domingo, 13 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 21

 


Paula entreabrió los labios cuando llegó al clímax. Jamás hubiera esperado sentir semejante golpe de estímulos. Nunca antes había experimentado espasmos tan poderosos, tan placenteros… Nunca antes había gemido de esa manera, con tanta lujuria, tan consciente de la conexión entre ambos. Pero cualquier sonido que pudiera emitir se vio eclipsado por los gruñidos de Pedro cuando alcanzó el orgasmo. Agarrándola con más fuerza aún, se estremeció de arriba abajo, echó atrás la cabeza, con los ojos cerrados…


Cuando por fin llegó, echó adelante la cabeza y abrió los ojos. La expresión de su rostro era de confusión…


Pero toda la confusión se desvaneció tan rápido como apareció. Paula se preguntaba si no lo había imaginado quizás… Un momento después él le sonreía, pero su sonrisa era sarcástica…


–No eres nada frígida, Paula –le dijo, quitándose de entre sus piernas–. De hecho, tienes lo que hay que tener para llegar a ser una gran cortesana.


Paula, que todavía estaba volviendo a la Tierra, aterrizó de golpe al oír sus palabras.


–Bueno, muchas gracias –le dijo en un tono desafiante–. Menudo piropo me acabas de echar, llamándome prostituta. Ahora, si no te importa… –levantó los hombros y sacudió las caderas, intentando sacarle de su cuerpo.


Fue un movimiento equivocado… Lo único que consiguió de esa manera fue recordarle lo que se sentía al tenerle dentro. Esas sensaciones maravillosas no la dejaban seguir enfadada.


–Sí que me importa… Estamos muy cómodos así, así que no seas tonta, túmbate y relájate.


Realmente sí que era una tontería seguirse resistiendo.


–Mucho mejor –le dijo él cuando ella volvió a recostarse en las almohadas–. ¿Y lo de relajarse un poco? Respira profundamente y suelta el aire despacio. Sí. Así.


Aunque hiciera lo que él le pedía, no era capaz de relajarse del todo.


–Para tu información –le dijo Pedro, sujetándole las mejillas y enredando los dedos en su pelo–. Una cortesana no es una prostituta cualquiera. Es una mujer atractiva y generalmente pobre que se gana la vida usando su talento erótico para tenderle una trampa a un amante rico. Eran muy valoradas por sus benefactores. Normalmente el amante le compraba una casa, le ponía servicio, le pagaba las facturas… Y todo por tener el privilegio absoluto de disfrutar de un cuerpo tan maravilloso.


–Muy interesante –dijo ella. De pronto se sentía retorcidamente halagada por sus palabras. –¿Y qué clase de talentos eróticos tenían las cortesanas?


Pedro se colocó encima de ella, apoyando los codos en la cama a ambos lados, pero sin salir de ella.


–Tenían muchos talentos y muy variados –le dijo él–. Pero una buena cortesana sabía muy bien lo que le gustaba a su amante en la cama, sus preliminares favoritos, sus fantasías… Y después lo hacía todo realidad.


–Bueno, ¿y qué fantasías tienes tú? –le preguntó ella.


Pedro la miró a los ojos y se preguntó cómo le iba a contestar a eso. No podía decirle la verdad. Eso estaba claro. La mayoría de sus fantasías sexuales eran demasiado excéntricas como para decirlas en voz alta. Pero al mismo tiempo, no obstante, había algunas fantasías que sí podía realizar, cuando se presentara la oportunidad… Muchas veces se había imaginado a Paula en la cama, siendo su esclava sexual… No podía resistirse a esa fantasía.


–Eso vas a tener que averiguarlo, mi querida Paula. Porque te vas a convertir en mi cortesana durante el tiempo que estés aquí.


–¿Qué?


–Ya me has oído.


–Eso no era parte del trato.


–No. Se me ocurrió cuando vi lo buena que eras en la cama.


–Oh –dijo ella y lo miró.


Realmente era bastante perverso, y conocía muy bien a las mujeres.


–¿Has hecho esto antes alguna vez? –le preguntó de repente.


–¿A qué te refieres?


–No te hagas el tonto, Pedro. Ya sabes de qué hablo. ¿Ese teatro es una de tus fantasías?


–No. Solo pensé que sería divertido. Eso es todo. ¿Qué pasa? ¿No te crees capaz? –le dijo, provocándola.


La primera reacción de Paula fue contraatacar, pero entonces se dio cuenta de que él solo trataba de halagarla diciéndole que parecía una cortesana. Ni siquiera sabía qué había hecho bien…


Pedro respiró hondo cuando la sintió moverse contra él. Le estaba respondiendo al desafío.


–Es evidente que la respuesta es «sí».


–Ahora sí que estás diciendo una tontería. No tengo ni la experiencia ni las habilidades necesarias para desempeñar ese papel.


–Esa es tu opinión –dijo él entre dientes.


–Puedes hacérmelo de nuevo, si quieres –le dijo ella en un tono seductor, sutil…


Él tenía toda la intención de hacerlo, sobre todo cuando ella enroscó las piernas alrededor de su cintura… Pero en cuanto empezó a moverse, volvió a ocurrirle… Esa descarga de adrenalina que anunciaba una pérdida total de control. Trató de ralentizar las cosas, pero su cuerpo tenía otros planes. Se adentró en ella con determinación y enseguida sintió que estaba a punto de llegar. Desesperado, se retiró y la hizo darse la vuelta, flexionándole las piernas y apoyándole las rodillas en la cama. Así tuvo unos instantes de alivio antes de penetrarla de nuevo. En cuanto lo hizo, no obstante, ella gritó de placer y entonces ya no pudo aguantar más. Unos segundos más tarde, se desplomaron juntos sobre la cama. Pedro la hizo recostarse de lado, para no aplastarla con su peso. La estrechó entre sus brazos y la sujetó con fuerza.


Muy pronto, su respiración se volvió más calmada y no tardó en sumirse en ese profundo sueño que solo llegaba tras tener sexo del bueno.


Desafortunadamente, él no tuvo tanta suerte. El sueño se le escurría de entre las manos. No podía dejar de pensar en la facilidad con que había perdido el control… Ella no tenía nada que ver con esas mujeres con las que solía salir. Era totalmente inocente en la cama, tan dulce… Las chicas con las que se acostaba normalmente no eran dulces e inocentes. Después de dejar la universidad, donde el sexo sin ataduras era un pasatiempo de lo más común, no había tardado en descubrir que acostarse con mujeres era peligroso para su salud mental. La mayoría de las chicas de su edad no buscaba una aventura de una noche. Esperaban que se quedara para desayunar. Esperaban que las invitara a salir de nuevo. Esperaban convertirse en algo más. Querían compromiso, algo que él no estaba dispuesto a darles. Siempre había disfrutado mucho de su vida de soltero. Disfrutaba de su libertad. Podía entrar y salir sin tener que responder ante nadie, sin molestar a nadie…


Así, se había dado cuenta de que solo las mujeres mayores que él podían darle lo que buscaba: tener relaciones regulares sin sentirse culpable todo el tiempo. Las recién divorciadas eran las mejores, y también las chicas con carrera que ya estaban casadas con su trabajo.


Durante los dos años anteriores había salido con muchas mujeres que solo buscaban algo de compañía agradable para una cena, seguida de un encuentro sexual placentero, normalmente en su casa. De esa forma no tenía que pedirles que se fueran por la mañana. Podía irse él mismo, si así lo quería.


Una vez su ama de llaves, Bianca, le había preguntado por qué no llevaba a casa a sus novias. Él le había dicho que en realidad ella era la única novia que tenía, porque le hacía reír.


Su corazón se encogió de dolor cuando pensó en Bianca, como siempre…


«No pienses en ella. No puedes cambiar lo que pasó…».


Paula se movió entre sueños, subió las rodillas y le empujó en el vientre con el trasero.


Rápidamente Pedro sintió que su sexo despertaba. No iba a poder dormir allí. El sentido común se lo decía. Reprimiendo un gruñido de placer, se apartó de su lado con cuidado.


La miró por última vez, se levantó de la cama y se puso los boxers.


¿Frígida? Era tan frígida como una noche de verano en el Amazonas.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario