sábado, 21 de noviembre de 2015
CULPABLE: CAPITULO 17
Pedro estaba seguro de que parte de su cordura se había quedado en aquella cama. Junto a Paula, bajo las sábanas.
Él le había prometido fidelidad.
Y lo garantizaba, no creía que su cuerpo pudiera reaccionar ante otra mujer aunque su cerebro se lo ordenara. Sabía que no. Lo había intentado y había fallado.
Aun así, nunca le hacía ese tipo de promesas a una mujer.
Sabía que podían pensar que tenían un lugar más permanente en su vida del que en realidad tenían, pero, si alguna mujer tenía un lugar permanente en su vida, esa era Paula. No como amante, sino como la madre de su hijo.
Como amante era increíblemente bella y sensible. Y en aquellos momentos no podía imaginarse eligiendo a otra que no fuera ella. No obstante, el sexo servía para satisfacer un deseo inmediato. Y no estaba seguro de cómo iba a variar su deseo durante las siguientes semanas. Nunca había mantenido relaciones serias y no pensaba empezar a hacerlo.
Sin embargo, cumpliría su promesa de no acostarse con ninguna otra mujer mientras estuviera acostándose con Paula.
No quería herirla. Y eso le hacía pensar que había perdido la cordura.
Ni siquiera podía arrepentirse. Ella era demasiado bella.
Había algo más, su inexperiencia combinada con su entusiasmo. La perfección de su piel, su sabor dulce del que nunca se cansaría.
Deseaba comprarle algo. Un collar. Uno con un colgante que se acomodara entre sus senos. Podía imaginarla vestida únicamente con aquello.
«Maldita sea». Estaba obsesionado.
Y empezaba a pensar que a lo mejor quería que lo acompañara a la gala a la que iba a asistir ese fin de semana. Nunca iba con una pareja a esos eventos. Eran una oportunidad para encontrar una mujer para pasar una noche divertida.
Aunque siempre le había gustado lucir sus últimas adquisiciones. Su nuevo coche, su nueva villa, su nuevo traje. Le gustaban esas muestras de poder, así que, a lo mejor podía lucir a Paula.
Por algún motivo, la idea le generaba satisfacción, y la misma adrenalina que siempre tenía cuando añadía otra pieza a su colección. Nunca le había pasado con una mujer, porque el sexo era algo barato y fácil de conseguir. La mujer nunca le importaba, solo que él consiguiera lo que deseaba.
No obstante, Paula sí importaba. Aunque solo fuera porque era la madre de su hijo. En realidad, no se le ocurría otro motivo por el que debería importarle. De pronto, recordó la tarde que había pasado con ella en la cama. Era difícil fingir que eso no importaba. Su sabor, su aroma. Toda ella. La manera en que sus rizos morenos se esparcían por la almohada, tan salvaje como ella.
Solo de pensar en ella se excitaba.
Se acomodó en la silla del despacho. Estaba comportándose como un adolescente. Era extraño, y delicioso a la vez. No recordaba haber disfrutado tanto de algo en otro momento de su vida.
Llevaría a Paula a la gala. Y ese mismo día la acompañaría a buscar un vestido. Ella le había contado que apenas había tenido lujos en su vida, así que él se encargaría de que los tuviera.
Echaría de menos no pasar tiempo con ella en el dormitorio, pero Paula apenas había salido de la villa desde que llegaron a Italia. Pedro sonrió. Concertaría una cita privada en una boutique de la ciudad. De ese modo, si después de que se probara los vestidos decidía desnudarla en persona, nadie los molestaría.
Al pensar en que entraría en la gala con Paula del brazo, se entusiasmó. Sería la muestra de su nueva posesión. Y sí, deseaba poseerla.
Ella sería suya. De eso, no tenía dudas.
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