanas de Pedro con el ceño fruncido, repasando mentalmente lo que pensaba decirle en cuanto volviera a verlo. Con cada sorbo de la botella empezó a sentirse más desafiante, más segura de sí misma.


Masculló una maldición.


Tenía una llave de la casa y pensaba echarle una buena bronca. Estaba en deuda con ella. ¿Por qué no entrar y decírselo a la cara?


Tras vaciar de un trago el resto de la botella, tomó las llaves y se encaminó hacia la puerta trasera de la casa. Abrió la puerta y pasó al interior. No sabía qué dormitorio habría elegido Pedro, pero eso no era problema.


Tras constatar que no estaba en la habitación de abajo, subió a la de arriba, su antiguo dormitorio. La puerta estaba entreabierta. La empujó y entró. Miró hacia la cama. Gracias a la luz de la luna comprobó que el muy miserable estaba profundamente dormido. ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras ella se sentía devorada por las fantasías de todo lo que quería hacerle… y de todo lo que quería que él le hiciera?



jueves, 28 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 32

 

Paula se quedó jadeando, incrédula. Negó con la cabeza, pero no le quedaba aliento para rogar más. Pedro la tomó con firmeza por el brazo y la guio por el pasillo de vuelta a los vestuarios. Empujó la puerta para que entrara y en seguida siguió alejándose por el pasillo.


–¡Ahí estás! –dijo Carolina desde dentro del vestuario–. Empezaba a preguntarme dónde te habías metido.


Paula no tuvo más opción que entrar. Se sentía tan caliente, tan excitada, tan asombrada… Sus labios se distendieron en una lenta sonrisa. Pedro había cambiado de opinión. Era suyo. Ya no podía negar lo que había entre ellos. Había sentido la intensidad con que la deseaba…


–¿Estás lista? –preguntó Carolina–. Tienes un aspecto estupendo.


Paula se miró un momento en el espejo y vio que sus ojos brillaban y que sus mejillas tenían un tono ligeramente colorado y saludable. Y su maquillaje seguía en perfecto estado.


–Estoy totalmente lista –dijo, radiante. Ya estaba deseando que todo acabara.


La música comenzó a sonar en la distancia y el sonido del multitud aumentó de volumen. Paula escuchó los silbidos, los aplausos. Rio mientras corrían por el pasillo y salían al estadio. Cuando empezó a bailar sintió que su cuerpo se movía con gran fluidez y libertad, totalmente relajado. Nunca se había sentido tan consciente de su cuerpo.


Después del partido, que, naturalmente, ganaron los Knights, Paula se cambió rápidamente. Había una pequeña fiesta en el estadio y, después, la mayoría de los jugadores y las bailarinas acudían a un club particular. Estaba deseando quedarse a solas con Pedro para recibir por fin el beso que tanto llevaba esperando. Y después… todo lo demás.


Entró en la sala en que se celebraba la fiesta junto a otro par de bailarinas, incapaz de contener la sonrisa. Su corazón latió con más fuerza mientras recorría la sala con la mirada. Pero, antes de terminar de hacerlo, supo que Pedro se había ido.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 31

 


Pedro retiró la mano de uno de los hombros de Paula para tomarla por la barbilla. El contacto fue como una droga para ella. Sintió que la ansiedad que sentía se transformaba en una lenta calidez. No era capaz de moverse, ni para alentarlo, ni para huir de él. Solo podía esperar. Y desear.


Pedro le acarició la mejilla con el pulgar y Paula sintió su aliento en la cara. Cerró los ojos instintivamente para centrarse en su cercanía, en su olor.


El beso que recibió fue delicado, y en seguida sintió que no le bastaba. El rescoldo que tanto tiempo llevaba latiendo en su interior se transformó en una llamarada.


–Vas a hacerlo genial –susurró Pedro con los labios contra la piel de su cuello–. Increíble –dejó un rastro de besos por su mandíbula–. Tú eres increíble.


Los miedos de Paula se esfumaron para dar paso a un intenso deseo. Quería tener a Pedro más cerca, aferrarse a él como una lapa. Tenía delante de sí lo que llevaba deseando varios días, atormentándola, cautivándola, pero fuera de su alcance.


–Sal al campo y diviértete –dijo Pedro.


Pero a Paula ya le daba igual el baile. La diversión estaba allí mismo.


Pedro lo hizo, pero no donde ella quería, sino en el cuello, a la vez que la deslizaba una mano por la espalda para atraerla hacia sí. Paula echó la cabeza atrás, totalmente entregada mientras él seguía besándola apasionadamente.


–Paula… –murmuró Pedro con voz ronca.


Paula sentía que el cuerpo le ardía.


–Bésame bien –quería sentir su boca, quería sentirse totalmente envuelta en su abrazo.


Sintió la respiración acelerada de Pedro, que presionó su abdomen contra ella sin dejar de besarla. Paula sintió cómo se endurecía contra ella.


Pedro… –rogó.


Él apartó el rostro con verdadero esfuerzo.


–Te besaré adecuadamente después del partido –murmuró.


–No –Paula balanceó instintivamente sus caderas contra él–. Ahora…


Pedro apoyó ambas manos en sus glúteos y la retuvo contra sí.


–No… por favor –Paula se frotó contra él, moviéndose lo poco que le permitieron sus manos, aunque casi bastó para que alcanzara un orgasmo–. Por favor…


–Vas a llegar tarde –Pedro volvió a inclinar la cabeza para besarla en el cuello a la vez que presionaba la pelvis con fuerza contra ella–. No puedes llegar tarde…


–No pares… no pares… –a Paula le dio igual mostrar lo desesperada que se sentía–. Bésame, bésame –rogó, sintiendo que sus erectos pezones anhelaban sentir el contacto de su boca, de sus dientes…


Pero entonces Pedro dio un paso atrás.


–Después del partido.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 30

 

El miedo de Paula era irracional, y era obvio que los racionales intentos de Pedro para tranquilizarla no iban a funcionar, de manera que solo le quedaba una opción: la distracción.


Pero solo con intención de tranquilizarla, se dijo. Un abrazo podía resultar reconfortante. Además, ya le iba a resultar imposible no tocarla. Deseaba hacerlo. Lo único que importaba en aquellos momentos era lograr que se sintiera mejor.


Paula estaba a punto de llorar. Trató de calmarse, pero, cuanto más lo intentaba, peor se ponía. Y tener allí a Pedro no estaba ayudando.


–Paula –dijo él a la vez que la tomaba por los hombros.


Ella alzó el rostro para mirarlo.


–Paula –repitió Pedro en un tono completamente distinto.


Paula se quedó momentáneamente paralizada, mirándolo. Pero Pedro no dijo nada más y se limitó a mirarla mientras una leve sonrisa le curvaba los labios. Paula lo contempló, fascinada, pues no era el tipo de sonrisa que había visto antes; era una sonrisa atrevida, cargada de promesas…



miércoles, 27 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 29

 


Pedro estaba casi listo para el partido. Había vendado un par de rodillas y tenía su botiquín portátil listo. Pero tenía la cabeza en otra parte. Se había vuelto loco por aquella provocativa y preciosa mujer a la que había puesto voluntariamente fuera de su alcance. Salió a dar una vuelta, decidido a recuperar la perspectiva. Caminaba por uno de los pasillos del estadio cuando estuvo a punto de pasar de largo junto a la sombra que se hallaba en los peldaños de una escalera. Pero su cuerpo reconoció de inmediato a Paula.


–¿Qué haces aquí, Paula?


–Nada. Descansar un momento. Vete, por favor.


–No –dijo Pedro con firmeza a la vez que se acercaba a ella–. Estás disgustada. ¿Qué pasa? ¿Te ha molestado alguno de los jugadores? –preguntó, apretando los puños.


–¿Qué? ¡No!


Pedro le creyó, pero también captó la emoción que emanaba de su voz. Había visto mucho miedo en su trabajo, y lo estaba viendo en Paula en aquellos momentos. Su forma de aferrar las manos juntas, el brillo de terror que había en su mirada…


–Dime lo que te pasa, por favor –dijo, preocupado, reprimiendo el impulso de abrazarla allí mismo para que se sintiera a salvo.


–Estoy bien. En serio. Solo me estaba tomando un respiro. El vestuario huele demasiado a perfume y a laca –Paula se dio cuenta de que estaba parloteando. ¿Por qué estaba parloteando?–. Quería dar un paseo para despejarme –miró a Pedro con los ojos abiertos de par en par, frenéticos–. Estoy nerviosa.


Pedro sintió un intenso alivio al saber que se trataba de eso, pero tenía demasiada experiencia sobre el asunto como para quitarle importancia y reírse de ella.


–Eres una buena bailarina. Lo harás muy bien.


Paula negó violentamente con la cabeza.


–Nunca había hecho antes. Nunca he bailado ante una audiencia.


–¿Qué? –tenía que estar bromeando.


–El estadio está lleno –Paula siguió hablando, cada vez más deprisa–, la televisión emite el partido y va a haber millones de personas viendo el partido. Hace años que no voy a una clase de baile. Bailé de pequeña, pero cuando la abuela se puso mala dejé de ir a clases. Soy autodidacta; no tengo la categoría suficiente para bailar junto a chicas profesionales y con experiencia. ¿A quién trato de engañar? No puedo hacerlo.


–Sí que puedes –dijo Pedro con firmeza.


Ella negó vehementemente con la cabeza, temblorosa, a punto de echarse a correr.


–Imagina que estás en el jardín y que nadie te está viendo –Pedro se acercó un poco más a ella y trató de hablar con mucha calma–. Bailas increíblemente bien en el jardín –la había visto a menudo y sabía cómo se movía. Un millón de veces mejor que cualquiera de las otras chicas.


Paula lo miró aún más asustada.


–No puedo hacerlo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 28

 

Paula se sentía avergonzada e incómoda mientras se ponía el traje de baile. Pedro la estaba evitando. Aquella mañana había visto cómo agachaba la cabeza al ver que ella alzaba la mirada hacia las ventanas desde el jardín. También había visto cómo se había dado la vuelta en cuanto la había visto en el otro extremo de uno de los largos pasillos del estadio. De manera que estaba claro que había metido la pata hasta el cuello. Pedro no estaba en lo más mínimo interesado en ella; tan solo se había limitado a flirtear un poco para divertirse. Y ahora que conocía su pasado, probablemente temía que fuera demasiado frágil y pudiera volverse tan loca como su ex.


–¿Lista? –preguntó Carolina a la vez que echaba atrás su melena con un movimiento de la cabeza.


Paula asintió sin decir nada. Estaba claro que debía haber hecho más caso a la advertencia de Carolina sobre Pedro.


Pero en aquellos momentos debía enfrentarse a su primera noche de baile como una Silver Blade. Se miró en el espejo, tratando de convencerse de que si no se reconocía a sí misma, nadie más lo haría y, por tanto, no pasaría nada si hacía un completo ridículo en la pista. Pero estaba aterrorizada; toda su confianza se había esfumado. Trató de respirar profundamente, pero lo que necesitaba era aire fresco, no las nubes de laca acumuladas en el vestuario de las Blade.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 27

 

Al mirar a Pedro vio en su rostro lo que nunca había visto en ningún otro.


–No necesito compasión, Pedro –dijo, molesta–. Hace más o menos un año habría estado bien –fue incapaz de no lanzarle un último reto–. Lo que necesito ahora es un poco de diversión y aventura. Ya ha pasado mucho tiempo –en aquella ocasión no habló en susurros, ni dedicó a Pedro una tímida sonrisa, sino que lo dijo con total sinceridad.


–No creo que lanzarse a lo más hondo sea la forma de arreglar las cosas –contestó Pedro de modo tajante.


Paula no podía creerlo. ¿El flirteo de hacía unos minutos solo había sido eso? ¿Pedro seguía negando aquello? No sabía cómo había adquirido su fama de playboy, pero estaba claro que se había equivocado con él. Y se sentía mortificada por haberse lanzado tan descaradamente a conquistarlo.


–¿Crees que no podría manejarlo? Me he enfrentado a más de lo que puedas imaginar –dijo, aunque no pensaba darle los detalles de su triste historia para ganar puntos. Ya estaba bastante enfadada consigo misma por haberle contado todo aquello. Lo último que quería era su compasión.


Pedro la miró atenta e intensamente durante unos segundos.


–Nos veremos en el partido mañana –dijo mientras se alejaba–. Baila con fuerza –añadió por encima del hombro


martes, 26 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 26

 

Durante el trayecto, con Pedro siguiéndola de cerca, Paula estuvo a punto de equivocarse de dirección en dos ocasiones. Al mirar por el retrovisor vio el destello de su sonrisa. Cuando llegó a su casa, salió del coche para abrir la puerta del garaje y luego aparcó en el interior. Pedro había aparcado fuera. Cuando entró se encaminó hacia donde Paula trataba de estirar una lona azul que apenas cubría los montones de cajas de cartón que había amontonado a lo largo de una de las paredes del garaje.


–Tienes un montón de cosas –comentó.


–Sí, no estoy segura de qué hacer con todo esto.


–¿No quieres quedártelo?


–No todo –allí estaban todos los recuerdos, las historias, sus vidas… Había repasado todo meticulosamente y no había encontrado las respuestas que buscaba–. Lo mismo pasa con el mobiliario –suspiró y se encaminó hacia la puerta que daba al jardín–. Me he librado de algunas cosas, pero ya has visto el resto que tengo amontonado arriba –resto del que tampoco se animaba a desprenderse.


–¿No conoces a nadie a quien pudiera interesarle? –preguntó Pedro mientras la seguía.


–No. Mi madre era hija única, como yo –no tenía tías, ni tíos, ni primos. Ella era la única que quedaba de su familia.


–¿Y tu padre?


Paula endureció lo suficiente su corazón para poder responder.


–No sé nada de él.


–¿Ni siquiera su nombre? –bromeó Pedro.


–No –contestó Paula de mala gana.


–Oh –Pedro carraspeó y apartó la mirada–. Lo siento.


–No pasa nada. No hay ni un solo documento en esas cajas, y tampoco he recibido ayuda de ningún departamento burocrático –se obligó a sonreír. Nunca habían sido capaces de ayudarla.


Pedro le devolvió la sonrisa.


–¿Esta era la casa de tu madre?


–No. Mi madre vivía en el Reino Unido. Me criaron mis abuelos. Esta es su casa.


–¿Y te la dejaron a ti?.


Paula asintió.


–¿Cuándo?


Pedro no lo sabía, pero estaba llevando la conversación a un terreno muy pantanoso.


–Mi abuela murió cuando yo tenía dieciséis años. Mi abuelo murió hace un año.


–Lo siento –Pedro se volvió ligeramente para mirar la preciosa casa, cosa que Paula agradeció, porque mantener la sonrisa le estaba costando verdaderos esfuerzos–. ¿Dónde está tu madre ahora?


Paula cerró los ojos un segundo.


–Murió cuando yo tenía ocho años.


–Vaya –murmuró Pedro–. Eso tuvo que ser muy duro.


Paula se encogió de hombros.


–Vivía en el extranjero. Yo me crié con mis abuelos, así que apenas la conocía. He vivido aquí toda mi vida.


De pequeña había vivido con la idealista esperanza de que su madre volvería algún día y respondería a todas sus preguntas. Pero aquello no sucedió, y cualquier posibilidad de obtener respuestas quedó enterrada junto al último miembro de la familia. Había pasado años revisando aquellos papeles y tratando de asimilar las cosas. Finalmente lo había guardado todo en cajas selladas.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 25

 


Paula tuvo que aprender a conducir por necesidad, para poder acudir al hospital o a una farmacia en caso de urgencia. Podría haberse sacado el carné, pero también había querido disfrutar un poco vengándose de las autoridades, de las instituciones que la habían abandonado a ella y a su familia. No habían contado con ningún apoyo. Recibieron la visita de un trabajador social al principio y luego nada. Paula acababa de cumplir los diecisiete y su abuela acababa de morir, dejándola sola a cargo de su abuelo en el comienzo de lo que acabó siendo una larga enfermedad. No había contado con nadie.


Pedro la miró con expresión seria y alargó una mano hacia ella.


–Dame las llaves.


Paula suspiró dramáticamente.


–¿Quién te crees que eres?


–Dame las llaves o llamo a la poli.


Paula se quedó boquiabierta ante el inconfundible tono de amenaza de Pedro.


–No serías capaz.


–Pruébame –replicó Pedro sin apartar la mano–. Dámelas.


Paula se quedó un momento mirándolo. Finalmente le entregó las llaves de mala gana.


Pedro giró sobre sí mismo, abrió la puerta del coche y se sentó ante el volante con una sonrisa de oreja a oreja. Luego abrió la ventanilla.


–Siempre he querido conducir uno de estos. ¿Puedo conducirlo a casa?


–¿Y tu coche? –preguntó. Se trataba de un coche deportivo que debía valer una fortuna y que se hallaba aparcado a pocos metros del suyo.


Pedro sacó unas llaves de su bolsillo y se las dio.


–Condúcelo tú.


–Ni hablar.


Pedro rio.


–¿Por qué no?


–Porque vale ochenta veces más que el mío –protestó Paula mientras se esforzaba por seguir enfadada con él–. No podría permitirme pagar una posible reparación si lo rayo, o algo peor.


–Qué prudente –dijo Pedro con una molesta expresión de suficiencia.


–¿Y qué si lo soy?


–Sigue así –dijo Pedro.


Paula frunció el ceño al escuchar aquello.


Pedro sostuvo la puerta para que Paula ocupara el asiento tras el volante.


–Conduce con cuidado… –se inclinó hacia la ventanilla y añadió en un ronco murmullo–: A menos que quieras que te lleve yo.


Paula lo miró un instante. Luego hizo un mohín y batió las pestañas.


–Ya sabes que quiero que me lleves… –susurró–… pero no en mi coche.


Pedro rio mientras se erguía y cerraba la puerta. Luego metió la mano por la ventanilla y le acarició con los nudillos la mandíbula a Paula.


–Sigue practicando. Estoy seguro de que algún día obtendrás el título de muñeca retozona.


Paula le dedicó una mirada de pocos amigos a la vez que arrancaba el coche.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 24

 


Los jugadores empezaron a retirarse unos minutos después, dispuestos a retirarse temprano aquella noche. Pero los que estaban hablando con Paula seguían allí. Cuando esta se encaminó hacia los vestuarios, Pedro hizo lo mismo.


–¿Te vas? –preguntó cuando la alcanzó.


–Sí, me voy.


–¿Sola? –Pedro lamentó de inmediato haber añadido aquello, pero estaba tan embobado por ella que no pudo evitarlo. Aquello empezaba a resultar patético.


–Es la noche anterior al primer gran partido de la temporada. ¿De verdad crees que alguno de los jugadores estaría dispuesto a irse de juerga conmigo?


Al parecer los chicos eran más profesionales que él. Volvió la mirada hacia el grupo de jugadores y vio que varios los observaban. Salió del estadio con Paula sin importarle que lo vieran. Si pensaban que estaba con ella, mejor.


Se encaminaron juntos hacia el aparcamiento. Pedro se sorprendió cuando Paula se detuvo junto a un coche y sacó una llave del bolsillo.


–¿Este es tu coche?


–Lo es.


Pedro parpadeó un par de veces antes de deslizar una mano por el capó. Luego frunció el ceño.


–¿No tenías una de esas botellas de champán para celebrar el día en que te sacaras el carné de conducir? –entrecerró los ojos–. Enséñame tu carné de conducir.


–Lo haré en cuanto usted me enseñe su insignia, oficial –dijo Paula arrastrando la voz y disfrutando enormemente de poder burlarse de él. Estaba de buen humor porque Pedro no había querido que flirteara con los jugadores y porque la había acompañado al salir sin importarle que los vieran juntos.


–No puedo creer que santa Inocencia conduzca ilegalmente.


Paula estuvo a punto de derretirse al escuchar su risa.


–¿Por qué me llamas santa Inocencia?


–Oh, vamos. Porque eres una santa. Tú misma me dijiste hasta qué punto.


Paula suspiró.


–No creo que la virginidad tenga nada que ver con que una chica sea buena o mala. Creo que necesitas superar tus estereotipos femeninos.


–Quién fue a hablar de estereotipos. ¿Qué me dices de tu nuevo peinado, de tus falsos pechos, de tu repentina decisión de bailar en público? Lo cierto es que vives en un escondite y no te dedicas precisamente a salir de fiesta. Eres Paula, no la sexy Paula. Estás jugando a hacerte la vampiresa, la sofisticada, pero no sé por qué.


–No estoy jugando a nada –dijo–. ¿Acaso crees que soy una niña que ha estado jugueteando con el maquillaje de su mamá? Me viste antes de que fuera a la peluquería, ¿y qué? Soy capaz de ser más mala de lo que puedas imaginar.


–Lo cierto es que sí puedo imaginarlo –dijo Pedro con voz grave–. Pero, si eres tan mala, ¿por qué no tuviste relaciones sexuales con tu novio en el asiento trasero de este coche?


Ruborizada, Paula le dio un empellón.


–Porque habría sido irrespetuoso –contestó con sinceridad… y sin aliento.


Pedro apoyó la espalda contra el coche.


–No más irrespetuoso que conducir sin carné. ¿Cómo es que nunca te ha detenido la poli?


Paula se encogió de hombros a la vez que se esforzaba por no inclinarse para que su boca entrara en contacto con la de Pedro.


–Siempre conduzco con mucho cuidado.


–¿Quién te enseñó a conducir?


–Mi abuelo. Este coche era un auténtico orgullo para él, y yo lo respetaba, así que nunca se me habría ocurrido correr el riesgo de dejarle manchas de leche en sus asientos de cuero.


Pedro sonrió al escuchar la burda palabra utilizada por Paula.


–¿Y por qué no te has sacado el carné?


–He estado muy ocupada. Además, una L en la ventanilla trasera del coche estropearía su aspecto.



lunes, 25 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 23

 


–¿Has visto a la nueva bailarina? –preguntó Damián a Pedro mientras observaban a los jugadores, que estaban haciendo los últimos ejercicios de entrenamiento del día–. Tu chica del picotazo ha entrado en el grupo y lo hace muy bien. La Sexy Paula–dijo Damián con una sonrisa maliciosa.


Pedro estuvo a punto de saltar.


–¿Quién la llama así? –preguntó.


–Javier y un par de los nuevos. Le han echado el ojo nada más verla.


Era posible que Paula se hubiera teñido el pelo, que se hubiera pintado con esmero los ojos y que hubiera hecho algo para realzar su busto, pero todo eso era superficial. En el fondo solo era una chica inocente. Era cierto que quería dejar de serlo, pero esa no era la cuestión. Y Pedro no quería que alguno de aquellos patanes se aprovechara de ella. Lo cierto era que quería hacerlo él.


–Solo es una niña –dijo, esforzándose por sonar indiferente.


Inevitablemente, las bailarinas y los jugadores se reunieron cuando terminaron sus respectivos entrenamientos. Los entrenadores observaban atentamente a todos para asegurarse de que los chicos no se metieran en líos la noche antes de un gran partido. Paula permanecía a un lado del círculo de bailarinas, sin decir nada. Probablemente porque era nueva. Pero solo era cuestión de tiempo que alguno de los jugadores la abordara. Un instante después, dos de los jugadores se acercaron a ella. Estrecharon su mano, pero fue otra bailarina la que charló con ellos mientras Paula mantenía una enigmática sonrisa.


Pedro no le gustó que estuviera tan cerca de ellos. Mientras los observaba, Paula le lanzó una mirada de reojo y a continuación dedicó una sonrisa al tipo que estaba a su lado. Pedro supo que lo había hecho deliberadamente, para tomarle el pelo.


Pero la idea de que estuviera ligando con algún otro le resultaba intolerable.


Cuando Paula se acercó a arrojar la lata del refresco que estaba bebiendo a la basura, Pedro aprovechó la oportunidad.


–No hagas ninguna tontería –sabía que se había comportado como un memo con ella en más de una ocasión, y lo lamentaba, pero no quería que cometiera un error a causa de su orgullo herido. Por supuesto, como el completo canalla que era, lo que más lamentaba era no haberla besado.


–No sabía que te preocupara lo que pudiera hacer –replicó Paula.


Pedro vaciló. Paula sonrió, atrayendo la atención de este hacia sus brillantes labios.


–Tú ya tuviste tu oportunidad –dijo en tono petulante.


–¿Serías capaz de irte con cualquiera? –preguntó Pedro, consternado.


–No con cualquiera. Los estoy evaluando. Tú los conoces bien; ¿me recomiendas alguno?


–Eso no es gracioso.


No lo era, pero Paula rio de todos modos.


–Ninguno de esos chicos te serviría –dijo Pedro con firmeza.


–Ninguno es tan bueno como tú, ¿no? –replicó Paula en tono burlón.


–Solo creo que estás cometiendo un error –un terrible error, pensó Pedro. Y el mero hecho de pensarlo lo estaba matando.


–Lo que estoy haciendo es seguir adelante con mi vida. Quiero hacer muchas cosas. Esta es solo una de ellas. Ahora mismo estoy disfrutando coqueteando.


Pedro apoyó una mano en su brazo para evitar que se alejara.


–Algunos de esos chicos no saben cuándo parar –advirtió.


Paula sonrió de oreja a oreja.


–¿Y quién ha dicho que quiera que paren? –dijo, y a continuación se alejó de nuevo hacia el grupo de chicas, dejando a Pedro boquiabierto.