sábado, 8 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 7





Paula entró en el espacioso vestíbulo intentando recobrar la compostura. No solía tener la oportunidad de explorar una casa tan maravillosa y antigua como aquélla, pero no era la casa de Joaquín Alfonso la que hizo subir su temperatura, sino su nieto.


Maldito sea. Paula no se hacía ilusiones de que la detenida mirada de Pedro examinando su cuerpo indicara atracción. Era normal que deportistas y ex deportistas miraran a una mujer como si fuera un pedazo de carne. Por lo único por lo que Paula se hizo ilusiones era por no avergonzarse. Sabía que apenas llenaba una copa B de sujetador, algo que su ex marido mencionaba regularmente, pero era inteligente y no iba a disculparse por no ser sexy.


Pedro la hacía reaccionar de una forma profunda y desinhibida, haciéndola consciente de su propio cuerpo de una forma diferente. Incluso después del encuentro menos amistoso del día anterior, el tacto de las sábanas en sus piernas le había hecho pensar en él. 


Después, se había sorprendido pensando en él cuando se había puesto la típica ropa cómoda aquella mañana y se le había ocurrido que ponerse algo más favorecedor no sería malo. 


Después de todo, no trataba de que Pedro se sintiera atraído por ella, sino de verse más guapa.


Por Dios, o dejaba de pensar en esas cosas o tendría graves problemas.


Lanzó una última mirada al salón y a la cara triste de Joaquín Alfonso y comenzó a subir la escalera. El único lugar que Pedro no le había enseñado era el desván, sólo le había señalado una puerta en el segundo piso situada en la parte trasera, junto a la escalera de la cocina. Era lógico comenzar por ahí.


Aunque en el resto de la casa estaba fresco, en el desván hacía calor y Paula se abanicó mientras observaba boquiabierta el amplio lugar. Era enorme y estaba lleno de todo tipo de objetos, desde una antigua máquina de coser a pedal, a cuadros, a una acumulación de polvo y telas de araña que la pusieron nerviosa. Realmente, odiaba las arañas.


—Las fobias indican una mente desordenada —se recordó mientras levantaba una pintura que se apoyaba sobre un perchero roto y sonrió al reconocer que era de uno de sus artistas favoritos. Al poco tiempo estaba explorando los rincones más profundos del desván.


Muebles antiguos mezclados con arte y un viejo gramófono que todavía funcionaba. En un baúl encontró un vestido de la época Eduardiana y pensó cómo le sentaría a ella un traje tan adorable. Ridículo, probablemente, pero no pudo evitar sacudirlo para probárselo por encima.


«¿Cómo será sentirse guapa y atractiva? ¿Y llevar algo con la intención de provocar? ¿Y algo sedoso y escandaloso?», pensó.


Paula frunció el ceño y dobló el vestido nuevamente. Ella siempre había vestido ropa práctica, amplia, sin ningún estilo definido. Habría sido diferente si su madre estuviera viva, pero su padre nunca se había preocupado por nada más que por sus estudios. Más tarde, su entonces marido, celoso sin motivo, no había querido que se pusiera nada revelador.


Frunció el ceño pensando en Butch. Quizá la había amado de la única posesiva e insegura manera de la que un deportista es capaz de amar. Le había suplicado que no se divorciara de él y le había jurado que cambiaría si le daba otra oportunidad. El problema era que ya le había dado muchas oportunidades y se había dado cuenta de que su autoestima quedaría tan machacada por sus insultos y sus infidelidades que algún día, sería incapaz de marcharse.


Lo triste era que podían haber estado bien juntos, ya que se reían de las mismas cosas, disfrutaban viendo películas antiguas y ambos habían querido celebrar su luna de miel en Disney World. Las personas que no se ríen y no juegan lo tienen muy difícil para hacer funcionar un matrimonio. 


Pero las cosas cambiaron justo antes de la boda. El hermano mayor de Butch, murió y él trató de ocupar el lugar de Dany en una familia que nunca aprobó que dejara la universidad cuando sólo había terminado un semestre.


—Olvídalo —murmuró. Una parte de ella estaba triste porque su matrimonio había terminado, pero otra parte se sentía aliviada.



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