domingo, 24 de enero de 2021

UNA PELIGROSA PROPOSICIÓN: CAPÍTULO 21

 


Unos minutos después, Paula tenía de nuevo el chal sobre los hombros y salían del club. Fuera, las luces de la calle parecían brillar mucho en comparación con la penumbra de la que acababan de salir, y las aceras estaban aún más abarrotadas que cuando habían entrado.


Paula respiró profundamente el aire fresco de la noche. Tenía la sensación de haber pasado toda una vida en el interior del club. Sintió la mano de Pedro en la espalda y se apartó de ella.


—El coche no está lejos —murmuró él, señalando en dirección al aparcamiento.


Paula estaba agotada y sin energía, pero se las arregló para poner un pie delante de otro y pronto Pedro le estaba abriendo la puerta del coche.


Ninguno de los dos habló durante el camino de regreso. Paula utilizó aquel tiempo para recuperar la fuerza, la cordura y la compostura, cosa que no fue precisamente fácil. Pero para cuando llegaron a su casa al menos había llegado a una conclusión.


Pedro detuvo el coche en el sendero de entrada y apagó el motor. Lo único que pudo escuchar Paula fue el silencio y los fuertes latidos de su corazón. Bajó la mirada, sabiendo lo que tenía que decir, pero sin animarse a hacerlo. Pedro soltó su cinturón de seguridad y se volvió hacia ella.


Jill no tenía los nervios como para permanecer callada, de manera que dijo lo que tenía que decir.


—Creo que ya he tomado suficientes lecciones.


—No estoy de acuerdo. Tenemos al menos otros dos o tres días enteros de trabajo. Posiblemente cuatro.


Paula volvió la cabeza bruscamente.


—¿Días?


Él asintió.


—En principio tenía planeado alargar las lecciones un par de semanas, pero después de esta noche he decidido que debemos acelerar nuestra agenda.


«Después de esta noche». Eso lo decía todo. Paula sabía que se había delatado por completo bailando con él. Pedro creía hallarse en medio de un asunto de negocios y la primera vez que la había tomado entre sus brazos, ella se había derretido contra él. Evidentemente, quería que sus lecciones acabaran cuanto antes.


—Vas a tener que cancelar tus citas durante los próximos días —añadió Pedro.


—¿Cancelar mis citas? —repitió Paula, aturdida—. No sé en qué estás pensando, pero creo que con esta noche ha sido suficiente.


—¿Qué te preocupa, Paula? ¿Qué te preocupa de verdad? ¿Qué no entiendes de lo que ha pasado entre nosotros esta noche?


Una vez más Pedro le había leído la mente, de manera que, ¿por qué molestarse en negarlo?


—Esa es una cosa —dijo Paula, lentamente.


—Precisamente por eso necesitas más lecciones. No estás acostumbrada al contacto físico con un hombre, ni a bailar arrimada a él, ni a nada remotamente sensual. Y si conoces a Dario en lo más mínimo, sabrás que querrá que su esposa le responda tanto en la cama como fuera de ella. Por si no lo sabes, eso es lo que sucede cuando dos personas se enamoran.


Paula se aclaró la garganta.


—Lo sé, pero también sé que es posible que Darío no me ame nunca.


—¿Y estás dispuesta a conformarte con un matrimonio sin amor?


—Por supuesto —la respuesta de Paula fue automática, pues hacía tiempo que la tenía en la mente—. Pero estoy dispuesta a… responder a él. Sé que el sexo forma parte del matrimonio, pero también sé… o más bien pienso que en nuestro caso podríamos ser un matrimonio más basado en los negocios que…


La risa de Pedro la interrumpió.


—Si eso es lo que piensas de verdad, querida, me temo que necesitas mis clases mucho más de lo que pensaba. ¿Cómo es posible que sepas tan poco sobre el hombre con el que quieres pasar el resto de tu vida? Darío no sólo querrá amor, sexo y bebés. Querrá mucho más que eso.


Paula frunció el ceño.


—¿Qué más queda?


—Una compañera y una amiga, por ejemplo.


—Eso son dos cosas —«bebés». Paula no había pensado en ello. Y «amor». ¿De verdad la querría Dario? Ella esperaba que aceptara un matrimonio de conveniencia. Además, Dario debía saber lo feliz que haría a tío Guillermo casándose con uno de sus sobrinas. Pero Pedro estaba diciendo que eso no era suficiente.


De pronto, sintió el inicio de una migraña. Tenía que entrar en su casa sin que Pedro se diera cuenta de ello. Lo último que necesitaba era que se repitiera lo de la noche pasada.


Abrió bruscamente la puerta del coche y salió.


Pedro la alcanzó cuando ya estaba abriendo la puerta de la casa.


—Pensaré en lo que has dicho y te llamaré mañana por la mañana.


Pedro apoyó una mano bajo la barbilla de Paula y le hizo volver el rostro hacia él.


El primer impulso de ella fue apoyarse contra su mano para sentir el consuelo de su calor, pero logró contenerse. Se apartó de inmediato de él y entró en la casa.


Estaba a punto de cerrar cuando Pedro dijo:

—Sé que esta noche te ha disgustado, Paula, y también sé por qué. Pero todo lo que eso demuestra es que en realidad no has pensado detenidamente tu plan. En realidad no tienes ni idea de cómo atrapar y conservar a Dario.


—Haré lo que haga falta para conseguirlo —respondió ella automáticamente.


—Bien. En ese caso, pasaré a recogerte mañana a las nueve.


Paula sintió una oleada de pánico.


—Espera. Ni siquiera he decidido todavía si voy a seguir con las lecciones.


Pedro alzó una mano y deslizó lentamente el pulgar por el labio inferior de Paula.


—Pero lo harás. Lo harás —de pronto apoyó ambas manos en las mejillas de Paula y acercó su boca a la de ella. Penetró de inmediato con la lengua en su interior y Paula sintió una explosión de calor. Una vez más, Pedro había tomado posesión de sus sentimientos con toda facilidad. Quiso gritar por su falta de control, pero también quería averiguar lo que se sentía siendo besada por él. Sus labios eran carnosos y firmes, de sabor embriagador, y el interior de su boca era húmedo y aterciopelado. La besó con una seguridad que habló a voces de su experiencia mientras la acariciaba íntimamente con su lengua.


Cuando, finalmente, alzó la cabeza, susurró:

—Otra lección. Como mínimo, Dario esperará un beso como este al final de vuestra primera cita. Y después… —su encogimiento de hombros lo explicó todo.


El dolor de cabeza empezaba a aumentar, y Paula no estaba dispuesta a volver a cometer el error de intentar combatirlo solo basándose en la fuerza de voluntad. Tenía que subir cuanto antes y tomar una pastilla.


—Te llamaré mañana por la mañana —repitió.


—Nos veremos mañana por la mañana —corrigió Pedro con suavidad y a continuación se fue.


Paula cerró la puerta y apoyó la espalda contra ella. Ningún hombre la había besado como Pedro acababa de hacerlo. Ningún hombre la había tratado como él lo había hecho esa noche y debido a ello, de algún modo supo que ya nunca volvería a ser la misma.




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