miércoles, 31 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 23

 


Ella nunca se había sentido especialmente atractiva. Tenía un físico agradable y contaba más o menos con una figura proporcionada. Pero su estatura era francamente pequeña, tenía los ojos saltones y la barbilla excesivamente pequeña. Como la había definido un exnovio, era tan mona como un duendecillo.


Ser mona era lo último que querría una mujer para sentirse segura de su atractivo. Los gatos recién nacidos y los bebés foca eran monos. Pero ella quería ser sexy. Y daba la casualidad de que en presencia de Pedro, Paula se encontraba muy sexy.


Sin duda, estaba cayendo en el error de darle demasiada importancia a Alfonso, teniendo en cuenta lo diferentes que eran sus proyectos de vida… Desde luego, ella no tenía la mínima intención de cambiar, para adaptarse al ambiente de Pedro.


—Alfonso… —dijo Paula.


—Llámame Pedro —dijo el hombre, uniéndose un poco más al cuerpo de la monitora y dibujándole los labios suavemente, con la punta de los dedos—. Hueles muy bien.


—Tú también —respondió la vaquera—. No soy yo, es el heno el que huele tan bien.


Pedro alzó la cabeza de Paula con el índice y el pulgar, sonriendo abiertamente.


—No se trata del heno, pero voy a comprobarlo —pegándose a ella aún más, juntó su cara con la melena de color canela, e inhaló profundamente—. Eres tú, que hueles muy bien.


La vaquera se quedó un poco decepcionada: o sea que según él, olía solamente muy bien, después de lo excitada que la había puesto…


—¿Vas a besarme, o no? —le preguntó ella a Pedro.


—Es justo lo que estaba pensando.


—Olvida tus pensamientos —dijo Paula, hundiendo sus dedos entre la espesa cabellera masculina.


Ambos eran realmente diferentes: él muy alto y fuerte, y ella bajita y esbelta. Pero esa diferencia, no fue un obstáculo para que ella le rodeara con sus cálidos brazos. Ambos se besaron tierna y dulcemente, sintiendo la sensualidad de sus cuerpos, apoyados contra la pared del establo.


Le parecía sorprendente que Alfonso estuviese tan fuerte físicamente. Eso era normal entre los vaqueros del rancho, teniendo en cuenta lo duro que era su trabajo.


Después de besarse y abrazarse, Paula empezó a notar cómo se excitaba aún más el cuerpo de Pedro, a la altura del cinturón… La vaquera no pudo reprimir un gemido, mientras instintivamente, echaba la cabeza hacia atrás. Aquello excitó aún más a Pedro que volvió a reanimarla sensualmente, dándole eróticos besos en la boca.


Paula, estaba atrapada en aquella tormenta de sensaciones cálidas, violentas y excitantes.


Pedro


—Dime, Paula —respondió el hombre, saboreando los dulces labios de la guía e introduciendo la lengua con auténtica delicia. Con tales exquisiteces, Paula notaba como la sangre fluía dentro de sus venas y las olas de placer que parecían arrebatarle el sentido.


Un caballo relinchó acercándose a ellos, para jugar con su morro rosa, y les devolvió a la realidad, en cuestión de segundos.


—¿Pedro?


—Sí… —dijo Alfonso, paseando la mano izquierda por su pecho.


—¡Pedro! —saltó Paula, exasperada.


—Estoy contigo, mi amor.


—Ya lo sé, pero hay que darse prisa. Pronto llegarán el resto de los caballos con sus jinetes.


—¿Qué?


Paula volvió a posar sus pies en el suelo, riendo ante la actitud de Pedro.


—Que están a punto de llegar los demás —dijo la monitora, lo que hizo apartarse unos centímetros a su acompañante, para volver de nuevo a acariciarla con más énfasis aún.


La excitación había consumido las fuerzas de la vaquera, divertida ante tantas sensaciones placenteras.


Desde el momento en que se habían conocido, había existido una clara afinidad sexual entre los dos. Parecía inevitable que se hubieran unido con tanta facilidad.



FARSANTES: CAPÍTULO 22

 


Paula guiaba a Alfonso entre las tiendas plantadas en la ladera. El joven no podía evitar sentir un poco de rencor con la vida. En vez de descansar plácidamente en un hotel de lujo, iba a pasar sus vacaciones durmiendo en una tienda de campaña, en el duro suelo. Para colmo, iba a ser difícil tener una aventura, en una tienda de lona…


De repente, le pasó por la mente la imagen de Paula, cálida y sensual… metida dentro de un saco de dormir.


Alfonso se llamó a sí mismo estúpido y sexista.


La verdad es que no podía dejar de pensar en ella, desde que la había conocido. Fuese virgen o no, su guía le atraía de la forma más sencilla. Verdaderamente, se sentía fatal por haberse dejado atrapar por una mujer que lo quería todo: un rancho, un marido, una familia y un montón de hijos que criar en Montana.


Pedro pensó que en el caso de que su relación prosperara, tendría que velar por ella constantemente, para que no perdiese el imprescindible sentido de la realidad. Los castillos en el aire eran uno de los problemas que habían afectado a sus padres en sus desavenencias conyugales.


Por su parte, Paula no confiaba en él, ni siquiera un poco. No valoraba su trabajo, su casa, ni nada de lo que le rodeaba.


Por lo tanto no debería enamorarse de la vaquera, y sin embargo ya lo estaba.


—¿Te parece bien esta zona para instalarte? —le interrogó Paula.


—Estupendo —dijo Alfonso, irónicamente.


Pero la vaquera no le hizo caso, porque pensaba tratarlo como a cualquier otro turista.


Pedro logró no quedar como un pardillo, instalándose en su tienda, recordando los campamentos a los que había asistido de pequeño y las acampadas con los amigos.


A continuación, le llevó a los establos y le enseñó la que iba a ser su montura.


Realmente, el caballo lo intimidó. Pero Alfonso confió en su guía, puesto que se jactaba de ser la monitora más segura del rancho.


—Acaríciale el morro y déjalo que te huela —le ordenó Paula—. Hazlo con seguridad.


—¿Por qué?


—Para establecer la relación de poder.


Pedro acarició el cuello negro del cuadrúpedo y luego se dirigió hacia la guía.


—Poder… ¿no? —dijo Alfonso, con una amplia sonrisa.


—Con el caballo, solamente…


—Yo pensé de que era algo realmente fácil.


Pedro Alfonso, eres imposible.


—¿Sí…?


El turista acarició la mejilla de la monitora y más tarde el cuello.


—Dime, ¿qué insulto estás preparando para soltármelo a la cara? —preguntó Alfonso, burlonamente.


—¿Te acuerdas de tu lista? Pues no cumplo ningún requisito. No soy rubia, ni alta, ni nada de nada.


—En fin, se trataba de las prioridades diseñadas por mi hermano.


Mientras hablaba, Paula estaba caminando hacia atrás, hasta que se dio en la espalda con un muro del establo.


—¿Tú no piensas casarte nunca, verdad? Por lo tanto, esa lista no debe de tener mucho sentido para ti —dijo Paula, como para convencerse a sí misma.


—Sin embargo, tú sí quieres un marido con el que casarte.


Pedro Alfonso estaba pegado a su cuerpo y tenía una expresión de deseo sexual tan evidente, que la estaba haciendo perder el control.




FARSANTES: CAPÍTULO 21

 


Pedro pensó tratarla como si fuese una clienta, aconsejándola y utilizando la más exquisita diplomacia con ella.


En efecto, tenía mucha experiencia asesorando a inversores, para disuadirles cuando pretendían hacer una mala inversión. Sobre todo, en esos momentos, se trataba de apelar al sentido común y a la sangre fría. En aquel momento, Paula necesitaba su ayuda, de amigo a amigo. Después de todo, su familia le caía muy bien y ella representaba un soplo de aire fresco entre tanta tradición. Era una mujer honesta y atractiva que no merecía recibir un palo de la vida, persiguiendo un sueño imposible.


Alfonso se sorprendió a sí mismo, tomándola por una joven atractiva. Por lo tanto, tampoco estaba claro que fuese simplemente una amiga…


Pedro respiró profundamente y con mucha calma le expresó su opinión.


—Lo siento, pero creo que debo decirte que tu sueño de comprar el rancho es una idea muy bonita… pero excesivamente romántica. En la vida hay que ser mucho más práctico.


—¿Crees que soy romántica? —dijo Paula, con un poco de desprecio—. Conozco muy bien la realidad y el hecho de llevar un rancho no es un juego: requiere trabajo constante y mucho esfuerzo. No se enriquece uno como en la bolsa, y la responsabilidad es grande puesto que la marcha del negocio es impredecible. La única razón por la cual no nos fuimos a pique es porque los turistas encontraban romántico el hecho de pasar unas vacaciones en nuestro rancho.


—Oh… —murmuró Pedro, sin saber qué decir.


Sin embargo, todavía pensaba que Paula idealizaba demasiado el trabajo en una explotación como aquella. Disfrutar de la naturaleza de Montana era agradable para pasar unas semanas. Pero vivir de un negocio, era algo muy distinto, porque parte de la vida cotidiana implicaba un riesgo y una responsabilidad tremendas.



martes, 30 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 20

 


Cuando el matrimonio se alejó, la joven le reprochó a Pedro su comportamiento.


—Muy gracioso. Con que querida, ¿eh?


—Pensé que lo encontrarías divertido…


—Pues, me parece estúpido por tu parte. ¿Acaso quieres vengarte de mí por haberte traído a Montana?


—No, claro que no.


—Ah…


Alfonso sonrió y la atrajo hacia sí, sujetándola por el cuello de su chaqueta. Se había dado cuenta de que, cuando estaba confusa, Paula balbuceaba un Ah y se cerraba en banda.


—Pero ahora que lo dices… ¿Todavía quieres pegarme? —dijo Pedro, irónicamente.


—Más que nunca —contestó Paula, intentando zafarse de sus manos—. Has de saber, Pedro, que no estoy interesada en tener un romance de verano contigo. No tengo ganas de perder mi valioso tiempo. Y menos con un tipo como tú.


Alfonso suspiró. El problema que existía entre los dos, salía de nuevo a la luz…


Paula tenía raíces, y muy profundas. Estaba íntimamente ligada a aquella tierra y a su familia, mientras que él era un hombre mucho más independiente y poco amante de vínculos tan fuertes como aquellos. El hogar no le sugería nada que no fueran amargas peleas, falta de dinero y puntos de visa no compartidos.


¡En realidad, Paula y él eran tan opuestos!


Él quería vivir en Nueva York, y ganar mucho dinero en un breve plazo de tiempo. La futura ranchera prefería las vacas y el compromiso. El problema era que Pedro se sentía increíblemente atraído por ella y a Alfonso le daba la impresión de que aquella atracción era mutua.


—¿Pedro? —dijo Paula.


—Estaba pensando cómo podría yo, comprar el rancho. La verdad es que no sé nada de los precios que tienen las propiedades aquí en Montana. Pero lo que está claro es que con un sueldo de profesora, no podrías pagar la finca.


Paula elevó los hombros y sus ojos dejaron traslucir cierta inquietud.


—De momento trabajo como profesora para realizar el pago inicial. Y el resto lo pagaré mediante un plan conjunto entre mi abuelo y el banco. El hecho de tener un sueldo en el rancho me hace estar más cerca, en el caso de que el abuelo quiera jubilarse y poner en venta la propiedad.


—¿Y si no te vende el rancho? —preguntó el corredor de bolsa.


Paula torció la boca con cierto gesto de amargura.


—Aún sigue diciendo que preferiría vendérselo a un extraño. Pero yo confío en que cambie de opinión. No en vano, la tierra ha pertenecido a la familia desde hace cien años. Realmente, no quiero que se la quede un desconocido. Yo quiero vivir aquí con mis hijos y que ellos puedan heredarla algún día.


—Pero Paula, tienes que ser más sensata. No puedes jugártelo todo a la misma carta, porque si no consiguieses tus objetivos, se te rompería el corazón.




FARSANTES: CAPÍTULO 19

 


Los dos varones se miraron unos segundos a la cara, y Samuel Harding extendió su brazo con una sonrisa y le dio un buen apretón de manos a Alfonso.


—Bienvenido al rancho —dijo el abuelo de Paula, sonriendo.


—La verdad es que es magnífico. Sinceramente, no me esperaba una propiedad con tantas prestaciones.


—Bueno, por lo menos llegamos a fin de mes… —comentó Samuel, sonriendo modestamente, pero con un brillo en los ojos que transmitía un gran orgullo.


—¡Paula! —llamó desde el porche de la casa una señora, no mucho más grande que la joven. Se puso a caminar a toda prisa, para reunirse con su nieta en un enorme abrazo—. ¡Qué alegría tenerte entre nosotros de nuevo!


—¡Oh, abuela, cuantas ganas tenía de veros!


—¿A nosotros, o al rancho? —preguntó el abuelo.


—A todos por igual —comentó la dinámica joven, sonriendo abiertamente.


Su abuelo le había puesto las cosas difíciles, sin embargo era su mentor en la vida. En efecto, era demasiado cerrado como para permitir que una mujer llevara las riendas de su propiedad con destreza.


Desde un punto de vista práctico, Paula conocía mejor que nadie el negocio y las personas que colaboraban en él. Tenía la intención de hacer llegar las nuevas tecnologías a la finca e informatizar la gestión del rancho. De ese modo, los clientes podrían informarse y hacer reservas con más facilidad. Ella quería dar a conocer las prestaciones del negocio. Si no, ¿para qué servía tener un rancho tan floreciente, si no lo hacías llegar al gran público?


—¿Quién es este señor? —preguntó la abuela, apuntando hacia Pedro.


—El señor Alfonso… el hombre del que te hablé por teléfono. Pedro, te presento a Eva Harding. Es la mejor cocinera de Montana, de hecho, no se le ha quemado un bizcocho en la vida.


—¿Cómo está, señora? —dijo Pedro con la mejor de sus sonrisas, lo que hizo que la abuela de Paula se derritiera en el acto.


—Muy bien, gracias. He oído hablar mucho de usted a mis dos nietas. Es un auténtico placer tenerlo entre nosotros. Subamos al porche y disfrutemos de una limonada, antes de mostrarle su aposento.


—El señor Alfonso viene a pasar las vacaciones —dijo Paula, apresuradamente, porque no le apetecía alojarlo dentro de la casa—. Tiene la intención de ser tratado como los otros turistas, ¿no es cierto, Pedro?


—Claro —respondió el hombre, con un atisbo de duda.


—Había pensado que Octavio, Claudio o Sebastián podían ser sus guías. ¿Qué os parece? —preguntó Paula.


—Bueno… —balbuceó el abuelo, calando el asunto que se traían entre manos los dos jóvenes.


—Querida, me prometiste que serías mi acompañante —protestó Pedro, rodeando con el brazo sus hombros—. Si eres mi monitora personal, me sentiré mucho más seguro.


Paula iba a contestar, cuando descubrió un guiño de complicidad entre el abuelo y Alfonso.


¡Estos hombres eran todos unos necios! La causa era sin duda, el estúpido cromosoma Y…


—Parece lo más razonable —corroboró Samuel—. Enséñale entonces cuál es la tienda que le corresponde, Paula. Ya hablaremos más tarde.




FARSANTES: CAPÍTULO 18

 

Pedro fue consciente de que Paula no le había hablado de los rasgos físicos con los que tendría que contar su futuro marido.


Claudio tenía tanta fuerza en los brazos, que el apretón de manos que se habían dado, estuvo a punto de poner en peligro la integridad física de Alfonso.


—Claudio, ya está bien… —dijo Paula, molesta por la actitud agresiva del joven vaquero.


—No te preocupes, pelirroja.


—Te recuerdo que no me gusta que te portes como el típico hermano mayor. Evidentemente, ya no tengo dieciséis años. Venga, ayúdame a llevar el equipaje.


Alfonso se quedó sorprendido de cómo trataba Claudio a su hermana: su comportamiento no era muy apropiado, sobre todo ese beso tan cariñoso que le había dado el primogénito de la familia. Además, tampoco era normal llevar preservativos en el sombrero a todas horas.


Los dos hombres se observaron mutuamente y Pedro aceleró el paso, para ser el primero en llevar el equipaje al viejo camión. No quería que el vaquero le tratase como a un memo, adelantándose y demostrando lo fuerte que era.


Colocó las maletas en la parte trasera del vehículo y se sentó entre un montón de heno. Por primera vez, pudo respirar relajadamente. Por lo que había visto hasta ese momento, había sitios mucho peores donde pasar las vacaciones.


Claudio arrancó y condujo el camión hacia el centro neurálgico del rancho, no muy lejos del aeropuerto privado. Allí, Alfonso pudo ver que el ganado estaba bien guardado entre vallas inmaculadamente blancas, y que los establos y el resto de los edificios se encontraban en óptimas condiciones. Todo aquello le causó muy buena impresión al agente de bolsa.


En la ladera de una colina, se encontraba una casa que dominaba la perspectiva de la finca. Se trataba de una agradable residencia, propia de un rancho donde prosperaba la abundancia. Lo que parecía empañar esa imagen de armonía era la zona donde estaban plantadas una serie de tiendas de campaña, que no eran especialmente bonitas, sino simplemente prácticas.


De pronto, Paula se puso a saludar a un hombre alto, que se encontraba en el centro del patio. Paula saltó del camión cuando todavía estaba en marcha y empezó a correr hacia él.


«Verdaderamente, esta mujer es imposible, no tiene la mínima noción de los que es el dominio de uno mismo», pensó Pedro, ligeramente molesto.


—¡Abuelo! —gritó Paula.


El gigante de pelo blanco dio media vuelta y la estrechó entre sus brazos.


—¿Qué tal estás? —dijo la nieta, tratando de sobrevivir al achuchón del ranchero.


—Muy bien… ¡Oh! Éste debe ser Pedro Alfonso, ¿no es cierto? —preguntó el hombre maduro, mirando con interés al acompañante de Paula.


—Sí. Pedro, te presento a Samuel Harding, mi abuelo.


—Encantado de conocerlo, señor.


Pedro había percibido la autoridad que inspiraba aquel ranchero tan alto y tan atractivo, a pesar de tener el pelo completamente blanco. En su rostro, llamaba la atención la forma de las mandíbulas, que mostraban tenacidad y que le recordaban a la voluntad de hierro que caracterizaba a su nieta.



lunes, 29 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 17

 


La propia Paula colocó los topes en las ruedas de la avioneta, teniendo en cuenta que Claudio seguía durmiendo tranquilamente. La joven vaquera le mostró a su acompañante los edificios que formaban parte del aeropuerto privado. Estaba un poco nerviosa, pero Pedro lo comprendió.


Había sido un poco agobiante con el tema de la virginidad. La verdad es que para otros hombres habría sido un fastidio. Pero él lo encontraba curioso. Además, Paula estaba lo suficientemente segura de sí misma como para no tomárselo como un lastre.


De pronto, Claudio, que ya se había despertado, saludó a Paula desde dentro del camión remolcador. Cuando se bajó del vehículo le dio a la vaquera un gran abrazo de oso y un leve beso en los labios. Todo ello sin desplazar ni un milímetro su sombrero. Pedro observó la escena con detenimiento.


—¡Encantado de volver a verte! El jefe me dijo que te recogiera. ¿Quién es tu acompañante?


—Te presento a Pedro Alfonso —dijo Paula, mientras los dos hombres se daban la mano.


Ambos tenían la misma altura y aproximadamente la misma edad. Sin embargo, se veía que Claudio tenía la piel curtida por el contacto continuo con la naturaleza.


De inmediato, Pedro advirtió las marcas de los preservativos bajo la cinta del sombrero. Estaba claro que necesitaba tenerlos siempre a mano…


A Alfonso no le gustó pararse a pensar en el beso que le había dado Claudio a Paula. No es que estuviera celoso, pero no podía dejar de pensar que, probablemente, el vaquero cumpliría los requisitos para ser el marido ideal de Paula.


Pedro intentó recordar lo que ella realmente deseaba encontrar en un futuro cónyuge. No quería que su esposo muriese prematuramente, víctima de un ataque de hipertensión. Tampoco quería casarse con un hombre que sólo pensase en el dinero, porque compartir cama con una cuenta bancaria no le atraía demasiado. Alfonso se quedó pensando que, tener relaciones sexuales con alguien tan atractivo como Paula y tener una buena suma de dinero en el banco, podían ser dos cosas perfectamente compatibles. Y luego estaba el rancho…


La vaquera quería tener a su lado a un hombre que amase la naturaleza de Montana, para acompañarla hasta el final de sus días.


Con toda seguridad, Claudio era el tipo ideal. Era un vaquero en toda la regla, con el sombrero, las botas, etc…




FARSANTES: CAPÍTULO 16

 


Olvidando su mal humor, la vaquera le comentó que el conductor del camión remolcador siempre llevaba preservativos bajo la cinta del sombrero, y que por esa razón, tenía esas marcas tan curiosas en la banda de piel.


Pedro no sabía si Paula le estaba tomando el pelo, con esa historia tan típica del viejo Oeste americano.


—Sí, realmente se trata de una historia curiosa; espero que los vaqueros se quiten el sombrero para meterse en la cama…


Paula sonrió enigmáticamente.


—Te puedo asegurar que los vaqueros no se lo quitan, en ningún momento.


A Alfonso no le gustó esa sonrisa.


—Sí, por lo que dices, ese Claudio parece ser muy protector, pero no tiene aspecto muy ingenuo que digamos.


—Olvídate de él… Estamos en Montana, aquí puede pasar de todo, porque es la tierra de la individualidad.


—De acuerdo —dijo Pedro, abriendo su puerta de par en par—. Cambiemos de tema. ¿Por qué elegiste la docencia como carrera profesional? Ser profesora y vaquera a la vez no parece algo muy compatible.


—Es perfecto —comentó Paula, mientras bajaba de la avioneta—. En el rancho estamos completamente aislados de la vida civilizada, o sea que aquí puedo aprender un montón de cosas para cuando tenga que educar a mis propios niños. ¿Ves cómo no es tan incompatible?


En cierto modo, la vaquera tenía razón. Sin embargo, era obvio que ella apenas había tenido tiempo para entablar relaciones de pareja, por mucho que lo negara.


Alfonso suspiró plácidamente. Se le habían estropeado las vacaciones, pero el hecho de estar en el rancho, resultaba prometedor. Incluso, no estaba tan mal como había pensado en un principio.




FARSANTES: CAPÍTULO 15

 


Cuando las ruedas tocaron el suelo, Pedro pudo ver cómo era el aeropuerto privado. A primera vista, todo estaba cuidado y en orden y abundaban los carteles con el nombre del rancho. Un vaquero con el sombrero calado hasta las cejas fue a recibirlos.


Ante la vista del paisaje con los últimos rayos del atardecer, Pedro pudo observar que además de ser un chovinista, el abuelo poseía un buen olfato para vender su producto.


—Apenas has hablado —dijo Paula, desabrochándose el cinturón de seguridad.


Pedro se volvió para mirarla y le dijo:

—He estado conteniendo la respiración porque eres como un torbellino. En las últimas veinticuatro horas, no he podido disfrutar de un momento de calma.


—No estabas obligado a venir —comentó Paula, irritadamente.


Pedro intentó disimular que estaba encantado, habiéndose dejado llevar por el impulso del torbellino. Parecía como si nadie pudiese librarse de tanto entusiasmo, por una parte estaban sus alumnos, los clientes del rancho y el mundo en general. ¡Paula era verdaderamente irresistible!


Alfonso cayó en la cuenta de lo que estaba pasando. Irresistible no era un buen calificativo para una mujer. Aun menos para Paula. Ese concepto implicaba aprobación y compromiso. En el caso remoto de querer contraer matrimonio, nunca se casaría con una persona tan intensa. Por el momento, se limitaría a conocerla un poco más.


—Bueno, pues ya hemos llegado. Espero disfrutar de la estancia. Por cierto, ¿cómo se abre la puerta?


—Apretando esta palanca —dijo Paula, acercándose hacia la pieza en cuestión.


En ese momento, Pedro la tomó por las caderas, pillándola por sorpresa.


—¡Bonita vista! —la elogió Alfonso, fijándose en el generoso escote de la blusa que llevaba.


Paula se había desabrochado varios botones justo antes de llegar a Montana, para aclimatarse mejor a las altas temperaturas del rancho. El descarado agente de bolsa habría estado mucho más satisfecho, si se hubiera quitado la prenda por completo…


—¡Las manos quietas! —exclamó la vaquera, incorporándose de nuevo en su asiento.


—Deberías ser más amable con los turistas de pago…


—Escúchame bien, Pedro. ¡Puedo ser una anfitriona para ti… pero eso no quiere decir que esté disponible, para tus fantasías eróticas!


—Por supuesto que no. Eres muy suspicaz con el sexo. ¿Acaso eres virgen? —preguntó Alfonso, de modo impertinente.


Paula se puso colorada.


—¡Esto es realmente ridículo!


Pedro había querido tomarla el pelo, sin embargo, el tono de voz femenino le sugirió la siguiente pregunta.


—Por cierto, ¿cuántos años tienes?


—No creo que eso sea de tu incumbencia.


Paula parecía más una estudiante sexy y dinámica, que una consolidada profesional de la enseñanza. En realidad, debía ser mayor, y si además era virgen… Pedro se encontró de repente intranquilo, pero sobre todo hambriento.


—Está bien. Tengo veintinueve años y voy a cumplir los treinta la semana que viene —dijo Paula, con cierta tristeza.


—Yo tengo treinta y seis. Lo bueno de la treintena es que la gente ya no te trata como a un crío.


—Eso puedes decirlo tú, porque eres un hombre —le contestó Paula.


Pedro recordó lo que habían estado comentando en Washington…


—¿No crees que te estás agobiando, planteándote cuestiones propias de los cuarenta años?


—Quizá tengas razón, pero para ti el éxito no pasa por tener un montón de niños y lograr así el reconocimiento social.


Alfonso se quedó pensativo. Si él no podía comprender como los hombres se casaban y tenían descendencia, ¿cómo iba a hacerlo en el caso de una mujer?


—Realmente, no tengo ningún interés en tener hijos, o sea que no me planteo ese tipo de problemas.


Alfonso miró con simpatía a Paula, acariciándole un mechón de pelo color canela: ambos tenían grandes proyectos para el futuro.


—Tengo un plan… —comenzó a decir la joven vaquera.


—A ver si lo adivino. Quieres comprar el rancho familiar, rodearte de niños y previamente, encontrar a tu marido ideal. Pero, eres virgen.


—No sé por qué dices eso —dijo la vaquera, enfurruñada.


—Vas a necesitar a alguien que te ayude a dar todos esos pasos hacia el éxito personal —comentó Pedro, acariciándole la nuca suavemente.


—Gracias, pero no pienso contar contigo —respondió Paula, intentando deshacerse de la mano de Alfonso—. Si necesitas practicar el sexo, siempre hay un par de turistas solteras, deseosas de entablar una relación pasajera.


—No estoy desesperado. Y además, ¿cómo sabes que no estoy hablando de algo más profundo?


—Por la simple razón de que los hombres sólo piensan en el sexo.


Mientras Paula hablaba, estaba pendiente del pequeño remolcador que tenía que llevarlos hasta el hangar, para poder bajar de la avioneta. Pero el conductor se había quedado dormido al sol.


—De momento no podemos salir de aquí —dijo Pedro, sonriendo.


—Pues voy a gritar —dijo Paula indignada—. Claudio es muy protector conmigo…




domingo, 28 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 14

 


—¿Pilotas avionetas con mucha frecuencia? Paula dirigió una mirada hacia Pedro Alfonso, que estaba sentado a su lado, en la pequeña Cessna. Se había pasado todo el vuelo mirando hacia adelante, con la mandíbula rígida y las manos sudorosas. ¡Habría sido imposible no tener miedo, sobre todo con aquella mujer al mando del pequeño avión!


De camino a Rapid City, Pedro le había dado todo tipo de razones para no seguir volando hasta el rancho.


—¿A qué te refieres? —preguntó Paula, ajustando un dial y ocupándose de las luces de la avioneta.


El aparato pertenecía al abuelo, pero ella era la única de la familia que tenía licencia para pilotarla. Por lo tanto, la nave estaba totalmente a su disposición.


—A volar… —murmuró Alfonso, mientras observaba la vista por la ventanilla.


Paula agitó los alerones de las alas, y Pedro la asesinó con la mirada. Pero no tuvo otro remedio que tratar de relajarse.


—De vez en cuando —dijo Paula, resultando poco convincente a propósito—. Se trata de un hobby caro y como estoy ahorrando…


—Sí, claro… para comprar el rancho. Una profesora no debe ganar mucho dinero y si además quieres ahorrar, tiene que ser difícil.


El comentario sorprendió a Paula. Pedro estaba interesándose por las circunstancias de su vida privada.


—Trabajo en el colegio en el turno de noche. No pago alquiler, porque vivo en un apartamento situado en la parte de arriba del garaje de mis padres. Y en verano, me voy al rancho con el resto de los vaqueros. Espero que mi abuelo acepte mi dinero y me venda la propiedad.


Alfonso volvió a sentirse inquieto.


—¿Por qué aprendiste a volar?


Paula frunció el ceño.


—Fue idea del abuelo. Pensó que si me dedicaba a pilotar la avioneta, olvidaría mi interés por el rancho. No tiene ni idea de como son las mujeres, pero sí entiende de negocios. Muchos turistas que pasan sus vacaciones en la propiedad no quieren ir a Montana en coche. Ir volando es una propuesta tentadora para muchos de ellos. Y no hay que olvidar que el pequeño aparato es muy útil cuando hay alguna emergencia.


De nuevo, Alfonso se agitó incómodamente. Paula sonrió, el Cessna no había sido concebido para un copiloto tan alto.


—¿Lo que me cuentas ocurrió antes o después de tu paso por la cocina?


—Después. El fin que perseguía el abuelo falló. Sin embargo, aprendí a volar porque estaba claro que podía serme muy útil en mi vida de ranchera.


La radio sonó como con un crujido y Paula intercambió varias palabras con el operador. A continuación, comprobó que se encontraban en las inmediaciones del rancho y se preparó para aterrizar.


—No tengas miedo. Incluso el abuelo se siente seguro cuando vuela conmigo.


—No lo dudo…


—¿Quieres que sobrevolemos la propiedad para que tengas una vista de conjunto, o prefieres aterrizar?


—No, gracias. Me gustaría bajar… digo tomar tierra.


—Muy bien —dijo Paula, concentrándose en la maniobra.




FARSANTES: CAPÍTULO 13

 


Alfonso estuvo mirando a Paula un buen rato, dándose cuenta de que su mente estaba confusa. Ella le inspiraba consternación, diversión y deseo… Y esos sentimientos podían tener un efecto tan devastador como la anarquía, en su propia persona. Gabriela Scott era un engorro, pero Paula Chaves podía ser tremendamente dañina para su equilibrio personal.


Ella tenía razón: Gabriela era pura tenacidad. Nadie le iba a obligar a casarse con ella, pero las cosas podían ir mal en la empresa por su culpa. Además, realmente necesitaba unas buenas vacaciones.


Había estado últimamente distraído, aburrido e incluso harto de sus clientes que, ávidos de ganancias, no seguían sus indicaciones. Marcharse lejos era una buena idea y ya era muy tarde para hacer cualquier reserva en una agencia de viajes.


—Entonces, ¿qué es lo que más te convence: el ramo de boda o los caballos…?


Pedro miró a Paula alegremente y finalmente, tomó la decisión.


—¡Me quedo con los caballos! Voy volando a hacer el equipaje.





FARSANTES: CAPÍTULO 12

 


La joven estaba encantada porque a Pedro le iba a venir muy bien una temporada en Montana, para bajarle un poco los humos. La verdad es que los vaqueros de la propiedad cuidaban muy bien a los turistas; sin embargo, Paula no pensaba ocuparse de él. Sería exponerse demasiado a sus encantos: de hecho muchas mujeres harían cualquier tontería por estar a su lado. Por lo tanto, la vaquera se mantendría lo suficientemente alejada de él como para que las vacaciones transcurriesen placenteramente.


Alfonso todavía no había dicho una palabra a favor o en contra. Sin embargo Paula no paraba de hacer planes.


—La estancia es cara, pero me imagino que está dentro de tus posibilidades —comentó alegremente Paula—. Normalmente, viajo hasta Montana en coche, pero para no perder tiempo, podemos ir en avión. Tengo una amiga que trabaja en una agencia de viajes, le puedo pedir que nos prepare dos billetes para Rapid City. Está en Dakota del Sur, pero es el aeropuerto más cercano al rancho.


—Sí, ya se donde está Rapid City…


—Podríamos salir mañana mismo… ¡Sería estupendo! Estoy segura de que te va a encantar el sitio. Además, el abuelo te hará un descuento especial si te quedas el mes entero.


Pero, Pedro Alfonso negó con la cabeza. Se había criado en el este de Washington, en una zona ganadera y había trabajado allí durante dos veranos, para costearse los estudios universitarios. Ni las manadas de vacas, ni el Lejano Oeste le tentaban lo más mínimo.


Sin embargo, se acercó a la vaquera, y la miró a los ojos. Era una persona impulsiva y totalmente inapropiada para el medio en el que él se desenvolvía normalmente. Cualquier hombre cabal huiría de ella, si tuviese dos dedos de frente. No como él, que no sólo no era prudente, sino que además tenía ganas de acariciar su abundante melena y besar su impetuosa boca.


—No tengo ningún interés en pasar las vacaciones en el rancho, y mucho menos un mes —dijo Pedro lentamente.


—¿No?


—No —repitió el joven, intentando encubrir lo que parecía una sonrisa.


Se estaba fijando en lo tentadora que estaba Paula, sentada en el cuarto de baño con su minúsculo pantalón corto y la melena cayéndole sobre sus hombros. Esa melena… Estaría preciosa esparcida por su almohada, después de hacer el amor.


Pero eso no era posible.


Los Chaves eran una familia anticuada, con fuertes vínculos y estrechas relaciones que él no podía comprender. Lorena era una mujer que no podía pensar en otra cosa que no fuese su familia y sus hijos. Paula podía soñar con poseer el rancho, pero en lo que respectaba a sus relaciones, tenía la marca del «para siempre» como si de un tatuaje se tratase… sobre todo en lo que se refería al matrimonio.


Si había algo que Pedro tenía claro era que a él no le iban las relaciones estables. Sólo le interesaban las aventuras ocasionales.


Al fin y al cabo no era un bicho raro. Las mujeres con las que salía eran como él: detestaban el matrimonio. Gabriela era únicamente una excepción y no le interesaba en absoluto.


—¿Estás catatónico o qué te pasa? —le interrogó Paula, enarcando una ceja.


—Estaba pensando…


—En Gabriela, ¿no? —sonrió Paula, con picardía.


—Más o menos. Las próximas semanas van a ser duras: esa mujer no conoce la palabra no. Soy una especie de trofeo que se ha propuesto cazar…


Mientras Paula lo escuchaba, sus pechos se dejaban adivinar bajo la tela de la camisa. Alfonso notó como sus téjanos se abultaron un poco más de lo corriente, en la zona de la cremallera.


—¿Realmente es tan perseverante?


—No puedes hacerte una idea. Estoy considerando la idea de irme a Nueva York antes de lo previsto si las cosas se ponen muy tensas. El acoso comenzó cuando el padre de Gabriela consiguió ser el propietario de toda la empresa.


—¿Te vas a vivir a Nueva York? —preguntó Paula, jugando con el nudo de la camisa.


—Sí. Tarde o temprano acabaré allí. Me crié en un pueblo pequeño, y llegué a odiarlo. Prefiero vivir en las grandes ciudades.


—¿Seattle no te parece lo suficientemente grande? Es estupendo. Venden café a la italiana en cada esquina y tiene un equipo de béisbol profesional… ¿Qué más puede desear un verdadero amante de la ciudad?


—Mi intención es trabajar en Wall Street, lo que supondría llegar a la cumbre de mi carrera profesional.


—¡Qué interesante! Se ve que te gusta vivir bien, con atascos, ruido y una contaminación espantosa… —Paula no estaba nada impresionada por los planes del corredor de bolsa. ¿Te vas a dedicar a ganar un billón de dólares antes de cumplir cuarenta años?


—No tan drásticamente, pero lo voy a intentar. De hecho, soy un buen agente de bolsa.


—…Que necesita unas buenas vacaciones —añadió Paula, estirándose sensualmente frente al espejo.


Pedro estaba intrigado por los gestos que hacía la profesora.


—Ya te he dicho que no voy a ir a Montana.


—Sí, te he oído muy bien. Pero, ¿qué vas a hacer, quedarte en Washington y dejar que Gabriela te atrape?




sábado, 27 de marzo de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 11

 


Paula hacía lo posible para regular el ritmo de su corazón, pero era difícil, teniendo a Pedro medio desnudo a su lado.


Había visto a varios hombres en tal estado, pero Alfonso le había alterado singularmente la respiración.


Si tuviese una lista como la de Pedro, uno de los requisitos sería: no demasiado sexy. No estaba interesada en un hombre que reuniese las características de las fantasías sexuales de cientos de mujeres. No quería estar excesivamente pendiente de la vida social de su pareja…


Aclarándose la voz, Paula contestó a Pedro:

—No quiero casarme con alguien que muera de hipertensión antes de cumplir los cincuenta, por haber intentado aumentar su patrimonio a toda costa.


—¿Qué tiene de malo querer ganar dinero? —quiso saber Alfonso.


—Nada. De hecho, estoy muy involucrada en cierto proyecto y me interesa mucho esa cuestión. Pero lo que no quiero es mantener relaciones sexuales por las noches con un talonario de cheques.


—¿Qué más requisitos aparecerían en tu lista?


—Algún día le compraré el rancho a mi abuelo. A mi marido le tendría que gustar la idea tanto como a mí.


—¿Ves cómo tú también tienes una lista, aunque no esté escrita? —dijo el joven triunfante, mirándola irónicamente.


—Te equivocas. Entre tus requisitos figuran aptitudes estúpidas como: buena anfitriona. Tu mujer ideal sería alta, delgada, rubia, reservada, elegante, sofisticada… es decir Gabriela .


—No me gusta Gabriela —dijo el joven con énfasis.


—Entonces, ¿por qué fuiste su acompañante en varias ocasiones?


—La acompañé, simplemente, en algunas recepciones de trabajo.


—¡Ah…!


—Créeme, nunca me casaría con alguien cuyo único objetivo en la vida fuese cazar a un marido. Si tengo una pareja, me gustaría que fuera divertida y agradable.


Estaba tan serio, que Paula tuvo que contar hasta diez para no dejarse atrapar por su encanto. Ella se dio cuenta una vez más, de que el joven no tenía la más mínima intención de casarse. Además, su propia falta de experiencia en la vida social, la hacía ser vulnerable. Si hubiese tenido más relaciones sentimentales. Pedro no le habría impresionado tanto. Por otra parte, ella sería muy exigente con un futuro marido: le tendría que gustar compartir su vida con ella, en su rancho.


Su rancho de Montana… ¡Como si fuese tan fácil comprarle el rancho a su abuelo, siendo una mujer! Todo el mundo la presionaba para que encontrase pareja. Incluso ella misma veía difícil casarse algún día, cuando estuviera al mando del Bar Nothing Ranch.


—¿Por qué estás tan seria? —preguntó Pedro con curiosidad.


—Mmm, por nada.


—Venga, cuéntame cosas del rancho de tu familia —dijo Alfonso, mientras ella comprobaba como el joven podía leerle el pensamiento.


—Es precioso. Mi madre es hija única, por lo tanto mi abuelo no tiene un heredero directo. Mis hermanos Camilo y Daniel no tienen mucho interés por la vida en el rancho. Lorena tampoco. Luego, quedo yo. Pero mi abuelo, que está chapado a la antigua, es muy reacio a dejarme la propiedad. Dice que el nuevo milenio le pilla muy viejo, para modernizar sus ideas.


—O sea, que sois Lorena, Camilo, Daniel y tú.


—Sí. Aunque mi madre quería un quinto hijo, después de que naciera Lorena, mi padre pensó que eran suficientes cuatro vástagos.


Pedro hizo una mueca de rechazo: para él un bebé ya era una molestia, o sea que cuatro hijos le parecían un exceso completo.


—¿Tu abuelo ha pensado en retirarse?


—Sí, de vez en cuando. Dice que le gustaría vender el rancho y marcharse con mi abuela a un lugar cálido, donde el invierno sea menos duro que en Montana.


—Claro… —dijo Alfonso mientras seguía curándole las heridas a Paula.


La joven no podía evitar sentir el agradable olor que emanaba de su atlético cuerpo. Tras unos instantes que a Paula le parecieron una eternidad, Pedro terminó con los primeros auxilios.


—¡Ya estás lista!


—Supongo que querrás que te devuelva la camisa —dijo la joven, aún dolorida por el batacazo.


—Si te digo que sí, ¿me vas a pegar?


—Evidentemente.


—Pues, entonces quédatela por el momento… —dijo Alfonso cubriendo cuidadosamente las curas de la espalda, con la prenda masculina.


De nuevo, la joven tuvo que hacer un esfuerzo, al sentir el suave encanto de Pedro.


Quizá fuese su propia naturaleza la que le advertía, que si quería tener hijos tendría que darse prisa en crear una familia. En efecto, los hombres podían ser padres a cualquier edad, pero eso no servía para las mujeres.


—No te preocupes por el aspirador. Contrataré a alguien que venga a ocuparse de la casa.


—No —dijo Paula, tercamente—. No voy a dejar que otra persona ocupe el lugar de mi hermana.


—¿Quién ha dicho que voy a prescindir de Lorena?


Paula se quedó pensando un rato y exclamó:

—Ya lo tengo. Si nos vamos a Montana los dos mataríamos dos pájaros de un tiro. Tú tendrías un lugar donde pasar las vacaciones, y no habría que preocuparse por tu casa. No descansarías en una exótica playa del Caribe, pero el rancho puede ser la mejor solución para eliminar el estrés. Además, está de moda pasar el tiempo libre ensuciándose con los caballos.


—No me importa mancharme, pero…


—Es la mejor solución. El abuelo estará encantado con un invitado más.




FARSANTES: CAPÍTULO 10

 


Pedro no podía entender por qué Paula Chaves, le llamaba tanto la atención. Pertenecía al tipo de mujer que trataba de evitar, era explosiva, habladora, en fin, excesiva para él.


Cuando Pedro iba a buscar yodo para curarla, ella intentó disuadirlo.


—No es necesario, gracias.


—En serio, necesitas atención médica —dijo Alfonso, preocupado.


—Aunque no vaya a limpiar el baño de nuevo, todavía tengo que pasar el aspirador. Me ha causado algún que otro quebradero de cabeza —comentó Paula, por el hueco de la escalera.


Cuando Pedro reparó en el estado de la casa, se quedó horrorizado. La bolsa de la aspiradora se había roto y el polvo se había esparcido por todas partes.


—Veo que no entiendes mucho de electrodomésticos —suspiró el joven.


—La aspiradora es puro vicio… No hay nada mejor que un escobón de toda la vida y ahorrarse la millonada que te ha debido de costar esa pieza de diseño.


—Sí, claro. Veo que no es culpa tuya. Sin embargo, si yo no me hubiese quedado en mi casa, tú no habrías venido. El bizcocho no se habría quemado, la aspiradora no se habría estropeado, ni te habrías quedado atrapada en el árbol. Estoy empezando a sentirme plenamente culpable…


—Tanto como eso no. Pero no puedo negar que eres un poco estirado y un triunfador compulsivo —dijo Paula, críticamente.


A continuación, se levantó la blusa para que Pedro le pusiera yodo en la espalda. Al ver su cuerpo sin ocultar, el joven se quedó impresionado como no lo había estado desde hacía un montón de tiempo.


«Atención, Alfonso… Recuerda que los opuestos se atraen», dijo para sí el joven, alterado.


Su propia advertencia le resonaba en la cabeza, mientras rebuscaba en el cajón de las medicinas. Era posible que los opuestos se atrajeran, pero tampoco eran compatibles.


Sus padres habían tenido disputas a menudo. Eso les había convertido en seres amargados que habían transmitido su hastío a todos los que habían estado a su alrededor.


Con una mueca de amargura, Pedro recordó su infancia desgraciada. No podía olvidar que había sido el niño más pobre del colegio, y que en su hogar había carecido de cariño y apoyo. Además, las peleas entre sus padres habían terminado frecuentemente con la llegada de la policía, advertida por los vecinos.


—Esto te va a doler —le avisó a Paula, mientras le ponía el desinfectante en la espalda.


—¡Ay! —gritó la joven.


—Lo siento. Si quieres, te llevo al hospital.


—No. Puedo aguantarlo perfectamente.


—Sí… ¿Y por qué has gritado?


—Porque gritar es bueno para aguantar el dolor. ¿Te molesta que me queje? —le preguntó la joven, volviendo la cabeza.


De pronto, como Paula estaba encorvada mirando hacia abajo, fue consciente de que tenía delante de su vista el torso desnudo de Pedro y, más concretamente, la zona inferior de la cintura.


¡El panorama era realmente impresionante!


—Puedo aguantar quejas, pero no las tuyas… —comentó Alfonso.


—Eso está muy bien… sobre todo porque empiezo a pensar que no eres tan espantoso como parecías.


—¿Realmente crees que estoy bien? —la interrogó el joven, con curiosidad.


—Todavía no lo tengo muy claro.


Lo que estaba intentando por todos los medios era conservar la razón, ante el efecto imparable que ejercían sus hormonas.


Se trataba de un hombre atractivo y sexy. Pero, el hecho de haber realizado esa lista de mujeres compatibles para un posible matrimonio, le ponía enferma. Todavía podía comprobar como el atractivo físico no constituía una base lo suficientemente sólida, para mantener una relación sentimental.


—No lo entiendo —dijo Paula, poniéndose recta de nuevo—. Gabriela parece reunir los requisitos de la lista de futuras esposas que tienes pegada en el espejo. ¿Qué es lo que falla?


—¿De qué estás hablando? —preguntó el joven, frunciendo el ceño.


—Esa lista —mostró Paula, con el dedo índice—. Me parece espantoso analizar así a una mujer. No se trata de una hamburguesa, sino de un ser humano.


—Yo no estoy buscando a ninguna mujer —dijo Pedro molesto—. Esa lista la confeccionó mi hermano. Acababa de divorciarse y no quería que yo cayese en su mismo error. Pero, da la casualidad de que no tengo la mínima intención de contraer matrimonio —concluyó Alfonso, tirando una bola de algodón a la papelera.


—¿Nunca? Parece algo realmente definitivo.


—Ésa es la realidad —dijo secamente, por lo cual Paula fue consciente del estado en que se encontraban los sentimientos de Pedro—. El matrimonio, en mi familia, no funciona. Por eso es mejor evitarlo, y si no lo hacemos, lo pagamos caro.


—Sin embargo… me parece que Gabriela es tu tipo, además de tener mucho dinero. Podría ser una gran baza para tu carrera profesional.


Una expresión muy peculiar se plasmó en el rostro del joven.


—Agradezco tu interés, pero pienso labrarme mi propio porvenir sin recurrir a eso…


—Está bien, no te lo tomes a mal. Lo que pasa es que, sigo pensando que tú y ella tenéis muchas cosas en común, de acuerdo con la lista.


—No lo creo —contestó Alfonso—. Por otra parte, la lista no es ninguna tontería, en el caso de que quisiera casarme. El hecho de ser compatibles es esencial en una pareja. ¿Tú que le pedirías a tu futuro marido?


—Un montón de cosas…


—¿Cómo por ejemplo?