sábado, 11 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 15





Cuando se había despertado aquella mañana, Paula no podría haber imaginado que sería el día de su boda ni que se casaría en un castillo de la Toscana.


La hermosa Lucia Navarre, a la que el ama de llaves llamaba contesta había establecido con Paula un rápido vínculo. La trataba como si fuera una querida amiga, aunque, aparentemente, sólo se habían visto una vez antes. Cuando Paula le habló sobre su amnesia, Lucia se echó a reír y le dijo que le parecía que la amnesia era una ventaja en cualquier matrimonio.


—Créeme —añadió, secamente—. Hay algunas cosas de mi propio matrimonio que no me importaría olvidar.


Paula había observado cómo Lucia llamaba a un diseñador para que le llevara seis vestidos de boda aquella mañana y le organizaba el ramo de flores por teléfono sin dejar de atender a su hija de tres años y cuidar a su pequeño bebé de tres meses.


—Espero ser una madre con la mitad de tus habilidades —dijo Paula mientras el diseñador le probaba otro vestido. Vio cómo Lucia metía al niño en un portabebés—. Lo haces todo tan bien y todo al mismo tiempo…


—Tal vez te parezca eso, pero, créeme, nunca dejo de preguntarme si estoy
haciendo lo suficiente o ni siquiera si lo estoy haciendo bien. Estoy segura de que tú
lo harás mucho mejor. No te conozco muy bien, pero hay algo sobre ti que siempre me ha confundido.


—¿El qué?


—Has cultivado siempre una imagen de chica frívola, pero durante el tiempo que trabajé contigo en la organización de una fiesta benéfica, me quedé asombrada de la capacidad de trabajo que tienes y de tu empuje. Eres la persona más decidida que conozco, pero no dejas que se vea, ¿por qué?


Paula parpadeó. Entonces, suspiró con fuerza.


—No sé qué decir. Pedro me ha descrito de un modo completamente diferente. ¡Es como si yo fuera dos personas completamente diferentes!


—En ocasiones, mostramos lados diferentes a las personas por una razón en concreto.


—¿Cómo cuál?


—Bueno, no sé. Puede ser por un deseo de agradar o porque se quiere ocultar. Oh, éste es precioso —dijo Lucia refiriéndose al vestido—. Perfecto. ¿Qué te parece a ti, Ruby? —le preguntó a su hija—. ¿Te gusta?


La niña asintió maravillada.


—¿Qué te parece a ti? —le preguntó a Paula.


Esta se miró en el enorme espejo. El vestido era muy sencillo, de seda de color crema, con un corte que acentuaba los senos y las curvas de su cuerpo. Sintió que se le hacia un enorme nudo en la garganta y tan sólo pudo asentir.


—Este es el elegido —le dijo Lucia al diseñador, que alegremente comenzó a tomarle el bajo del vestido.


—Yo soy la que lleva las flores —anunció Ruby en tono solemne.


—Muchas gracias —respondió Paula con una enorme sonrisa.


Sin embargo, mientras Lucia le colocaba el velo sobre el recogido, Paula se miró de nuevo en el espejo y sintió cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho. En menos de una hora, estaría casada con un hombre al que apenas conocía. Un hombre al que sólo recordaba de los últimos días. El hombre del que, a pesar de todo, estaba embarazada.


No obstante, cuando la besaba, conseguía apartar de sí todos los temores, todos los nervios. Y aquella noche, volvería a besarla. De hecho, haría mucho más. Aquella noche, su noche de bodas, la llevaría a la cama y le haría el amor.


Un escalofrío le recorrió el cuerpo. De repente, no pudo pensar en otra cosa.


Todas sus dudas desaparecieron. En lo único en lo que podía pensar era en eso.


—Espero que seas muy feliz, Paula —le dijo Lucia, con lágrimas en los ojos—. El
matrimonio convierte el cortejo en amor de verdad, en un amor que dura para siempre y que crea una familia.


Una familia. Aquello era lo que Paula deseaba más en el mundo.


Escasos minutos después, con un precioso ramo de rosas anaranjadas, salió de un castillo a la maravillosa Toscana. El sol se estaba poniendo por encima de los viñedos y de las verdes colinas. En una terraza cubierta, cerca de la muralla medieval, un músico comenzó a tocar las notas de una canción a la guitarra, acompañado por una flauta. Todo era sencillo y a la vez mágico.


Entonces, vio a Pedro.


Estaba esperándola al otro lado de la terraza. A un lado de él, estaba el alcalde de una ciudad cercana, que era amigo de Lucia, y que era la persona que iba a celebrar el matrimonio civil. Al otro, estaba Ramiro.


Este no dejaba de mirar con adoración a su hijita y la tomó en brazos en cuanto llegó a su lado. Su sonrisa se hizo aún más amplia cuando miró a su esposa a los ojos.


Al ver el amor que sentían el uno por el otro.


Paula sintió que el corazón se le detenía en el pecho. Aquello era precisamente lo que ella quería. Una vida así. Un amor así.


Entonces, cuando miró al novio que la esperaba, la expresión que él tenía en el rostro la dejó paralizada.


Tenía una mirada misteriosa en el rostro, llena de calor y de fuego, pero, al mismo tiempo, había algo más, algo que ella no comprendía y que le asustaba.


La guitarra dejó de sonar. Entonces, Paula se dio cuenta de que se había detenido en medio del pasillo. Suspiró profundamente y, tras decirse que era una tonta, siguió caminando. Cuando llegó al lado de los tres hombres, Pedro le levantó el velo y ella lo miró con una tímida sonrisa.


Él no se la devolvió. En vez de eso, le dirigió una mirada de puro deseo. Como si ya estuvieran en la cama.


El alcalde comenzó a hablar, pero Paula no escuchaba lo que decía.


Tampoco los Navarre parecían estar a su lado. 


Hasta la Toscana se difuminó en su campo de visión.


Sólo estaba Pedro.


Su pasión.


Su fuego.


Recordaba vagamente haber repetido las palabras del alcalde, haber escuchado la profunda voz de Pedro a su lado. Entonces, él le colocó un anillo de diamantes en el dedo y la besó suavemente.


Así de fácil se habían convertido en marido y mujer.




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