sábado, 12 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 20

 

Al verle admitir lo intenso que era su deseo, Paula dejó de preocuparse tanto por ese arranque incontrolable de lujuria que parecía haberse apoderado de ella. No era propio de ella desear tanto a un hombre. Era toda una sorpresa, pero no era desagradable. Había algo mágico en la idea de hacer el amor con la idea de concebir un bebé. Era mucho mejor que lo que había estado haciendo en la clínica.


–Ya te lo estás pensando de nuevo –le dijo Pedro con suavidad–. Tienes que dejar de hacer eso, Paula. Céntrate en lo que estoy haciendo, y ya está.


No tenía que decírselo dos veces.


Le abrió la parte superior del pijama, dejándole los pechos al descubierto.


–Eres tan hermosa –murmuró, agarrándole el pecho de la izquierda y llevándose el pezón a los labios.


Pero no se lo chupó como solían hacer otros, como si se estuvieran bebiendo su cerveza favorita a través de una pajita que resultaba demasiado pequeña. Al principio no se lo chupó en absoluto, sino que empezó a lamerlo, lenta, lascivamente, hasta hacerla gemir de frustración. Se lo mordisqueó, lo atrapó entre dos dientes y tiró de él, lanzando una descarga de placer que la atravesó de un lado a otro. Cuando volvió a hacerlo, ella se echó hacia un lado, sacándole el pezón caliente de entre los labios. Habría protestado de nuevo si él no la hubiera acorralado contra la almohada. La hizo callar con un beso; nada que ver con el beso que le había dado antes. Fue un beso duro y hambriento; un beso que borró todos sus pensamientos a una velocidad vertiginosa. No paró de besarla hasta dejarla embelesada, hechizada. Le quitó la ropa lentamente y empezó a hacerle todas esas cosas que tanto había imaginado.


Pero esa vez era de verdad… Estaba allí tumbada, con los brazos y las piernas extendidos, mientras él besaba cada rincón de su cuerpo. Ella gimió de placer, gruñó cada vez que él se detenía, siempre que estaba a punto de alcanzar el clímax. Era una loca mezcla de placer y agonía.


–Oh, por favor –le dijo, suplicándole, cuando él dejó su hinchado clítoris una vez más.


–Paciencia, Paula.


Ella masculló un juramento.


–Muy pronto, cariño –le dijo él, sonriente.


Se incorporó, salió de entre sus piernas y fue a tumbarse junto a ella, apoyándose en un hombro.


–Confía en mí –le dijo, dándole un beso en los labios.


Se incorporó de nuevo y se quitó los bóxer negros que llevaba, dejando al descubierto una formidable erección; grande y gruesa. Paula no podía dejar de mirar su miembro excitado, erecto.


Cuando se tumbó a su lado, no pudo resistir el impulso de tocarle. Esa era la clase de respuesta que Pedro había esperado suscitar en ella. Quería que se olvidara de los bebés durante un rato y que disfrutara del sexo solamente.


Era eso lo que había planeado cuando le había pedido que fuera a verle a Darwin una semana antes. Había pensado que le llevaría tiempo seducir a Paula totalmente, que le iba a costar mucho hacerla entrar en ese estado mental erótico. Sin embargo, parecía que iba a conseguir su propósito mucho antes de lo esperado. Ella no estaba pensando en nada que no fuera sexo en ese momento.


Pedro sabía que debía detenerla, pero no podía. Las yemas de sus dedos eran como alas de mariposa sobre su miembro erecto. Nunca antes le habían tocado así; con tanta dulzura y sensualidad al mismo tiempo. Sus caricias le llevaron al borde del precipicio. Estar con Paula estaba poniendo a prueba toda su fuerza de voluntad. Ya había durado demasiado y apenas podía aguantar más…


–Ya basta, Paula –le dijo, extendiendo la mano y haciéndola detenerse–. Soy humano, ¿sabes? –añadió con una sonrisa suave cuando ella levantó la vista hacia él.


Paula apenas podía creerse que hubiera sido capaz de tocarle así. Le había encantado… Le había encantado sentirle entre los dedos, tan duro y tan suave a la vez. De repente, cuando Pedro le apartó la mano, pensó que quizá podría hacer con los labios lo que había estado haciendo con la mano… Un pensamiento sorprendente, sobre todo porque no tenía experiencia en esa clase de preliminares. Había probado un par de veces. A los hombres les encantaba, pero a ella nunca le había hecho mucha gracia. Jamás había imaginado que pudiera llegar a disfrutarlo, o a excitarse con ello. Sospechaba, no obstante, que hacérselo a Pedro sería completamente distinto. Y también lo sería tenerle dentro.


Una ola de deseo la sacudió por dentro.


–¿Qué pasa? –le preguntó él–. ¿Qué sucede?


–Hazme el amor –le dijo en un tono suplicante.


Mirándola fijamente, se puso entre sus piernas.


–Levanta las rodillas –le dijo–. Apoya los talones en la cama.


Con el estómago agarrotado, Paula hizo lo que le pedía. El corazón le latía locamente.


La penetró con suavidad y sutileza, pero ella no pudo evitar contener el aliento y soltarlo de golpe.


Él no se detuvo. Empujó más y más hasta llenarla por completo. La agarró de los tobillos y le puso las piernas alrededor de su cintura. De esa forma, pudo llegar mucho más adentro.


Paula estaba deseando que empezara a moverse… Al ver que no lo hacía, decidió tomar la iniciativa. Levantó las caderas de la cama. Pedro casi perdió el control… De repente se vio invadido por una necesidad imperiosa de hacerla suya brutalmente, como un cavernícola, sin más prolegómenos.


Empezó a moverse casi de forma involuntaria, con vigor, casi con violencia, adelante y atrás. Ella se movía con él, abrazándole sin piedad.


Pedro apretó los dientes, intentando resistirse al aluvión de sensaciones que amenazaban con lanzarle por el borde del precipicio. Desesperado, la agarró de las caderas y la sujetó con una fuerza brutal, tratando de ralentizar las cosas un poco… Pero ya era imposible. No podría durar mucho más. No podría…




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