domingo, 12 de julio de 2020
UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 18
El Bentley se detuvo frente a un elegante edificio de nueve plantas situado en una imponente plaza del centro de la ciudad. Pedro se bajó del coche sin mirar atrás.
Por primera vez, dejó que fuera el chófer quien la ayudara a salir del coche.
Ya en la acera, Paula miró el edificio y la Acrópolis, que estaba iluminada. Se sobresaltó al oír la voz de Pedro a sus espaldas.
—Bonita, ¿verdad?
Se dio la vuelta y vio que él la estaba observando con un gesto cruel y jocoso a
la vez.
—Sí.
Mientras el conductor y el portero se ocupaban del equipaje, Pedro se acercó a ella.
—Te encantará la vista que tenemos desde el ático. Allí fue donde te entregaste a mí por primera vez —le susurró al oído—. Durante semanas, no dejamos esa cama casi en ningún momento.
—Bien, pues espero que disfrutaras porque no va a volver a ocurrir —le espetó ella, levantando la barbilla.
Los ojos de Pedro se oscurecieron ante aquel desafío. Le agarró la mano y, aunque ella trató de apartarla, no la soltó. Seguidos de guardaespaldas y sirvientes, entraron en el exquisito vestíbulo y se dirigieron al ascensor.
Sólo la soltó cuando estuvieron a solas en el enorme ático. Paula se frotó la muñeca y lo miró fijamente.
—¿Por qué estabas tan decidido a casarte conmigo tan rápidamente, Pedro? —le preguntó—. ¿Por qué? Quiero la verdad ahora mismo.
—¿La verdad? —replicó él—. Eso es una novedad en lo que se refiere a ti.
—¿Ha sido porque yo estaba embarazada?
—Siempre protegeré a mi hijo.
El dolor que sintió al oír aquellas palabras fue inmenso. No había amor. No tenía nada que ver con el amor.
—Si sólo ha sido por el bien del niño, ¿por qué me has mentido? ¿Por qué me dijiste que me amabas?
—Yo no te he mentido nunca. Dije que quería casarme contigo y darle mi apellido a ese niño. Las dos cosas son ciertas.
—Me hiciste creer que me amabas —susurró ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Me engañaste para que me casara contigo. ¿Es que no tienes sentido alguno del honor?
—¡Honor! ¡Tú me acusas de deshonor!
Paula de repente sintió mucho miedo. Pedro estaba muy cerca de ella y le había agarrado las dos muñecas con fuerza.
Entonces, sintió el aliento de Pedro sobre la
piel. Oyó que su respiración dejaba de reflejar ira para indicar algo muy distinto. Él comenzó a mirarle los labios y, en aquel momento, Paula creyó que el corazón iba a detenérsele.
Tras tomar una gran bocanada de aire, él le soltó las manos. Se apartó de ella y se dirigió hacia el pasillo. Unos instantes más tarde, regresó con una prenda muy ligera y plateada en las manos.
—Ponte esto —le dijo, con desprecio. Entonces, le lanzó la prenda a la cara.
Paula lo observó durante un instante. El corazón seguía latiéndole con fuerza.
Entonces, consiguió serenarse y levantó el vestido. Era un minúsculo vestido de cóctel adornado con lentejuelas metálicas.
Resultaba muy sexy… como el resto de las prendas que ella había regalado en Venecia.
—No. Te he dicho que no quiero volver a vestirme así nunca más.
—Harás lo que yo te diga.
—Soy tu esposa, no tu esclava.
Pedro se acercó de nuevo a ella con gesto amenazante y la agarró por los hombros.
—Me obedecerás o…
—¿O qué? —le espetó ella.
Sus miradas se cruzaron. Paula oyó que la respiración de Pedro se aceleraba. Sabía que él quería besarla. Lo sentía. Sin embargo, la soltó sin hacerlo. Su expresión se convirtió en una máscara. Cuando miró su reloj de platino, tenía un aspecto casi aburrido.
—Es mejor que te des prisa. Nos marchamos dentro de diez minutos. Arréglate lo mejor que puedas, ¿de acuerdo? —añadió, fríamente—. En la fiesta estará un viejo amigo tuyo.
—¿Fiesta? ¿Qué fiesta? ¿De qué amigo me estás hablando?
Pedro se marchó sin responder, dejándola sola para que se cambiara de ropa.
«Sola», pensó amargamente.
Ni siquiera había sabido el significado de aquella palabra hasta que se había convertido en una mujer casada.
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