viernes, 30 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO FINAL

 


Apretó la cara contra el pecho de Pedro.


Casi le daba miedo creer lo que estaba ocurriendo. Todo había salido bien. A pesar de haber hecho lo que no debía, había conseguido todo lo que siempre había deseado.


–¿Es posible que tengamos tanta suerte?


–No creo que la suerte haya tenido nada que ver –le dijo él, apretándola contra sí.


Se apartó solo un poco para mirarlo a los ojos.


–¿Por qué lo has hecho, Pedro?


–No soportaba la idea de perderos a Mia y a ti y, cuando vi el modo en que se comportaba mi padre, supe que había algo raro. Sabía que aun así podría enfadarse mucho, pero tenía que arriesgarme.


–¿Por mí?


–Claro –le puso la mano en la mejilla–. Te amo, Paula.


Ya se lo había dicho antes, pero hasta ese momento no se había permitido creerlo realmente para no sufrir tanto al marcharse. Pero de pronto la inundaron todos los sentimientos y las emociones que había estado conteniendo.


–Yo también te amo, Pedro. Sinceramente no imaginaba que se pudiera ser tan feliz.


–Bueno, ya nos acostumbraremos –bromeó al tiempo que la besaba–. Porque, si me aceptas, voy a dedicar el resto de mi vida a hacer que sigas siendo igual de feliz.


–Eso es mucho tiempo.


–Paula, necesitaría toda la eternidad para demostrarte cuánto te amo y cuánto te necesito.


–Me basta con tu palabra –le dijo con una enorme sonrisa.


–¿Eso quiere decir que vas a quedarte conmigo, que vas a ser mi mujer y me vas a hacer el hombre más feliz del mundo?


En ninguno de los muchos lugares en los que había vivido había sentido que hubiera encontrado su hogar, pero estaba segura de que allí, en Varieo junto a Pedro y Mia, sería completamente feliz.


–Sí –dijo sin titubear, porque nunca antes se había sentido tan segura de algo–. Me quedo contigo para siempre.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 54

 


Sorprendentemente, no parecía furioso, quizá estaba demasiado atónito como para enfadarse siquiera.


–Habíamos decidido no decirte nada –le explicó Pedro–. Ella iba a marcharse porque ninguno de los dos queríamos hacerte daño. Pero no soporto la idea de que se vaya. Ni ella, ni Mia.


Su padre siguió allí sentado, con la mirada clavada en el suelo y meneando la cabeza.


Pedro miró a Paula, parecía triste y aliviada al mismo tiempo, pero también preocupada. Él sentía lo mismo.


Era muy duro decirle algo así a su padre, pero habría sido peor tener que cargar con la mentira el resto de su vida.


–Di algo, por favor –le pidió–. ¿Qué piensas?


Por fin levantó la cara y lo miró.


–Supongo que es irónico.


–¿Irónico?


–Sí, porque yo también tengo un secreto.


–¿Por lo que no puedes casarte conmigo? –adivinó Paula.


Gabriel asintió.


–No puedo casarme contigo porque voy a casarme con otra mujer.


Por un momento Paula se quedó inmóvil, perpleja, pero entonces se echó a reír.


–¿Te parece divertido? –le preguntó Pedro.


–Desde luego es irónico –dijo ella–. Estaba tan concentrada en Pedro que no me di cuenta, pero de repente todo tiene sentido. Ahora comprendo por qué dejaste de llamarme por el Skype y las conversaciones se volvieron tan impersonales. Estabas enamorándote de ella.


–Me resultaba muy difícil mirarte a los ojos –admitió Gabriel–. Me sentía muy culpable y no quería hacerte daño.


–¡No sabes lo bien que te entiendo! –dijo Paula–. Para mí fue un alivio que no quisieras hablar por el Skype porque sabía que en cuanto me vieras, te darías cuenta de lo que había pasado.


Gabriel sonrió.


–Lo mismo pensé yo.


–Perdonadme –los interrumpió Pedro–. ¿Podría alguien decirme de quién te estabas enamorando?


–De tu tía Catalina –le explicó Paula.


Pedro miró a su padre y supo de inmediato que era cierto.


–¿Vas a casarte con Catalina?


Gabriel asintió.


–Me di cuenta de lo que sentía por ella cuando pensé que iba a morir.


Su tía y su padre siempre habían estado muy unidos, pero Pedro creía que era algo platónico.


–¿Antes de que mamá muriera, Catalina y tú?


–¡No! Yo quería mucho a tu madre, Pedro, y sigo queriéndola. Hasta hace poco Catalina para mí no era más que una amiga. No sé cómo ha ocurrido, ni qué cambió de pronto, pero supongo que lo comprenderás –explicó antes de dirigirse de nuevo a Paula–. Iba a contártelo y pedirte mil disculpas por haberte hecho venir hasta aquí con Mia, y por haberte hecho una promesa que no iba a poder cumplir. Gracias a ti pude volver a abrir mi corazón, algo que creía imposible hasta que te conocí. Pero creo que en el fondo siempre supe que nunca nos querríamos como deben quererse un marido y una mujer.


–¿Entonces no estás enfadado? –le preguntó Pedro a su padre.


–¿Cómo voy a estarlo si a mí me ha pasado lo mismo? Vosotros dos os queréis, pero ibais a renunciar a vuestro amor para no hacerme daño.


–Ese era el plan, sí –dijo Paula, lanzándole una mirada de reprobación a Pedro, pero sonriendo.


–No, no estoy enfadado. Además, no se me ocurre nadie mejor para mi hijo. Creo que a mi edad, prefiero ser el abuelo de Mia que su padre.


Pedro sintió de pronto que empezaba una nueva vida. Como si todo lo que había vivido hasta entonces no hubiera sido más que un ensayo. Era tan perfecto que por un momento no pudo evitar preguntarse si estaba soñando.


Alargó la mano para tocarle la mano a Paula y ella hizo lo mismo. En el momento que sus dedos se rozaron, supo que todo era real.


–Padre, ¿podría hablar un momento a solas con Paula? –le pidió.


Gabriel se levantó del sofá con una sonrisa en los labios.


–Tomaos todo el tiempo que necesitéis.


Apenas se había cerrado la puerta cuando Paula se echó en sus brazos.



NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 53

 


Mientras veía a Paula alejarse con su padre, Pedro no pudo evitar preguntarse qué estaba ocurriendo. ¿Por qué no la había besado? ¿Por qué no la agarraba de la mano? ¿Por qué parecía tan… nervioso? Su padre nunca se ponía nervioso.


–Aquí hay algo extraño –dijo Claudia, a su espalda–. Pensé que la estrecharía en sus brazos nada más abrir la puerta.


–¿Estás pensando lo mismo que yo? –le preguntó Pedro.


–No quiere casarse con ella.


Pedro se disponía a salir corriendo tras ellos cuando Claudia lo agarró del brazo.


–Eso no quiere decir que no vaya a enfadarse –le advirtió.


Era cierto, pero cada vez que pensaba en la marcha de Paula sentía un dolor tan profundo en el pecho que tenía la sensación de que se le iba la vida. La idea de no volver a ver nunca más a Mia y a Paula le provocaba un pánico que apenas le dejaba respirar.


–Me da igual, Claudia. No puedo dejar que se vaya.


Claudia lo miró y sonrió.


–¿Entonces qué estás esperando?


Subió corriendo las escaleras y abrió la puerta de la habitación de Paula sin molestarse en llamar.


–Pedro –le dijo Paula–. ¿Qué haces aquí?


–Tengo que hablar con mi padre.


–¿Ocurre algo, hijo? –preguntó Gabriel frunciendo el ceño.


–Sí.


Paula se puso en pie.


–Pedro, no…


–Tengo que hacerlo, Paula.


–Pero…


–Lo sé –se encogió de hombros con resignación–. Pero tengo que hacerlo.


Ella volvió a sentarse como si ya no pudiese seguir luchando y se hubiese resignado a afrontar las consecuencias.


Pedro, sea lo que sea, ¿no podemos hablar más tarde? Tengo que decirle algo importante a Paula.


–No, tengo que decírtelo ahora mismo.


Su padre miró a Paula antes de responder.


–Está bien –dijo, evidentemente molesto–. Habla.


Pedro respiró hondo y esperó que su padre intentara al menos comprenderlo.


–¿Te acuerdas cuando me diste las gracias por atender a Paula y me dijiste que podría pedirte lo que quisiera a cambio? –su padre asintió–. ¿Sigue en pie?


–Claro que sigue en pie. Soy un hombre de palabra, ya lo sabes.


–Entonces necesito que hagas algo por mí.


–Lo que sea, Pedro.


–Necesito que dejes a Paula.


Gabriel lo miró con cara de no entender nada.


–Pero… acabo de hacerlo. Le estaba diciendo que no puedo casarme con ella.


–No es suficiente. Necesito que te olvides de que alguna vez quisiste hacerlo.


–¿A qué viene esto, Pedro? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?


–Para que pueda casarse conmigo.


Su padre abrió la boca de par en par.


–Me dijiste que en cuanto la conociera bien acabaría gustándome. Pues tenías razón, me gusta muchísimo –Pedro se volvió hacia Paula–. La amo con todo mi corazón.


Ella lo miró con los ojos llenos de lágrimas.


–Yo también te amo, Pedro.


Su padre aún no había podido reaccionar.


–Tienes que entender que ninguno de los dos queríamos que ocurriera y que intentamos luchar contra ello. Pero no pudimos evitarlo.


–Habéis tenido una aventura –dedujo su padre, tratando de entender lo sucedido.


–No es una aventura –aclaró Pedro–. Nos hemos enamorado.


Gabriel se volvió hacia Paula.


–¿Por eso no puedes casarte conmigo?


–Sí. Lo siento muchísimo. De verdad que no queríamos que ocurriera.


Su padre asintió lentamente mientras asimilaba la noticia.




jueves, 29 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 52

 


Apenas habían llegado al vestíbulo cuando se abrió la puerta principal y apareció Gabriel. Paula esperaba verlo pálido y cansado, pero lo encontró bronceado y con buena cara, como si hubiera estado de vacaciones y no cuidando de una enferma.


Al verlos a los dos sonrió. Se acercó a dar un abrazo a su hijo y después se volvió hacia Paula.


–Mi querida Paula –dijo, agarrándola de las manos–. Me alegro de verte.


Imaginaba un recibimiento más efusivo, pero agradeció que no fuera así porque habría sido muy incómodo que la hubiese besado apasionadamente delante de Pedro.


–Ayer cuando hablamos no me dijiste que pensaras venir –le dijo a Gabriel.


–Quería darte una sorpresa.


Y desde luego lo había conseguido.


Mientras le explicaba dónde estaba Mia, se fijó en que había algo raro en su comportamiento, como si estuviese nervioso, y nunca lo había visto nervioso. Sin embargo ahora que lo tenía delante, a ella le habían desaparecido los nervios. Solo se sentía triste porque lo respetaba profundamente y siempre le querría como amigo, pero se había enamorado de otro.


No podía posponerlo por más tiempo, tenía que acabar con aquella situación cuanto antes.


–Gabriel –le dijo con una sonrisa forzada–. ¿Podríamos hablar en privado?


–Claro. Podemos ir a tu habitación –se volvió hacia Pedro–. Discúlpanos, hijo.


Pedro asintió con evidente tensión. Estaba celoso, pero no podía hacer nada.


Mientras subían las escaleras juntos, Gabriel no la agarró de la mano, se limitó a hablar de banalidades, como habían hecho ya en las últimas conversaciones por teléfono.


Cuando llegaron a la habitación, Paula contuvo la respiración, temiendo que intentara besarla y se viera obligada a apartarlo; le horrorizaba la idea de tener que ser tan cruel con él. Por suerte no se acercó siquiera a ella, ni tampoco se sentó a su lado en el sofá, sino en la silla de enfrente.


Era obvio que estaba nervioso. ¿Le habría dicho alguien algo sobre ellos? ¿Qué iba a decirle si se lo preguntaba directamente?


¿Y si le pedía que se casara con él?


–Gabriel, antes de que digas nada, tengo que decirte yo algo.


–Y yo a ti.


–Yo primero –dijo ella.


–No, creo que es mejor que hable yo antes. Lo que tengo que decirte es bastante importante –dijo con cierta impaciencia.


–Lo mío también –también ella empezaba a impacientarse.


–Paula…


–Gabriel…


Y entonces hablaron los dos al unísono:

–No puedo casarme contigo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 51

 


Estaba poniéndose las sandalias cuando Pedro volvió a entrar.


–Lo siento mucho, Pedro. He salido a buscar el teléfono, pero me he tropezado con esa estúpida lámpara –le explicó–. No sé cómo pude quedarme dormida.


–No has sido la única. No pasa nada.


–Claro que pasa –se sentó en el sofá con cara de preocupación y Pedro se sentó a su lado–. Tenemos que hablar.


–No hay nada de qué hablar. Ya le he explicado todo a Claudia y lo entiende.


–Eso no es suficiente. Yo… no puedo seguir así.


–No quiero perderte. Todavía no.


–Está decidido –anunció sin mirarlo–. Pero quiero que sepas que han sido las semanas más felices de mi vida y que jamás te olvidaré.


–Dime que todavía podemos pasar una última noche juntos, que no te vas hasta mañana.


–No puedo –le puso la mano en la mejilla y lo miró a los ojos–. Lo siento.


Pedro se inclinó hacia ella para besarla, pero en ese momento volvieron a llamar a la puerta. Era Claudia otra vez, así que Pedro le dijo que pasara sin molestarse en soltar la mano de Paula.


–Perdónenme, pero pensé que querrían saber que acaba de llegar el coche de su padre. El rey ha vuelto.


Paula y Pedro maldijeron al unísono y se pusieron en pie de un salto al mismo tiempo.


–Ahora mismo bajamos –le dijo a Claudia.


Pedro terminó de vestirse lo más rápido posible. Le temblaban las manos y apenas podía pensar con claridad.


–¿Estás preparada? –le preguntó Pedro.


Paula lo miró unos segundos y meneó la cabeza.


–Yo tampoco –dijo él antes de estrecharla en sus brazos y besarla.


Fue un beso lento e intenso. Su último beso.


–Será mejor que bajemos.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 50

 


Pedro se despertó con un extraño ruido.


¿Qué demonios era? Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaban llamando a su puerta.


Abrió los ojos y miró al reloj, era casi la hora de la cena. Paula y él se habían quedado dormidos. Despertó a Paula y le dijo que era muy tarde.


–Mia debe de haberse despertado hace rato –dijo ella en cuanto reaccionó–. ¿Por qué no me habrá llamado Karina? ¿Qué es ese ruido?


Él fue a abrir después de peinarse un poco con las manos y de ponerse unos pantalones.


–¡Aquí estás! –exclamó Claudia en cuanto abrió la puerta–. La pobre Karina está nerviosísima. Mia se despertó de la siesta hace una hora, pero Karina no encuentra a Paula; no responde al teléfono y no está por ninguna parte. Pensé que a lo mejor tú sabías dónde encontrarla.


Pedro creyó ver cierta sospecha en sus ojos.


–Habrá salido a dar un paseo y se habrá dejado el teléfono. Dame un segundo para vestirme y la encontraré.


A su espalda, Pedro oyó un ¡ay! y un golpe. Se dio media vuelta y se encontró a Paula envuelta en una sábana y tirada en el suelo con el cable de la lámpara de mesa enrollado al tobillo. Pero lo peor de todo era que la puerta estaba completamente abierta y Claudia estaba viendo lo mismo que él.


–Señorita Chaves –dijo Claudia, con evidente tensión–. ¿Podría llamar a Karina y decirle que está bien y que no la han secuestrado?


–Sí, señora –respondió Paula, con la voz temblorosa y las mejillas sonrojadas por la vergüenza.


–¿Podría hablar un momento con usted, Alteza? –le pidió entonces Claudia, y Pedro no tuvo más remedio que salir al pasillo con ella–. ¿En qué estaba pensando? –le preguntó enseguida, con una mirada de reprobación.


A nadie más le habría permitido que lo reprendiera de ese modo, pero Claudia era más un miembro más de la familia que una empleada.


Tuvo que explicarle que ninguno de los dos habían planeado lo sucedido y que, por supuesto, Paula no iba a casarse con su padre.


–¡Eso espero! Su padre merece algo mejor que una mujer capaz de…


–No fue culpa suya –la interrumpió Pedro con voz tajante.


–¿Está dispuesto a poner en peligro la relación con su padre por una aventurilla?


–No, pero sí por la mujer de la que estoy locamente enamorado.


Eso hizo que Claudia retirara la mano y lo mirara boquiabierta.


–¿La ama?


–Es todo lo que jamás habría soñado y todo lo que podría desear. Ella también me ama y eso, teniendo en cuenta mi historial, es absolutamente formidable. Pero Paula se niega rotundamente a hacer nada que pueda interponerse entre mi padre y yo.


–Hace muy bien.


–A veces pienso que me da igual lo que ocurra con mi padre, pero la quiero tanto que jamás haría nada en contra de sus deseos.


–No sé qué decir –admitió Claudia, meneando la cabeza–. Siento que las cosas sean así –le dijo antes de darle un beso y prometerle que la conversación quedaba entre ellos dos.


Pedro dejó a Claudia en el pasillo con cara de tristeza y volvió a la habitación junto a Paula.




miércoles, 28 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 49

 


Volvieron al palacio después de un paseo de tres horas en el coche y de una breve parada en un pequeño pueblo para comer. Pedro la acompañó a la habitación de Mia, donde descubrieron que acababa de quedarse dormida.


–Avísame en cuanto se despierte –le pidió Paula a Karina, luego se volvió hacia Pedro y le lanzó una de esas miradas que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones.


Pero esa vez Pedro propuso que fueran a su habitación, en lugar de a la de ella.


–Pero, Pedro, si alguien nos viera entrar juntos…


–Esa zona del palacio es completamente privada. No tenemos por qué hacer nada, excepto hablar, y podríamos dejar la puerta abierta si tú quieres.


–No sé.


A pesar del riesgo que existía de que los viera algún empleado, Pedro la agarró de la mano.


–No nos queda mucho tiempo. Dame la oportunidad de que al menos comparta contigo una parte de mi vida.


La vio ablandarse frente a sus ojos y finalmente sonrió.


–Está bien.


Los empleados con los que se cruzaron por el camino hacia su habitación se limitaron a saludarlos con una inclinación de cabeza, sin ningún tipo de mirada sospechosa.


–¡Vaya! –exclamó Paula en cuanto abrió la puerta–. Pero esto es todo un apartamento.


–Tiene cocina, despacho, salón y dormitorio.


–Es muy bonito –se volvió hacia él–. Ya puedes cerrar la puerta –otra vez tenía esa mirada.


–Pensé que habíamos dicho que…


–Cierra la puerta, Pedro. Con llave.


Pedro obedeció y luego fue hasta ella, que le pasó la mano por el pecho lentamente antes de empezar a desabrocharle la camisa.


–¿Entonces has cambiado de opinión?


–Puede que sea por el peligro, pero cuanto más nos acercábamos, más excitada estaba –se puso de puntillas y lo besó en la boca–. Y a lo mejor es porque cuando estoy a solas contigo, no puedo controlarme. Sé que está mal, pero es superior a mis fuerzas. Soy una persona horrible, ¿verdad?


–Si lo eres, yo también lo soy –porque el sentimiento era mutuo–. Puede que eso quiera decir que nos merecemos el uno al otro.


Entonces la levantó del suelo y se la echó al hombro, a lo que ella respondió con un grito de sorpresa y con una carcajada.


–¡Pedro! No es que me importe, pero, ¿qué haces?


–Es para demostrarte que no soy tan amable como tú crees –le dijo mientras la llevaba al dormitorio.


–Me queda claro –dijo Paula en cuanto la dejó en el suelo, luego le puso las manos en los hombros, lo tiró de espaldas sobre la cama y lo besó apasionadamente.


Cada vez que hacían el amor pensaba que era imposible que fuera mejor que la anterior, pero Paula siempre acababa superándose. Parecía saber qué tenía que hacer para volverlo completamente loco. Era una amante atrevida, sexy y segura de sí misma. Si había un amante ideal para cada persona, estaba claro que él había encontrado la suya.


Claro que quizá no fuera tanto por sus dotes como amante como por el amor y el cariño que había entre los dos. Estaba pensando eso cuando notó su mano colándosele bajo los pantalones y agarrándole la erección, y apenas pudo seguir pensando. Solo pudo preguntarse cómo sería esa vez, lento y tierno o rápido y apasionado. O quizá pondría esa mirada traviesa y haría algo por lo que muchas mujeres se sonrojarían.


Paula se sentó encima de él y se quitó el vestido.


Rápido y apasionado, pensó él con satisfacción mientras ella bajaba sobre su erección y comenzaba a sentir ya su interior caliente y húmedo. Entonces tuvo que dejar de pensar hasta que, después de alcanzar juntos el clímax y quedar rendidos el uno en los brazos del otro, se dijo a sí mismo que tenía que haber una manera de convencerla para que se quedara.


Pero al mismo tiempo, su conciencia le planteó una nueva duda: ¿para qué?




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 48

 

Después de una semana de lluvias torrenciales, el cielo por fin se despejó y salió el sol, atrayéndolos al exterior a pesar de lo mucho que Pedro habría deseado pasar un día más en la habitación de Paula.


Dejaron a Mia con Karina, que parecía contenta de tener por fin algo que hacer, ya que Paula se hacía cargo de su hija en todo momento, y salieron los dos juntos en su coche.


–Mi abuelo y yo solíamos salir a pasear por el campo en este coche y me contaba historias de cuando era niño. Él se había convertido en rey con solo diecinueve años; en ese momento a mí me parecía emocionante, pero luego fui dándome cuenta de la responsabilidad que implicaba y empezó a preocuparme que mi padre muriera y yo tuviera que reinar sin estar preparado.


Paula guardó silencio unos segundos.


–¿Qué te parece si en lugar de salir a navegar como habías propuesto, me llevas al campo, adonde ibas con tu abuelo?


–¿De verdad?


–Sí. Me encantaría ver los lugares a los que te llevaba.


–¿No te aburrirás?


Paula se acercó, le agarró la mano y sonrió.


–Contigo, imposible.


–De acuerdo.


Paula parecía disfrutar de cosas tan sencillas como charlar, jugar con su hija o salir a pasear en coche. No pedía ni exigía nada, pero lo daba todo, mucho más de lo que él jamás le pediría. Ni siquiera había imaginado que pudieran existir mujeres como ella. Por eso le parecía tan ridículo haber podido creer que pudiera tener motivos ocultos.


–¿Puedo hacerte una pregunta? –le dijo y, al ver que él asentía, continuó–: ¿Cuándo dejaste de pensar que iba tras la fortuna de tu padre?


Parecía que, además, tenía el don de leerle el pensamiento.


–Cuando fuimos al pueblo y no utilizaste ni una vez la tarjeta de crédito que te dejó mi padre.


Paula lo miró boquiabierta.


–¿Lo sabías?


–Me lo dijo la secretaria de mi padre porque estaba preocupada.


–La verdad es que ni siquiera la he sacado del cajón.


–Si no hubiese bastado con la tarjeta de crédito, me lo habría confirmado el modo en que reaccionaste cuando te regalé los pendientes.


Ella se llevó la mano a las orejas.


–¿Por qué?


–Porque nunca había visto a una mujer emocionarse tanto por un regalo de tan poco valor.


–Lo que importa es que me los compraste porque quisiste, porque sabías que me gustaban, no porque estuvieses intentando ganarte mi cariño. Me compraste los pendientes porque eres amable.


–Yo no soy amable.


–Claro que lo eres –aseguró ella, riéndose–. Eres uno de los hombres más amables que he conocido.Tengo la sensación de estar tentando a la suerte quedándome tanto tiempo porque en cualquier momento alguien podría darse cuenta de lo que está pasando y la noticia podría llegar a oídos de Gabriel. No quiero hacerle daño.


Tampoco él quería hacer daño a su padre, pero cada vez le resultaba más difícil la idea de dejarla marchar.


–¿Y si se enterara? Entonces a lo mejor no tendrías que marcharte, podríamos explicárselo y hacérselo comprender.


Paula cerró los ojos y suspiró.


–No puedo, Pedro. No podría hacerle eso, ni a él ni a ti. Jamás me perdonaría haberme interpuesto entre vosotros.


–Acabaría superándolo. Estoy seguro de que no le costará tanto cuando vea lo mucho que significas para mí.


–¿Y si no es así? No estoy dispuesta a correr ese riesgo.


Si fuera como las mujeres que había conocido hasta entonces, no le habría importado quién saliera perjudicado. Pero claro, entonces él no se habría enamorado de ella. También sabía que si había decidido marcharse, nada podría hacerla cambiar de opinión.


Esa obstinación suya era muy frustrante, pero también admirable. Le gustaba que siempre le desafiara y lo obligara a ser sincero. La amaba demasiado como para correr el riesgo de hacer algo que provocara que ella dejara de respetarlo.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 47

 


–¿No te alegras de haber llamado?


Al levantar la mirada se encontró con Pedro, desnudo en la puerta del baño, secándose el pelo con una toalla y se preguntó cuánto tiempo llevaría allí. ¿La habría oído decir que lo amaba?


–Le he dicho lo que sentía y, en lugar de ponerse furioso, me ha pedido disculpas.


–Has sido muy valiente.


–Puede que sí que lo sea después de todo. No soy tan ingenua como para pensar que a partir de ahora todo va a ser muy fácil. Estoy segura de que volverá a ser el mismo de siempre porque él es así y tendré que mantenerme firme. Pero al menos es un comienzo.


Pedro dejó caer la toalla y fue hacia la cama. Estaba impresionante, era puro atractivo. Resultaba inconcebible que una mujer hubiera podido serle infiel; su ex debía de estar loca.


Apartó las sábanas, tiró de ella hacia abajo y se tumbó encima, entre sus piernas.


–Gracias por hacerme creer en mí misma –le dijo ella, acariciándole la cara recién afeitada.


–Eso no lo he hecho yo –respondió Pedro, acompañando sus palabras con un beso en los labios–. Yo solo te he señalado algo que ya estaba ahí. Tú decidiste verlo.


Pero sin él jamás lo habría hecho. Ahora era alguien completamente distinto, alguien mejor. Y en gran parte, era gracias a él.


–Otra cosa –le susurró al tiempo que la besaba en la mejilla y luego en el cuello.


Ella cerró los ojos y suspiró.


–¿Sí?


–Yo también te quiero.





martes, 27 de abril de 2021

NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 46

 


Agarró el teléfono con un suspiro de resignación y mirando la puerta del baño, ahora cerrada.


–Pau, ¿dónde demonios estabas? Estaba muy preocupado. ¿Dónde está Mia? ¿Está bien?


–Perdona por no haberte llamado, es que he salido del país –le explicó Paula, preguntándose si estaba preocupado por las dos o solo por Mia.


–¿Has salido del país? –repitió como si fuera un crimen imperdonable–. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Y dónde está mi nieta?


–Conmigo.


–¿Dónde estás?


Sabía que estaba furioso por no poder controlar la situación; si le hubiese pedido permiso para marcharse, no habría habido el menor problema. Normalmente cuando le hablaba así Paula volvía a sentirse como una niña pequeña, pero esa vez solo se sentía molesta.


–Estoy en Varieo, ese pequeño país cerca de…


–Sé dónde está. ¿Qué diablos estás haciendo allí? ¿Es que te han despedido del hotel?


Empezaba a estar algo más que molesta.


–No, no me han despedido.


–No me hables en ese tono, jovencita.


¿Jovencita? ¿Acaso volvía a tener cinco años?


De pronto estalló algo dentro de ella y se dio cuenta de que estaba harta de que la tratase como si fuera una irresponsable.


–Tengo veinticuatro años, papá. Merezco el mismo respeto que tú me exiges a mí. Estoy harta de que me hables de esa manera y de que siempre pienses lo peor de mí. Ya está bien de que me hagas sentir que nada de lo que hago es lo bastante bueno para ti. Soy una persona inteligente y me va muy bien; tengo muchos amigos que me quieren. Así que, si no se te ocurre nada positivo que decirme, no te molestes en volver a llamarme.


Colgó el teléfono y, aunque el corazón estaba a punto de salírsele del pecho y le temblaban las manos, se sentía bien. Se sentía fantásticamente bien.


El timbre del teléfono la sobresaltó. Era su padre. Sintió la tentación de no responder y dejar que saltara el contestador, pero ya que había empezado, lo mejor sería terminarlo.


–Lo siento.


Aquellas dos palabras la dejaron boquiabierta.


–¿Qué?


–He dicho que lo siento –repitió, y parecía realmente compungido.


No recordaba haber oído a su padre disculparse por nada jamás.


–Y yo siento haber levantado la voz –pero entonces se dio cuenta de que no había hecho nada malo–. No, la verdad es que no lo siento. Te lo merecías.


–Tienes razón. No tenía derecho a hablarte así, pero tenía miedo de que te hubiese pasado algo.


–Estoy bien y Mia está bien. Siento haberte asustado. Solo hemos venido a visitar a… unos amigos.


–No sabía que tuvieras amigos allí.


–Lo conocí en el hotel.


–¿Entonces es un hombre?


–Sí. Es… –¿por qué no decirle la verdad? Al fin y al cabo, le daba igual lo que pensara–. Es el rey.


–¿El rey?


–Sí y, lo creas o no, quiere casarse conmigo.


–¿Te vas a casar con un rey? –parecía contento. Por una vez le gustaba algo de ella, pero su alegría no iba a durar mucho.


–No, no voy a casarme con él porque estoy enamorada de otro.


–¿De otro rey? –preguntó con sarcasmo.


–No.


–¿Entonces de quién?


–Del príncipe. De su hijo.


–¡Paula!

Se preparó para escuchar gritos y maldiciones de todo tipo, pero no fue así.


Podía sentir la tensión a través del teléfono, pero su padre no dijo nada.


–¿Estás bien, papá?


–Un poco confundido, la verdad. ¿Cómo y cuándo ha ocurrido todo esto?


No podía culparlo, a veces ella misma no podía creer lo que estaban haciendo.


–Como te he dicho, lo conocí en el hotel y nos hicimos amigos.


–¿Al rey o al príncipe?


–Al rey, a Gabriel. Él se enamoró de mí, pero yo solo le quería como amigo. Gabriel estaba convencido de que si lo conocía mejor, acabaría enamorándome también, así que me invitó a venir a pasar un tiempo a su país. El problema fue que cuando yo llegué había tenido que marcharse y le pidió a Pedro, el príncipe, que me atendiera. Así fue como… bueno, nos enamoramos.


–¿Qué edad tiene ese príncipe?


–Veintiocho años, creo.


–¿Y el rey?


–Cincuenta y seis –dijo y prácticamente pudo oír el horror de su padre–. Otro de los motivos por los que no estaba segura de querer casarme con él.


–Comprendo –fue todo lo que dijo, pero era evidente que quería decir más.


Paula apreció el esfuerzo que estaba haciendo y pensó que quizá debería haberse enfrentado a él mucho antes.


–Entonces deduzco que vas a casarte con el príncipe.


–No, no me voy a casar con nadie.


–Pensé que lo amabas.


–Y lo amo, pero no podría hacerle eso a Gabriel. Es un buen hombre, papá, y ha sufrido mucho últimamente. Él me quiere, no puedo traicionarlo. Me siento fatal porque las cosas hayan salido así, siento que le he fallado. Por no hablar de que esto podría acabar con la relación entre su hijo y él. No podría hacerles algo así a ninguno de los dos. Se necesitan el uno al otro más de lo que me necesitan a mí.


Su padre se quedó callado unos segundos antes de volver a hablar por fin.


–Bueno, veo que has tenido unas semanas muy ajetreadas.


Normalmente aquel comentario habría estado cargado de sarcasmo, pero ahora solo parecía sorprendido.


–Ni te lo imaginas –dijo con una mezcla de alegría y tristeza, que era algo que sentía a menudo últimamente.


–Entonces supongo que no te veré el jueves.


–No, pero volveremos pronto y quizá podamos pasar por Florida antes de ir a casa.


–Me encantaría que lo hicierais –hizo una pausa antes de decir–. ¿Entonces de verdad quieres a ese hombre?


–Sí y Mia también lo adora. Se ha encariñado mucho con él y le encanta estar aquí.


–¿Estás segura de que vas a hacer lo mejor? Marchándote, quiero decir.


–No puedo hacer otra cosa.


–Bueno, cruzaré los dedos para que encuentres otra solución. Pau, sé que he sido muy duro contigo y quizá no te lo diga muy a menudo, pero estoy orgulloso de ti.


Cuánto tiempo llevaba esperando oír eso, sin embargo, al escucharlo se dio cuenta de que su autoestima y su valía como persona no dependían de ello.


–Gracias, papá.


–Es admirable que estés dispuesta a sacrificar tu felicidad por proteger los sentimientos del rey.


–No lo hago para parecer admirable.


–Precisamente por eso lo es. Llámame cuando vayas a venir.


–Lo haré. Te quiero, papá.


–Yo a ti también, Pau.


Colgó el teléfono pensando que era lo más bonito que le había dicho nunca su padre.





NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 45

 


La despertó el timbre del teléfono. Su padre le había dejado otro mensaje, el tercero en tres días y en aquel parecía más enfadado que en los anteriores.


–Pau, ¿por qué no me has llamado? En el hotel me han dicho que has pedido unos días de permiso. Quiero saber qué está pasando. ¿Te has metido en otro lío?


Paula suspiró con resignación y triste de que su padre siempre pensase lo peor de ella.


A su lado, Pedro se movió, despertándose lentamente como hacía siempre. O al menos, las tres últimas mañanas, después de pasar la noche juntos. Y a ella le encantaba ver aquel pequeño ritual de estiramientos y bostezos. Seguía sintiéndose culpable por lo que estaban haciendo, pero era incapaz de apartarse de él.


–¿Qué hora es? –le preguntó con la voz todavía ronca del sueño.


–Casi las ocho.


Pedro se echó a reír.


–Es la tercera noche que duermo más de siete horas seguidas. No sabes el tiempo que hacía que no dormía así.


–Lo sé, soy muy aburrida.


La abrazó y la arrastró para colocársela encima. Ella se sentó sobre sus caderas.


–Lo que ocurre es que me dejas agotado –le dijo con un beso.


Llevaba dos días lloviendo, dos días que habían pasado en el palacio, sin apenas salir de la habitación, charlando y jugando con Mia, y cuando la pequeña dormía, haciendo el amor una y otra vez. Aunque ya había pasado una semana, ninguno de los dos había sacado el tema de su marcha, pero era algo que flotaba en el ambiente, pero parecía que el momento no llegaba y deseaba que no lo hiciera nunca.


Definitivamente, Pedros era el hombre de su vida, su alma gemela, y estaba completamente segura de ello. Por primera vez desde que tenía uso de razón, no tenía ninguna duda, ni le preocupaba estar cometiendo un error.


No sabía bien lo que sentía él. Desde luego no quería que se marchase, pero, ¿estaba enamorado de ella? No se lo había dicho, pero tampoco ella a él. Claro que tampoco cambiaría nada que lo hiciesen.


Solo eran palabras. Además, aunque la amase, lo primero para él debía de ser la relación con su padre.


Después de hacer el amor con Pedro por primera vez, le había costado mucho hablar con Gabriel, segura de que en cuanto la viera por Skype se daría cuenta de lo ocurrido, pero había sido él el que no había aparecido. La había llamado al día siguiente para disculparse y decirle que había problemas de seguridad, por lo que era mejor que se limitasen a hablar por teléfono. Lo cierto era que había sido un alivio para ella, que se sentía cada vez más lejos de Gabriel.


A partir de entonces, las llamadas se habían hecho más cortas y superficiales. Un día habían salido a hacer una excursión a las montañas, a un lugar sin cobertura, por lo que no había podido hablar con él, pero tampoco se había acordado después de comprobar si le había dejado un mensaje. Aunque había sido culpa suya que no hubiesen hablado, al día siguiente había sido él el que se había disculpado porque, según le había dicho, estaba muy ocupado entre el trabajo y Catalina y no había podido volver a llamarla.


Paula esperaba que le preguntara si le pasaba algo, pero si Gabriel había notado algún cambio en la relación, no lo había mencionado. Catalina había mejorado mucho y, aunque Gabriel no quería dejarla sola todavía, no tardaría en hacerlo. Era solo cuestión de tiempo.


Y luego estaba lo de su padre.


–Pareces preocupada –le dijo Pedro, apartándole el pelo de la cara y adivinando una vez más sus pensamientos.


–Ha vuelto a llamar mi padre. Se ha enterado de que no estoy trabajando y ha dado por hecho que me he metido en algún lío. Dice que lo llame de inmediato.


–Deberías hacerlo. Deberías haberlo llamado hace días.


–Lo sé –admitió, refugiándose contra su pecho–. Pero no quiero hacerlo.


–Deja de comportarte como una cobarde y llámalo.


–Es que soy una cobarde.


–Eso no es cierto.


En lo que se refería a su padre, sí que lo era.


–Lo llamaré mañana, de verdad.


–No, llámalo ahora –le ordenó, apartándose de ella, después se levantó de la cama y se fue al cuarto de baño, gloriosamente desnudo. Se detuvo en la puerta para decirle–: Me voy a dar una ducha y, si quieres acompañarme, será mejor que empieces a marcar el número.




NO DEBO ENAMORARME: CAPÍTULO 44

 


–¿Que has hecho qué? –gritó Jessy–. Estoy dos días sin hablar contigo y mira lo que pasa.


Paula cerró los ojos. Quizá no había sido buena idea contarle a su amiga que se había acostado con Pedro, varias veces. Pero iba a explotar si no hablaba con alguien.


–Tú no te acuestas con hombres a los que conoces desde hace una semana –le recordó Jessy–. Si a veces les haces esperar meses.


–Lo sé. Y es increíble que hayamos aguantado tanto tiempo.


Jessy se echó a reír.


–Madre mía. ¿Quién eres y qué has hecho con mi mejor amiga?


–Sé que no es propio de mí. Pero me alegro de que haya ocurrido porque me ha cambiado. A mí también me cuesta creerlo, pero me siento… mejor persona.


–¿Te acuestas con el hijo del hombre con el que se supone que vas a casarte y te sientes mejor persona? –le preguntó, riéndose.


–Es difícil de explicar y, aunque me cuesta reconocerlo, creo que tenías razón cuando me dijiste que Gabriel era una especie de figura paterna para mí. Supongo que en el fondo sabía que no quería a Gabriel como se debe querer a un marido y que nunca podría hacerlo, pero parece que él me quiere tanto, que no quería defraudarlo. Entonces conocí a Pedro y todo cambió. Si no llega a ser por él, seguramente habría cometido otro tremendo error.


–Debe de gustarte mucho.


–Eso es quedarse muy corta.


–¿Estás diciendo que te has enamorado de él? ¿En solo cinco días?


–Es increíble, ¿verdad?


–¿Y él qué siente?


–Da igual. No podemos estar juntos. ¿Cómo crees que se sentiría Gabriel si le dijera que lo dejo por su hijo? Lo más probable es que nunca perdonara a Pedro y yo nunca le pediría a Pedro que eligiese entre su padre y yo. El honor y la familia son muy importantes para él. Es una de las cosas que me gustan de él.


–Lo que te gusta de él es lo que impide que estéis juntos –resumió Jessy.


–Algo así –y la idea de tener que separarse de él le partía el corazón en dos. Sabía que cuanto más lo retrasara, más iban a sufrir, y sin embargo allí seguía–. Vamos a hablar de otra cosa porque esto me pone muy triste.


Jessy titubeó un poco al principio, pero luego le contó lo bien que había ido su viaje con Guillermo y lo amable que había sido su familia con ella. Al menos una de las dos tenía una relación con futuro.


–Sé que no quieres hablar de ello –le dijo después–. Pero quiero decirte algo más sobre tu aventura con el príncipe. Estoy orgullosa de ti.


–¿Por haberme acostado con el hijo del hombre con el que me iba a casar?


–Sé que suena raro, pero siempre intentas hacer feliz a todo el mundo y me alegro de que por una vez hayas sido egoísta y hayas hecho algo que te haga feliz a ti. Es todo un avance.


–Nunca habría pensado que fuera bueno ser egoísta.


–A veces lo es.


–¿Sabes qué va a ser lo peor cuando me vaya? Mia se ha encariñado mucho con él y parece que él también con ella. Sería un padre estupendo.


–Conocerás a otro, Paula, y volverás a enamorarte.


Ella no estaba tan segura. Nunca antes había sentido por nadie lo que sentía por Pedro; de hecho ni siquiera había creído que fuera posible amar tanto a alguien. Necesitarlo como lo necesitaba y a él y, al mismo tiempo, sentirse más libre de lo que se había sentido jamás. Por eso no creía que fuera posible que volviera a ocurrir. ¿Y si Pedro era el hombre de su vida? ¿Y si era su destino? ¿Sería también su destino tener que abandonarlo?