lunes, 31 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 26

 


Paula estaba frente a él vestida con el vestido de punto más ceñido que había visto en su vida. El vestido era azul, de mangas largas y escote bajo, y tan corto que no estaba seguro de dónde acababa. Ignorando su expresión, Paula entró en la casa proporcionándole una buena vista de su escote trasero que exhibía la mayor parte de su espalda.

—¿Se quedaron sin tela? —preguntó él.

Paula se observó, los ojos muy abiertos, el puro reflejo de la inocencia.

—¿No te gusta?

—Me encanta.

—Tu vino —dijo ella, dándole la botella.

Pedro estaba perplejo. Intentó disimularlo estudiando la etiqueta, cara y francesa, en lo que era un inútil acto de autopreservación. No podía evitar que sus ojos mirarán a la mujer que tenía junto a él. Paula le devolvió la mirada con aire desafiante, retándole a que encontrara algún defecto en ella. No pudo, era perfecta. El pelo castaño llamaba a sus dedos para que lo acariciaran. El maquillaje era una obra de arte que resaltaba unos labios de rosa, y el vestido… estaba tan cercano a lo indecente que su libido hervía a fuego lento.

Pedro hizo un esfuerzo por apartar su atención de los pechos y fijarla en la etiqueta de la botella.

—Es una buena cosecha.

—¿Te sorprende?

—La verdad es que no. Tu familia siempre se ha rodeado de todo lo mejor. Con el tiempo, yo también me he aficionado.

Pedro hizo un gesto que abarcaba la sala donde se encontraban pero sus ojos no se apartaron de ella.

Paula resistió la tentación de cruzar los brazos sobre el pecho. Él la miraba y eso era buena señal. A juzgar por su reacción, el vestido había merecido la semana de sueldo que había invertido en él.

Con un aire lo más despreocupado posible, contempló el antiguo salón de estar de su familia. Era evidente que Pedro había contratado a alguien para adecentar la casa, todo estaba ordenado, limpio y brillante. Había cambiado la disposición de los muebles, pero todavía conservaban ese ambiente que ella adoraba. Una punzada de nostalgia le atravesó el corazón. Respiró profundamente para apartarla de sus pensamientos. No había tiempo para la nostalgia, tenía un trabajo que hacer.

—Tiene un aspecto maravilloso. Me alegro de ver que hay gente viviendo aquí otra vez.

Pedro la invitó a sentarse y le sirvió una copa de borgoña.

—Se puede vivir, pero todavía necesita mucho trabajo. Tengo algunas ideas sobre la renovación. Cuando las dibuje, me gustaría que les echaras un vistazo —dijo mientras intentaba inútilmente mirarla a los ojos—. Si te apetece, claro.

—¿De verdad piensas quedarte? —preguntó ella, cruzándose de piernas.

Que la falda era demasiado corta, no podía negarse. Pedro sentía que tenía la cabeza en un planeta y el cuerpo en otro. No podía evitar que sus ojos fueran de un punto estratégico de Paula al siguiente. Se aclaró la garganta.

—Creí que lo había dejado claro. Me gustaría devolverle su belleza original. Tú eres la persona más indicada para aconsejarme en ese tema, ¿no crees?

—Supongo que sí.

Paula se dio cuenta de que tenía los ojos fijos en el punto donde sus piernas se cruzaban. Tuvo que hacer un esfuerzo para no tirar del borde de la falda.

—A no ser que se te haga difícil. Ya sabes, tenerme a mí viviendo en la antigua casa de tu familia y todo eso.

Pedro, lo único que se me hace difícil es creerte.

Se sentó junto a ella. No tenía más remedio. Paula podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo, su olor limpio y masculino. Paula miró al azul cristal de aquellos ojos y estuvo a punto de olvidar todas las preguntas.

—¿Qué puedo decir para demostrarte que soy sincero?

—La verdad, Pedro —contestó ella, bajando la mirada—. La verdad.

Pedro le alzó la barbilla. Cediendo al impulso, enredó los dedos entre su pelo. Aquellos ojos luminosos le miraron y sintió un hueco en el estómago. Deseaba besarla. No, no besarla tan sólo. Quería devorarla.

—¿La verdad? La verdad es que quiero…

La alarma del horno avisó. El asado estaba listo. Pedro dejó caer las manos.

—La cena —dijo en tono de disculpa levantándose.

Paula le sonrió cordialmente mientras él iba a la cocina. Cuando salió de la habitación, se apresuró a beberse de un trago la copa de vino. Se levantó para alisarse el vestido. Estaba muy nerviosa. Sabía que estaba sudando, pero tenía las manos heladas. Se las llevó a las mejillas para refrescarlas.

Jugar a seductora era un trabajo arduo y no estaba muy segura de servir para el papel. Ella era la aficionada, mientras que él lucía los galones de la experiencia. Sin embargo, creía estar triunfando. Pedro no había podido quitarle los ojos de encima. Confiaba en que, antes de que la noche acabara, habría conseguido su propósito. Se dirigió a la cocina, pero se quedó en la puerta, apoyando una cadera contra la pared.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 25

 


Pedro admiró su asado y roció la carne con la salsa del fondo de la bandeja. El aroma hizo que su estómago protestara de hambre. Comprobó el termostato y pinchó con un tenedor las patatas. Todo iba bien.

Se sirvió una copa de borgoña. Había aprendido a cocinar viviendo solo, primero por necesidad, luego porque le divertía. No era un gourmet, pero sabía manejarse en la cocina.

Se había convertido en una cuestión de orgullo para él. Siempre que conocía a una chica nueva le invitaba a cocinar para ella. Le divertía cambiar los papeles. Tenía mucho que ver con su propia naturaleza, nunca hacer lo que la gente esperaba de él, siempre mantenerla sobre ascuas.

Había funcionado antes y continuaba funcionando. Paula estaba totalmente confusa, que era como él deseaba que se sintiera. No confiaba en él, pero deseaba creerlo, y esa situación le bastaba para conseguir sus fines.

Había habido un tiempo en que le habría molestado hacerle a Paula una jugarreta como aquella, pero ella había sido una buena profesora. Le había enseñado que hablar era gratis, las acciones eran harina de otro costal.

Sin embargo, Pedro no podía sino ser sincero consigo mismo. Su mayor problema con Paula era él. Todavía se sentía muy atraído hacia ella, su cuerpo había vuelto a la vida al besarla y se habían despertado viejos y poderosos sentimientos. Su sentido común le decía que no era razonable estar con ella a solas. Después de aquel beso, se había sermoneado sin piedad por haber cometido una estupidez tan grande. Y claro, había terminado invitándola a cenar para llevarse la contraria a sí mismo.

La idea de que Paula fuera una invitada en la casa de su infancia era demasiado tentadora como para dejarla pasar. Quería verla en aquellas habitaciones, acariciando los muebles, recordando. Al principio, después de marcharse había soñado en una noche como esa muy a menudo, fantaseado con los comentarios de su madre. Se había visto a sí mismo sentado frente a la chimenea en zapatillas, los pies descansando sobre una antigua otomana, una copa de brandy en la mano y Paula con el uniforme blanco y negro de sirvienta atendiéndole.

Sabía que eran fantasías de adolescente pero, aun así, tenía que reconocer que las encontraba muy atractivas. Aunque ya no quería que le sirviera, todavía abrigaba el deseo de entretenerla en lo que ahora era su casa. Se preguntó si iba a hacerla sufrir y decidió que no lo sabía. Paula y el resto de su parentela siempre le habían parecido insensibles a una emoción tan vulgar como el sufrimiento. Parecían pasar por la vida en un suspiro, incapaces de cualquier emoción profunda, salvo el odio.

Sí, sabían perfectamente cómo odiar.

Cualquiera podía pensar que resultaba muy extraño su deseo de vivir en la casa del viejo enemigo, pero Pedro siempre había sentido una fascinación por aquel lugar, incluso desde muy pequeño. Recordaba la primera vez que había ido en la camioneta de su padre cuando tenía siete años. En aquella época, Mauricio y Claudio todavía hacían negocios juntos. Su padre había tenido que ir un domingo por la mañana a dejar unos documentos.

Le dijo a Pedro que le esperara en la camioneta y, a pesar de todo, le obedeció. Se entretuvo mirando las torretas pintadas de rosa y gris e imaginándose a sí mismo escalando la fachada hasta el balcón superior. Más que nada, deseó ver los cuartos del piso de arriba y qué vista tenía la bahía desde allí.

Ahora lo sabía. Había elegido el dormitorio principal desde el que se dominaba todo el paisaje marítimo. Había sido el de Claudio, y cuando descansaba en la cama doselada experimentaba una sensación de estar en casa como nunca había conocido en su vida. Estaba estableciendo un vínculo con la vieja casona, aunque tampoco figuraba en su agenda… como liarse con Paula.

La invitación a cenar tenía un doble propósito. Primero, naturalmente, tranquilizarla a propósito del proyecto. El segundo era tan importante para él como el anterior. Sentía un enorme deseo hacia ella que el tiempo no había logrado mitigar. Años atrás, había sido tan mortífero para él como un diabético que añorara los bombones. Ya no. No se trataba de amor. Nada de lo que ella pudiera decir reavivaría aquel fuego. Era lo único de lo que estaba absolutamente seguro.

Su corazón estaba a salvo.

Cuando sonó el timbre sintió que una oleada de puro placer le corría por las venas. Sonriendo, tomó un último sorbo de vino. La imagen de Paula esperando a que le permitiera entrar en su antigua casa merecía ser paladeada.

Alzó los ojos al techo mientras se levantaba.

«¿Estás mirando, Claudio?»

Pero lo que Pedro vio disipó al instante todos sus deseos de venganza.

—Hola, Pedro.





ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 24

 


Salió del banco sin despedirse. Aunque el comentario de Pablo había pretendido tranquilizarla, había conseguido el resultado opuesto. Pedro se controlaba, pensó sintiendo escalofríos a pleno sol. Aquella sí que era una idea que la asustaba.

Comenzó a andar despacio hacia su oficina. Se detuvo al pensar que volverle a ver sólo conseguiría enfadarla aún más. Se decidió por coger el coche, una visita al centro municipal serviría para mantenerla ocupada y distraerla.

Al pasar frente a una tienda de licores tuvo una idea. Su hermano tenía razón, Dios bendijera su corazón pequeño. Todo se trataba de mantener el control. ¿Quién lo tenía, quién lo necesitaba y por qué? Si se trataba de eso, había seguido un curso de acción completamente equivocado. Había permitido que Pedro hiciera las cosas a su manera desde el principio. Había llegado el momento de cambiar aquel estado de cosas.

Había algo que seguía igual. Pedro tenía algo que ella quería, la verdad. La pregunta era, ¿qué tenía ella que Pedro pudiera desear? Lo único que Pedro había querido siempre de ella era su cuerpo. ¿Podría manejarlo? ¿Podía hacer de Mata Hari para sonsacarle la verdad sin destruirse a sí misma?

Unos años antes habría tenido que responder que no. Pero los tiempos habían cambiado. Ella era distinta. Era una mujer madura y no una adolescente incauta. Averiguar la verdad era muy importante para ella, para la ciudad, para el banco. Pedro había confiado en ella una vez y podía volver a hacerlo. Quizá, sólo quizá, Paula acabara averiguando lo que se proponía antes de que fuera demasiado tarde.

Paula sintió una enorme confianza en sí misma y en sus propias fuerzas. Ella podía vérselas con Pedro mejor que ninguna otra persona de toda la ciudad, porque cuando todo llegaba a su fin, nadie lo conocía mejor que ella. No podía fiarse de nadie más para librarse de él. Era el destino y era la justicia. Tenía que hacerlo ella sola. Rezumando convicción por todos los poros de su cuerpo, Paula entró en la tienda de licores. Antes que nada necesitaba una botella de vino.




domingo, 30 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 23

 


Pablo estaba sentado en su mesa, el teléfono sujeto entre el hombro y la mejilla. Mientras conversaba, le hizo señas de que se sentara. Lo hizo, pero era evidente que su hermano no tenía prisa por terminar la charla. Dejó el bolso en el suelo y zapateó hasta que colgó.

—¿Qué tal, Paula? ¿Vienes a la barbacoa?

—¿Qué barbacoa?

—La que Lore y yo estamos planeando. ¿No te ha llamado para invitarte?

—No. ¿Qué se celebra?

—Es en honor de Pedro Alfonso y el proyecto de Maiden Point. Ya sabes, una especie de fiesta de inauguración.

—¿Qué está pasando con el proyecto de Pedro?

—¿No te parece estupendo? —dijo su hermano con una sonrisa—. Todos estamos muy emocionados. Los documentos ya casi están listos para firmar.

—No puedo creer que te lo tomes en serio, por no hablar de aprobar los préstamos y empezar a darle fiestas. Sobre todo viniendo de ti, es increíble.

Paula se levantó y comenzó a caminar por el despacho.

—Siéntate, Paula. Me estás poniendo nervioso.

—Deberías estar nervioso ya. Este proyecto puede hundir el banco —dijo ella, sentándose.

—¿Crees que no lo sé? He comprobado el proyecto personalmente, todos mis contactos me han dado una respuesta positiva. Éste podría ser el mayor negocio que la banca Chaves ha realizado jamás. Mucho más que cualquiera de los de papá.

Paula se mordió los labios. Pablo siempre estaba comparándose con Claudio y, aunque sabía que necesitaba su apoyo, no le parecía honrado dárselo. No en aquel caso.

—No te veo haciendo negocios con Pedro Alfonso. No después de lo que pasó entre vosotros.

—Aquello sucedió hace mucho tiempo. Cosas de críos. Ahora hablamos de verdadero dinero y no voy a permitir que cualquier tontería sobre el pasado de Pedro me impida sacar mi tajada.

—Tú lo odias, Paula.

—Yo lo odiaba. Ya no.

—¿Por qué? ¿No será porque ahora tiene dinero?

—Si no crees que ha cambiado, ¿por qué le invitaste a tu casa la otra noche?

—Yo no le… ¿Cómo sabes tú eso?

Pablo se encogió de hombros.

—Pasé por la casona esta mañana. Pedro me lo ha contado.

Pablo pensó que aquello era estupendo, justo lo que le faltaba por oír. Pedro y Pablo sentados amigablemente en torno a la mesa de la cocina de la infancia charlando de los viejos tiempos. ¡Apestaba!

—¿También sabías que ha alquilado una oficina debajo la mía?

—Por supuesto. Fui yo quien le dijo que estaba disponible.

Paula miró a su hermano sin poderlo creer. Tuvo que respirar profundamente antes de poder sacudir la cabeza.

—Esto es demasiado estrafalario. No puedo soportarlo.

—Por amor de Dios, Paula. Han pasado quince años. No me digas que todavía…

—No seas absurdo. No tengo ningún interés por él.

—Entonces, ¿de qué se trata?

—Me parece que tengo mejor memoria que tú. Por si lo has olvidado deja que te lo recuerde. Él sentía algo más que una aversión pasajera por papá y por ti. Nunca se molestó en ocultar sus sentimientos por ninguno de vosotros, ni por esta ciudad, ni por este banco.

—¿Y qué? Se ha disculpado conmigo.

—¡Se ha disculpado! —explotó ella—. ¿Y ya está?

—¿De modo que se trata de eso? —dijo su hermano sonriendo.

—¿De qué se trata? —repitió ella verdaderamente enfadada.

—Estás molesta porque nunca se ha disculpado contigo por haberte dejado. Si es eso, deja que te explique lo que sucedió…

Paula alzó una mano para interrumpirle. Hablar de eso con su hermano era tan inútil como hacerlo sobre la famosa puerta de cristales.

—Por favor, Pablo. No te molestes. Creo que puedo encargarme de Pedro yo sola. Es evidente que no es el mejor momento de hablarlo, estás ciego. Ya hablaremos cuando hayas acabado de investigar el consorcio de inversores. Quizá entonces contemos con algo sustancial sobre lo que trabajar.

Los dos se pusieron de pie.

—Como tú quieras. Pero sigo pensando que te equivocas. Ha cambiado de verdad.

—¿En qué sentido ha cambiado? ¿Puedes decírmelo?

—Bueno, deja que lo piense. Se controla mucho más ahora. Pedro nunca pudo controlarse. Por eso era tan peligroso e impredecible.

Paula se quedó en la puerta mirando a su hermano. A pesar de toda su superficialidad, de vez en cuando daba en el clavo. Tenía razón, Pedro se controlaba mucho más. El antiguo Pedro no se habría detenido en el primer beso.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 22

 


Cuando volvió a mirarla, tenía los ojos entrecerrados, su mirada era intensa.

—¿Nunca te has parado a pensar que lo que sientes no tiene nada que ver conmigo, sino contigo misma?

—No seas ridículo.

—Piénsalo, Paula. Eres la única persona de toda la ciudad que se opone a mi proyecto, que se enfrenta conmigo. ¿Y por qué?

Paula apretó los dientes.

—No lo sé, Pedro. ¿Por qué no me lo dices tú que pareces saberlo todo?

—¿Una o dos líneas? —preguntó el empleado de la telefónica.

—Dos —contestó Pedro.

Tomó a Paula del brazo y la condujo a la puerta.

—No creo que sea momento de discutirlo. ¿Por qué no vienes a mi casa esta noche? Te debo una cena. Podemos hablar. Contestaré a las preguntas que quieras hacerme, te lo prometo.

—No quiero cenar contigo.

—¿De qué tienes miedo?

—No cambies de tema, el miedo no tiene nada que ver. Estamos hablando de confianza —replicó ella.

—¡Ah, sí! Confianza. Continúas utilizando esa palabra. Resulta interesante saliendo de tus labios.

—Y cuéntame, ¿qué demonios significa eso?

—Ven esta noche y averígualo.

—No quiero…

—¿Desea otra toma al otro lado? —preguntó el técnico.

—Un momento, por favor. Me portaré bien contigo. Esta noche a las siete. ¡Ah! No se te olvide traer el vino.

Pedro cerró la puerta. Paula se quedó paralizada, mirándolo embobada. Lo había vuelto a hacer, le había ganado la partida. No, ella le había permitido que lo volviera a hacer. Era culpa suya. Su primer error había sido invitarle a pasar cuando había aparecido en su puerta. Tenía que haberle preguntado qué quería sin permitirle cruzar el umbral y después haberle deseado que pasara una buena noche. Pero no, la buena de Paula tenía que invitarle a pasar, pedirle que cenara con ella y que se tomara un brandy. Incluso había encendido la chimenea.

Todo había sido como una invitación abierta para él. La mera idea de que pensara que ella lo deseaba hacía que su estómago diera saltos. Apenas hubo entrado en su oficina, cuando el martilleo volvió a empezar. La imagen de sus músculos abultados con el ejercicio se coló en su imaginación. Gruñó. No podía quedarse allí ni un segundo más. Recogió su bolso y salió derecha al Chaves Central Bank.


Saludó al guardia de seguridad al acercarse a la oficina de su hermano. Sus zapatos taconeaban sobre el suelo de mármol reforzando su decisión de actuar antes que reaccionar. Si quería recuperar su vida normal, tenía que hacer algo con Pedro Alfonso.

Tenía que librarse de él.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 21

 


Paula lo miró. Sus ojos estaban despejados, descansados, tan abiertos que sintió que podía haberse caído en ellos.

—¿Qué haces?

—Coloco unas estanterías.

—Ya lo veo. Pero, ¿por qué aquí?

—He alquilado la oficina. Necesitaba una sede en la ciudad.

—¿Y has tenido que elegir mi edificio, precisamente?

—No sabía que la dueña eras tú.

—Yo no…

—Entonces, ¿qué te ocurre? Necesitaba una oficina y ésta estaba disponible. ¿Qué problema tienes?

Pedro instaló otra estantería. Paula empezó a impacientarse.

—No tengo ningún problema con esto.

—Pues dime cuál es el problema.

—Tú.

Pedro la miró por encima del hombro y le obsequió con su media sonrisa.

—¿De modo que ya hemos llegado a eso?

—¿A qué?

Pedro bajó de la escalera y anduvo hacia ella.

—A tu problema, que soy yo. Que es el que esté aquí, el que haya vuelto a la ciudad, ¿correcto?

—Correcto.

—¿De qué se trata, Paula?

—Lo sabes perfectamente.

—No, dímelo tú.

—No confío en ti, Pedro. Tampoco te creo cuando dices que has venido a instalarte. Me da igual qué estés haciendo, no quiero que lo hagas aquí. Algo te propones, me da en la nariz.

—¿Donde pongo el teléfono?

Los dos se volvieron al empleado de la compañía telefónica que estaba en la puerta. Pedro señaló al mostrador metálico.

—Ahí estará bien.

Los dos mantuvieron un duelo de miradas mientras el empleado hacía su trabajo. Pedro fue él primero en desviarla. Con la mano en la cadera, dejo escapar un resoplido de enfado y fingió mirar el ajetreo de la calle a través de la ventana.

Contó hasta diez. Su maldita actitud autocrática le enfurecía. Siempre había tenido una lengua afilada, pero lo que quedaba bien en una novia resultaba una verdadera patada en el trasero en un adversario. Y eso era en lo que ella se había convertido.

Se había dado cuenta cuando cruzaba la bahía al regreso de su granja. Todos sus planes habían resultado según lo previsto. Había creído que podía manipularla del mismo modo en que había manipulado a Pablo y a toda la ciudad. Él manipularía y todos responderían como marionetas entre sus manos. Había parecido simple hasta dos noches antes.

Entonces había tenido que besarla.

Aquel había sido su primer error. Había olvidado cómo reaccionaba ante ella, cómo sus ojos de avellana se nublaban cuando él se acercaba. Había olvidado que aquella mirada incitante convertía su gelidez pétrea en vapor siseante e hirviente. Quince años eran demasiado tiempo, había olvidado demasiadas cosas.

Su suavidad, cómo era tenerla entre los brazos, cómo se acoplaban sus cuerpos, cómo sabían sus labios. Se le hizo la boca agua, cambió el peso de pierna para disimular la tensión que crecía bajo sus pantalones ajustados.

Tenía que dejarlo, detenerlo. No era lo que quería y mucho menos lo que necesitaba. Ella era muy peligrosa, y eso sólo hacía que la sangre le hirviera en las venas. Tenía que hacerse con el control de la situación y rápidamente. Sólo había una manera de enfrentarse a un adversario, atacando.


sábado, 29 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 20

 


Paula llegó a su despacho temprano para adelantar el trabajo que había descuidado. Con su secretaria Jhoana enferma, sabía que iba a estar muy atareada. Se sirvió un café en un tazón que rezaba «Yo soy la jefa» y se puso manos a la obra. Revisó rápidamente el correo y los mensajes del contestador.

Todo parecía tan normal como de costumbre. Hacía un día soleado y demasiado cálido para la estación. Sin embargo, a Paula nada le parecía igual desde que Pedro había reaparecido en su vida. La misma atmósfera de la ciudad se había cargado, realimentándose con nuevas energías.

Por mucho que luchara contra él, el pasado seguía atormentándola. La inesperada visita de Pedro hacía un par de noches, había abierto el dique a una marea de recuerdos que, por mucho que lo intentara, no podía dejar a un lado.

Paula jugueteó con los documento y los bolígrafos de su mesa, llevándolos de un lado a otro, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Sabía que tenía que revisar las cuotas del plan de reparación de carreteras, pero no podía centrar la vista en las letras de la carta que tenía delante.

Estaba inquieta, nerviosa. También estaba enfadada consigo misma por haber reaccionado ante Pedro, por haberle permitido llevarle la mano, por haberle permitido acercarse, por haberle dejado besarla.

«¡Déjalo!».

Pero ése era el problema, que no podía dejarlo. No podía dejar de pensar en él. Se estaba poniendo cada vez más nerviosa. Y el nerviosismo daba paso a un miedo creciente.

Hacía años, cuando la había abandonado, había fantaseado sobre cómo reaccionaría si volvían a encontrarse. Iba a mostrarse distante, fría, indiferente a su presencia excepto por una leve sonrisa con la que le daría a entender que no le importaba lo más mínimo. Bien, había madurado, y era lo bastante adulta como para darse cuenta de que tendría que hablar con él.

Hablar, comunicarse, no quería decir besarse.

Podía haberlo rechazado, haberle dicho no sin dejar lugar a dudas. No, había tenido que responderle, aceptarlo como si se hubiera estado muriendo de sed y él fuera un oasis. Los músculos del estómago se le tensaron al recordarlo. Aquel beso había sido algo más. Algo desesperado, sofocante como una noche de verano. Todas las emociones que creía enterradas habían salido a la superficie con la fuerza de una ola de marea.

Y todo con un simple beso.

Giró la silla y miró por su ventana situada en la segunda planta. La gente entraba y salía de los comercios. Oyó el martilleo abajo al mismo tiempo que se dio cuenta del pequeño camión todo terreno aparcado frente a su edificio.

—¿Qué demonios…?

Paula salió de su oficina y se dirigió a la recepción. El edificio no era demasiado grande. Ella compartía la segunda planta con la oficina de impuestos, pero la planta baja llevaba varios meses vacía. Bajó por la escalera de caracol siguiendo el sonido.

La puerta de la oficina se abrió al apoyar la mano descubriendo una habitación grande, con un mostrador de metal por todo mobiliario. Pedro estaba subido a una escalera de mano al fondo de la oficina, de espaldas a ella. El ruido ahogó el sonido de la puerta al cerrarse.

Pedro estaba vestido con una camiseta y unos vaqueros, ambos un tanto ajustados. Su cuerpo reflejaba la solidez de sus músculos mientras martilleaba. Debía hacer gimnasia. Entonces se preguntó por qué, con todo lo que tenía que decirle, aquel había sido el primer pensamiento en ocurrírsele. En ese momento, Pedro se bajó de la escalera y descubrió su presencia.

—Hola, Paula.

Pedro.

Durante un momento se quedaron mirando, una oficina y todo un pasado les separaban. Ella no lo había visto desde la noche del beso y tuvo que resistirse al impulso de salir corriendo. Él le mantuvo la mirada con unos ojos completamente carentes de la incomodidad que Paula sentía. Tenía que reconocer que le envidiaba por eso. Una parte de ella quería excavar un agujero en el suelo y esconderse. La otra parte quería que volviera a besarla. Apartó la mirada y se ajustó la chaqueta para ocultar su nerviosismo.

—¿Qué pasa? —preguntó él, mientras levantaba una estantería del suelo.

Volvió a subir la escalera y colocó cuidadosamente la estantería sobre las escuadras. Paula se sintió mejor en cuanto le dio la espalda y avanzó hasta el centro de la oficina. Involuntariamente, sus ojos subieron por los músculos de sus piernas, de sus nalgas, hasta sus anchas espaldas.

—¿Paula?

—¿Hum?

—¿Qué puedo hacer por ti? —preguntó él, volviéndose a mirarla.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 19

 



Había estado casada, había conocido la pasión en los brazos de otro hombre, pero aquello era algo diferente, algo que quedaba más allá de su experiencia, algo puro y salvaje, pecaminoso y divino que a duras penas podía soportar, pero que tampoco podía terminar.

Las piernas le fallaron y Pedro la aprisionó entre su cuerpo y el poyo de la cocina. Sintió la dureza de su miembro e instintivamente respondió a su excitación aumentando la presión de su cuerpo. Aquello era todo lo que Pedro necesitaba. Le puso las manos en las nalgas y la levantó contra él mientras que su boca no cesaba de devorarla. El deseo salvaje la tenía dominada y ella se entregó por completo.

No supo cuánto había durado. El tiempo cedió a la sensación y perdió todo significado. Fue Pedro quien retrocedió, quien se retiró. Su respiración era agitada, los ojos brillantes como señales luminosas en la oscuridad. Paula se apoyó la cocina para no caer. Lo miró, demasiado asombrada para hablar, demasiado perpleja para sentir.

—Yo creo que eso contesta a tu pregunta, ¿no?

Pedro se quitó la bata, la dejó sobre una silla y se dirigió a la puerta del patio. Paula fue tras él.

—¿Dónde vas? —preguntó cuando pudo encontrar su voz.

—A casa.

—No puedes llevar esa moto acuática por la noche. Es demasiado peligroso.

Pedro abrió la puerta y recogió el traje de goma. Cuando se dio la vuelta para mirarla, tenía aquella sonrisa característica en los labios.

—No tan peligroso como quedarse aquí, pequeña. Ni la mitad.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 18

 


Paula no podía creer que fuera tan audaz. Sacudió la cabeza, no iba a dale la satisfacción de saber que todavía le molestaba el pasado. Cuando él dejó la copa vacía sobre la mesa, ella extendió el brazo para llenársela y sus manos se tocaron. Paula se quedó mirando las manos. Le llevó un momento darse cuenta de que Pedro también se había quedado inmóvil y la observaba.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Tú. Has cambiado. Has madurado.

—Sucede de vez en cuando.

—Supongo que sí. Sólo que es una especie de trauma cultural para mí. Volver la ciudad y ver a todo el mundo. Todos están igual, sólo que más viejos.

—Tú también.

—Sí, yo también —dijo inclinándose y tomándola de la mano—. Me gusta estar contigo, Paula. Me he preguntado muchas veces lo que había sido de ti.

«¿Entonces por qué nunca has llamado o escrito?».

Paula sintió la punzada de dolor en lo más hondo y se apresuró a retirar la mano.

—Eso fue hace mucho tiempo. Tú mismo lo has dicho varias veces, es historia pasada.

—Tienes razón, pero hay algo en ti que hace que lo recuerde con intensidad. No sé por qué será, pero no puedo evitarlo.

Paula miró al fondo de aquellas profundidades azules y se odió a sí misma por desear creerlo. Por supuesto, no lo creyó. Lo conocía de sobra. Toda la escena era una locura. Ellos dos allí sentados frente al fuego, tan amigables, tan hogareños, tan íntimos, que Paula no pudo evitar que sus antenas se desplegaran alarmadas.

—¿Por qué has venido, Pedro?

—Ya te lo he dicho. Vi tu coche desde el agua y decidí hacerte una visita.

—Un impulso, vamos.

—Justamente.

—¿Sin otro motivo?

—Sin otro motivo.

Paula se levantó, apiló los platos y los llevó a la cocina. Él la siguió.

—¿Por qué piensas tú que he venido?

—Puede que a conseguir información.

Lavó los platos y los secó sin dirigirle una sola mirada.

—¿Acerca del proyecto? Puedo conseguirla con una simple llamada a Pablo. Se muere por contarme todo lo que sabe. Había tres mensajes suyos en mi contestador cuando he vuelto esta tarde. No te necesito, pequeña, no para conseguir información.

Paula tiró el estropajo al fregadero y se dio la vuelta encarándose con él.

—Entonces, ¿para qué me necesitas, Pedro? ¿A qué viene este repentino interés al cabo de tantos años? Hace mucho que está muerto y enterrado.

Paula vio que los músculos de su mandíbula se contraían, los vio pulsar por un momento antes de que él se le acercara.

—Quizá no esté muerto, puede que sólo esté durmiendo. Averigüémoslo.

La rodeó con sus brazos y la estrechó contra sí. Su boca ardía, reclamó sus labios en un beso caliente que no admitía negativa. Pedro inclinó la cabeza mientras la atraía más hacia él. Hundió la mano en los cabellos de su nuca para evitar que se moviera.

No fue una caricia entre dos personas, sino más bien un fuego incontrolado que giraba en torbellinos ardientes. Desde el momento en que sintió sus labios, Paula supo que estaba perdida, extraviada en un mundo de sensaciones olvidadas. Un mundo peligroso y erótico que durante demasiado tiempo sólo había existido en su imaginación.

Se aferró a su hombro con una mano, al principio para apartarle, pero cuando su lengua la tocó, el fuego prendió en sus entrañas y no pudo evitar atraerle contra ella.

Los sabores del café, el brandy y el mar se entremezclaron. Paula sintió antes que escuchó su propio gemido. Le acarició el pecho, los cabellos, mientras notaba que se iba quedando sin fuerzas entre sus brazos.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 17

 


Murmurando una excusa, fue a registrar en su armario, buscando una vieja bata de Andres que tenía que estar por alguna parte. Al sacudirla, se dio cuenta de que sería demasiado pequeña. Suspiró. Tendría que servir. No podía soportar la idea de sentarse junto a un Pedro medio desnudo mientras cenaban.

El fuego había prendido y las chispas subían por la chimenea cuando entró en el estudio.

—¿Qué es eso? —preguntó Pedro.

—Una bata. Pensé que tendrías frío.

Pedro miró hacia el fuego y después a ella. Sonrió.

—Claro, pequeña. Déjamela.

Cuando pasó los brazos por las mangas se descubrió que le quedaban un poco más abajo del codo. La bata le llegaba por encima de las rodillas. No pudo cerrarla, pero se ató el cinturón. Por lo que a Paula concernía, le tapaba varias áreas vitales para su tranquilidad mental.

—¿Mejor? —preguntó él, remedando un pase de modelos.

—Mucho mejor.

El microondas avisó, Pedro la ayudó con los platos y lo llevaron todo al estudio. Paula lo observó mientras comía. Parecía muy tranquilo, pero ella estaba a punto de subirse por las paredes. Habían pasado quince años, pero podía recordar vividamente cada detalle, la mirada de sus ojos antes de besarla, el tacto de sus manos en la espalda, la dureza de su cuerpo mientras se apretaba contra ella a la luz de la luna….

Sacudió la cabeza. Eran ideas tontas, pensamientos peligrosos.

—¿Te apetece un café?

—Claro. Si no te es mucha molestia.

—No, ya lo tengo hecho. Y tengo un brandy estupendo para acompañarlo.

—¡Hum! —suspiró él, cuando olió primero el café y luego la copa de brandy—. Es magnífico.

Paula sonrió. Dejó que el calor del fuego y su aprobación la envolvieran.

—Has mencionado que quieres volver con tu madre. ¿Lo decías en serio?

—Sí. En cuanto el proyecto esté acabado enviaré a buscarla. Tengo planeado pasar un tiempo arreglando la casa. Aparte de Pablo y de ti, nadie le tiene tanto cariño como mi madre.

Paula se sintió incómoda con aquella referencia a que su madre había limpiado la casa para su familia. Siempre había sido muy sensible a ese tema. Pero no sabía si todavía lo era, ahí estaba el problema. Aquel nuevo y mejorado Pedro era una mercancía desconocida.

—¿Cómo se encuentra?

—Si me preguntas si logró superar la muerte de mi padre, la respuesta es sí. Ha hecho grandes progresos en los últimos años, sobre todo desde que empecé a ganar dinero y pude retirarla. Le debo mucho.

—Yo la recuerdo como una persona muy reservada y tranquila. No hacía mucha vida social.

Pedro soltó una risa sarcástica.

—Bueno, ser la madre del gamberro oficial no contribuyó a aumentar su popularidad.

—Lo siento.

—Me lo he preguntado a menudo —dijo él mirándola.

—¿A qué te refieres?

—Si de verdad lo sentías.

—Sólo es una expresión. No me estaba disculpando contigo. No tengo nada de lo que disculparme.

—No, ¿verdad? —preguntó él, más para sí mismo que para Paula.

Pedro

—Dejémoslo. Historia pasada.


ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 16

 


Paula acarició el teléfono. Acababa de hablar con su hermano en un intento de despejar sus dudas sobre Pedro y su proyecto. La ciudad era un hervidero. No había visto tanta actividad desde la celebración del bicentenario hacía tres años. No le gustaba admitirlo, pero la llegada de Pedro le había infundido a la ciudad algo de lo que había carecido durante mucho tiempo, esperanza. Aunque no estaba del todo convencida de sus intenciones, no podía negar que era el pinchazo que necesitaban para ponerse en movimiento.

Las noticias viajaban con rapidez, por la tarde había recibido tres llamadas de los alcaldes de otras tantas ciudades de la bahía interesándose por el proyecto de Maiden Point. Querían saber si Lenape Bay había aceptado el plan y si no, que les diera el nombre del inversor. Todos tenían un terreno de primera que le venía que ni pintado al proyecto.

El frenesí se había contagiado a los periódicos del área, los rumores volaban como ráfagas de un huracán furioso. Se había pasado la mayor parte del día intentando separar la verdad de la ficción y había perdido un tiempo precioso para meditar en profundidad la propuesta de Pedro y juzgar sus méritos.

Tenía la sensación de ser la única persona que se preocupaba de ese aspecto del problema. Todo el mundo con quien había hablado daba el proyecto como cosa hecha. Ningún hombre de negocios había perdido el tiempo en llamar por teléfono y comprobar la lista de inversores, ni siquiera para comparar aquel plan con otros proyectos que Pedro había puesto como ejemplo para Maiden Point.

Sabía que no le correspondía a ella hacerlo. Era responsabilidad de Pablo y del resto de concejales, pero no estaba dispuesta a sentarse de brazos cruzados y dejar que comprometieran a la ciudad en lo que podía ser un enorme error o un regalo del cielo.

Necesitaba tiempo, en un mes ella y su secretaria podían recabar toda la información necesaria para tomar una decisión ponderada. Pero antes tenía que convencer a Pablo y al resto del ayuntamiento de que se tranquilizaran, se lo tomaran con calma y lo meditaran con las cabezas frías.

Mucho se temía que iba a ser algo más fácil de decir que de hacer.

Paula giró sobre sus talones al oír que se abría la mosquitera de la puerta del patio. Con una mano en el corazón, se relajó al ver que era Pedro.

—¡Casi me matas del susto! —dijo abriéndole la puerta de seguridad—.Una ráfaga de viento helado la golpeó mientras él entraba y se apresuró a cerrarla de nuevo.

—Lo siento —se disculpó él—. Vi la luz y pensé en dejarme caer por aquí. Pero si estás ocupada…

—No, no. Pasa. Tienes que estar helado.

—No. El viento es frío, pero el agua está caliente. Aunque me parece que estoy mojando tú alfombra.

—¿No llevas nada debajo del traje de agua?

—Depende en lo que estés pensando —dijo él sonriendo.

—Saca tu mente de la alcantarilla, Alfonso. Me refería a que te pusieras algo seco.

Él rió y se bajó la cremallera, revelando que llevaba puesto un bañador. El vello de su pecho brillaba de humedad, una zona dorada que se iba estrechando hasta desaparecer en la cintura del bañador. Paula tuvo que hacer un esfuerzo para apartar la mirada, su cuerpo era demasiado duro, demasiado masculino, demasiado viril para echarle tan sólo una ojeada.

Se descubrió a sí misma yendo hacia el armario de la ropa blanca.

—Toma —dijo dándole una toalla de baño enorme—. Sécate.

—Gracias.

Pedro se quitó el traje de goma y lo dejó fuera antes de secarse. Paula observó hipnotizada cómo se frotaba vigorosamente el pecho, los brazos, las piernas. Cuando se echó la toalla sobre la cabeza para secarse el pelo, Paula aprovechó la oportunidad para estudiarlo. Tenía unas piernas largas y musculosas, y su traje de baño, aunque de tipo pantalón, era lo suficientemente corto y ceñido como para dar una buena idea de lo que había debajo.

Sintió que le ardían las mejillas. Había pasado mucho tiempo sin un hombre. Y aquel era el peor que podía elegir para cambiar aquella situación. Su raciocinio sabía que era verdad, pero su corazón y su cuerpo tenían recuerdos propios que no eran fáciles de dejar a un lado. El pulso se le aceleró latiéndole en los oídos hasta que no pudo escuchar ningún otro sonido. La toalla dejó al descubierto la cabeza. Como si hubiera escuchado su canto de sirena, los ojos de Pedro se oscurecieron mientras su miradas se encontraban.

Paula se pasó la lengua por los labios.

—¿Has comido… algo?

—No —dijo él, mientras sus labios formaban una sonrisa lenta.

—¿Quieres acompañarme?

—Me encantaría.

—Sólo tengo las sobras de un solomillo —dijo ella entrando en la cocina.

—Estupendo. No he comido nada en todo el día.

Paula puso el plato en el microondas y apretó unos cuantos botones.

—¿Un día ocupado?

—¿Tú también? —preguntó él.

—La verdad es que has logrado que la ciudad se estremeciera.

—Era lo que intentaba. Necesito que todo el mundo me preste atención.

—Puedes apostar a que ya lo has conseguido.

Pedro se apoyó en el quicio de la puerta y cruzó las piernas. Ella decidió que era demasiado grande para su cocina, su presencia empequeñecía la habitación. La empequeñecía a ella. De repente, necesitaba espacio para respirar.

—Comamos en el estudio. Hace bastante frío como para encender la chimenea, ¿no?

—Claro. Déjame a mí —dijo cogiéndole el encendedor de las manos.

Mientras él se agachaba frente al hogar, Paula cruzó las manos sobre el pecho para evitar extenderlas y acariciar su espalda. Algo no marchaba bien. Si tenía que cenar con él, necesitaba que se cubriera.


viernes, 28 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 15

 


Su naturaleza dulce y atenta fue demasiado para que un cínico y joven Pedro pudiera resistirse. Paula rompió sus muros defensivos, llegó a lo más profundo y vio cosas que las demás no podían ver. Había sido la única persona en el mundo, aparte de sus padres, a la que le había confiado sus más secretos sentimientos e ideas. Nunca habría creído que fuera capaz de hacerle lo que le hizo.

Un chorro de espuma le salpicó la cara. Podía recordar con la claridad del cristal aquella mañana después del baile de graduación en la que se había sentado patéticamente en el suelo de la cabaña, en el punto exacto donde habían hecho el amor. El saco de dormir entre las piernas mientras esperaba impaciente a que ella volviera, su mente tan llena de proyectos que no oyó el motor de los coches que se acercaron.

El sol acababa de salir cuando la puerta se abrió de un portazo y apareció el cuerpo voluminoso de Claudio Chaves. El odio en los ojos del viejo era fuerte, pero ni la mitad de amenazador que el bate de béisbol que blandía en las manos. Cuando la cara estragada de Pablo apareció detrás de su padre, Pedro pensó que estaba perdido.

Pero Claudio no usó el bate, no tuvo necesidad. Se plantó delante de él con las piernas abiertas, golpeando el bate contra la palma de su mano mientras hablaba con tanta suavidad como si se encontrara en la iglesia.

—Este es el final de la carrera, muchacho, el final. Tienes una hora para salir de Lenape Bay, o haré que te metan en la cárcel tan rápido que tu cabeza de niño bonito no sabrá ni dónde estás.

—No malgastes saliva —respondió él con el corazón en un puño pero la mirada helada—. Tengo listo el equipaje, pero no me iré solo.

Claudio entrecerró los ojos un momento antes de distender los labios en una sonrisa amplia.

—¿De verdad lo crees?

—Sé que es así.

Pablo gruñó e hizo ademán de atacarle, pero su padre le contuvo.

—¿Y a quién te crees que vas a llevar contigo?

—Lo sabes perfectamente. Vendrá en cualquier momento.

—No cuentes con ello.

—Ella vendrá.

Claudio se echó a reír a carcajadas.

—Alfonso, si de verdad piensas eso no eres tan listo como yo creía. Y, además, no tienes ni idea de cómo son las mujeres.

—¿Qué quieres decir?

—Muchacho, ¿cómo te crees que te he encontrado? ¿Cómo crees que he dado con la cabaña? ¿Cómo iba a saber que estabas aquí? ¿No se te ha ocurrido pensarlo?

Pedro tragó saliva, el nudo en su garganta crecía con cada palabra de Claudio.

—No contestas, ¿eh, chico listo? Bueno, te lo diré de todas maneras. Paula me lo contó anoche… todo. Nada más que por eso, podría hacer que te encerraran, pero me siento magnánimo esta mañana. Voy a dejar que te vayas.

—No te creo.

—¿No? Pues entonces quédate sentado y ya verás lo que pasa. No va a venir, chico, ésa es la verdad. ¿En serio crees que va a echar a perder su beca para vagabundear por el país con un perdedor como tú?

—Nos queremos.

—Paula ha cometido un desliz. Ha sido un experimento, ahora seguirá con su vida como lo teníamos planeado, sin ti.

—Quizá no me marche.

—¡Oh! Te irás ahora mismo o tu madre pagará las consecuencias.

—Deja a mi madre fuera de esto.

—No puedo. No sólo trabaja para mí sino que también tengo la hipoteca de su casa. ¿Te has olvidado de que me la entregaste en bandeja de plata? —rió haciendo que su barriga se balanceara—. Y no me llevará ni un minuto reunir todos los papeles para hacerla efectiva. ¿No me crees? Prueba, chico. Tú ponme a prueba y la verás en la calle antes de lo que canta un gallo.

—¡Bastardo!

—Hace falta uno para reconocer a otro —dijo Claudio empujando a Pablo para que se fuera—. No estés aquí cuando vuelva, Pedro. No seré tan amable la próxima vez. Y otra cosa. No quiero volver a ver tu cara nunca más.

Pedro viró a la derecha para cortar hacia la costa. Claudio no había vuelto a verle la cara, en eso se había salido con la suya. La había esperado, había sido la espera más larga de su vida, allí sentado, con el sol entrando por las ventanas hasta que estuvo alto en el cielo.

Se había portado como un cabezota. Aun así, había pasado con la moto por delante de su casa de camino a la carretera general. Pablo le esperaba en la puerta, dispuesto a pelear con él. Pedro había acelerado el motor para hacerle saber a Paula que estaba allí, mientras ignoraba las bravatas de su hermano diciendo que ella no quería volver a verlo. Estuvo a punto de tirarse de la moto y arrollar a Pablo cuando vio un movimiento en las cortinas de su habitación. Al mirar otra vez, ella dio un paso atrás y las cortinas se quedaron quietas.

Pedro todavía recordaba el vacío en su estómago devorándole las entrañas, convirtiéndole en piedra. Se había ido de la ciudad con un nudo en la garganta y una brecha en el corazón. El orgullo había evitado que volviera. Una vez, meses más tarde, después de haber bebido, la había llamado. Claudio había cogido el teléfono y él había colgado.

La traición de Paula había sido la píldora más amarga que había tenido que tragar en toda su vida, el vacío de su alma nunca había llegado a curarse del todo. Había habido otras mujeres en su vida, pero ninguna le había llegado tan dentro como ella. Había llenado el vacío con odio y una sed de venganza tan intensa que le había impulsado durante todos aquellos años, centrándole, dándole fuerzas para continuar, con los ojos puestos en la meta final: la destrucción de los Chaves hasta que no quedara ninguno.

Pedro detuvo el motor y se acercó al malecón de Paula. Se lanzó al agua y subió a tierra firme pensando que sus sentimientos estaban entremezclados. Era mejor tratar con ella en su despacho, mejor tratarla como la alcaldesa Wallace que como Paula. Sospechaba de él y eso no presagiaba nada bueno. Necesitaba que estuviera a su lado, quizá más que ningún otro. Convencerla de su sinceridad iba a ser una batalla ardua, por decirlo suavemente. Pero no había nada que le gustara más que un buen desafío.

Se sacudió, el viento frío le helaba, sabía que tenía que tomar rápidamente la decisión de quedarse o irse. No podía quedarse allí toda la noche, contemplando la luz que salía de la granja, tratando de decidir qué era lo que más quería, si ver a Paula otra vez o mantenerse a salvo.

Pedro amarró la moto al malecón y anduvo el sendero que llevaba a su puerta trasera




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 14

 


El aire estaba frío, el agua caliente. Pedro puso en marcha el motor de la moto acuática y se deslizó hacia el centro de la bahía. El sol se encontraba muy bajo, aunque oscurecido por un palio de nubes. Puso rumbo directo a aquella luz tamizada.

Era su hora preferida en la bahía. De pequeño, se escapa hasta allí y se sentaba en el muelle para mirar el atardecer mientras tiraba trozos de conchas rotas al mar y soñaba sueños de niño. Ser adulto, ser capaz de hacer lo que quisiera cuando le viniera en gana.

Algunos de sus mejores recuerdos de Lenape Bay eran de allí, lejos de la ciudad, lejos de los profesores, los tenderos y de la gente normal que hacía su vida tan miserable. Aquel lugar representaba la libertad, incluso ahora que ya era un adulto que podía hacer lo que quería cuando le venía en gana, descubría que lo que más añoraba era la paz espiritual que encontraba sentado en el malecón.

Rodeó una boya para adentrarse en el mar. Se preguntó si se comportaría de una manera distinta de tener la oportunidad de volver a repetirlo. Lo dudaba. Había algo en su interior, algo que nadie parecía entender, una energía que le impulsaba a hacer las cosas de esa manera. Nunca había entendido por qué todo el mundo quería que se conformara con comportarse como ellos, cuando su manera funcionaba perfectamente.

Lo había demostrado de múltiples formas desde que se había marchado, aunque ninguna tan espectacular como su carrera en el negocio inmobiliario donde había comprado propiedades que los expertos habían calificado de inservibles para convertirlas en oro puro.

Pedro sonrió mientras levantaba su rostro al viento y a la espuma. Su madre siempre había dicho que su lema debía ser «¡No me digas qué he de hacer!». Tenía razón. No había un modo mejor de asegurarse de que hiciera algo que decirle que no era capaz de hacerlo.

Describiendo una amplia curva, puso rumbo al sur. La moto rebotaba con rudeza sobre las olas, de modo que tenía que sujetarse con fuerza para mantener el control. Le encantaba la velocidad, siempre le había gustado. Le daba igual que fuera en tierra, en el aire o en el mar, ninguna otra cosa le proporcionaba aquella sensación de poder. También le obligaba a concentrarse tanto que todas las tensiones desaparecían de su mente.

Había sido un día muy largo. Había trabajado mucho desde primera hora de la mañana. Se había quedado a disposición de los miembros del ayuntamiento para contestar sus preguntas durante el resto de la jornada. Cuando había vuelto a casa, el teléfono no había dejado de sonar con llamadas de otra gente interesada en lo que tenía que decir.

Con todo, había ido bien, mejor incluso de lo que él había esperado. Pablo Chaves había desarrollado todo su potencial como tonto del pueblo tal como él se lo había imaginado. El viejo cabeza hueca, orgullo del fútbol local, se había convertido en el cabeza hueca que presidía el banco. Se preguntó si Claudio estaría por ahí arriba, o mejor dicho, por ahí abajo, contemplando toda su charada, sacudiendo la cabeza y descargando su puño, rojo de ira. No sería otra cosa que justicia, pero el destino le había arrebatado aquella carta de las manos. Pedro se había reconciliado con el hecho de que alguien infinitamente más poderoso y justo que él le estaba dando su merecido.

Se estaba levantando viento y decidió que era hora de regresar. Se dio cuenta de que se había alejado mucho de su casa y que se acercaba a la bocana de la bahía. Había oscurecido, pero podía ver las luces de una granja en una pequeña ensenada. El descapotable rojo en el camino le dijo que se trataba de la casa de Paula.

Redujo la velocidad mientras sopesaba si era inteligente hacerle una visita sorpresa. La alcaldesa Paula Wallace era definitivamente parte de su plan, incluso el punto más importante. Pensó en la reunión de por la mañana. Se había convertido en la hija de Claudio, con su mirada condescendiente y su aire de fría superioridad. Era divertido que no se hubiera dado cuenta mientras crecían juntos, él, que siempre lo sabía todo. Y era todavía más divertido que se hubiera enamorado tanto de ella hasta el punto de estar ciego a sus mentiras. Lo más divertido de todo era el modo en que ella había descubierto su juego.

La primera vez que le había pedido una cita sólo había pretendido que Claudio se sintiera despechado. Conocía a Paula, pero no se movían en los mismo círculos. Ella era la perfecta chica americana, la jefa de las animadoras, la ganadora de becas que iba a comerse el mundo. Él era el hijo de un obrero de la construcción que venía del lado equivocado de la sociedad. Su educación estricta la hacía parecer demasiado rígida para sus gustos.

Pero aún así, no se sorprendió cuando ella aceptó. Aunque no era una estrella del deporte, ni de los que iban al club de campo, las chicas se morían por salir con él. No se engañaba, sabía que era su atractivo y su aura de peligro lo que las atraía, y él sabía aprovecharse de las ventajas. Al principio, Paula había sido una de tantas, un medio para conseguir un fin, pero luego su plan fracasó estrepitosamente.

Se enamoró hasta la médula de ella.




ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 13

 


El grupo empezó a hablar entre ellos. Pedro estudió todos los rostros y se detuvo al mirar a Paula. Ella no participaba en las discusiones que se suscitaban a su alrededor, le estaba estudiando.

—¿Qué me va a costar a mí? —preguntó el banquero.

—Mucho, pero todas las reinversiones se harán a través de este banco. Todas las hipotecas, todos los préstamos de renovación se gestionarán en este banco. En otras palabras, inicialmente serás tú quien corras todos los riesgos, pero, a la larga, recogerás todos los beneficios.

Los ojos de Pablo se encendieron, Pedro casi podía ver el signo del dólar bailando en su cabeza. Por primera vez, dio gracias a Dios por haber llamado a Claudio a su seno. Tanto como había odiado al viejo, había respetado su mente aguda y astuta. Por suerte, Pablo no había heredado ninguna de sus cualidades.

Paula observaba mientras Pedro sonreía, incapaz, al parecer, de dominar su satisfacción un segundo más. Echó un vistazo en torno a la mesa y no pudo dar crédito a lo que veían sus ojos. La mayoría de aquellos hombres nunca habían podido disimular el profundo disgusto que sentían hacia el rebelde de Pedro. Habrían visto con alegría cómo lo metían en la cárcel, o algo peor de haber sido legalmente posible. Y allí estaban, babeando, dispuestos a caer a sus pies porque les había ofrecido sacarles de sus dificultades financieras.

Lo estudió mientras se sentía consumida por un intenso deseo de zambullirse en su mente para averiguar lo que se proponía en realidad. Ni por un segundo se había tragado que había llegado allí impelido por la bondad de su corazón.

—Yo tengo una pregunta —dijo ella.

Todo el mundo dejó de discutir y se volvió a mirarla.

—Por favor —dijo Pedro, extendiendo la palma de la mano hacia ella en un gesto condescendiente.

—Me gustaría saber qué es lo que sacas tú de esto, Pedro.

—Muy fácil, Paula. Dinero.

—¿Nada más? ¿Sólo dinero?

—Creo que es una razón perfectamente buena —dijo él paseando la mirada por los presentes—. ¿Ustedes no?

—De acuerdo, entonces. Plantearé la pregunta de otra forma. ¿Por qué aquí, Pedro? ¿Por qué nosotros, precisamente?

La sala quedó sumida en el silencio mientras el rostro de Pedro se ponía muy serio. Todos lo miraban intensamente, pero nadie más que Paula. Comenzó en sus ojos. El azul acuarela se tornó cálido y vibrante, los entornó un milímetro antes de que su boca se curvara en una sonrisa seductora.

—Creo que debería ser lo más obvio de todo. Esta es mi casa. Siempre lo ha sido y siempre lo será.

Paula inclinó la cabeza y alzó las cejas.

—Disculpa si soy cínica, Pedro, pero si no recuerdo mal, te fuiste de casa en unas circunstancias no demasiado favorables.

Pedro se echó a reír.

—Eres increíble, de verdad. Crees que todos los presentes saben o han oído hablar de esa vieja historia. Sin embargo, por lo que a mí respecta, sólo es agua pasada. Admito que era un adolescente, que estaba equivocado. Si lo que quieres es una disculpa, aquí la tienes. Me siento apenado delante de todo el mundo por todos los problemas que le causé a la ciudad hace tantos años.

Apartó la mirada de Paula para abarcar al resto del grupo.

—Pero como pueden ver he cambiado. Quiero hacer algo por esta ciudad. No sé, quizá sea una manera de compensarla por todo lo malo. Quiero restaurar la vieja casona de los Chaves y traer a mi madre para que pueda vivir junto a sus viejos amigos. Y sí, quizá hacer que se sienta un poco orgullosa de su hijo.

Pedro se puso en pie.

—Eso es lo que este proyecto significa para mí. No decidan ahora mismo. Estudien el plan, compruébenlo. Quiero que cada uno de ustedes respalde el proyecto al cien por cien. Estoy convencido de que cuando lo hayan estudiado a fondo estarán de acuerdo en que es un buen trato para todos. Espero que me den la oportunidad de demostrárselo.

El aplauso la dejó estupefacta, casi tanto como la visión de aquellos hombres adultos dándose empellones para estrechar primero la mano de Pedro. Si hubiera tenido pañuelo habría tenido que secarse los ojos, tan emocionante había sido el discurso. Quiso estudiarle por encima del grupo, pero él recibía las felicitaciones con una expresión tan natural y amable como antes contrariada.

Y ella no lo creía. Ni por un instante.

Se sentó y esperó a que él acabara de estrechar la última mano y de palmear la última espalda. Esperó mientras charlaba con Pablo, aclarando los puntos más delicados, quedando para discutirlos más tarde.

De vez en cuando, él miraba en su dirección, diciéndole con el menor movimiento de su cabeza que sabía lo que estaba pensando. Le mortificaba que pareciera divertirse tanto. Mientras observaba cómo salía el grupo, babeando palabras de alabanza, sacudió la cabeza.

Se sentía como Dory en el País de Oz.

—De acuerdo, alcaldesa. Escúpelo ya —dijo Pedro cuando el último hombre hubo salido.

—No sé a qué te refieres.

—Por la cara que pones, yo diría que piensas en una palabra que empieza por n y acaba por o.

—¿Tan transparente soy?

—Sólo para mí, pequeña.

—No lo entiendo, Pedro —dijo ella mirándolo fijamente—. Nos odias, lo sé.

—Ya no. Bueno, admito que durante un tiempo, sí. Me pasaba la mitad del día odiando a todos y cada uno de los habitantes de esta ciudad. La otra mitad me la pasaba compadeciéndome a mí mismo. Pero, ¿sabes una cosa? Eso te hace viejo muy rápido. Se ha acabado, Paula. Por éstas.

E hizo la cruz sobre el corazón. Aquel gesto infantil la afectó más que cualquier palabra que hubiera podido decir. Parecía sincero, deseaba creerle con tanta intensidad que casi le dolía. Miró al fondo de aquellos maravillosos ojos azules y se echó a temblar por dentro. Le asustaba darse cuenta de cuánto deseaba que fuera él quien llegara a rescatarlos, a salvar la ciudad. El ángel de la guardia más improbable que hubieran podido imaginar en sus sueños más descabellados.

Pero, si en verdad era él el único que podía ayudarles, sería una estúpida al dejar que las viejas heridas y sospechas se interpusieran en su camino.

—Muy bien, Pedro. Mantendré una mentalidad abierta.

—Es todo lo que pido.

Paula sonrió. La primera sonrisa sincera que le había dedicado desde que había vuelto. Él se la devolvió y le tendió la mano. Ella la aceptó y sintió cómo su calor le traspasaba todo el cuerpo.

—Sólo dame la oportunidad, Paula. Ya verás. Te lo prometo. Ya lo veréis todos.

Le apretó la mano con fuerza mientras ignoraba los buenos sentimientos que rezumaban de su alma. No había sitio para ellos.

«Ya veréis todos vosotros».





jueves, 27 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 12

 


La puerta se abrió del todo y Paula hizo su aparición. Su mirada tomó nota de todos los presentes antes de detenerse en Pedro.

—Siento interrumpir pero me gustaría asistir a la reunión, si no les importa.

Paula ignoró a su hermano, se dirigió a Pedro.

Sentado presidiendo la mesa, no le cabía duda de que era él quien llevaba la batuta del concierto.

Al despertarse aquella mañana, le había parecido que el aire a su alrededor estaba cargado de electricidad. Todavía somnolienta, le había costado un minuto identificar la fuente de la tensión. Después, había caído sobre ella con la fuerza de un puñetazo. Pedro había vuelto.

Había saltado de la cama y se había duchado a la velocidad del rayo. Lorena le había informado de que su hermano había salido temprano. Tenía que asistir a una reunión del ayuntamiento en los locales del banco. Había colgado el teléfono con el convencimiento de que fuera cual fuera el propósito de Pedro ya llevaba un paso, posiblemente dos, de delantera sobre ella y cualquiera de Lenape Bay.

Con una velocidad y energía que no había sentido en muchos años, se había vestido y llegado a la ciudad a tiempo de llegar a la reunión. Si la mirada divertida en los ojos de Pedro significaba algo, no debía haberse dando tanta prisa. Miró la silla a su izquierda, como si intencionadamente la hubiera dejado vacía para ella.

Pedro observó que toda una gama de emociones pasaba por su rostro. Tenía un aspecto sensacional. La noche anterior le había parecido cansada, desgastada y lo inesperado de su llegada le había pillado por sorpresa. No quería que se diera cuenta de sus pensamientos, pero la luz del día acentuaba el color avellana de sus ojos, los reflejos de miel en sus cabellos, la blancura de su piel.

Se había puesto un traje gris con una camisa blanca y una falda que sólo era un poco corta. Muy de mujer de negocios, pero, al mismo tiempo, le sentaba perfectamente, resaltando cada una de sus curvas y la esbeltez de sus piernas.

Había olvidado sus piernas. Las recordó por un breve instante enlazadas en torno a su cintura. Supo que había mirado demasiado en el momento en que volvió a observar al resto del grupo. Todos le contemplaban con ansiedad. Tomó un sorbo de agua para dar tiempo a que Paula rodeara la mesa y se sentara en el único asiento vacante que estaba a su lado. Aclaró su garganta para proseguir y abrió su portafolios para sacar algunas carpetas que pasó para que se distribuyeran.

—Pues como iba diciendo, tengo una propuesta que exponerles para que la consideren. Si se toman un momento para leer la primera página del documento que les acaban de entregar, verán que mi propuesta implica una propiedad al norte de la ciudad, en Maiden Point.

—Es el proyecto de urbanización que abandonó la Compañía Richard —dijo el señor Antonelli.

Poseía dos pastelerías de la ciudad. Pedro estaba informado de que había perdido una bonita suma cuando el antiguo proyecto, combinación de hotel y apartamentos, se había hundido.

—Sí —dijo Pedro—. Estamos interesados en retomarlo y llevarlo a cabo.

Un murmullo recorrió la sala mientras el impacto de las palabras de Pedro se dejaba sentir.

—¿Estamos? ¿Quiénes? —preguntó Pablo.

—Un consorcio de inversores que he reunido al cabo de los años. Siempre estamos a la búsqueda de buenas oportunidades. En los últimos tiempos, con la caída del mercado de la propiedad inmobiliaria, se ha convertido en un negocio provechoso para nosotros comprar propiedades a las que se les ha ejecutado la hipoteca y reorganizar o completar el trabajo que se había comenzado. El proyecto de Maiden Point se adecua a estos criterios perfectamente.

—Pero fue a la bancarrota porque no tuvo compradores. El mercado todavía está muerto. ¿Cómo piensa vender las unidades acabadas? —preguntó uno de los asistentes.

—Buena pregunta —repuso Pedro—. Y la respuesta es muy sencilla. El precio. Ya que el proyecto continúa siendo una amenaza para el banco de Pablo, estoy seguro de que estará dispuesto a venderlo por una bicoca. ¿Me equivoco?

Todos los ojos se volvieron hacia Pablo, Pablo sintió que se le encogía el corazón. Quería a su hermano a pesar de sus diferencias, pero eso no quería decir que ignorara sus debilidades. Aunque nadie lo decía en voz alta, todos estaban de acuerdo en que no era sino la sombra del hombre que su padre había sido. Claudio no hacía pie en aquellas aguas profundas. Tras haber sido un héroe del fútbol y haber conseguido una carrera mediocre, no estaba capacitado para aquella tarea. El banco, y la ciudad junto con él, se había resentido de su administración inepta.

—Bueno, no lo sé —contestó Pablo—. Tendremos que discutirlo, Pedro.

—Naturalmente, estaré a disposición de todos ustedes para aclarar cualquier duda o pregunta —dijo Pedro—. Pero he hecho mis deberes, Pablo. Mis informes demuestran que cada mes que la banca Chaves conserva esa propiedad pierde dinero. Creí que estarías contento de que un grupo de inversores viniera y te la sacara de encima.

—Un momento…

—No, espera —dijo Pedro arrojando la carpeta sobre la mesa con un ruido seco—. Estás en dificultades. Todos están en dificultades. Lenape Bay se está muriendo, lenta pero inexorablemente, como todas las restantes ciudades de la bahía. Está muy claro que el volumen de negocios ha bajado más de un treinta por ciento, por hablar sólo de la última temporada. ¿Cuánto tiempo creen que pueden seguir así? Este proyecto va a atraer al área trescientas familias nuevas por semana, todas las semanas de la temporada. Atraeremos a una generación entera de gente nueva. Lenape Bay necesita ponerse al día y Maiden Point sólo es el primer paso.