sábado, 11 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 16





Desde el momento en el que Pedro la vio con el vestido de novia, tan encantadora y tan dulce con su tierna y tímida sonrisa, experimentó un terremoto en el alma. El vestido, Igual que ella, era muy sencillo. No había artificio alguno en ella.


Sólo belleza e inocencia.


Paula, su antigua y mentirosa amante, acababa de convertirse en su esposa.


Los enormes ojos azules de ella lo miraban llenos de esperanza y felicidad.


Casi podía sentir la luz del sol cuando la tocaba. El anhelo que sentía ya no tenía que ver sólo con el deseo, sino con algo más. Ansiaba sentir la calidez de su cuerpo, su alegría…


«Mentiras», se dijo. La mujer que había delante de él, la que era ya su esposa, no existía. Ella le había hecho desear algo más, cosas que él jamás podría tener.


Una familia. Un hogar.


Aquello resultaba mucho más doloroso que la traición. Aquella versión de Paula era tan sólo una ilusión. Si se permitía sentir algo por ella, si se permitía volver a confiar, se convertiría en el mayor necio de toda la tierra.


En cuanto ella recuperara la memoria, esa mujer desaparecería. En cualquier momento, volvería a convertirse en la mujer traicionera y egoísta que recordaba.


Durante el banquete de boda que siguió a la ceremonia, observó cómo ella tenía en brazos al bebé mientras entretenía a la pequeña Ruby. Pedro no podía apartar los ojos de la radiante belleza de su esposa.


Hacia el final de la cena, Ramiro y Lucia brindaron por su aniversario con champán en privado mientras que Paula, aún vestida con su traje de novia, cuidaba de sus hijos.


Pedro no hacía más que pensar que se convertiría en una esposa perfecta. La deseaba tanto… Ansiaba tanto tocarla, que el cuerpo se le tensaba casi dolorosamente. De repente, comprendió que aquella mujer tan dulce era mucho más peligrosa que la seductora amante que había sido anteriormente.


La deseaba. En su cama. En su vida.


Ansiaba el sueño que ella le ofrecía. Ansiaba que pudiera llegar a ser cierto.


Principalmente, ansiaba el dormitorio que sabía les estaba esperando en el ala de invitados del castillo, adornado de pétalos de rosa, velas y suaves sábanas.


No. ¡No podía dejarse llevar!


Se levantó y dejó la copa de vino con tanta fuerza sobre la mesa que se rompió.


El vino se derramó por toda la mesa. Ruby se puso a llorar.


Ramiro y Lucia, que estaban abrazados al otro lado de la estancia, lo miraron asombrados.


—Lo siento —musitó—. Lo siento.


—¿Qué es lo que te ocurre? —susurró Paula—. ¿Qué pasa?


—Tenemos que marcharnos. Gracias por organizar nuestra boda.


—Estás de broma, ¿verdad? He preparado el dormitorio para vosotros y…


—Lo siento, pero no podemos quedarnos…


Paula abrió los ojos de par en par. Pedro sabía que se estaba comportando de un modo muy grosero, pero decidió que ya se lo explicaría a Ramiro más adelante. Su viejo amigo lo entendería y le disculparía ante su esposa. Lo único que Pedro sabía era que no podía quedarse ni un minuto más en aquel lugar tan romántico, tan lleno de felices sueños que, para él, siempre serían mentiras.


Había conseguido su objetivo. Paula era su esposa. Había ganado ya la mitad de la guerra. Lo único que tenía que hacer ya era conseguir que recuperara la memoria.


Enseguida. Antes de que la tentación fuera demasiado fuerte.


Se dio la vuelta y se marchó de la terraza.


—¡Pedro! ¡Pedro! —exclamó su esposa mientras él entraba en el castillo. No miró atrás. 


En vez de eso, abrió su teléfono móvil y comenzó a dar órdenes.


Paula había empezado aquella guerra tres meses atrás. Él la terminaría.




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