sábado, 12 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 19

 


CUANDO los dedos de Pedro entraron en contacto con su frente, Paula se puso tensa. Cuando se enredaron en su pelo, apretó los dientes. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no gritar, pero finalmente lo consiguió.


Su madre solía acariciarle la cabeza cuando era pequeña y estaba enferma. El tacto de su mano era suave, la calmaba… El roce de las manos de Pedro también era suave, pero no tenía ese mismo efecto relajante, porque estaba demasiado rígida. No. No estaba rígida; estaba excitada… Era imposible relajarse teniendo los pezones duros como piedras, con un cosquilleo insoportable. En cuestión de segundos, ya no deseaba que le tocara la cabeza, sino otras partes de su cuerpo. Los pechos. El abdomen. Los muslos. El dolor de cabeza casi se le había quitado y había sido sustituido por un deseo arrebatador que resultaba tan exuberante y decadente como la lujosa habitación en la que estaba. Paula apenas podía entender lo mucho que deseaba que Pedro le quitara la ropa. Ya no le importaba si él pensaba que tenía los pechos demasiado pequeños. Quería sentir sus manos sobre ellos.


Su boca… Si hubiera tenido agallas, le habría dicho lo que deseaba. Pero ella nunca había sido atrevida en la cama. Al mismo tiempo, no obstante, sentía que tenía que decir algo, cualquier cosa… Algo con lo que pudiera darle a entender que podía seguir adelante…


–Se me ha quitado el dolor.


Pedro se detuvo. Paula abrió los ojos, a ver si así entendía lo que estaba pensando.


No tuvo mucho éxito… Debería haber sabido que no podría leerle la mente. Pedro nunca había sido un libro abierto precisamente.


–A lo mejor debería volver a mi habitación –le dijo, intentando que no se le notara la angustia.


Pedro soltó el aliento con exasperación.


–Creí haberte dicho que no le dieras tantas vueltas a las cosas. Quédate donde estás, Paula.


–¿Me quedo?


–Sí. Deseas esto tanto como yo. Si no fuera así, no te habrías quedado. Me habrías mandado al infierno, y habrías vuelto a tu habitación. Te conozco lo bastante como para saber que eres muy testaruda. Nunca haces nada que no quieras hacer. Quieres que te haga el amor, Paula, así que…. ¿Por qué no lo admites de una vez?


Ella le fulminó con la mirada.


–Supongo que no tiene sentido hacerte esperar –le dijo con desdén–. No si estás tan desesperado. Ya casi es mañana… Pero tampoco te vayas a creer que lo estoy deseando como una loca.


Él sonrió.


–Ya veremos, Paula. Ya veremos…


Paula trató de pensar en algo inteligente y mordaz, pero el cerebro se le había bloqueado por completo nada más sentir su mano sobre el botón superior del pijama. Contuvo la respiración mientras él se lo desabrochaba. Por suerte no la estaba mirando a la cara y no podía ver su expresión de estupefacción. Lentamente Pedro fue por el siguiente botón, y después por el siguiente… hasta abrirle los cinco botones… Para cuando terminó de abrirle la parte superior del pijama, ella apenas podía respirar. Trató de recobrar el aliento… Él levantó la vista.


–¿Quieres que pare?


Ella sacudió la cabeza.


–Bien –dijo él–. Porque creo que no podría.




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