sábado, 29 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 17

 


Murmurando una excusa, fue a registrar en su armario, buscando una vieja bata de Andres que tenía que estar por alguna parte. Al sacudirla, se dio cuenta de que sería demasiado pequeña. Suspiró. Tendría que servir. No podía soportar la idea de sentarse junto a un Pedro medio desnudo mientras cenaban.

El fuego había prendido y las chispas subían por la chimenea cuando entró en el estudio.

—¿Qué es eso? —preguntó Pedro.

—Una bata. Pensé que tendrías frío.

Pedro miró hacia el fuego y después a ella. Sonrió.

—Claro, pequeña. Déjamela.

Cuando pasó los brazos por las mangas se descubrió que le quedaban un poco más abajo del codo. La bata le llegaba por encima de las rodillas. No pudo cerrarla, pero se ató el cinturón. Por lo que a Paula concernía, le tapaba varias áreas vitales para su tranquilidad mental.

—¿Mejor? —preguntó él, remedando un pase de modelos.

—Mucho mejor.

El microondas avisó, Pedro la ayudó con los platos y lo llevaron todo al estudio. Paula lo observó mientras comía. Parecía muy tranquilo, pero ella estaba a punto de subirse por las paredes. Habían pasado quince años, pero podía recordar vividamente cada detalle, la mirada de sus ojos antes de besarla, el tacto de sus manos en la espalda, la dureza de su cuerpo mientras se apretaba contra ella a la luz de la luna….

Sacudió la cabeza. Eran ideas tontas, pensamientos peligrosos.

—¿Te apetece un café?

—Claro. Si no te es mucha molestia.

—No, ya lo tengo hecho. Y tengo un brandy estupendo para acompañarlo.

—¡Hum! —suspiró él, cuando olió primero el café y luego la copa de brandy—. Es magnífico.

Paula sonrió. Dejó que el calor del fuego y su aprobación la envolvieran.

—Has mencionado que quieres volver con tu madre. ¿Lo decías en serio?

—Sí. En cuanto el proyecto esté acabado enviaré a buscarla. Tengo planeado pasar un tiempo arreglando la casa. Aparte de Pablo y de ti, nadie le tiene tanto cariño como mi madre.

Paula se sintió incómoda con aquella referencia a que su madre había limpiado la casa para su familia. Siempre había sido muy sensible a ese tema. Pero no sabía si todavía lo era, ahí estaba el problema. Aquel nuevo y mejorado Pedro era una mercancía desconocida.

—¿Cómo se encuentra?

—Si me preguntas si logró superar la muerte de mi padre, la respuesta es sí. Ha hecho grandes progresos en los últimos años, sobre todo desde que empecé a ganar dinero y pude retirarla. Le debo mucho.

—Yo la recuerdo como una persona muy reservada y tranquila. No hacía mucha vida social.

Pedro soltó una risa sarcástica.

—Bueno, ser la madre del gamberro oficial no contribuyó a aumentar su popularidad.

—Lo siento.

—Me lo he preguntado a menudo —dijo él mirándola.

—¿A qué te refieres?

—Si de verdad lo sentías.

—Sólo es una expresión. No me estaba disculpando contigo. No tengo nada de lo que disculparme.

—No, ¿verdad? —preguntó él, más para sí mismo que para Paula.

Pedro

—Dejémoslo. Historia pasada.


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