sábado, 29 de agosto de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 18

 


Paula no podía creer que fuera tan audaz. Sacudió la cabeza, no iba a dale la satisfacción de saber que todavía le molestaba el pasado. Cuando él dejó la copa vacía sobre la mesa, ella extendió el brazo para llenársela y sus manos se tocaron. Paula se quedó mirando las manos. Le llevó un momento darse cuenta de que Pedro también se había quedado inmóvil y la observaba.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Tú. Has cambiado. Has madurado.

—Sucede de vez en cuando.

—Supongo que sí. Sólo que es una especie de trauma cultural para mí. Volver la ciudad y ver a todo el mundo. Todos están igual, sólo que más viejos.

—Tú también.

—Sí, yo también —dijo inclinándose y tomándola de la mano—. Me gusta estar contigo, Paula. Me he preguntado muchas veces lo que había sido de ti.

«¿Entonces por qué nunca has llamado o escrito?».

Paula sintió la punzada de dolor en lo más hondo y se apresuró a retirar la mano.

—Eso fue hace mucho tiempo. Tú mismo lo has dicho varias veces, es historia pasada.

—Tienes razón, pero hay algo en ti que hace que lo recuerde con intensidad. No sé por qué será, pero no puedo evitarlo.

Paula miró al fondo de aquellas profundidades azules y se odió a sí misma por desear creerlo. Por supuesto, no lo creyó. Lo conocía de sobra. Toda la escena era una locura. Ellos dos allí sentados frente al fuego, tan amigables, tan hogareños, tan íntimos, que Paula no pudo evitar que sus antenas se desplegaran alarmadas.

—¿Por qué has venido, Pedro?

—Ya te lo he dicho. Vi tu coche desde el agua y decidí hacerte una visita.

—Un impulso, vamos.

—Justamente.

—¿Sin otro motivo?

—Sin otro motivo.

Paula se levantó, apiló los platos y los llevó a la cocina. Él la siguió.

—¿Por qué piensas tú que he venido?

—Puede que a conseguir información.

Lavó los platos y los secó sin dirigirle una sola mirada.

—¿Acerca del proyecto? Puedo conseguirla con una simple llamada a Pablo. Se muere por contarme todo lo que sabe. Había tres mensajes suyos en mi contestador cuando he vuelto esta tarde. No te necesito, pequeña, no para conseguir información.

Paula tiró el estropajo al fregadero y se dio la vuelta encarándose con él.

—Entonces, ¿para qué me necesitas, Pedro? ¿A qué viene este repentino interés al cabo de tantos años? Hace mucho que está muerto y enterrado.

Paula vio que los músculos de su mandíbula se contraían, los vio pulsar por un momento antes de que él se le acercara.

—Quizá no esté muerto, puede que sólo esté durmiendo. Averigüémoslo.

La rodeó con sus brazos y la estrechó contra sí. Su boca ardía, reclamó sus labios en un beso caliente que no admitía negativa. Pedro inclinó la cabeza mientras la atraía más hacia él. Hundió la mano en los cabellos de su nuca para evitar que se moviera.

No fue una caricia entre dos personas, sino más bien un fuego incontrolado que giraba en torbellinos ardientes. Desde el momento en que sintió sus labios, Paula supo que estaba perdida, extraviada en un mundo de sensaciones olvidadas. Un mundo peligroso y erótico que durante demasiado tiempo sólo había existido en su imaginación.

Se aferró a su hombro con una mano, al principio para apartarle, pero cuando su lengua la tocó, el fuego prendió en sus entrañas y no pudo evitar atraerle contra ella.

Los sabores del café, el brandy y el mar se entremezclaron. Paula sintió antes que escuchó su propio gemido. Le acarició el pecho, los cabellos, mientras notaba que se iba quedando sin fuerzas entre sus brazos.




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