jueves, 16 de febrero de 2017

FUTURO: CAPITULO 17




Adrian Landry no parecía banquero. Parecía uno de esos dioses griegos que Pedro había tenido que dibujar en clase de arte en el instituto. Era alto, de espaldas anchas, piel bronceada como un jugador de tenis, y un corte de pelo que debía de haberle costado cien dólares. Le estrechó la mano con firmeza y sonrió con sus dientes perfectos. Pedro le tomó aversión nada más verle.


—¿Eres pariente de Tom? —le preguntó, fijándose en cómo le agarraba la mano Pau.


—¿Tom? —Adrian no parecía entender.


—Supongo que no.


Pedro no se sorprendió. Era poco probable que el prometido de Pau pudiera ser pariente de uno de los mejores entrenadores de fútbol americano.


—Es de los Landry de Atherton —apuntó Pau, como si eso lo explicara todo.


En realidad, probablemente sí que lo explicaba todo, sobre todo sabiendo que Atherton era una pequeña ciudad situada al norte del estado de California, un sitio precioso y muy exclusivo, una de las comunidades más ricas de todo el país. 


Pedro se sorprendió al ver que aquello parecía importarle mucho a Pau. Ella nunca había sido de las que adoraban la opulencia, aunque a lo mejor, si venía en un envoltorio tan apetecible como Adrian Landry, las cosas eran diferentes.


Pedro sintió ganas de apretar los dientes, pero finalmente prefirió esbozar una sonrisa perezosa, cómplice.


—Debería habérmelo imaginado —dijo, manteniendo el tono de voz.


Pero Pau no era ninguna tonta. Su sonrisa se desvaneció.


Le lanzó una dura mirada.


—Le he llevado a ver a la abuela —le dijo ella—. Y ahora hemos venido a buscar a Hernan.


—Hernan está durmiendo.


Pedro no sabía si estaba durmiendo o no. Milos se había quedado con el niño desde que habían regresado de la playa, para que él pudiera adelantar algo de trabajo. De hecho, llevaba una hora y media devolviendo llamadas y haciendo pedidos, tratando de no pensar en nada más. Pero en ese momento tenía delante a la mujer que tanto había intentado sacarse de la cabeza, y no iba a dejarla llevarse a Hernan con Adrian Landry de los Landry de Atherton así como así.


—Entrad y tomaros una cerveza —les dijo.


—No podemos —dijo Pau.


El gesto risueño de Adrian se transformó en una sonrisa agradecida.


—Genial. Me vendría bien tomarme una. Y encantado de conocerte. He oído hablar mucho de ti.


—¿Ah, sí? —le preguntó Pedro, arqueando las cejas.


—¡Por mí no! —exclamó Pau.


—No —dijo Adrian—. Por tu abuela. La última vez que estuve aquí… —dijo, dándole explicaciones a Pau—. Le gustan tus flores —le dijo a Pedro.


Pedro sonrió.


—Sus flores —señaló Pau en un tono de pocos amigos.


La sonrisa de él se hizo más grande y entonces se enco gió de hombros.


—Entrad —les dijo, abriendo la puerta.


Dio media vuelta y les condujo hacia la cocina. Al entrar fue directamente a la nevera y sacó unas cervezas. Le dio una a Adrian y después abrió otra y se la dio a Pau.


—Relájate.


Pero ella no lo hizo.


Pedro pensó que su reacción era muy interesante. Desde su llegada, parecía caminar sobre brasas ardientes… Estaba tensa y saltaba con cualquier comentario suyo… Se empeñaba en explicarle cosas a Adrian, pero este no decía mucho… Los únicos que parecían estar relajados eran Milos y Hernan, que entraron unos minutos después. Hernan sí había estado durmiendo e iba frotándose los ojos, en brazos de Milos.


—Este es Hernan —dijo Pau, tomando al niño de los brazos de Milos y volviéndose hacia su prometido—. ¿No es adorable? —le preguntó, sonriente.


Adrian asintió. No parecía muy convencido, no obstante.


—Dámelo —dijo Pedro y se lo quitó de los brazos a Pau. Le dio una galletita para que masticara algo.


Pau lo fulminó con una mirada.


—Solo trato de ayudar —dijo Pedro, encogiéndose de hombros.


—Últimamente solo sabes ayudar, ¿no?


—¿Ah, sí? —exclamó él al oír su tono de voz.


—¿Vas a invitar a la abuela a quedarse contigo?


—¿Supone algún problema?


Ella abrió la boca y la cerró de nuevo. Le dio la espalda.


—¿Fuiste a hacer surf esta tarde, Milos?


Al ver que ella le ignoraba por completo, Pedro se limitó a observarla. Esa no era la Pau que conocía… Delante de Adrian Landry de los Landry de Atherton se convertía en una mujer sumisa, deferente, cohibida…


—Lo compré en la tienda de regalos del hospital —estaba diciendo, recordando algo que había comprado para Hernan—. Pero lo dejé en el coche. Ahora vuelvo.


Cuando se marchó, Pedro se volvió hacia Adrian.


—¿No crees que Maggie debería estar en San Francisco contigo y con Pau?


Adrian sacudió la cabeza.


—Definitivamente no. No le gustaría nada… Además, no es bueno para Pau. Está demasiado obsesionada con su abuela.


—Es la única familia que tiene —señaló Pedro.


—Sí. Y yo sé que Pau le debe mucho. Pero estaría preocupada todo el tiempo si su abuela viviera con ella. Necesita un poco de espacio.


Pedro guardó silencio. En ese momento regresaba Pau con una caja amarilla perfectamente envuelta.


—Aquí está —dijo, con una sonrisa radiante.


Pedro puso a Hernan en el suelo de la cocina para que ella pudiera ponerle el paquete sobre el regazo. Juntos abrieron la caja. Dentro había un conejito de peluche muy suave. 


Hernan lo agarró rápidamente y empezó a morderle la nariz.


Pau agarró el conejito y le hizo cosquillas en la barriga al niño con el muñeco.


—Al conejito le gusta mucho Hernan. Dale un beso.


Hernan se rio, rodeó al muñeco con ambos brazos y le dio un beso. La cara de felicidad de Pau era digna de ver. Casi parecía que iba a llorar de alegría.


Pau y Adrian se llevaron a Hernan a dar un paseo antes de cenar. Milos se había ofrecido a cuidar del niño para que pudieran salir por la noche.


Pedro se quedó con su primo en la casa.


—¿Qué demonios estás haciendo? —le preguntó, con cara de pocos amigos.


—Cocinando —Milos le ofreció su mejor sonrisa.


Para sorpresa de Pedro, se había ofrecido a preparar la cena, y se desenvolvía bastante bien.


—O lo intento. Oye, me voy mañana. Es mi forma de darte las gracias por la hospitalidad. Aunque a lo mejor debería agradecérselo a tu madre y no a ti —la sonrisa se hizo más grande. Le dio un golpe en el codo a Pedro para quitarle del medio y poder acceder a la nevera—. Me estás estorbando.


—¿Sabes cocinar?


Milos se encogió de hombros.


—Ya lo averiguaremos.


Aquello no sonaba muy prometedor.


—¿Crees que ella diría que sí si se lo preguntaras?


Pedro se le quedó mirando, confundido.


—¿Crees que él es el hombre adecuado para ella?


—¿Y yo qué sé? ¡No le conozco!


—Exacto —dijo Milos—. Y, si pasas un poco de tiempo con ellos, a lo mejor lo averiguas.


—No importa. No voy a ser yo quien se case con él.


—¿Y ella?


—¿Qué pasa con ella? —Pedro se le quedó mirando fijamente—. ¿Qué?


—Solo era una pregunta —Milos se encogió de hombros—. Toma —se volvió hacia Pedro y le puso un paquete en las manos—. Limpia los camarones.


La cena no estuvo del todo mal. Milos era mejor cocinero de lo que parecía y además tenía razón. Mientras comían tuvo oportunidad de observarlos mejor. Y cuanto más sonreía ella, más furioso se ponía.


«Sí, Adrian. Estoy de acuerdo, Adrian. Tienes razón, Adrian…».


Eso era todo lo que le decía.


Pero Pedro se mordió la lengua y guardó silencio. No dijo ni una palabra. No tenía por qué. Adrian Landry hablaba por los dos y Pau estaba de acuerdo con todo lo que decía. Milos seguía haciendo su papel de joven encantador y Hernan tiraba la comida a su alrededor.


Pedro se limitaba a engullir los alimentos y los fulminaba a todos con la mirada.


Fue todo un alivio cuando sonó el teléfono. Era su madre.


—Tengo que contestar.


En cuanto lo hizo, se dio cuenta de que había sido un error. 


Su madre volvía a quejarse de su padre. Otra vez.


—Dice que no sabe si puede venir a la reunión familiar —le dijo a Pedro, indignada—. Tiene una reunión de negocios en Grecia.


—Mmm —murmuró Pedro. Se había ido al salón para atender la llamada, pero todavía podía ver lo que estaba ocurriendo en la mesa.


Adrian hablaba, Milos se reía y Pau… Pau había dejado por fin de adorar a su prometido y en ese momento observaba a Hernan mientras este engullía una galleta. De repente ella se volvió hacia él y le miró a los ojos. Sus miradas se encontraron, un segundo, dos, tres… Más. No podía apartar la vista de ella.


Pedro lo vio todo con claridad en ese momento. Adrian Landry podía ser el mejor hombre del mundo, pero no era el hombre adecuado para ella.


—¿Pedro? ¿Sigues ahí? ¡Pedro! —su madre le estaba hablando al oído.


Él sacudió la cabeza.


—Aquí estoy.


—Me estoy volviendo loca. ¡No sé qué voy a hacer con él!


—No te preocupes —le dijo Pedro, intentando apaciguarla—. Te las arreglarás bien. Ya se te ocurrirá algo. Siempre se te ocurre.


Se despidió de su madre y volvió a mirar a Pau, metiendo las manos en los bolsillos. Tenía que recapacitar antes de que fuera demasiado tarde. Alguien como ella, brillante, inteligente e ingeniosa, no podía casarse con el hombre equivocado





No hay comentarios.:

Publicar un comentario