sábado, 11 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 17




—Señora Alfonso, el avión aterrizará en breve.


Paula abrió los ojos y vio a una azafata que estaba junto a ella con una bandeja en las manos.


Se incorporó un poco y se frotó los ojos. Se sentía completamente desorientada.


Se alisó el vestido de novia con las manos, pero no le sirvió de nada. La seda estaba ya muy arrugada.


Aún no entendía lo que había ocurrido. Era una novia feliz y contenta y, un segundo después, veía cómo Pedro la sacaba del castillo, la metía en un avión y se marchaba sin dar las gracias a Lucia y a Ramiro por todas las molestias que se habían tomado. Habían salido huyendo de la celebración de su propia boda como si fueran unos ladrones. Una vez en el avión, él la había ignorado por completo y se había negado a responder ninguna de las preguntas que ella le hacía. Se había sentado tan lejos de ella como había podido y, entonces, le había pedido a la azafata que le sirviera un whisky. A continuación, se había limitado a olerlo y le había ordenado que se lo llevara.


¿Se había vuelto loco?


Se pasó el resto del corto vuelo trabajando en su ordenador.


Asombrada y dolida, Paula se había quedado dormida mirando por la ventanilla.


—¿Dónde estamos? —le preguntó a la azafata.


—Hemos empezado las maniobras para poder aterrizar en Atenas, señora.


—¡Atenas! —exclamó ella—. ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?


—Casi dos horas.


Dos horas. Miró a su esposo y vio que seguía sentado frente a su escritorio.


Decidió darle el beneficio de la duda y pensó que podría ser que, efectivamente, tuviera trabajo que hacer, algo tan urgente e inesperado que no le hubiera permitido disfrutar adecuadamente de su luna de miel.


Sin embargo, esa explicación no la satisfizo. Pedro se había mostrado frío y distante desde el momento en el que se convirtió en su esposo.


Era casi como si estuviera enfadado con ella, pero eso no tenía sentido. ¿Acaso no había ido a Londres para buscarla? ¿No había sido él quien le había propuesto matrimonio cuando descubrió que estaba embarazada? ¿No se había pasado días tratando de convencerla tierna y apasionadamente para que se casara con él?


Cuando por fin se había convenido en su esposa, había empezado a comportarse como un hombre que despreciaba hasta su misma existencia. No entendía nada.


La azafata le colocó cuidadosamente una bandeja sobre la mesa más cercana.


—El señor Alfonso pensó que tal vez le apetecería tomar algo de comer antes de
que aterricemos.


—¿Y no quiere cenar conmigo? —le preguntó, sin poder ocultar el dolor que sentía.


—Lo siento, señora.


Cuando la azafata se marchó, Paula trató de pensar, de comprender.


Pedro no podía haberse casado por su dinero, dado que la fortuna de ella, por muy grande que fuera, no podía igualar la de él. ¿Por qué, entonces?


¿Por qué estaba embarazada de él? Había dicho que quería darle al niño su apellido. ¿Era ésa la razón?


No. Se dijo desesperadamente que Pedro se había casado con ella porque la amaba. Sin embargo, en realidad, jamás había pronunciado esas palabras…


Tomó la fruta y el agua que había en la bandeja. Pedro, a pesar de sus continuas miradas, siguió ignorándola mucho después de que el avión aterrizara. Después de que la puerta se abriera, los dos bajaron las escalerillas. Ella respiró profundamente.


Atenas a medianoche.


Los asistentes y varios guardaespaldas los estaban esperando en la pista, junto con dos coches. Pasaron el control de aduanas rápidamente y, a los pocos minutos, los dos estaban sentados en el asiento posterior de un Bentley negro. Un chófer los llevaba a la ciudad.


Ella lo miró fijamente hasta que consiguió que él se fijara en ella.


Pedro, ¿por qué te comportas de este modo?


—¿De qué modo?


—Como si fueras un estúpido.


Él apretó la mandíbula y se puso a mirar por la ventanilla.


—Lamento que te sientas tan necesitada y tan insegura, que creas que debes ser el centro de mi atención en cada momento, pero, al contrario de ti, a mí no me basta con vivir del dinero de otras personas. Al contrario de ti, yo soy el dueño de un negocio y debo dirigirlo. El hecho de que estemos casados no significa que tenga la intención de pasarme todas las horas del día adorándote.


Paula lo miró con la boca abierta. Estaba completamente atónita.


Respiró profundamente para no responderle de forma grosera y trató de ver las cosas desde su punto de vista para ver si existía la posibilidad de que ella se estuviera comportando de un modo poco razonable.


No.


Apretó las manos y respiró profundamente para tranquilizarse. Era su esposa.


Quería mostrarse cariñosa y comprensiva. 


Estaban en su luna de miel. No quería iniciar una pelea sobre algo tan pequeño como un cambio en el estado de ánimo de Pedro. Sin embargo, por otro lado, no era un felpudo y lo mejor era que su esposo se fuera enterando.


—Por supuesto que entiendo que debes trabajar —dijo, tratando de hablar en el tono de voz más amable y comprensible posible—, pero eso no explica por qué te has mostrado tan frío conmigo toda la noche. Ni por qué nos hemos tenido que marchar de la Toscana. Después de todas las molestias que se tomaron tus amigos, podríamos al menos haber pasado la noche allí.


—No me interesaba.


Paula se sonrojó. Se sintió profundamente humillada. Llevaba toda la noche imaginándose su noche de bodas, anhelando estar con Pedro y sentir cómo él le hacía el amor. Aparentemente, a él no le interesaba en absoluto.


—¿Por qué me tratas de este modo? —susurró—. Llevas haciéndolo desde el momento en el que me convertí en tu esposa. ¿Acaso… acaso lamentas haberte casado conmigo?


Pedro la miró fijamente y luego se giró hacia un lado mientras sacaba el ordenador de su funda.


—Llegaremos pronto a casa.


—¿Por qué te comportas como si, de repente, me odiaras?


—No voy a hablar de esto contigo en este momento.


—¿Cuándo entonces?


El teléfono de Pedro comenzó a sonar.


—Lo sabrás todo muy pronto —dijo. Abrió el teléfono—. Alfonso.


Mientras hablaba por teléfono en griego, Paula se miró el enorme diamante que tenía en el dedo. Llena de aprensión, dirigió entonces su mirada hacia la ventanilla.


¿Por qué se había casado Pedro con ella si tenía la intención de tratarla de aquella manera?


Se colocó la mano sobre el vientre, donde estaba creciendo su hijo, y notó que estaba más redondeado que antes.


«Yo no le habría dado mi virginidad a menos que fuera merecedor de mi amor», se dijo. No había querido casarse con él tan rápidamente.


Había tratado de resistirse, pero Pedro no había hecho más que insistir.


Se había mostrado tan cariñoso, tan paciente… Tan perfecto…


¿Habría cometido un grave error casándose con él?


«Y tienes motivos para tenerlo». Eso era lo que él le había dicho, con una extraña mirada en los ojos. ¿Era posible que se hubiera casado con ella sólo porque estaba embarazada de su hijo o por alguna otra razón más siniestra?


No podía ser por amor a juzgar por el modo en el que se comportaba con ella.



2 comentarios:

  1. Cuánta maldad de Pedro, se va a arrepentir seguro. Está buenísima esta historia.

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  2. Pobre Pau!! Ya quiero descubrir las piezas que le faltan a este rompecabezas!

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