sábado, 19 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 4

 


Pedro respiró hondo un par de veces e intentó aclarar sus ideas. No se la había imaginado con ese aspecto. En los meses transcurridos, se la había imaginado pálida, tímida, conformista.


Pero se había encontrado a una mujer bronceada, con los cabellos más largos y vestida únicamente con unos pantalones cortos y un top. Tenía un aspecto fresco, brillante y confiado.


Cierto que había sufrido una impresión al verlo. Lo había visto reflejado en su rostro en el instante en que lo había reconocido, y no había sido una expresión de felicidad. Sin embargo enseguida le había sonreído, con la mirada turbia, pero con una increíble sonrisa.


–Quería verte. Quería… –dudó un instante.


Lo suyo había acabado muy mal. Antes de cumplirse una semana de la boda habían tenido una terrible bronca y ella se había marchado. Todo había sido culpa suya. Al principio se había sentido aliviado, pero después había empezado a dudar.


–Quería asegurarme de que estabas bien.


Recibir noticias suyas había supuesto un alivio, aunque los papeles del divorcio no habían bastado. No podía firmarlos sin más y olvidarse de todo. Necesitaba verla en persona. En su vida no se había lamentado de casi nada, pero sí lamentaba aquella semana más que nada en el mundo.


–Bueno –la rígida sonrisa no se movió–, como puedes ver, Pedro, estoy bien.


El ligero tono de desafío en la voz le recorrió las venas como si le hubiesen inyectado un virus mortal. El fornido cuerpo reaccionó de inmediato. ¿Sería capaz de luchar contra ello, construirse alguna defensa, o sucumbiría nuevamente a la enfermedad?


–Sí –asintió él a su pesar–. Lo estás.


En realidad estaba más que bien. Se lo decía el cosquilleo que sentía en su interior, el calor ascendente. A pesar de mirarla a los ojos, cada una de las células de su cuerpo absorbía las esbeltas curvas y las increíblemente largas piernas que mostraban los cortos, muy cortos, pantalones.


Los recuerdos se revelaron. Recuerdos que había enterrado. El olor, la risa, el brillo de sus ojos y la suavidad de su piel. Y su corazón.


Se sentía arder. Bueno, estaban en África, ¿no? No sería por ella. Se debía al calor seco e implacable de un continente sumido casi perpetuamente en la sequía.


Aunque no era del todo exacto. No sólo ardía. Se había puesto duro, aunque de inmediato suprimió la inesperada oleada de deseo. Desde luego no estaba dispuesto a volver a caer. Recordó aquella semana con los precipitados y borrosos acontecimientos que habían vaciado sus pulmones de aire y su cabeza de sentido común. Ni siquiera con el paso del tiempo era capaz de comprender cómo había sucedido. Cómo había sido capaz de cometer tal estupidez.


Volvió a fijarse en ella y sintió la tirantez en su interior. Lo supo de inmediato. Interés sexual, compatibilidad física, lujuria instantánea. Podía llamarlo como quisiera, lo compartían a raudales, pero no compartían nada más, ni siquiera el menor interés.


Tuvo una ligera sensación de pánico. Ya la había visto. Estaba bien, claramente bien. Pero se encontraba atrapado junto a ella en una camioneta, y lo estaría durante una semana. «No muy bien planeado, Pedro». Sintió el impulso de gritarle al conductor que parara, pero estaban lejos de la civilización y se dirigían hacia una reserva salvaje. Muy bien, se sentaría un poco más apartado de ella. Podría controlarlo, ¿no?, podría controlar sus impulsos más alocados y animales. ¿Acaso no había pasado el último año descubriendo el significado de la disciplina?




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