sábado, 21 de noviembre de 2015
CULPABLE: CAPITULO 16
Paula se tumbó de espaldas y se estiró, colocando las manos por encima de la cabeza y rozando el cabecero de la cama con los nudillos. Un cabecero que no tenía en su apartamento de Brooklyn.
Abrió los ojos y miró alrededor de la habitación. El sol de la tarde se filtraba por las cortinas blancas. No estaba en Brooklyn, sino en la villa de Pedro.
Se incorporó y la sábana se le cayó hasta la cintura. Estaba desnuda.
De pronto, un montón de imágenes invadieron su memoria.
Eran los recuerdos de cómo habían pasado la mayor parte del día. Y sabía que no debería sorprenderse por estar desnuda.
En ese momento, Pedro entró en la habitación desde el baño. También estaba desnudo, y era evidente que no le importaba.
–Entonces, todo eso ha sucedido – dijo ella, y se cubrió los pechos con la sábana.
Él sonrió.
–Sí. Más de una vez.
–¿Qué hora es?
–Casi las seis.
Así que habían estado todo el día en la cama. Era una buena manera de pasar el tiempo cuando se sentía mal.
Tener orgasmos era mucho mejor que vomitar.
En aquellos momentos, lo que sentía era hambre.
–La cena se servirá pronto – dijo él, como si hubiera leído su mente.
Igual que en otras ocasiones. En la cama, parecía que él sabía mejor lo que quería que ella. Entre las sábanas, era igual de mandón que fuera de ellas, pero a Paula le gustaba.
No tenía ni idea de qué se trataba el acuerdo al que habían llegado entre los dos. Iban a tener un bebé, y desde unas horas antes, se acostaban juntos. Sin embargo, ella seguía siendo la mujer que le había robado el dinero, y dudaba que él lo hubiera olvidado.
Él era el hombre que la había obligado a ir a Italia. El hombre que la había amenazado con ir a prisión, el que le había enviado la nota y la lencería.
Eso no había cambiado, pero por algún motivo era como si la relación entre ellos sí. Era ridículo. La gente no cambiaba.
Solo se ponía máscaras diferentes. Disfraces. Ella lo sabía mejor que nadie. Había pasado toda la vida haciéndolo. Lo había demostrado cuando volvió al mundillo de las estafas en cuanto su padre le ofreció la posibilidad de tomar el camino fácil otra vez.
Rápidamente cambió el uniforme de camarera y retomó la antigua forma de vida. No podía imaginar que no volviera a hacerlo en un futuro. Daba igual que creyera que estaba muy establecida.
Si no había conseguido cambiar antes, ¿por qué iba a ser capaz de hacerlo en esa ocasión?
–¿Qué clase de cena? – preguntó. Era una pregunta inofensiva.
–No he especificado nada. Excepto que sea fácil comérsela en la cama – se acercó y se sentó en el colchón.
Ella sintió que se le formaba un nudo en el estómago y que se le aceleraba el corazón. Estar cerca de él provocaba que deseara cosas. Otra vez.
–¿No crees que deberíamos levantarnos un rato? – preguntó.
–Me parece una idea malísima. Preferiría estar aquí todo el día – la miró.
Era la primera vez que ella veía ternura en su mirada. Y no pudo evitar emocionarse.
Pedro se colocó sobre ella y la besó en los labios.
–Me parece un lujo decadente.
¿Decadente? Una palabra interesante para escucharla de una mujer como tú.
–¿Qué quieres decir?
–Suponía que ya habrías experimentado la verdadera decadencia. Teniendo en cuenta que…
Ella se movió, inquieta.
–Que robamos el dinero.
Él le acarició la mejilla.
–No me refería a eso.
Ella no estaba segura de si debía cambiar de tema o tratar de ser un poco sincera con él. Estaban desnudos el uno al lado del otro, así que se podía esperar cierto grado de honestidad.
–A veces era así. Cuando mi padre hacía una estafa y salía bien, nos relajábamos y disfrutábamos del botín. Por supuesto, yo no me daba cuenta de lo que estaba haciendo. Durante semanas salíamos a cenar fuera cada noche, y eso compensaba las semanas que no teníamos nada para comer. Eran semanas en las que mi padre se quedaba a mi lado, sonriendo y riéndose. Sí, eso era decadente para mí – se miró las manos– . Cuando me hice mayor me di cuenta de lo que estaba haciendo y traté de enfrentarme a ello, pero mi padre es un estafador y se le da muy bien tergiversar historias. Eso es lo que hizo con la nuestra, y con cómo trabajábamos como los demás. Decía que la gente a la que robábamos era demasiado rica como para percatarse de lo que les faltaba. Y si se percataban, lo merecían por ser estúpidos y permitir que se lo robaran.
–Ya – dijo él, con un brillo extraño en la mirada.
–Como te he dicho. Él es un estafador de poca monta. Lo que te hizo a ti fue el mayor trabajo que hizo nunca. Al menos por lo que yo sé. Si tiene dinero, aparte del tuyo, guardado en algún sitio, nunca me lo contó. Y teniendo en cuenta que estaba más que dispuesto a dejarme en la estacada y sin dinero…
–¿Es cierto que no lo tienes?
Ella negó con la cabeza.
–No. Nunca lo tuve. Lo ayudé a conseguirlo, pero… No lo tengo.
–Te creo – dijo él– . Entonces, ¿crees que es conmigo la primera vez que pruebas el lujo? – preguntó él.
–Sabes que eres el primer hombre con el que he estado. Eres el primero en todo.
–Sí – dijo él– . Y eso me intriga. ¿Te importaría contármelo?
–Bueno, nunca había mantenido relaciones sexuales. Después, te conocí y me acosté contigo.
Él inclinó la cabeza y le mordisqueó el labio inferior.
–No me refería a eso.
–El sexo tiene que ver con desnudarse por completo. Una buena estafadora prefiere no quitarse las máscaras. Yo sé que no. Por eso nunca tuve prisa por acercarme tanto a alguien. Quiero decir, podría haber estado con alguien si hubiera querido, pero habría fingido. Y eso nunca ha ido conmigo.
–¿Y conmigo? En el hotel de Nueva York, y ¿ahora? ¿Eres la verdadera tú?
Pedro la besó en el mentón.
–¿O sigues llevando la máscara?
Él la miró a los ojos fijamente y ella tuvo que mirar hacia otro lado.
–No lo sé. No tengo ni idea de quién soy. He pasado cada día de mi vida representando un papel. Incluso el de camarera… La versión de mí misma que se supone que es la chica buena. La sincera. Solo trataba de ser normal. Y al final del día, cuando me quitaba el disfraz, me sentía la misma de siempre. Nada diferente. Siempre estoy fingiendo.
–¿Y conmigo?
Ella respiró hondo.
–Eso es lo que más me asusta.
–¿El qué? ¿Qué es lo que te asusta, cara mia?
–Que el día que hicimos el amor en Nueva York fui lo más sincera que he sido nunca. Conmigo misma. Y con cualquiera – tragó saliva– . No estoy segura de que me gustara la chica que vi – dijo despacio.
–¿Y por qué no?
–Porque ella… Me acosté contigo y ni siquiera te conocía. Y me gustó.
–¿Y eso es un problema?
–Para mucha gente sí.
–Para mí no lo es. He pasado muchos años deseando cosas. Y ahora no. Lo quiero, lo tengo. No las deseo.
–Yo sí. Básicamente es lo que hago.
–Ya no. Conmigo no. Puedo darte todo lo que quieras. Y a nuestro hijo también. Todo lo que pueda necesitar. Haré lo mismo por ti. Prometo que conmigo todo será deleite, Paula. Nunca tendrás que pasar hambre otra vez. Lo prometo. Puedo ofrecerte una vida de lujo. Nunca volverás a desearla.
Ella deseaba aceptar su promesa. Abrazarlo y pedirle que le prometiera que nunca la dejaría marchar.
Entonces, recordó que él nunca le había prometido fidelidad.
Ni una relación. Solo le prometía cosas.
Y la noche anterior había salido.
Quizá se había acostado con otra mujer veinticuatro horas antes.
La idea la hizo estremecer.
–Anoche saliste – dijo ella.
–Sí.
–¿Te acostaste con alguien?
–No.
–No me mientas – pidió ella con el corazón acelerado.
–No tengo motivos para hacerlo. Ya lo sabes.
–No – susurró– . No me mientas. Y no te acuestes nunca con otra.
Él colocó la mano sobre su mejilla.
–¿Nunca, cara mia? Eso es mucho tiempo. Dudo de que alguno de nosotros pueda predecir el futuro tan bien.
Ella no podía imaginar que algún día deseara a otro hombre.
–Al menos, no lo hagas mientras te acuestes conmigo.
–Lo prometo – dijo él.
Era suficiente. Ella lo besó de forma apasionada. Estaba cansada de desear. Y Pedro era pura satisfacción, así que decidió disfrutar.
Todo el tiempo posible.
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