sábado, 19 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 1





Una semana después…


Estaba entrando en territorio enemigo ¡otra vez! Eso fue lo que pensó Paula al detenerse en la acera frente a la fachada de la mejor y más grande galería y casa de subastas de Londres; el nombre «Arcángel» en letras doradas resplandecía bajo el sol sobre las anchas puertas de cristal. 


Unas puertas que se abrieron automáticamente cuando dio un paso adelante antes de entrar con paso decidido en el vestíbulo de altos techos.


Con paso decidido porque sin duda, para ella, estaba en territorio enemigo. Los Alfonso, y Pedro en particular, habían sido los responsables de romperle el corazón y de mandar a su padre a la cárcel cinco años atrás…


Pero ahora no podía pensar en ello, no podía permitírselo. 


Tenía que centrarse en el hecho de que los dos últimos años de rechazos durante los que había ido de galería en galería eran lo que la había llevado a efectuar ese desesperado movimiento. Los mismos dos años, después de haber salido de la universidad con su título, durante los que había creído que se iba a comer el mundo para acabar viendo que el reconocimiento que tanto ansiaba para sus cuadros era escurridizo.


Muchos de sus amigos de la universidad habían cedido ante la presión familiar y una situación económica apretada y habían entrado en el mundo de la Publicidad o de la Enseñanza en lugar de seguir su verdadero sueño de ganarse la vida pintando. Pero Paula no. ¡Oh, no! Ella se había mantenido fiel a su deseo de ver sus cuadros expuestos en una galería londinense y de poder hacer que de algún día su madre se sintiera orgullosa de ella además de borrar la vergüenza del pasado de su familia.


Dos años después de licenciarse se había visto obligada a admitir la derrota, pero no teniendo que abandonar sus pinturas, sino viéndose sin otra opción que participar en el concurso de Nuevos Artistas de Arcángel.


–¿Señorita Chaves?


Se giró hacia una de las dos recepcionistas sentadas detrás de un elegante escritorio de mármol rosa y crema, exactamente igual que el resto del mármol del vestíbulo. 


Varias columnas enormes del mismo material se prolongaban de suelo a techo con preciosas vitrinas de cristal que protegían los valiosísimos objetos y magníficas joyas expuestos.


Y eso era solo el vestíbulo; Paula sabía por su anterior visita a la galería Arcángel que los seis salones que salían de ese enorme vestíbulo albergaban más tesoros hermosos y únicos y que había muchos más esperando a salir a subasta en el amplio sótano que se encontraba bajo el edificio.


Se puso recta, estaba decidida a no dejarse intimidar… o al menos a no dejar ver que se sentía intimidada… ni por la elegancia que la rodeaba, ni por la rubia y glamurosa recepcionista que debía de tener su misma edad.


–Sí, soy la señorita Chaves.


–Linda –le dijo la joven al levantarse de detrás del escritorio y cruzar el vestíbulo con sus tacones negros de ocho centímetros resonando sobre el suelo de mármol para acercarse hasta una vacilante Paula que aún permanecía junto a la puerta.


Paula sintió que no estaba apropiadamente vestida con esos pantalones negros ajustados y la blusa de seda de flores que había elegido para su segunda reunión con Eric Sanders, el experto en arte de la galería.


–Tengo una cita con el señor Sanders –dijo en voz baja.


Linda asintió.


–¿Podría acompañarme hasta el ascensor? El señor Alfonso me dejó instrucciones para que la llevara a su despacho en cuanto llegara.


Al instante, Paula se puso tensa y sintió como si los pies se le hubieran pegado al suelo de mármol.


–Estaba citada con el señor Sanders.


Linda se giró sacudiendo esa perfecta melena rubia al darse cuenta de que Paula no la estaba siguiendo.


–Esta mañana es el señor Alfonso el que está realizando las entrevistas.


A Paula se le había secado la garganta y le costaba hablar.


–¿El señor Alfonso? –logró decir con un tono agudo.


La mujer asintió.


–Es uno de los tres hermanos propietarios de esta galería.


Paula sabía exactamente quiénes eran los hermanos Alfonso, pero no sabía a cuál de ellos se refería Linda al decir «señor Alfonso». ¿Al altivo y frío Miguel? ¿Al arrogante y vividor Rafael? ¿O al cruel Pedro, que se había apoderado de su ingenuo corazón y lo había pisoteado?


En realidad no importaba cuál de ellos fuera; todos eran arrogantes y despiadados y no se habría acercado a ninguno de no ser porque estaba desesperada y decidida a participar en la Exposición de Nuevos Artistas del próximo mes.


Sacudió la cabeza lentamente.


–Creo que ha habido un error –frunció el ceño–. La secretaria del señor Sanders me llamó para concertar la cita.


–Porque en ese momento el señor Alfonso estaba fuera del país –respondió Linda.


Paula no podía más que mirar a la otra mujer preguntándose si sería demasiado tarde para salir corriendo…










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