sábado, 19 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 7

 


En realidad no le importaba si se lo creían o no. Dado el mal humor que había exhibido últimamente, las preguntas habían cesado hacía tiempo, evitándole la molestia de tener que mentir. Y dado que había abandonado toda vida social, sumergiéndose en el trabajo, se había hecho más que merecedor del ascenso. Debería haber empezado por ahí. No habría habido necesidad de celebrar la estúpida boda.


Algún día se reiría de ello. Hasta que obligó a Felipe, el mejor amigo de Paula, a revelarle su paradero no había dejado de preguntarse si le habría sucedido algo. Le había dejado un mensaje, pero había descubierto que era falso. Se había evaporado, dejándolo con una irritante sensación de preocupación. Y remordimiento. Se había mostrado brutalmente sincero cuando le había preguntado por qué se había casado con ella. No había pretendido herirla, le gustaba y, sobre todo, le gustaba acostarse con ella.


Pero un simple vistazo a su aspecto en esa camioneta había bastado para convencerse de que no había tenido ningún motivo para preocuparse. Estaba estupenda.


No debería haberla tocado. Estaba allí para concluir una relación, no para reavivar un incendio descontrolado.


–Deben pensar que no estás bien de salud –continuó–. Ya no hacen preguntas. Se limitan a ofrecerme su silenciosa simpatía.


–En lugar de sexo.


–No se atreverían –Pedro soltó una carcajada–. No, cuando me creen un marido devoto.


De haber sabido que sería tan sencillo, se habría inventado una esposa un par de años antes, ahorrándose problemas. Conseguir ser socio de Wilson & Crosbie había sido su ambición antes de entrar en la universidad. Pero no había posibilidades de serlo mientras estuviera soltero. Los chicos del bufete eran ultraconservadores y no querían que las elegantes clientas con tacones de aguja se le insinuaran, ni que las exesposas de los clientes acapararan su agenda. Y, desde luego, no les gustaba que las secretarias se quedaran paralizadas cada vez que él pasaba ante sus mesas. Y puesto que había tenido una aventura con una de ellas que había terminado con la chica derramando ríos de lágrimas en el trabajo, a lo mejor, no les faltaba algo de razón.


Pero aquello había sido antes de conocer a Paula. El destino le había echado una mano. Le excitaba tanto que se había apresurado a utilizarla en beneficio propio. Y una tarde en Gibraltar, ebrio de sol y arena, y sexo del bueno, tuvo la idea más estúpida. Ella había aceptado y se habían casado al día siguiente.


–¿Y cómo explicarás lo del divorcio? –ella desvió la mirada.


–Puede que no haya ningún divorcio –Pedro sintió despertar al demonio que llevaba dentro.


–¿Cómo? –Paula lo miró con ojos desorbitados–. Desde luego que habrá divorcio. Puedes estar seguro de ello.


–¿Tan desesperada estás por librarte de mí? –¿Por qué? ¿Acaso tenía a otro? ¿Dónde? ¿Y por qué recorría África en una camioneta?


–Por supuesto que lo estoy.


–Entonces, ¿por qué has tardado tanto? –había pasado casi un año desde que se había marchado antes de recibir los papeles.


–¿No quieres el divorcio? –ella no contestó directamente–. Cielo santo –lo miró furiosa–. ¿Aún necesitas una esposa para conservar tu maravilloso trabajo? Es una locura.


Pedro abrió la boca, dispuesto a sacarle del error, pero ella continuaba hablando.


–Lucharé contra ti, Pedro. No creas que no lo haré. Deberías firmar cuanto antes, de lo contrario puede que intente conseguir tu dinero.


–Ningún juez se lo tragaría, cariño –él soltó otra carcajada y sacudió la cabeza–. Fuiste tú la que me abandonó, ¿recuerdas? Tras apenas tres días de casados. Yo soy la parte ultrajada. Sería más probable que fuera yo quien obtuviera dinero de ti.


Aquello no era cierto, por supuesto, pero la sonrisa de Pedro se esfumó.


–¿Por qué ahora, Paula? –tras meses de silencio sin saber dónde estaba, le había enviado los papeles–. ¿Has conocido a alguien?


–Eso no es asunto tuyo, Pedro.


No lo era, pero la pregunta lo quemaba por dentro. ¿Dónde había estado? ¿Qué había hecho durante el último año? Tenía un aspecto estupendo, delicioso. Resultaba irritante.


Durante el último año él no había hecho más que trabajar duro, pero hasta ese momento no lo había relacionado directamente con ella. Había pensado que la situación había estrangulado su habitualmente exacerbado impulso sexual. Había pensado que el desastroso matrimonio y la extraña situación resultante habían disminuido temporalmente su interés por las mujeres. Sin embargo, ese «temporalmente», se había alargado y seguía sin tener ningún interés en salir con nadie.




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