viernes, 20 de noviembre de 2015

CULPABLE: CAPITULO 15





Seducirla era lo más sensato, porque la noche anterior no había conseguido excitarse con ninguna de las mujeres con las que estuvo, a pesar de intentarlo. Y necesitaba demostrarse que podía controlar lo que le pasaba cuando estaba con Paula.


Durante el tiempo que había estado sentado con ella, mirándola, había sentido un extraño calor en el pecho. Y cuando ella le había preguntado, él supuso que quería saber qué estaba pensando, pero su mente se había quedado en blanco.


No estaba pensando. Estaba sintiendo.


Entonces, por algún motivo, la idea de seducirla fue lo primero que escapó de sus labios.


Y tenía sentido.


El día del hotel, ella había retado todo lo que él nunca había conocido de sí mismo. Pedro no solía perder el control, sin embargo, con ella lo había perdido. Entonces, podía continuar evitándola, de modo que ella siguiera en posesión de su control, o podía alimentar el fuego que ardía entre ellos y tratar de controlarlo.


Sin duda, esa era una idea mejor.


La otra opción era permitir que su pequeña ladrona se hiciera con el control de su libido y eso no era aceptable.


Recorrió la villa vestido con un traje distinto al que había llevado la noche anterior, sintiéndose revigorizado. No había dormido nada desde que llegó a casa, pero, en vez de dormir, su plan también le parecía bien.


Se acercó al salón y a la terraza. Paula no estaba por ningún sitio y se preguntaba si todavía estaba en la cama porque se encontraba mal. Eso sería un impedimento para su plan.


Su plan empezaba a parecerle muy importante, puesto que dudaba que pudiera encontrar otra manera de relacionarse con ella. No, mientras estuviera distraído por el deseo que sentía hacia ella.


Recordaba el sabor de sus labios, y el dulzor de su entrepierna. Solo con pensar en ello se excitaba. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que había deseado a una mujer en concreto? ¿Le había sucedido alguna vez?


Había deseado tener relaciones sexuales con mujeres en general, pero nunca con una en concreto.


Le gustaba tener muchas cosas, porque cuanto más tenía más evidente se hacía su poder. Nunca se había sentido más indefenso que cuando era un niño y no tenía nada. Y por ello, se había convertido en un hombre con todo.


Por eso se había construido una casa excavada en una montaña y con vistas al océano, adueñándose de un pedazo de terreno salvaje. Domándolo.


Él deseaba domarla. Mantenerla. Hacerla suya.


La revelación era inquietante y, por mucho que él estuviera contemplando todo lo que poseía, era a ella a quien buscaba.


Paula lo poseía. Y él quería poseerla a ella.


De pronto, vio que alguien salpicaba en la piscina infinita con vistas al mar y se le formó un nudo en la garganta. Era ella. 


Él sabía que era ella.


Regresó al salón y atravesó las puertas que llevaban al jardín. Había un salón exterior, con una cama y unas cortinas de gasa. Era el lugar perfecto para las ocasiones en que no podía esperar para llevar a una amante al interior de la casa. La piscina tenía una cristalera con vistas al mar y a una playa completamente privada, por si alguna vez deseaba realizar un espectáculo a pesar de no tener audiencia.


Y a Pedro no le avergonzaba admitir que alguna vez lo hacía.


Miró hacia la piscina y vio una pequeña ola. Después, vio que Paula reaparecía en la superficie. Estaba de espaldas a él y pasándose las manos por el cabello para retirarse el agua.


–Desde aquí la vista es muy bonita – dijo él.


Ella se volvió y, al verlo, se quedó boquiabierta. Él se fijó en el bañador que llevaba. Era de una pieza y Pedro suponía que era parte de la ropa que él había pedido que le enviaran los empleados. Le quedaba perfecto y hacía que pareciera muy sexy.


Él no era capaz de apartar la vista de sus pechos. Eran de tamaño normal, pero increíbles. Redondeados y con unos pezones acaramelados que provocaban que su cuerpo se incendiara. Estaba obsesionado con devorarla de nuevo.


–Eso veo – dijo ella, con una sonrisa forzada– . Has elegido un sitio estupendo para la piscina.


–No me refería al mar.


Ella se sonrojó.


–Ah.


Pedro no pudo evitar acercarse a la piscina.


–Eres preciosa, cara mia, seguro que lo sabes.


Ella levantó un hombro.


–No pienso en ello a menudo.


–¿No?


Ella se encogió de hombros y se dirigió a la escalerilla de la piscina. Despacio, salió del agua. Todavía no se le notaba el embarazo, aunque ya estaba acabando el primer trimestre. 


Todavía estaba delgada, y las curvas de su cuerpo eran pura perfección. Pedro recordaba muy bien lo que había sentido al acariciar su piel…


–Para mí no significa nada. En mi estilo de vida, o empleas tu belleza para manipular, o no. Hasta que te conocí, nunca había usado mi cuerpo. Ni siquiera para una estafa.


–Tengo curiosidad… ¿Cuándo dejaste de ayudar a tu padre? ¿Y cuándo volviste a ayudarlo?


Ella suspiró y agarró la toalla que estaba doblada sobre una silla. Se secó un poco y se la enrolló en la cintura.


–Cuando tenía diecisiete años le dije que no quería seguir con ese juego. Él se disgustó, pero para entonces yo ya cuidaba de mí básicamente. Lo ayudaba a realizar estafas a empresas y a algunos fraudes benéficos – bajó la vista– . Era algo malo, pero siempre lo había hecho y nunca había pensado mucho en ello. Solía decir que la gente como nosotros no podía tener éxito por mucho trabajo duro que hiciera. Decía que, si la gente no era lo bastante inteligente, no merecía mantener su dinero. Llegó el momento en que me di cuenta de que no me gustaba hacer lo que hacía. Así que lo dejé. Y él se marchó de la ciudad como seis meses más tarde. Yo conseguí un trabajo de camarera. Y tres años después, cuando él regresó, yo seguía trabajando en lo mismo. No había sabido nada de él durante el último año. Y yo luchaba por mantenerme y lo que él me ofrecía parecía tan fácil… Aunque, sobre todo, mi padre había vuelto. Nunca habría podido decirle que no, porque yo solo quería… Quería tener una familia. Solo lo tengo a él. Y solo me pedía un trabajo más… Conseguir que AlfonsoCorp invirtiera en nosotros y escapar con el dinero. Prometo que no sabía que sería tanto. Y, ya ves, me equivoqué – dijo ella– . Ahora lo sé. Lo hice porque habría necesitado un año de trabajo para conseguir ese dinero, y estaba cansada de luchar. Él se marchó, y yo me sentí como una basura… Y después, nunca vi el dinero que te robamos. Se necesitó un par de meses en preparar la estafa, otro más para que yo me diera cuenta de que mi padre me había dejado en la estacada y otro para que tú me encontraras. Y me hiciste pagar por ello, Pedro. Tanto como para recordarlo si alguna vez vuelvo a tener la tentación de estafar. Nada es gratis.


–Te he hecho pagar por ello, ¿con sexo?


–Entre otras cosas. No sé si realmente había comprendido lo mal que estaba lo que hice hasta que te conocí, y eso duele.


–Siento que te he pedido demasiado – dijo él, acercándose a ella– . Yo… Me arrepiento de cómo han sucedido las cosas entre nosotros.


–¿Lo sientes? – preguntó ella, ladeando la cabeza.


Él frunció el ceño.


–No llegaría tan lejos.


–Estoy conmovida, Pedro. De veras.


Él la rodeó por la cintura y la estrechó contra su cuerpo. 


Tenía el corazón acelerado, le temblaban las manos y no sabía por qué.


–No lo siento – dijo él– , porque no puedo arrepentirme de haberte deseado. Ni de haberte poseído. Aunque debería.


Pedro le acarició la mejilla y después el labio inferior con el dedo pulgar. Ella era pura belleza. Todo lo que él había deseado tener. Y ella no lo deseaba.


El hecho de que ella estuviera tan cerca, y a la vez tan distante, lo enojaba.


No, era inaceptable. No lo admitiría.


–Tengo frío – dijo ella, tiritando.


–Puedo calentarte – dijo él.


–¿Por qué? – preguntó ella, mirándolo a los ojos.


–Porque te deseo – dijo él, acariciándole el contorno de la boca.


–No comprendo por qué me deseas. Me has dado indicios de que me odias. Me humillaste en Nueva York. Me utilizaste. Y aunque no te guste hablar de ello, pagaste por mi cuerpo. No tiene sentido.


–Nada de esto tiene sentido. Cuando entraste en el hotel de Nueva York mi intención era humillarte. Quería dejarte en aquella habitación sufriendo y suplicando por mí. No pensé que fuera a desearte. ¿Cómo iba a desear a una ladrona? – le sujetó la barbilla– . Creo que no lo comprendes, Paula. A mí nadie me roba. Lo que he ganado es muy valioso para mí, de un modo que muy poca gente comprende. Te odiaba antes de conocerte. Se suponía que no podía desearte.


–¿Y por qué lo haces?


–No hay ningún motivo. Excepto por la química. Es pura química, cara, y muy potente. Yo no quiero desearte. He pasado muchos años privado de contacto humano, viviendo con familias que no me mostraban afecto. He pasado muchos años sin lo que de verdad deseaba. Y ahora no quiero tener prohibiciones. Ahora tengo el poder para tener todo lo que deseo. No sé cómo contenerme. Y no quiero hacerlo. Te infravaloré, a ti y a la atracción que sentía por ti. Ahora soy consciente de lo poderosa que es y quiero explorarla.


–No veo por qué debería acostarme con un hombre que me odia.


–Lo hiciste una vez.


–No me siento orgullosa de ello.


–¿Por qué? – él la obligó a que lo mirara– . ¿Por qué no estás orgullosa? Casi consigues que me arrodille ante ti. Me volviste débil de deseo. Me obligaste a cambiar de plan, Paula, y eso no lo hace nadie. Nadie. Podrías hacer que me arrodillara ahora mismo si me prometieses que vas a dejarme probar el dulzor de tu entrepierna. ¿Cómo puedes no sentirte orgullosa con eso?


–Supongo que es porque nunca le he dado mucha importancia a la atracción sexual. Nunca la había sentido antes de conocerte – dijo ella con voz temblorosa.


–El sexo mueve el mundo. Hay pocas cosas que sean más poderosas – se rio– . Quizá el dinero. Y nuestros encuentros se han alimentado de ambos. ¿Te sorprende que juntos seamos tan potentes?


–No quiero esto – susurró ella.


–¿No quieres mi atención? ¿O no quieres sentir esta atracción?


–No quiero sentir lo que siento – dijo ella, sin mirarlo.


–Pero lo sientes – dijo él.


–Sí.


–No te desprecio por ello – dijo él– . Reconozco algo en ti.


–¿Qué? – preguntó ella.


–Deseo. Estás vacía. Hambrienta de deseo. Como yo – al ver que ella asentía, un brillo de emoción inundó su mirada– . Permite que te sacie.


Paula asintió, y fue todo el consentimiento que él necesitaba.


Inclinó la cabeza y le capturó los labios con los suyos. De pronto, una sensación de alivio se apoderó de él. Algo que nunca había sentido. Nada más percibir su sabor con la lengua, se percató de lo mucho que la deseaba.


Comenzó a saborearla despacio, como si fuera una copa de brandy, permitiendo que su calor penetrara en cada parte de su cuerpo, calentándole zonas que siempre había tenido frías.


No obstante, ella podía llegar a quemar, afectando a una parte de su alma que él ni siquiera sabía que existía.


Paula estaba demasiado tensa entre sus brazos. Él la sujetó por el trasero y la estrechó contra su cuerpo, mostrándole lo mucho que la deseaba y restregándola contra su miembro erecto. Ella comenzó a relajarse, gimió, y lo besó con la misma pasión que él la besaba. Entonces, él sintió que se derretía entre sus brazos, sus senos presionaban contra su torso, con un erotismo que él nunca se había parado a apreciar.


Era un hombre hastiado, un hombre con demasiada experiencia. Hacía tiempo que los besos ya no lo entusiasmaban, pero ese beso lo era todo. Era más que cualquier beso. Más de lo que nunca había imaginado que un beso podía llegar a ser.


–He de poseerte – dijo él, separándose de ella para poder hablar– . Te deseo, Paula. Te necesito.


En realidad le molestaba que ella pudiera hacerlo sentir de esa manera. Esa pequeña ladrona que había conseguido robarle lo que más apreciaba: su control.


En aquellos momentos, ni siquiera estaba seguro de querer recuperarlo. Lo único que deseaba era a ella.


Le retiró los tirantes del bañador y dejó sus pechos al descubierto. Inclinó la cabeza y capturó un pezón con su boca, succionando con fuerza y gimiendo al percibir su sabor. Era tal y como lo recordaba. Y mucho más.


–No deberíamos hacer esto – dijo ella, jadeando.


–No deberíamos – dijo él, mientras jugueteaba con su pezón– . Por supuesto que no, pero tú y yo somos famosos por hacer cosas que no debemos hacer. No veo motivo para cambiar ahora. Y menos cuando es algo tan agradable.


Paula no dijo nada e introdujo los dedos en su cabello, sujetándole la cabeza mientras él continuaba suministrándole placer. Le acarició los senos con la palma, tratando de grabar su tacto en la memoria. Por si era la última vez. Ella no era predecible, y en su vida, le resultaba extraño encontrar algo tan impredecible.


Le bajó el bañador y ella se lo quitó, echándolo a un lado. Pedro la besó en los labios de forma apasionada, antes de girarse para que ella quedara de espaldas a él. Le recogió el cabello y, con la otra mano, presionó sobre sus hombros, de forma que quedara inclinada sobre el sofá que había en el salón exterior.


Con un dedo, recorrió su columna vertebral hasta llegar a la entrada de su cuerpo. Estaba húmeda y preparada para recibirlo. La besó en el cuello y ella se estremeció.


Pedro se quitó los pantalones, la sujetó por las caderas y la penetró despacio. Ella volvió la cabeza y sus miradas se encontraron. Cuando él echó las caderas hacia delante, para penetrarla hasta el fondo, ella gimió.


–¿Estás bien? – preguntó él.


Ella asintió. Él se retiró una pizca y la penetró de nuevo, estableciendo el ritmo que los llevaría al límite. Movió la mano hacia delante y la colocó entre los muslos de Paula para acariciarle el clítoris.


Enseguida notó que estaba a punto de perder el control. Era demasiado pronto, deseaba que aquello durara y que ella gritara su nombre antes de que él alcanzara el orgasmo. 


Apretó los dientes y continuó acariciándola con fuerza, provocando que se acercara al clímax. Le mordisqueó el cuello, y ella gimió con fuerza antes de llegar al orgasmo.


Entonces, él dejó de contenerse. La penetró una vez más y la acompañó.


Cuando pasó la tormenta, él se separó de Paula jadeando. 


La marca de su pasión se hacía evidente en la piel delicada de su cuello, una prueba irrefutable de su falta de control. Y, sin embargo, no podía arrepentirse.


Ella estaba temblando, y él la tomó entre sus brazos, igual que la primera vez en Nueva York. Sin embargo, en esta ocasión no la abandonaría. Esta vez, Paula pasaría la noche en su cama. Con él.








3 comentarios:

  1. Ay me encanta!! Es de atrapante la historia!! Muy buenos xcapitulos! Ya quiero leer mas!!

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  2. Espectaculares los 5 caps. Al final Pedro se va a terminar enamorando de Paula pero qué duro es a veces

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  3. Muy buenos capítulos!!!! No veo la hora que Pedro empiece a ablandarse!

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