sábado, 11 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 14





Besar a Paula fue como caer en el Infierno. El fuego le abrasó por todas partes. Le colocó la mano en la nuca y enredó los dedos en su hermoso cabello para poder profundizar el beso.


Llevaba meses odiándola, deseándola. ¿Por qué el hecho de poder besarla por fin le abrumaba más de lo que lo había hecho nunca? No era sólo deseo lo que había hecho que el beso fuera diferente. El beso era diferente porque ella era diferente.


Se apartó de ella y la miró. Paula seguía teniendo los ojos cerrados.


Una hermosa sonrisa se le había dibujado en los labios. Con su ropa y su corte de pelo nuevos, parecía dulce, natural. Verdadera.


Pedro sintió un profundo deseo de llevársela a la cama. De hecho, había extendido la mano para llevarla de camino al hotel cuando se detuvo en seco.


¡No!


No podía olvidar con quién estaba tratando. La mujer dulce e inocente que había delante de él era sólo un espejismo. La verdadera Paula Chaves era una zorra superficial, una mentirosa egoísta. Le había dado a él su virginidad sólo para poder traicionarle con otro hombre.


No podía consentir que ella ganara. En aquella ocasión, la victoria estaría de su lado.


—Cásate conmigo —reiteró una vez más—. Cásate conmigo ahora mismo.


—Está bien —susurró ella—. Está bien…


Pedro exhaló un suspiro.


—Hoy mismo…


—Sí, me casaré contigo hoy mismo —murmuró ella, mirándolo con un rostro feliz, casi lloroso.


—¿Qué se va a casar Pedro Alfonso? —exclamó un hombre a sus espaldas—. ¡No me puedo creer que lo acabe de escuchar!


Pedro se dio la vuelta y se encontró con un viejo amigo. Éste solía pasar su tiempo entre Nueva York y la Toscana. ¿Qué diablos estaba haciendo en Venecia?


—Ramiro —dijo—, ¿qué estás haciendo aquí?


—Jamás creí que vería este día —replicó Ramiro Navarre con una sonrisa—. Siempre dijiste que no te casarías nunca. Me lo hiciste pasar muy mal cuando me casé con Lucia. ¡Todos acabamos cayendo! —exclamó, riendo—. Me muero de ganas por conocer a la mujer que…


En ese momento, Paula se dio tímidamente la vuelta para mirarlo. La sonrisa se heló en labios de Ramiro. Se detuvo en seco, con los ojos abiertos de par en par.


Entonces, se volvió a su amigo y le dedicó una mirada de perplejidad.


—¿Qué clase de broma es ésta?


Paula parpadeó y frunció el ceño.


—¿A qué se refiere? —preguntó.


—Simplemente no se puede creer que una mujer como tú vaya a querer sentar la cabeza al lado de un hombre como yo —respondió Pedro. Entonces, por encima de la cabeza de Paula, miró fijamente a Ramiro—. ¿No es así?


Su amigo comprendió enseguida.


—Sí, así es.


—¿Nos conocemos?


Ramiro frunció el ceño. Parecía no entender nada.


—Nos hemos visto varias veces, principalmente en fiestas. Una vez, estuvo usted en un comité benéfico con mi esposa.


—Oh —dijo Paula. Entonces, extendió la mano y le dedicó un gesto de disculpa— Lo siento mucho. Últimamente, he tenido algunos problemas de memoria. ¿Cómo se llama usted?


—Ramiro Navarre. Mi esposa se llama Lucia.


—Encantada de conocerlo. ¿Está su esposa aquí?


—No. Se encuentra en nuestra casa de la Toscana con nuestros hijos —dijo Ramiro mientras le estrechaba la mano. Entonces, interrogó a Pedro con la mirada—. He venido a Venecia para comprarle un regalo. Hoy es nuestro tercer aniversario de boda.


—¡Qué romántico!


—No tanto como lo vuestro. ¿De verdad os vais a casar hoy?


—Sí —dijo ella, tímidamente. Entonces, miró a Pedro. Ella irradiaba alegría y felicidad.


Ramiro tenía razones de sobra para parecer perplejo. Él era una de las pocas personas que conocía todo lo ocurrido entre Paula y él. Sabía que ella le había robado unos documentos que le había entregado a su mayor rival. Este los había filtrado a la prensa con toda clase de desagradables insinuaciones. Sin duda, Ramiro se estaba preguntando por qué, en vez de arrancarle la cabeza por haber estado a punto de arruinarlo, Pedro le había pedido a Paula que se casara con él.


—Sí, nos vamos a casar hoy —confirmó él—. Además, tenemos más noticias — añadió—. Vamos a tener un niño.


—Oh —dijo Ramiro entonces, como si de repente todo tuviera sentido.


—Ahora, si nos perdonas tenemos que marcharnos…


—¡Marcharos! —exclamó Ramiro—. Eso ni hablar. Veníos a la Toscana conmigo, amigo. Sólo está a tres horas en coche de aquí. Yo me marcho ahora mismo.


—Pero es vuestro aniversario —dijo Paula—. No podríamos entrometernos de ese modo.


—Tonterías —replicó Ramiro—. Llamaré a Lucia. Hace mucho tiempo que no ha planeado una fiesta, dado que está en casa con los niños. Le encantará tener excusa para una fiesta improvisada. Además, lleva mucho tiempo queriendo enseñar nuestra casa desde que terminamos de reconstruir el castillo…


—¿Un castillo? —susurró Paula—. ¿En la Toscana?


—Sí. La parte más antigua son las murallas medievales que hay alrededor de la rosaleda. Resulta especialmente hermoso en septiembre. «Estación de brumas y de suave madurez» y todo eso —añadió, mirando un poco avergonzado al paquete que tenía entre las manos.


—Keats —dijo Paula, sorprendida.


—A Lucia le encanta la poesía —suspiro, señalando el paquete—. Es una primera
edición.


Paula miró a Pedro con gesto suplicante.


—Todo suena encantador…


¿Una boda romántica a la que asistirían sus amigos?


—Ni hablar —replicó Pedro—. Nos basta con hacerlo aquí rápidamente y ya está.


—Oh, por favor, Pedro. Preferiría casarme acompañada de algunos de tus amigos. Sin amigos y sin banquete de boda, nada parecería real.


Efectivamente. De eso se trataba precisamente. Ese matrimonio no era real. Era tan sólo un medio para alcanzar un objetivo.


—Comprendo que no quieras molestar a tus amigos el día de su aniversario — dijo ella—. Tal vez podríamos esperar unos días, planear algo aquí en Venecia e invitarlos a ellos aquí.


—Está bien —dijo Pedro, apretando los dientes. Decidió perder aquella batalla para ganar la guerra.


—¿De verdad?


—Si. Nos casaremos en la Toscana.


—¡Oh, gracias! —exclamó ella, levantando los brazos para abrazarlo—. ¡Eres tan bueno conmigo!


—Iré a por mi coche —dijo Ramiro.


—No —le ordenó Talos—. Mis hombres se ocuparán de tu coche. Iremos en mi avión. No quiero retrasarlo.


—Lo comprendo —dijo Ramiro con una mirada de complicidad a su amigo. Entonces, sacó su teléfono móvil—. Llamaré a Lucia para decirle que vamos de camino.



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