Días después, Paula se sentó en el auditorio del instituto sin apenas creer que Pedro y el profesor Paula la hubieran acompañado a la conferencia mensual que patrocinaba el Ayuntamiento. Era un evento que pretendía crear una conciencia cultural y la conferencia de aquel día era sobre Alemania. Tendría que haber sido fascinante, pero el supuesto experto que la daba, hablaba en un tono muy monótono. Era un misterio cómo alguien podía hacer que un bonito lugar como Alemania sonara tan aburrido.
Paula miró al profesor, que tenía sentado a un lado. Su cara no era muy expresiva, pero parecía estar escuchando. Pedro, que se sentaba al otro lado, parecía más interesado en acariciarle la palma de la mano.
Una calidez que parecía traicionera inundó a Paula. Pedro podía haberse disculpado por su comportamiento cuando eran niños y haberla besado repetidas veces, pero seguía siendo la misma persona. Tenía que recordar que Pedro sólo tonteaba con ella porque era la única mujer que tenía cerca… como había ocurrido antes. ¿Por qué le importaría que la gente los viera juntos?
Después de todo, a él no le importaba Divine ni lo que la gente de allí pensara de él y necesitaba algo para pasar el rato. Pero pronto volvería a Chicago y le costaría recordar el nombre de ella.
No se dio cuenta de que había suspirado hasta que Pedro se inclinó sobre ella y le susurró:
—¿Qué te pasa?
—Nada —soltó su mano y la apoyó en su regazo.
Se oyeron risas entre el público y Paula se puso recta pensando qué era lo que se había perdido.
Había un gato sentado en el escenario frente al conferenciante con la cabeza erguida, como si estuviera escuchando. Después de un rato, agitó la cabeza, bostezó y comenzó a limpiarse el trasero.
Paula se tapó la boca con la mano. Por muy aburrido que fuera el conferenciante, era de mala educación reírse. Aunque Pedro no debía pensar lo mismo, porque soltó una sonora carcajada y ella le dio un toque con su hombro. Le hubiera dicho algo, pero el gato levantó la cabeza y chilló de forma escandalosa.
El conferenciante paró, se colocó las gafas y miró atónito al felino.
El conferenciante paró, se colocó las gafas y miró atónito al felino.
—Todos podemos ser críticos —dijo con solemne dignidad, aunque sus ojos no se reían.
Al decir eso, la gente se echó a reír mientras el gato miraba a su alrededor asustado. Sin duda estaba abandonado y hambriento.
—Pobrecito.
Pedro conocía ese tono de voz. Miró a Paula y la vio con la mirada fija en el gato. Era blanda y había insistido en que usaran trampas que no mataran a los ratones, en el desván, aunque Pedro le había dicho que volverían a entrar. Paula había puesto cuidadosamente las lombrices de nuevo en la tierra mientras hablaba con ellas sin saber que Pedro la estaba escuchando.
Ahora tenía la impresión de que llevaría un gato en su lujoso coche de vuelta a casa, a menos que el destino se apiadase de sus asientos de cuero.
Podía negarse, pero probablemente no lo haría. No quería que Paula pensara que le importaba más su BMW que el destino de un gato abandonado.
No parecía que a Paula le gustara él.
Normalmente se hubiera dicho a sí mismo que pensar eso era una locura, especialmente después de los besos que se habían dado, pero lo pensaba. Por lo menos deberían ser amigos. ¿Era mucho pedir? Se había disculpado por lo ocurrido en el pasado y ella lo había aceptado, aunque, todavía, sus ojos parecían distantes. Aquello estaba volviendo loco a Pedro, aunque pensara que podía ser lo mejor que podía pasar.
Cuando acabó la conferencia, Paula quiso seguir al gato.
—Ahora vuelvo —dijo mientras la gente aplaudía y un momento después, tenía el gato acurrucado entre sus brazos, sin importarle que estuviera ensuciándole el vestido.
Va a ser difícil convencer a Pedro que el amor es bueno.
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