jueves, 16 de febrero de 2017
FUTURO: CAPITULO 18
NO FUE un fin de semana para recordar. Pau llevó a Adrian al aeropuerto el domingo a primera hora. Le dio un beso de despedida justo delante de la puerta de embarque y le prometió que estaría de vuelta en San Francisco por lo menos el viernes, un día antes de la gala benéfica. Sin embargo, todo era muy extraño. Se suponía que tener a Adrian cerca la iba a ayudar a sacarse a Pedro de la cabeza, pero…
La cosa no hizo más que empeorar.
Dos horas más tarde, Mariana y Dario se presentaron en la puerta de la casa de la abuela.
—¿Dónde está? —exclamó Mariana, mirando a su alrededor con impaciencia—. ¿Dónde está mi bebé?
—Está durmiendo la siesta.
Estaba a punto de pedirle que no le despertara, pero Mariana pasó por delante de ella como una bala y fue directamente hacia el dormitorio. Al llegar a la puerta, aminoró el paso y abrió suavemente. Pau solo podía verla de perfil, pero con eso bastaba. Vio cómo desaparecía la tensión en el rostro de Mariana, vio el amor maternal que ella misma sentía cuando veía dormir a Hernan… Y entonces se volvió hacia el hombre que todavía estaba junto a la puerta de entrada.
—Ven aquí —le susurró, extendiendo una mano hacia él—. Ven a ver a tu hijo.
Dario vaciló un instante. Echó a andar, miró a Pau un instante y asintió con la cabeza. Pau le devolvió el saludo y se quitó de su camino. Se detuvo junto a la cuna y contempló al pequeño en silencio. Respiró hondo y estiró un brazo para tocar la suave mejilla de Hernan.
—Te debo una, Pau —dijo Mariana de repente, para sorpresa de Pau. Pero había auténtica sinceridad en sus palabras. Sus ojos azules brillaban; tenía las mejillas húmedas.
Y antes de que Pau pudiera reaccionar, la joven corrió hacia ella y le dio un sentido abrazo. Después de un momento de titubeo, Pau se lo devolvió. Era el primer abrazo verdadero que habían compartido…
—Hernan te va a echar mucho de menos —Mariana le dijo a Pau a la mañana siguiente.
Dario había guardado todas las cosas de Hernan y las había metido en el coche de Mariana. Esta, sujetando a Hernan en brazos, había encontrado a Pau en el jardín, sitio al que había ido porque no sabía dónde estar ni qué hacer. Había pasado la noche en el sofá a regañadientes. Les había dicho que podía irse a un hotel a pasar la noche para darles algo más de privacidad, pero ellos no habían querido. Habían insistido en que se quedara con ellos.
Al ver acercarse a Mariana, dejó las malas hierbas que estaba quitando y se incorporó.
—Yo también le voy a echar mucho de menos —dijo con sentimiento—. Es un niño encantador —sonrió, a pesar del dolor que ya empezaba a sentir por dentro.
—Deberías venir a verle. Puedes venir —dijo Mariana—. El valle no está tan lejos. Eres bienvenida en cualquier momento.
Pau le dio las gracias.
—Me gustaría mucho.
Se miraron durante unos segundos. Años y años de recuerdos y discusiones pasaron ante sus ojos. Ambas apartaron la vista al mismo tiempo.
Mariana le dio otro abrazo de hermana.
—Gracias. Por cuidar de Hernan, por ocuparte de todo, por ayudarnos a ser una familia.
—Ha sido un placer —le dijo Pau a duras penas.
—¿Cómo es que tengo tanta suerte?
Pau dudaba mucho que hubiera una respuesta para esa pregunta.
Estaba sola. Ni abuela, ni Adrian, ni Misty, ni Dario, ni Hernan… No tenía familia. Pau miraba a su alrededor y trataba de disfrutar del silencio. Si se fijaba mucho, casi podía ver cómo golpeaban las ventanas las gotas de lluvia.
Había empezado a llover cuando regresaba a casa del hospital esa tarde. Muy apropiado para su estado de ánimo.
Mariana, Dario y Hernan ya se habían ido.
De repente llamaron a la puerta. La abrió y se encontró con Pedro, de pie bajo el umbral, en vaqueros y cazadora.
Estaba empapado hasta los huesos. Él era la última persona a la que quería ver esa noche.
—¿Qué?
Él no contestó, y tampoco esperó a obtener una invitación para entrar. Pasó por delante de ella y entró en la casa directamente.
—Pedro. No me apetece tener compañía hoy.
Estaba chorreando agua sobre la alfombra, pero no se iba.
Pau suspiró. Probablemente debía decirle que se quitara la chaqueta.
—¿Se fue Milos?
—Sí. Vino a despedirse, pero no estabas.
—Oh, lo siento. Dame su dirección de correo electrónico y le mando una nota.
Pedro hizo crujir sus nudillos. Había una emoción indescifrable en su mirada. Finalmente se quitó la chaqueta y buscó algo dentro.
—Hernan se dejó esto —le puso el conejito de peluche en la mano.
Esa era la gota que colmaba el vaso…
Pau agarró el juguete.
—Oh, Dios —dijo Pedro al ver que estaba a punto de echarse a llorar—. No llores.
—¡No estoy llorando! —gritó ella. Las lágrimas corrían por sus mejillas.
—¡Solo es un peluche! —dijo Pedro. Trató de quitárselo, pero ella se apartó y se aferró al muñeco como si estuviera defendiéndolo de algo.
—¡Ya sé lo que es!
—Pau —Pedro le habló en un tono paciente—. Todo va a estar bien. Ya le mandaremos el muñeco.
—No es el muñeco. Es la fa… familia… No importa —intentó limpiarse la cara con el brazo.
Pero él la hizo detenerse, estrechándola entre sus brazos.
—Pe…
—Sh —la besó.
El aguante de un hombre tenía un límite. El deseo se podía dominar, y la necesidad también. Las palabras se podían neutralizar… Pero Pedro no soportaba verla llorar al ver el muñequito de peluche. No podía verla llorar. No quería verla llorar. No quería nada más excepto lo que tenía en ese momento; ella en los brazos, su rostro contra el pecho, su cabello exquisitamente rizado sobre los labios, el aroma de su perfume en la nariz… Respiró hondo, saboreó la fragancia, la sujetó de la barbilla y probó la sal de sus lágrimas. No era ese el motivo por el que había ido a verla.
Había ido a la casa para hacerla entrar en razón, para ser su amigo, para decirle la verdad… Para decirle que no estaba enamorada de Adrian Landry.
No había dicho nada al final. Pero sus actos hablaban por sí solos. Pau deslizó los brazos por dentro de su chaqueta mojada y se acercó aún más, cerró los ojos y sintió el tacto de sus labios sobre la cara, las mejillas, la mandíbula, la boca… Los besos habían sido suaves y tiernos durante unos segundos, pero al alcanzar sus labios se habían vuelto desesperados, bruscos… El fuego que siempre había ardido entre ellos se había desatado. El control que siempre habían tenido se estaba resquebrajando. Pau entreabrió los labios.
El corazón se le salía por la boca. El muñeco de peluche se le cayó al suelo y ni se dio cuenta. Le levantó la camisa con ambas manos y palpó su pecho caliente y musculoso. Él se estremeció; siempre lo hacía. Trató de quitarse la chaqueta, pero estaba tan mojada que se le pegaba al cuerpo.
—Déjame a mí —le dijo ella y se la quitó de los hombros, echándola al suelo un momento después.
—Pau…
—Por aquí —le dijo ella, señalando el dormitorio con un gesto.
Él la besó durante todo el camino hasta la cama y la acorraló contra ella. Quería caer encima de ella, arrancarle la ropa y hacerle el amor con desenfreno. Sus dedos torpes intentaban liberarla de la ropa. Le rompió la camisa, le quitó los pantalones a toda prisa. Pero un momento después, por fin, estaban desnudos, piel contra piel. Ella se puso de lado, y él deslizó dos dedos por encima de su cadera y a lo largo del muslo, alisándole la piel, igual que hacía con la madera…
Después la hizo ponerse boca arriba, le separó las rodillas y se arrodilló entre ellas. Deslizó las manos por sus piernas muy lentamente, atormentándose tanto como la atormentaba a ella. Pau se movía, inquieta, le observaba con los ojos entreabiertos. Se lamió los labios. Pedro le acarició la ingle, palpó su sexo, abrió sus labios más íntimos y empezó a jugar. Ella gimió. Él volvió a bajar un poco la mano, la subió, la tocó, más adentro esa vez… Ella entreabrió los labios, levantó las caderas, como si así pudiera hacerle llegar más adentro.
Podía. Podía hacerlo. Y entonces… mientras deslizaba las manos a lo largo de sus piernas hasta sus rodillas, ella estiró un brazo y le tocó. Deslizó un dedo con cuidado sobre su erección, haciéndole tensar cada músculo de su cuerpo para no sucumbir en ese preciso instante.
—Pau… —le agarró la mano.
—¿Tú puedes hacerlo y yo no?
Él sacudió la cabeza, sonriendo. Así era ella. Siempre llevaba la contraria, incluso en la cama. Se tumbó sobre ella y entró en su sexo. Durante unos segundos se mantuvieron inmóviles. Él se quedó quieto, observándola, sintiendo cómo se tensaba su cuerpo a su alrededor. Pau levantó la vista hacia él. Su rostro estaba en sombras, pero sus labios estaban hinchados, colmados de besos, las mejillas rojas…
—¿Y bien? —preguntó ella, llena de expectación, meneándose debajo de él.
Pedro se rio. Risas y sexo… Era tan típico de Pau.
—Estaba pensando… —murmuró él.
No era cierto. No estaba pensando en absoluto. Estaba disfrutando. Y empezó a disfrutar mucho más en cuanto comenzó a moverse. Pau se movía con él, contra él, tomando el ritmo y haciéndolo propio. Sus miradas se engancharon, sus corazones retumbaban al unísono. Pau movió la cabeza a un lado y a otro. Levantó las caderas, suplicándole… Él empezó a moverse más deprisa, apretó los dientes… Ella se estremecía a su alrededor. Le apretó el trasero con ambas manos. Le clavó los talones en la parte de atrás de los muslos. Pedro empujó una vez más y entonces ya no pudo aguantar más.
Se dejó llevar… Se desahogó.
Ella le hacía completo.
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Excelentes los 6 caps. Me fascina esta historia.
ResponderBorrarQ buena q se esta poniendo la historia, me encanta!!
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