sábado, 11 de julio de 2020

UN AMOR EN EL OLVIDO: CAPITULO 13





Cruzaron el Gran Canal a través del puente Rialto. Este estaba casi vacío de turistas. De repente, él se volvió para mirarla. La tomó con pasión entre sus brazos y la estrechó contra su poderoso cuerpo.


—Aquí fue donde te besé por primera vez —dijo con voz ronca.


Se inclinó hacia delante y, tras apartarle el cabello, le enmarcó el rostro entre las manos. Paula siempre había creído que él tenía los ojos negros, pero, en aquel momento, vio que eran de un marrón profundo con reflejos dorados.


—Y aquí es donde te voy a besar ahora…


Paula se echó a temblar. El corazón le latía a la misma velocidad que un colibrí mueve las alas para volar. Quería que Pedro la besara, pero, al mismo tiempo, algo la empujaba a salir huyendo.


Sin embargo, no podía hacerlo. Aquella vez, Pedro la había agarrado con fuerza.


No la iba a dejar escapar.


Fue como si no la hubieran besado nunca antes. 


Al principio, él la besó con dulzura. Entonces, consiguió que ella abriera la boca. Le lamió los labios y entrelazó la lengua con la de Paula.


El deseo y la pasión se apoderaron de ella como si fueran un fuego.


Se le olvidó que quería huir. No se pudo resistir más. No quería hacerlo.


Pedro profundizó el beso. En vez de resultar tentador y seductor, de repente se volvió posesivo.


Su cuerpo se apretó contra el de ella con tanta fuerza, que Paula dejó de estar segura de dónde empezaba él y dónde terminaba ella.


Nunca antes había experimentado un beso así. 


Se sentía asombrada, perdida en él. Cuando se apartó de él, se le escapó un pequeño gemido de protesta.


—Ahora, glyka mu —susurró—, me perteneces.


Paula cerró los ojos y se repitió una vez más aquellas palabras. «Me perteneces».


Pedro le había dicho antes aquellas palabras. La había besado allí antes.


Había sido en una cálida noche de verano. 


Recordó el contacto de las manos de Pedro contra sus hombros desnudos. Recordaba que habí deseado desesperadamente que él la besara. Recordó haber sentido alivio y triunfo cuando él la besó.


Abrió los ojos y se apartó de él.


—¡Me he acordado de algo!


—¿Qué es exactamente lo que has recordado? —preguntó él. Su voz sonaba tensa y preocupada, pero, perdida en la emoción que la embargaba, Paula no se dio cuenta.


—De nuestro primer beso. ¡Efectivamente fue aquí en el puente, tal y como tú has dicho! Oh, Pedro. Estoy recuperando la memoria. ¡Está regresando! ¡Todo va a salir bien!


Le rodeó el cuello con los brazos, llena de gratitud y alivio. Había tenido tanto miedo, pero en aquel momento…


Mientras abrazaba a Pedro, sintió que se le aceleraban los latidos del corazón.


De repente, algo entre ellos había cambiado. Al tenerlo tan cerca, al aspirar el aroma de su piel, se sintió diferente. Las mejillas se le ruborizaron cuando lo miró a los ojos.


—Paula, mi hermosa Paula—susurró—. Cásate conmigo. Sé mi esposa…


Ella quería acopiar, pero se obligo a negar con la cabeza.


—Tú te mereces mucho más. Te mereces una esposa que pueda recordar lo que es amarte…


—No te preocupes por eso. Tengo lo que me merezco. Después de que seas mi esposa, me dedicaré día y noche a ayudarte a recordar tu pasado. Te lo juro.


Paula tragó saliva al imaginarse lo maravilloso que seria ser la esposa de Pedro.


Era lo adecuado, dado que estaban esperando el nacimiento de su hijo. Tal vez entonces su cuerpo no tendría tanto miedo de que él la besara. Tal vez entonces su sentido del honor aceptaría mucho más que un beso.


—Aceptar algo así sería egoísta por mi parte —musitó.


—Lo que sería egoísta sería rechazarlo. Cásate conmigo. Por el bien del bebé, por el mío.


Paula se echó a temblar cuanto Pedro volvió a rozarle los labios.


Sintió que los pezones se le erguían y que un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Soltó un suspiro. Ya no podía seguir luchando, mucho menos cuando lo único que quería era sentirse amada, protegida y sentir que su bebé también lo era.


—Cásate conmigo —repitió él mientras le besaba los párpados, la frente, la garganta… Paula ya no podía pensar. Pedro la abrazaba tan suave, tan tiernamente…— Cásate conmigo ahora mismo.


Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas cuando le miró el hermoso rostro. Un instante después, él volvió a besarla. Lo último que Paula pudo pensar fue que no se acordaba de haberlo amado, pero que, tal vez, no necesitara recordar nada.


Tal vez podría volver a enamorarse de él una vez más.



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