sábado, 21 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 33

 


El ayuntamiento estaba decorado con guirnaldas y piñas. Paula y Pedro se detuvieron en la puerta de entrada y éste tuvo que reprimir una sonrisa al ver que parte de los asistentes, Gaston Sears y su grupo, interrumpían la conversación que mantenían en torno a una mesa llena de aperitivos, se daban la vuelta y se quedaban mirándolos boquiabiertos.


Paula se puso rígida y él le tomó la mano para que lo agarrara del brazo y transmitirle que no estaba sola. No la había llevado allí para echarla a los leones. La mano de ella tembló, pero alzó la barbilla, sonrió y se irguió todo lo que pudo. Esa demostración de valor hizo que él se sintiera orgulloso.


—Estoy segura de que ya tienen tema de conversación para toda la noche —bromeó ella.


Él se soltó de su mano para agarrar dos copas de champán de la bandeja que llevaba un camarero.


—Nosotros, en cambio, no volveremos a pensar en ellos en toda la noche.


—Brindemos por eso —dijo ella. El peinado le resaltaba los pómulos y los ojos. Él sintió ganas de acariciarle el pelo, de ponerle la mano en la nuca y atraerla hacia sí para… Detuvo sus pensamientos en seco.


—¿Con quién vamos a hablar en primer lugar? —preguntó ella.


—Ven conmigo —le puso la mano en la espalda para conducirla hacia un grupo que había al otro lado del salón. Tuvo que reprimir un gemido al sentir el calor de su piel a través de la tela del vestido y al ver lo seductoramente que se balanceaban sus caderas. Entonces vio a Samuel Hancock, que estaba sin pareja.


Samuel y su hermana no habían vendido la casa familiar al morir su padre, aunque ninguno de los dos vivía en Clara Falls. Usaban la casa los fines de semana.


—Acabo de ver a tu viejo amigo Samuel Hancock —dijo él en un tono menos despreocupado de lo que le hubiera gustado—. ¿Quieres acercarte a saludarlo? —se aferró a la promesa que ella le había hecho de marcharse con él al acabar la fiesta. Trató de relajarse. Ella no volvió la cabeza para mirar a Samuel ni dejó la copa para salir corriendo a abrazar a su antiguo amante. La opresión que sentía en el pecho cedió un poco. ¿Qué le pasaba? ¿No quería a Pau para él, pero tampoco para otro hombre? ¿O solo se trataba de Samuel Hancock? Trató de imaginarse a Paula con cualquier otro hombre de los que había en la sala. Apretó los dientes: no, no se trataba únicamente de Samuel. Estupendo. Era como el perro del hortelano. Pero… definitivamente, la quería para él.


—¡Pedro!


Volvió a la realidad bruscamente.


—Deja de mirar así a la gente. Si se supone que nos la tenemos que ganar, no vas por buen camino con esa mirada.


Él se echó a reír. Sus palabras, la regañina y la calidez de sus ojos consiguieron que se relajara.


—Ven, te voy a presentar a los Beto —disfrutaría de lo que le deparara la noche. Nada más.


Pau conversó con todos los conocidos de Pedro, por lo que éste disfrutó enormemente de la fiesta. La antigua Paula carecía de esa seguridad en sí misma y de esas habilidades sociales. La antigua Paula se habría retraído y escondido detrás de él. La antigua Paula era una niña; la nueva versión, una mujer fuerte y segura. Algo le decía que ella se había ganado esa serenidad.


Cenaron juntos y bailaron el primer baile… y el segundo. Pedro casi suspiró aliviado cuando Paula le dijo que iba a retocarse el maquillaje. Necesitaba oxígeno. Pero eso no le impidió mirarla mientras recorría la sala. La gente la paraba o era ella quien lo hacía. Se detuvo frente a Samuel Hancock, que estaba sentado solo. Pedro se agarró a la mesa. Samuel se puso en pie de un salto y dijo algo que hizo que ella se riera. Paula le contestó y él se rió. Luego siguió su camino.


Si no hubiera estado sentado, Pedro se habría desplomado. Se dio cuenta de repente de que Paula no había flirteado con ningún hombre en toda la noche. Frida lo habría hecho con todos, lo cual era una táctica de defensa, ya que al flirtear con todos los presentes, los mantenía a distancia. Paula no era como su madre. ¿Se había equivocado él ocho años antes? La volvió a ver en brazos de Samuel Hancock y recordó lo que ella le había dicho, lo cual seguía probando su culpa, su infidelidad.


Pero, de pronto, se dio cuenta de que ya no estaba seguro de nada.



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