sábado, 6 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 34




¡Pedro despertó ante el sonido de una sirena aguda, un grito desgarrador y el olor a humo!


Se levantó del sofá, atravesó el salón y echó un rápido vistazo a la cocina antes de abrir la puerta del dormitorio. El corazón le dio un vuelco al ver la cama vacía.


—¡Pau! —su voz apenas era audible por encima de la alarma. Sin detenerse, corrió hacia el cuarto de baño y abrió la puerta.


Y ahí estaba ella, con una expresión aterrada en la cara... y sin nada más encima.


Sintió como si hubiera recibido una descarga de dos mil voltios. Su mundo se movió a cámara lenta.


Se hallaba metida hasta las rodillas en burbujas, el pelo corto brillando plateado bajo la luz, las puntas rizadas por la humedad de un collar de espuma que caía por sus hombros hasta los pechos firmes y erguidos, el estómago liso y duro y la sutil curva de sus caderas...


Pedro vio que los labios de ella formaban su nombre, pero no oyó nada. Era como si todos los sentidos, menos la visión, lo hubieran abandonado. Se quedó aún más paralizado cuando Paula se movió, con su cuerpo lleno de diminutos arco iris por la luz.


Incluso después de que agarrara una toalla, derramando una botella de vino en la bañera al salir, sus reacciones siguieron siendo pesadas. 


Eso probablemente explicaba por qué cuando ella lo aferró por la muñeca con una mano húmeda, apenas consiguió sacarlo de su aturdimiento en vez de electrizarlos a los dos.


—¡Pedro! ¿Qué es ese ruido? ¡Pedro!


—La alarma contra el humo...


—¡Oh, Dios mío, las tostadas!


Por suerte cuando Paula salió del cuarto él recuperó la cordura.


—¡Pau! —fue tras ella y la agarró por un brazo resbaladizo antes de que entrara en la cocina llena de humo—. ¡Quédate aquí! Yo me ocuparé.


A pesar del humo, por fortuna aún no había señal de fuego, y decidió que silenciar el detector de humo montado encima de la pila era la primera prioridad. Se subió a una banqueta y apagó el interruptor. ¡Una, dos... tres malditas veces! Pero el aullido de la alarma ahogó sus juramentos mientras se afanaba con la tapa de la batería. Cuando al fin cedió, le permitió sacar los dos pulmones artificiales que le daban vida y acercarse a la tostadora.


—¡Pedro, ten cuidado! —Paula oyó su voz como un rugido en el súbito silencio, pero la mueca que hizo la provocó ver que Pedro desconectaba el aparato con un tirón fuerte del cable—. ¡Pedro, idiota! ¿Es que intentas matarte? De ese modo te puedes electrocutar.


—Es un modo más rápido de morir que asfixiado —con la tostadora aún humeante en el extremo del brazo estirado, le indicó la dirección del patio—. ¡Abre la puerta!


Le obedeció y lo siguió al exterior mientras observaba cómo invertía la tostadora sobre la mesa de hierro forjado. De ella cayeron dos pequeños ladrillos humeantes.


—¿Me equivoco al dar por hecho que ni siquiera tú querrás comerte los restos? —preguntó con sarcasmo. Luego maldijo—. Demonios, será mejor que llamemos al hotel antes... —se vio interrumpido por gritos alarmados y llamadas a la puerta—. Antes de que envíen a las tropas —concluyó—. ¡Un momento! —rugió—. ¡Ya voy! ¡Ya voy!


—No, está bien —intervino Paula—. Yo provoqué el lío; yo daré las explicaciones —antes de que pudiera dar un paso él le puso la mano en el cuello.



—¡No vas a abrir la puerta de esa manera!


Al recordar las limitaciones de la toalla, se la ciñó más al cuerpo y corrió al dormitorio.






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